The people united will never be defeated - ¡Proletarios del mundo, uníos!

domingo, 26 de abril de 2009

Zaiat es un maestro siempre

Vivir con lo Ajeno


Por Alfredo Zaiat


“Lo único que trajo la idea de vivir con lo nuestro fue pobreza y nos alejó cada vez más del mundo, por lo que es hora de pensar de una vez por todas en ser un país desarrollado. ” Esta frase fue pronunciada por Cristiano Rattazzi, titular de Fiat y vicepresidente de la UIA, el martes pasado, en Rosario, durante el Foro Anual de Economía y Negocios organizado por la Fundación Libertad. Además del contenido, esa declaración de principios del hijo de Susana Agnelli, nieta del fundador de Fiat, y también tambero y productor agropecuario de Balcarce, adquiere relevancia por el ámbito en donde la emitió. La Fundación Libertad fue creada en Rosario en 1988, cuenta con el apoyo de más de 200 empresas privadas y tiene acuerdos con otras organizaciones ultraliberales, como The Heritage Foundation y CATO Institute. Se plantea como objetivo “promover y desarrollar la importancia de la libertad individual y de un gobierno con poderes limitados”. El vicepresidente Julio Cobos es destacado en la página web de esa fundación como orador del cierre de un congreso de economía realizado en Santa Fe.

 

Rattazzi apeló a esa definición por una puja coyuntural con el Ministerio de Producción que entorpeció la importación general de tornillos a precios dumping que estaba haciendo estragos en la producción local. Esa medida afectó una determinada posición arancelaria de un insumo necesario para el ensamblaje de automóviles. Esa frase también fue una señal de respaldo a su ex empleado en Iveco y actual secretario de Industria, Fernando Fraguío, que mantiene diferencias con su jefa formal, la ministra Débora Giorgi. Pero más importante que esas cuestiones de caja chica es la concepción económico-social que expresó Rattazzi, motivado por su disgusto con una iniciativa de protección de la industria nacional dispuesta por el Gobierno. Esa idea que descalifica la estrategia de desarrollo resumida en “vivir con lo nuestro”, que recibe la adhesión de parte del poder económico con su correspondiente expresión en la política, tiene un vicio de origen:la inexactitud.

 

El período de desarrollo nacional con mayor integración social se registró cuando el país asumió una estrategia de cierta autarquía, sendero que no fue elegido sino obligado por crisis internacionales, aunque luego fue adoptado como propio en diferentes versiones e intensidades. El crac del ’29 con la posterior depresión del treinta aceleró el incipiente proceso de sustitución de importaciones de productos de ramas livianas, como textiles. Después, con la Segunda Guerra Mundial, se aceleró ese ciclo al iniciar una etapa de profundización con el impulso de industrias más complejas, como la siderúrgica y metalmecánica. Más adelante, en un contexto de fuertes convulsiones políticas e inestabilidad económica, se continuó en ese proyecto de industrialización en una segunda fase de sustitución de importaciones. Esa instancia quedó trunca con el golpe militar de 1976, que inauguró el largo período de devastación productiva que se extendió hasta el estallido de la convertibilidad en 2001.

 

Las debilidades y fortalezas de la etapa de desarrollo con cierta autonomía constituyen materia de interesantes debates entre especialistas. Varias son las consideraciones que se hacen respecto de las características que asumió el entramado industrial, a la existencia de un déficit estructural de divisas que generaba ese crecimiento con epílogo en un ajuste por estrangulamiento externo, a la carencia de una política consistente para avanzar en materia tecnológica para que la producción nacional pudiera competir a nivel internacional, y a la escasa apertura comercial externa. Esos aspectos, como otros, son relevantes en la actualidad para aprender de esa experiencia, que quedó interrumpida para ser reemplazada por un extenso ciclo de valorización financiera. Existen polémicas sobre la profundidad y calidad de ese ciclo de industrialización, pero lo que la historia muestra en forma contundente es que ese sendero imperfecto de desarrollo no generó pobreza, como afirmó con liviandad Rattazzi.

Por el contrario, fueron las décadas donde los trabajadores no sólo se incorporaron a la vida política, sino que pasaron a integrar con derechos propios la estructura social, lo que implicó una sustancial mejora de sus condiciones de vida. También la clase media vivió su momento de esplendor donde el escenario de movilidad social ascendente era un activo valioso. Fueron los años donde se alcanzaronlos mejores indicadores de distribución del ingreso y más bajos índices de pobreza y exclusión social.

