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viernes, 3 de abril de 2009

Estados intoxicados

Por Ricardo Aronskind *

Si bien hay que esperar más información sobre las medidas de apuntalamiento a los bancos y países más frágiles del G-20, ya se pueden señalar algunas limitaciones de lo decidido.

El esfuerzo continúa puesto en inyectar liquidez al sistema financiero mundial para evitar la continua caída de bancos, el default de países y la retroalimentación del pánico financiero.

La ilusión que parece flotar detrás de las posturas norteamericana y europea es que una vez pasada la emergencia financiera, contenido el derrumbe, se procederá a “mejorar lo que estaba mal” antes de la crisis, según ellos, la regulación de los mercados financieros.

Sin embargo, la crisis tiene raíces más profundas, ya que la “incapacidad” en los últimos 20 años para regular el mercado financiero global no proviene de una distracción, sino precisamente del poder que éste otorgó a las grandes corporaciones financieras y a algunos estados. En América latina conocemos perfectamente lo que ha significado el descontrol financiero internacional desde los años ‘70: para nuestra deuda no hubo “paquetes” sino condicionalidades interminables que profundizaron el subdesarrollo de nuestras economías.

La segunda observación es que es ir detrás de los acontecimientos pensar que la crisis está aún contenida en los bancos: la crisis ya pasó a la actividad económica real, vía consumo e inversión, y recuperar los niveles productivos previos no será cuestión de meses. Convendría empezar a pensar en medidas redistributivas audaces.

Tercero: Estados Unidos, que ha cuadruplicado su base monetaria en los últimos 18 meses, está arriesgando su moneda y la credibilidad de su deuda externa. El Estado norteamericano está aprovechando la confianza global que (todavía) hay en su moneda y en sus bonos de deuda pública, lo que ha provocado las quejas de China, expuesta a ver licuados sus activos de reserva de origen norteamericano. Algunos economistas están ya pensando en las ventajas que traería un golpe inflacionario que redujera drásticamente el peso de las deudas de empresas y particulares y contribuyera al despegue económico. Los gobiernos europeos cuyas finanzas públicas no están demasiado maltrechas (Alemania y Francia) no quieren avanzar hacia una emisión descontrolada de moneda. El G-20 busca introducir los menores cambios posibles, a pesar de la magnitud del daño causado. Todavía no se ha empezado a salir del orden de prioridades del neoliberalismo.

* Economista UNGS-UBA

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Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

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