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lunes, 11 de mayo de 2009

Multipolaridad opresiva

Por Claudio Katz *

Ya nadie niega los dramáticos efectos de la crisis sobre América latina. Pero muchos analistas estiman que esa adversidad podría ser contrarrestada con mayor autonomía económica de la región en un escenario multipolar. Esta perspectiva igualmente requiere digerir el severo deterioro que ha creado la disipación del desacople y la fragilidad de los escudos monetarios y fiscales. Tres efectos de las crisis afectan a toda la zona. En el plano financiero, aumentan las tensiones cambiarias y las fugas de capital, a pesar del limitado endeudamiento personal y del acotado apalancamiento de los bancos. A nivel industrial, la sobreproducción destruye empleos en las ramas globalizadas, a medida que las transnacionales reorganizan su escala de producción. En la órbita comercial, el abaratamiento de las materias primas revierte la mejora de los términos de intercambio y detiene el crecimiento de los últimos cinco años.

La tesis multipolar supone que América latina contendrá el tsunami global con medidas de reactivación keynesiana. Estas iniciativas se están implementando sin ninguna redistribución del ingreso, mediante el incremento de la liquidez y la expansión del crédito público. Las grandes empresas reciben en la mayoría de los países los recursos que necesitan los desamparados. Pero estas acciones sólo permitirían reanimar la demanda o frenar el desplome productivo, si la recesión no desemboca en depresión o estancamiento prolongado.

América latina carece de los recursos que manejan las economías centrales para ensayar contrapesos al desplome del nivel de actividad. La región no emite dólares ni euros y tiene vedado el déficit fiscal, que desborda la Tesorería de las grandes potencias. El margen de incidencia de la política económica se ha estrechado.

La tesis multipolar considera que estos inconvenientes podrían ser remontados, en un escenario internacional semejante al creado por el colapso del ’30. Pero el contexto que favoreció la industrialización de varias economías periféricas, no se reprodujo en las conmociones posteriores. Los temblores de la segunda mitad del siglo XX estuvieron signados por la ausencia de confrontaciones interimperialistas y un mayor grado de internacionalización de la economía. Lo ocurrido durante el neoliberalismo ilustra cómo un descalabro en el centro ha tendido a generar creciente endeudamiento, pobreza y regresión social en América latina.

Tampoco la crisis de dominación estadounidense conduce al desahogo económico de la región. Hasta ahora la primera potencia mantiene la primacía del dólar, socorre a sus bancos con financiación internacional y resucita al FMI como timonel de la tempestad. Al preservar un liderazgo militar aceptado por sus competidores, Estados Unidos ha impuesto la agenda económica de padecimientos populares y auxilio a los capitalistas, que discuten todos los participantes del G-20.

Ese temario no fue suscripto sólo por el gobierno derechista de México. Ha contado también con la activa adhesión de Brasil, que busca ocupar los espacios creados por la crisis estadounidense sin desafiar al gigante del Norte. La prioridad de Lula es promover los negocios de las multinacionales radicadas en su país, con megaproyectos (Iirsa) y préstamos oficiales (Bndes). Repite la política de lobby que implementó Felipe González en la década pasada, para apuntalar este tipo de empresas. Itamaraty aspira, además, a desenvolver una geopolítica de dominación mediante el rearme, la ocupación de Haití y el control de Unasur.

Esta política conduce a orientar el curso multipolar hacia una asociación con Estados Unidos. Pero su concreción exige desanimar previamente todos los intentos antiimperialistas de Venezuela, Bolivia o Ecuador, bloquear el debate de la crisis en la asamblea de la ONU y participar intensamente en la rehabilitación del FMI. Colaborar con la reconstitución de esa entidad contradice el principio progresista básico de repudiar al organismo que comanda el ajuste a favor de los banqueros. También el gobierno argentino participa de esa recomposición de la elite financiera. Sus voceros justifican un eventual retorno al Fondo con el absurdo argumento de reformar una institución clave del orden imperial.

Los distintos proyectos multipolares que actualmente promueven las clases dominantes no guardan ningún parentesco con los viejos programas de las burguesías nacionales latinoamericanas. El desarrollo del mercado interno y la mejora del poder adquisitivo han perdido peso, a favor de un esquema exportador muy entrelazado a la estrategia de las empresas transnacionales.

El esquema multipolar que alientan los acaudalados enaltece la ganancia, abarata los salarios, crea poco empleo y acentúa la desigualdad. La irrupción y afianzamiento de ese modelo es una incógnita. Pero su función al servicio de los poderosos es un dato del escenario regional.

* Economista, investigador del Conicet, profesor de la UBA.

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Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

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