 

El abandono violento de ese camino de desarrollo con la dictadura militar de 1976, y que se extendió durante casi veinte años de la recuperada democracia, derivó en una regresión rotunda de todas esas mejoras alcanzadas en la esfera económicosocial. No sólo tuvo como consecuencia la desestructuración productiva junto a su extranjerización, sino que originó un endeudamiento creciente que se convirtió en una pesada carga que hundió aún más en la pobreza a la población.

 

Esa corriente conservadora está retornando con renovados bríos, entusiasmada por el impulsoinicial brindado por el conflicto abierto con el sector del campo privilegiado. Del mismo modo que a lo largo de la extensa puja por la renta agropecuaria, protagonistas del poder económico con un coro de voceros entusiastas avanzan con definiciones subvirtiendo los conceptos, asignándole al otro sus propios despropósitos. Así, los cortes de rutas de productores del campo no fueron violentos sino que la violencia se encontraba en quienes los criticaban, o el shock inflacionario por desabastecimiento no fue provocado por la interrupción del paso de camiones con alimentos, sino que el alza de precio se debió a la política económica que disponía retenciones a las exportaciones.

La definición de Rattazzi encierra esa misma confusión: la pobreza no fue generada por un modelo agroexportador y de valorización financiera, sino por un modelo de desarrollo con cierta autonomía.Se trata de una propuesta que en esa tergiversación busca archivar la idea de vivir con lo nuestro para imponer la de que unos pocos puedan vivir con lo ajeno.

 

martes, 14 de abril de 2009

Resultados del G20 en Londres

G-20A partir de la cumbre en Londres en los medios dicen que hay un nuevo orden mundial en las finanzas, lo podría nombrar a Gordon Brown, que con gran optimismo dice: “Aquí ha muerto el consenso de Washington “, yo me permito disentir modestamente con él y decir, del texto del documento no surge la muerte, se reconoce que está enfermo, que está grave, pero que se quiere ver si se puede salvar .

Para entender esto de lo que esencialmente se mantiene y qué cambió comparto este párrafo del documento final: “Creemos que el único crecimiento sostenible y una prosperidad creciente para todos, es una economía mundial abierta, basada en los principios de mercado, en una regulación eficaz y en instituciones globales fuertes ( … ) Los reguladores deben proteger a los consumidores y a los inversores, apoyar la disciplina de mercado, fomentar la competencia, el dinamismo, y mantenerse al día con las innovaciones de mercado”.

Yo creo que vamos a un sistema un poco más regulado, es decir, se trabajó allí para que el sistema siga funcionando como lo venía haciendo hasta el momento, pero con algunas regulaciones para tratar de ponerle límite a los excesos.

Hay un discurso indudablemente más moderado, aunque en el fondo, a mi juicio, no cambia el paradigma ideológico que generó la crisis, y que sigue presente. Se regula un poco más, pero se mantienen por ejemplo las agencias calificadoras de riesgo como entes privados, si habría que calificar el riesgo parecería que debería ser un órgano público. Estos entes privados califican a quienes los contratan, lo que genera conflictos de interés inaceptables.

Cuando hablo de un discurso más moderado, hago referencia a que aparece un tema como es el reconocimiento de la dimensión humana de la crisis. Si tuviera que ser más crítico, diría, que aparece recién en el punto 26 de un documento de 29 puntos, de cómo impacta esto sobre la gente, que pienso debería estar entre los primeros.

Porque considero que acá el principal problema a resolver no es el de los Bancos sino el de las personas, cómo afecta esto a la vida, a los pueblos, a las comunidades desarrolladas, que no es el espíritu evidentemente de este documento, que marca un intento de salvar los pilares del capitalismo.

domingo, 12 de abril de 2009

Crisis y depresión del capitalismo

escrito por Enrique Javier Díez Gutierrez

Image La crisis que sufrimos obedece a la estructura básica del vigente sistema político-económico capitalista y neoliberal. No se trata de la acción depredadora de unos cuantos banqueros y financieros corruptos, o la distorsión del mercado. No es una distorsión del capitalismo contemporáneo sino, al contrario, el medio para que funcione plenamente, la esencia del mismo: la búsqueda del máximo beneficio de unos pocos a costa de la explotación de los trabajadores y las trabajadoras de todo el planeta. Por eso, esta crisis afecta a los fundamentos mismos del capitalismo.

