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lunes, 14 de septiembre de 2009

Los medios concentrados y la degradación de la democracia

Buenos días. Como no estoy acostumbrado a monopolizar la palabra, juro que voy a ser breve.
Mi nombre es
Hugo Barcia y soy Presidente de Faro de la Comunicación y, además, Secretario General de la Agrupación de Periodistas Los 100. Como tal, hemos integrado la Coalición por una Radiodifusión Democrática y por lo tanto hemos colaborado en la elaboración de los 21 puntos que fueron presentados a la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner para la elaboración de este proyecto que hoy esta en tratamiento en la Cámara de Diputados.
Es decir, vengo en representación de muchos colegas periodistas y quiero contarles los fundamentos de nuestro apoyo a esta Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.
El decreto ley 22.285, que lleva las firmas de Videla y Martínez de Hoz, ya era de por sí macabro porque impedía a cualquier organización civil sin fines de lucro acceder a una licencia de radio o televisión, lo que significaba que una facultad o un gremio, por ejemplo, no podían hacer escuchar sus voces.
Además, establecía que el directorio del COMFER debía estar constituido por un representante del Ejército, uno de la Marina, un tercero de la Aeronáutica y otro de los Servicios de Inteligencia, es decir, una entidad perfectamente preparada para cazar brujas.
Sin embargo, la reforma que se operó en los años 90 agravó aún más esta situación porque permitió un proceso de concentración monopólica de los medios.
¿Por qué es malo que los medios se concentren monopólicamente? Porque sólo permite a los dueños de esos medios concentrados hacer escuchar su versión de la realidad, en tanto que las opiniones del resto de los argentinos quedan sumergidas en el silencio. Se trata, pues, de un modelo de exclusión de voces, de un modelo de silenciamiento, de uniformización de discursos, una verdadera dictadura mediática que impone sus criterios autoritariamente. Es un modelo que desprecia la democracia, la degrada y la confina a un lugar apenas formal en donde nada se debate.
La democracia debe ser fundamentalmente debate de ideas, pluralidad de voces y deben caber en ella todos los ciudadanos. Pero esos ciudadanos deben estar desamordazados y deben tener la sagrada oportunidad de escuchar a los otros ciudadanos, condición indispensable para conformar un criterio propio.
Muy por el contrario, el monopolio mediático impide estas calidades democráticas. Si los medios siempre fueron influyentes y formadores de opinión, a partir de la concentración monopólica hicieron esta despótica ecuación: "ya no queremos influir en el poder. Ahora el poder somos nosotros".
Los argentinos hemos vivido sumergidos durante casi tres décadas bajo el imperio del modelo neoliberal, un modelo de exclusión social y de brutal achicamiento de las capacidades productivas del país. Desprecio del mercado interno, pérdida del patrimonio nacional, desindustrialización, derechos laborales que cayeron en el olvido, y la pobreza sentándose a la mesa de millones de compatriotas.
Modelo neoliberal y concentración monopólica de los medios van de la mano, son distintas aristas de un mismo proyecto antinacional y antipopular: los monopolios mediáticos se crearon para acompañar con su silencio cómplice el más grande despojo al que haya sido sometido el pueblo argentino. En los años 90, los argentinos perdimos nuestro patrimonio público, el que nos había llevado más de siete décadas acumular con el esfuerzo de millones de compatriotas.
Y los monopolios callaron: ni un solo debate serio se pudo hacer oír mientras desvalijaban nuestra casa. Los que dicen levantar la bandera de la libertad de opinión y de la prensa libre y del periodismo independiente, han sido y son especialistas en ocultamientos y en silenciar catástrofes para el pueblo. Valga la pena recordar que, cuando asumió la última y sangrienta dictadura militar, Clarín titulaba en su primera plana: "Gobierna la Junta militar", como si anunciara una lluvia o un partido de fútbol. Pero no se jugaba un partido de fútbol y la lluvia era de sangre, de sangre de miles de compatriotas a los que nunca más volveremos a ver.
Los falsos adalides de la libertad de prensa multiplican las voces de los serviles, de los que acomodan sus discursos para no molestar al amo. Los empleados del mes son gratificados con el premio de tener su espacio en la pantalla. Estos serviles tanto dicen que este Congreso no tiene legitimidad para tratar este proyecto de ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, violentando la Constitución como hicieron los dictadores del 76, como que el órgano de aplicación de la nueva ley no puede tener mayoría del oficialismo, vulnerando los principios básicos de la democracia representativa.
Y aquí quiero agregar algo, fuera de este texto que había preparado, porque los otros días he escuchado aquí a un representante de las radiodifusoras privadas argentinas, con el cual quiero debatir amistosamente. Este señor estaba preocupado, y lo expresó acá públicamente y después en declaraciones periodísticas, porque decía que este proyecto de ley, dejando deslizar que en realidad estaba hablando de este gobierno, quiere manejar los contenidos. En realidad, este proyecto de ley lo que quiere hacer es preservar la producción nacional y le reserva un porcentaje a la producción nacional. Entonces yo quiero decirle humildemente a este señor que la Argentina el año que viene va a festejar su Bicentenario. ¿Qué quiere decir el Bicentenario? El Bicentenario quiere decir que los argentinos hace ya 200 años pegamos nuestro primer grito libertario para dejar de ser colonia. Ya es hora que algunos se enteren de eso (aplausos).
Quiero hacer ahora una apreciación estrictamente personal: les quiero recordar que soy periodista, pero en los últimos años he visto cómo de la mano de este proceso de transformación de los medios de comunicación en factores de poder en sí mismos, cómo de la mano de la supuesta prensa libre, cómo de la mano de los supuestos periodistas independientes, mi profesión, la que elegí hace casi tres décadas, se fue degradando y se fue convirtiendo nada más y nada menos que en un espantoso Campo de Marte, donde lo único que se hace son operaciones destinadas a extorsionar a los gobiernos de turno. Entonces yo quiero afirmar, en referencia a los periodistas independientes, que, si periodistas independientes son aquellos que en los años 90, mientras la Argentina era saqueada, callaban, yo no soy un periodista independiente. Si periodistas independientes fueron aquellos que cuando en la Argentina desaparecían 30.000 compatriotas callaban, yo no soy un periodista independiente. Yo soy un periodista felizmente esclavo de mis convicciones nacionales y populares. Nada más, muchas gracias. (aplausos).

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Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

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