La crisis que sufrimos obedece a la estructura básica del vigente sistema político-económico capitalista y neoliberal. No se trata de la acción depredadora de unos cuantos banqueros y financieros corruptos, o la distorsión del mercado. No es una distorsión del capitalismo contemporáneo sino, al contrario, el medio para que funcione plenamente, la esencia del mismo: la búsqueda del máximo beneficio de unos pocos a costa de la explotación de los trabajadores y las trabajadoras de todo el planeta. Por eso, esta crisis afecta a los fundamentos mismos del capitalismo: el desplome de Wall Street es comparable a lo que representó, en el ámbito geopolítico, la caída del muro de Berlín.

El capitalismo no se puede humanizar porque es, en sí mismo, injusto e inhumano. Este sistema, junto al colonialismo y el imperialismo, ha sido y continúa siendo responsable, como nunca antes en la historia, de la explotación extrema de los seres humanos, de la destrucción, del derroche y de la degradación de los recursos naturales planetarios que son centrales para sustentar la vida y la dignidad humana. La consecuencia de la globalización ha sido la destrucción de lo colectivo, la apropiación por el mercado y las entidades privadas de las esferas pública y social.

La voracidad del capitalismo no tiene límites. Necesita expandirse continuamente para tener mayores tasas de ganancia. De ahí la huida hacia delante en las inversiones financieras. Pero esto no podía durar eternamente cuando la base productiva sólo crecía con una tasa débil. La llamada "burbuja financiera", significa que el volumen de las transacciones financieras es del orden de dos mil trillones de dólares cuando la base productiva, el PIB mundial, sólo es de unos 44 trillones de dólares. Hace treinta años, el volumen relativo de las transacciones financieras no tenía ese tamaño. Esas transacciones se destinaban entonces principalmente a la cobertura de las operaciones directamente exigidas por la producción y por el comercio nacional e internacional. La crisis debía pues estallar por una debacle financiera.

Cuando ésta estalló y los bancos comenzaron a desmoronarse, los neoliberales se quedaron afónicos exigiendo la protección del Estado. Archivaron sus doctrinas de libre comercio y reclamaron la salvación del sistema financiero argumentando que, dado que los bancos y las grandes empresas son las que bombean el dinero requerido por toda la sociedad, debían ser preservadas con fondos públicos de esa sociedad (Katz, 2009). Desde mediados de 2007 se han venido incrementando las masivas inyecciones de dinero, extraído mágicamente de los impuestos de los contribuyentes, en un intento por evitar el colapso de los más grandes bancos y empresas, principales responsables de la crisis.

En un mundo en el que se aseguraba que no hay dinero para las pensiones, para el seguro de desempleo, para la educación, para la sanidad, ahora resulta que sí que hay dinero, que éste fluye por encanto. Hace unos meses, el anterior presidente de EEUU, Bush, se negó a firmar una ley que ofrecía cobertura médica a nueve millones de niños y niñas pobres por un coste de 4.000 millones de euros. Lo consideró un gasto inútil. Después, para salvar a los rufianes de Wall Street nada le parecía suficiente. En otras palabras: dinero público para bancos privados que lo prestarán a interés, entre otros, a los demás bancos privados... Se ofrece a los inversores potenciales que le presten dinero al Estado (mediante interés) para que el Estado lo devuelva a los bancos. ¡El Capital se ha quedado con los ahorros, y ese dinero se presta al Estado para reflotar al Capital! El capital siempre gana.

Porque realmente no existe, ni ha existido nunca, el denominado "libre mercado". Es una falacia que, a base de oírla, repetida una y otra vez por determinados políticos y medios de comunicación, nos la hemos creído ingenuamente. Cuando "los mercados" tienen problemas no se les deja que "libremente" los solucionen, como cuando tienen grandes beneficios y entonces, sí que se reparten los dividendos "libremente". Se confirma así una ley del cinismo neoliberal: Privatizados ya los beneficios, en cuanto resultan amenazadas las inversiones financieras, se socializan las pérdidas. Como ya advertía Kenneth Galbraith (1992) "cuando se trata de los empobrecidos, la ayuda y el subsidio del gobierno resultan sumamente sospechosos en cuanto a su necesidad y a la eficacia de su administración a causa de sus efectos adversos sobre la moral y el espíritu de trabajo. Esto no reza, sin embargo, en el caso del apoyo público a quienes gozan de un relativo bienestar. No se considera que perjudique al ciudadano el que se salve de la quiebra a un banco. Los relativamente opulentos pueden soportar los efectos morales adversos de los subsidios y ayudas del gobierno; pero los pobres no". Las autoridades acuden al rescate de los "banksters" ("banqueros gánsteres"): es el socialismo para los ricos y el capitalismo salvaje para los pobres.

Pero no basta con llamar la atención sobre la debacle financiera. Detrás de ella se esboza una crisis de la economía real, ya que la actual deriva financiera misma va a asfixiar el desarrollo de la base productiva. Las soluciones aportadas a la crisis financiera sólo pueden desembocar en una crisis de la economía real: regresión de los ingresos de los trabajadores y las trabajadoras (especialmente los sectores más vulnerables: mujeres, jóvenes, migrantes), aumento del paro laboral (a finales del 2009 se espera llegar al record histórico de 120 millones de personas paradas), alza de la precariedad y empeoramiento de la pobreza en los países del Sur (Amin, 2008).

Esta crisis económica y financiera se acompaña, además, de una crisis ecológica. Los recursos naturales no son suficientes para atender el actual estilo occidental de vida; actualmente el 20% de la población mundial, concentrada en el Norte, consume el 80% de los recursos naturales. El flujo permanente y la transferencia de los recursos del Sur al Norte ha supuesto, en definitiva, que el Sur ha venido financiado el desarrollo y el progreso del Norte. El saqueo ecológico y el calentamiento global, consecuencias de la sobreexplotación de los recursos naturales, que son el bien común de la humanidad, -en particular, de los recursos fósiles- afecta a todas las regiones del mundo y se siente más intensamente en las zonas más deprimidas y, dentro de ellas, en los sectores más empobrecidos. En tan solo trescientos años de revolución industrial hemos destruido lo que la naturaleza tardó millones de años en construir. Las mayores reservas de recursos naturales se encuentran en el Sur y son ferozmente disputadas por los países dominantes, lo que ha venido generando guerras que tienden a ampliarse a otras regiones del planeta.

Simultáneamente los precios de los productos alimenticios básicos siguen en alza. Desde marzo de 2007 hasta mayo de 2008, el valor de los productos lácteos subió un 80%, el de la soja un 87%, y el trigo, un 130%. El Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola estima que por cada aumento de un 1% del coste de los alimentos de base, 16 millones de personas se ven sumergidas en la inseguridad alimentaria. Esta situación se ve agravada debido a que una parte de la producción alimentaria (caña de azúcar, girasol, colza, trigo, remolacha) se está destinando ahora a la producción de agrocarburantes, más rentables para la gran agroindustria de la exportación que destinarlos a alimentos para los seres humanos.

Esta triple crisis, financiera, energética, alimentaria, se ve proyectada hacia una crisis social que ve resurgir políticas autoritarias, visiones fatalistas, xenofobia y racismo. El huracán económico se ha llevado por delante una cuarta parte de la riqueza mundial y, como consecuencia, está provocando, en casi todo el planeta, el cierre de fábricas, la explosión del desempleo, una escalada proteccionista y la radicalización de las protestas sociales. Causa de pobreza, de angustia y de exclusión, la lepra del desempleo se extiende. En EEUU, en China, en la Unión Europea, en Latinoamérica... En Sudamérica, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en 2009, se registrará un aumento de 2,4 millones de desempleados. Si bien los países del Mercosur (Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay), así como Venezuela, Bolivia y Ecuador, podrían capear el temporal, al no haber adoptado el modelo de desregulación ultraliberal y adoptar mecanismos como la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA) y el Banco del Sur. Y no olvidemos que fueron los partidos socialdemócratas y socialistas europeos los que consolidaron la eliminación de cualquier salvaguardia que podía quedar frente a la ola ultraliberal de la derecha.

La brutal explosión del desempleo provoca naturalmente el retorno del nacionalismo económico, lo cual, a su vez, está provocando brotes de xenofobia. En Reino Unido, miles de obreros del sector de la energía, gritando la consigna "Empleos británicos para trabajadores británicos", se declararon en huelga contra la contratación de trabajadores portugueses e italianos en las obras de la refinería Total de Lindsey (Lincolnshire), mientras que miles de polacos eran "invitados" a regresar a su tierra natal. En Italia se está expulsando sin miramientos a los rumanos. Y en todas partes se cuestiona el derecho de residencia de los inmigrantes legalmente establecidos. Se multiplican las protestas sociales. Las turbulencias ya han causado la caída de los Gobiernos de Bélgica, Islandia y Letonia. La protesta en las calles por las dificultades económicas se ha extendido a un número creciente de países -Grecia, Rusia, Gran Bretaña, Francia, China, Corea del Sur, Guadalupe, Reunión, Madagascar, México- y probablemente en muchos más que no se notan aún en la prensa mundial.

El capitalismo no es reformable, humanizable o regulable. Parece que la apuesta de los gobiernos del norte es salir como sea de esta crisis, pero para volver a estar en la misma trampa que se estaba. Es una política de reflotamiento de las instituciones económicas y financieras sin cambiar nada de fondo. De hecho, las medidas gubernamentales europeas y mundiales, con ayudas a la banca y a las grandes empresas, tienen como finalidad primordial impedir el colapso del sistema, no enfrentarse al dominio de los mercados financieros sobre la economía real y poner ésta al servicio de la sociedad. No sólo están confiando el diseño de la política anticrisis a los mismos grupos de interés que nos han conducido a esta situación, con su increíble combinación de codicia y dogmatismo económico (Bellod, 2009), sino que, de hecho, esas inyecciones financieras permiten que la gran banca siga haciendo sus negocios de alto riesgo sabiendo que el dinero público estará siempre disponible para su salvación (Hernández Vigueras, 2009).

Los bancos están acumulando dinero barato, proveniente de los impuestos de la clase trabajadora, a la espera de prestarlo dentro de un tiempo, cuando vuelvan al mercado los "clientes solventes" y unos tipos de interés más lucrativos que los actuales. Pero los gobiernos le tienen pánico a la posibilidad de que el derrumbe de un banco, por efecto dominó, sea capaz de hundir el sistema. De ahí que esos planes gubernamentales no han intentado siquiera una reglamentación estricta como contrapartida de la ayuda pública que se les da, ni la eliminación de los paraísos fiscales (a pesar de las declaraciones públicas), donde tienen filiales todos los bancos rescatados de alguna manera con dinero público. La existencia de esta "competencia" sirve de argumento para justificar la bajada de impuestos sobre el capital o sobre los beneficios de las sociedades. Reducir los impuestos a las empresas y el capital, reformas laborales que permitan el despido libre, hacer recaer el peso de la fiscalidad en los impuestos indirectos, los más injustos (al pagar todos lo mismo), traen como consecuencia la pauperización de los presupuestos públicos, la subfinanciación de los servicios públicos, lo cual a su vez justifica su privatización, etc. (Cassen, 2008). Porque cualquier medida se ha convertido en un callejón sin salida en el marco del capitalismo neoliberal. Porque no sólo se está cuestionando la legitimidad del paradigma neoliberal, sino el propio futuro del capitalismo en sí mismo. Por ello, no se trata de refundar el capitalismo, sino de construir el socialismo democrático del siglo XXI que dé a la ciudadanía control real y efectivo sobre los recursos del planeta y sobre las decisiones que afectan a sus vidas.

No se trata sólo de afirmar que, lo que hace muy poco parecía una utopía de jóvenes radicales, hoy día es una exigencia elemental para que la economía mundial siga funcionando: acabar con los paraísos fiscales, con la desregulación financiera, con la libertad de movimientos de capital, con la desfiscalización y la renuncia al Estado y que, por el contrario, es necesario establecer impuestos sobre los capitales especulativos (tasa Tobin), crear bancos públicos que garanticen la financiación y someter a los privados a una severa política de reservas y coeficientes de inversión es el único punto de partida eficaz para resolver la crisis. Si realmente se quiere salir de esta crisis global es necesario dar un paso más allá. Se trata de avanzar en el control de la economía por parte de la clase trabajadora, ampliar los derechos sociales y laborales de los trabajadores y trabajadoras y mejorar el bienestar de la mayoría de la población.

La alternativa a esta crisis supone una teoría y una práctica postcapitalista, es decir, formas nuevas de reorganización social, sobre la base de un socialismo democrático del nuevo siglo, que articulen de forma seria los contenidos de conceptos tales como democracia, libertad, equidad, justicia, seguridad común, paz, ciudadanía real, etc., con el uso sostenible de los recursos naturales y su apropiación social; la predominancia del valor de uso -es decir, las respuestas a las necesidades de la gente- sobre el valor de cambio, -o sea, la necesidad de acumulación de dinero-, es decir, un modelo en el que el beneficio privado esté subordinado al interés social; la democracia generalizada a todas las relaciones sociales, políticas, económicas, culturales, de género; y la multiculturalidad, de modo que se permita a todas las culturas, saberes y filosofías dar su aporte propio a la reconstrucción social de una nueva sociedad en equilibrio entre sí, con el medio ambiente y con las capacidades del planeta.

Ese modelo debe suponer la mejora de los servicios sociales y el reforzamiento del sector público (de enseñanza, sanitario, asistencial etc.). La sostenibilidad medioambiental (incentivar la creación de actividades y empresas sostenibles, y no de todo tipo de empresas independientemente de su impacto). Un cambio de estrategia energética que apueste por energías limpias y garantice el control público sobre los suministros de energía, incluida la nacionalización y una apuesta decidida por las energías renovables. Un sistema agrario que garantice la soberanía alimentaria y la viabilidad de las empresas agrarias familiares. Un enfoque diferente del hábitat, del urbanismo y del sistema de transportes de viajeros y mercancías, un cambio radical del enfoque de la vivienda residencial hasta llegar al predominio de la vivienda pública en régimen de alquiler adaptado a la renta.

Un modelo que apueste por la planificación democrática de la economía en función de las necesidades sociales y de forma respetuosa con el medio ambiente. Es decir, que cambien las relaciones de producción, poniendo por delante el valor de uso al valor de cambio, la producción en función de las necesidades de toda la población por delante del beneficio económico de unos pocos. Que suponga, por tanto, la nacionalización de los sectores estratégicos de la economía, el control público y social de la economía y los medios de producción; la intervención de los trabajadores en la organización del trabajo; aplicar rigurosos sistemas fiscales progresivos y un sistema tributario global para evitar la transferencia de precios y la evasión de impuestos; el control del excedente económico y una reforma del mercado laboral que establezca una jornada laboral de 35 horas semanales por ley, sin reducción de salario y la jubilación a los 60 años, para repartir el trabajo entre todos y todas y hacer posible la conciliación laboral y familiar. Que implique la creación de un sistema financiero público basado en las necesidades de la gente, así como la consolidación de formas populares, que ya existen (como la banca ética), de préstamos basados en la reciprocidad y la solidaridad que apliquen criterios sociales (incluyendo las condiciones laborales) y ambientales en todos los préstamos y den prioridad a aquellos, con tipos de interés mínimos, destinados a cubrir necesidades sociales y ambientales y a ampliar la ya creciente economía social.

Un modelo que suponga tal reestructuración social que obligue en los países enriquecidos a un decrecimiento económico que sea socialmente sostenible (frente a los modelos de desarrollo sostenible): reducción radical del consumo; sólo aquello que se considere necesario y producido según principios ecológicos (Martínez Aller, 2009). Que elimine los paraísos fiscales, que ponga tasas a las transacciones financieras de capital y que restablezca las restricciones a la libre circulación de capitales. Que reduzca progresivamente, hasta su eliminación en breve plazo, el gasto militar mundial. Junto con el cambio en las relaciones internacionales de explotación, imponiendo impuestos en origen sobre la extracción de recursos naturales, para financiar modelos de sociedad ecológicamente sostenibles. Un modelo que relocalice la política: todo lo que se pueda decidir a nivel municipal que no se decida en niveles superiores y sólo aquello que afecte a todo el país se decida en ese nivel. Comenzando por la práctica de los presupuestos participativos en los municipios.

Un modelo que establezca legislaciones, y mecanismos de control efectivos que realmente garanticen la igualdad laboral, política e integral de las mujeres, así como la presencia equilibrada de sexos en las listas electorales y en los puestos directivos. A igual trabajo, igual salario. Que recuperación de la titularidad y de la gestión pública de todos los servicios públicos privatizados, especialmente aquellos que tienen que ver con los cuidados de la población dependiente. Un modelo que establezca iguales derechos y deberes para quienes viven y trabajan en cualquier país. Que garantice el derecho al aborto libre y garantizado de manera universal y gratuita desde la red pública sanitaria. Que garantice la coeducación y la educación para la igualdad, en una red educativa pública, laica y con participación en su gestión de toda la comunidad educativa. Que establezca una normativa efectiva para la abolición de la prostitución y medidas integrales que garanticen la erradicación de cualquier forma de violencia contra las mujeres. Que equipare en derechos el régimen especial de empleadas de hogar al régimen general de la seguridad social. Que proteja la igualdad, estableciendo medidas efectivas de cara a la paridad real en los puestos de poder de nuestra sociedad, que facilite no sólo que las mujeres accedan, sino que transformen ese poder.

Un modelo que apueste por una vivienda provista preferentemente por el Estado en régimen de propiedad pública y bajo fórmulas de alquiler, cortando así de raíz espirales especulativas. Un modelo que asigne una "renta básica" incondicional a toda la ciudadanía y personas residentes en una zona geográfica, de una cantidad similar al umbral de la pobreza, de cara no sólo a erradicar la pobreza sino a tener una protección efectiva ante la pérdida del puesto de trabajo (Raventós, 2009). Un modelo que no sólo fije un salario mínimo decente donde no lo haya, sino también un salario máximo. Que ponga fin al empleo basura, que dignifique los salarios y establezca un subsidio de desempleo indefinido para toda persona trabajadora en paro. Un modelo que erradique la eliminación de impuestos directos que favorece principalmente a las rentas altas, e introduzca una fiscalidad progresiva vía impuestos directos que graven de forma proporcional según los ingresos y beneficios (haciendo pagar más a quién más tiene) y la vuelta al impuesto sobre sucesiones.

Un modelo, en definitiva, que contemple el reconocimiento de los derechos sociales básicos como derechos subjetivos y exigibles.

La democracia es incompatible con el capitalismo. El capital internacional, las grandes multinacionales y, por extensión, los gobiernos neoliberales, reaccionarios, y los socialdemócratas, siempre temerosos, han secuestrado la política, la capacidad libre de decidir sobre lo esencial a los ciudadanos y ciudadanas. Por eso esta crisis se ve acentuada, a su vez, por una crisis política de deslegitimación de la función de los Estados puestos al servicio del capital. Se cuestiona la función de los gobiernos, de partidos políticos y de la construcción de espacios y procesos democráticos reales, al estar dominados por su sometimiento a los grandes intereses corporativos. De ahí que también y simultáneamente es urgente y necesario refundar la democracia sobre unas bases sólidas y no fundamentada en el secuestro por parte del mundo de las finanzas.

Los que no nos resignamos a pagar con nuestras vidas las facturas de otros, creemos que la salida alternativa a la crisis capitalista pasa por la creación de un movimiento social capaz de imaginar y crear las bases de un auténtico Socialismo democrático del Siglo XXI que refunde la economía y la sociedad sobre bases más justas, más sociales, más igualitarias y más democráticas.

BIBLIOGRAFÍA

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miércoles, 8 de abril de 2009

Unas reflexiones imperdibles sobre la realidad argentina

Para una crítica del “espíritu cívico”

Por Matías Landau *

Asistimos a la difusión de un discurso novedoso basado en una mezcla sui generis de términos de proveniencia heterogénea, como “religiosidad”, “cívico” y “ciudadano”. Quizá su exponente más conocido sea el rabino Sergio Bergman, orador en los actos del “campo” y contra la inseguridad. Sus ideas pueden leerse en su libro Argentina ciudadana, prologado por Jorge Bergoglio. Según el diagnóstico que allí ofrece, el medio para solucionar nuestros problemas sería construir una “religiosidad cívica” o un “espíritu cívico”. Este último es “la energía potencial de un individuo que nace en un país como simple habitante y se hace ciudadano ejerciendo –poniendo en práctica con vocación y devoción espiritual– los ideales y los valores comunes de la sociedad proyectada y soñada por todos”. Según Bergman, el “espíritu cívico” tiene la misma estructura que la “espiritualidad religiosa”, puesto que ambas se traducen en una “existencia moralmente ejemplar”.

Si citamos a Bergman no es porque interese particularmente su persona, sino porque el universo de sentido que construye se corresponde con las transformaciones en el discurso político dominante en los grandes medios de comunicación y en muchas de las figuras políticas de la oposición. En este sentido, aunque se haya convertido en su cara más conocida, Bergman encarna un movimiento que lo excede. Dicho movimiento es el resultado de la maduración de un proceso que lleva más de un cuarto de siglo y que en el último año ha mostrado una faceta hasta entonces inédita.

La dimensión de más largo plazo de este proceso es la transformación de la significación del término “ciudadano”. Según la lógica de Bergman, ciudadano no se “nace” sino que se “hace”. Esta significación no es en absoluto original, puesto que se corresponde con el destino que el neoliberalismo le guardó al término ciudadano. En el mundo de posguerra la ciudadanía era la referencia que permitía demandar al Estado el acceso a los derechos civiles, sociales y políticos que le correspondían a todos los nativos por el sólo hecho de haber nacido en el país. Pero en las últimas décadas esa concepción comenzó a ser criticada por su “pasividad” y a abogarse por una ciudadanía “activa” y “responsable”. El resultado fue la asociación de la ciudadanía a la participación, creando la fórmula de la “participación ciudadana”, que se esfuerza por aclarar que no es ni “política” ni, Dios nos salve, “popular”. Hoy el uso del término “ciudadano” como adjetivo permite convertir, como por arte de magia, todo lo que toca en impoluto y desinteresado, creando la idea de una comunidad sin conflicto en la que sólo existiría el “bien común”.

Lo ocurrido con el término “ciudadano” es una primera fase caracterizada por la sustitución de toda referencia política y social por un discurso eminentemente cívico, cargado de un fuerte contenido moral. A partir del menemismo este discurso dio como resultado la construcción de diversos dispositivos tendientes a controlar la política “desde afuera”. La lógica imperante era que tener una actitud “ciudadana” suponía controlar la política y los políticos, presentados como corruptos e ineficientes por naturaleza. El punto culminante de ese proceso fue el caso del falso ingeniero Blumberg. Pero, en un escenario en el que aún lo “ciudadano” y lo “cívico” debían claramente separarse de lo “político”, su paso de un lado al otro le costó caro.

En el último año, como consecuencia de la lucha por las retenciones, este proceso ha conocido una nueva transformación. El discurso cívico-ciudadano invadió el campo político, transformándolo profundamente. Desde la oposición se fue construyendo un universo de sentido en el que la única distinción que se presenta como válida es la de dos bandos antagónicos, de guardianes de las instituciones contra gobernantes autoritarios, dialoguistas contra violentos. No es de extrañar que el discurso religioso se acoplara al cívico-ciudadano, reforzando la distinción moral entre los “fieles” que profesarían una verdadera “religiosidad cívica” y quienes adherirían a los viejos ritos paganos del “clientelismo”. Este cambio le permitió a la oposición dos cosas: por un lado, legitimar una imagen de la “política buena”, que se interesa por “la gente” (o, el “campo”, que vendría a ser lo mismo); por el otro, evitar cualquier especificación ideológica, puesto que, como diría Carrió, “entre buena gente no hay que agredirse”. Ningún sistema político puede sostenerse sobre esta distinción. Es necesario condenar cualquier tipo de simplificación que haga de la campaña electoral una fábula moralizante.

* Sociólogo, docente de la UBA y la UNL.

lunes, 6 de abril de 2009

El Fracaso de Londres 1933 ( y en 2009? )

El 12 de junio de 1933 tuvo lugar en Londres la Conferencia Internacional Económica y Monetaria que reunió a representantes de 66 países con la tarea de coordinar medidas de política económica para salvar al mundo de la Gran Depresión. Con exquisita puntualidad, a las 3 de la tarde, hizo su entrada en la gran sala cuadrangular del Museo de Geología el rey Jorge V para pronunciar las palabras de apertura. La sala, sin flores y sin apenas decoración, se hallaba atestada de jefes de Gobierno, ministros, diplomáticos, asesores y periodistas. Los delegados, ataviados con chaqué negro como exigía la etiqueta, aparecían relajados. Gentes que se conocían de anteriores conferencias en Lausana, Basilea y Ginebra. Allí estaba Daladier y Von Neurath; el canciller Dollfuss y el italiano Guido Jung; también los soviéticos Litvinoff y Maisky; el japonés Kirurjio Ishii y el chino Soong, y los anfitriones, con el canciller del Exchequer, Chamberlain, a la cabeza. La representación de la española República de Trabajadores la ostentaba el ministro de Economía, Luis Nicolau d'Olwer, y a su lado se sentaba el imprescindible Flores de Lemus. El discurso inaugural, serio y distendido, lo pronunció el primer ministro, Ramsey MacDonald.

La necesidad de la cooperación internacional para salir de la depresión era compartida por la mayoría de los delegados. En mayo, John Maynard Keynes había publicado un incisivo opúsculo, The means to prosperity (El camino hacia la prosperidad), señalando que la recuperación pasaba por la concertación económica. El presidente Roosevelt, que ocupaba la Casa Blanca desde marzo de 1933, le había dicho a su secretario de Estado, Cordell Hull, que hiciese todo lo posible en Londres para que se emprendiesen acciones contra la Gran Depresión: políticas monetarias y fiscales expansionistas, rebajas de aranceles, supresión de cuotas a la importación y eliminación de los controles de cambio. Roosevelt, en sus apenas 100 días en la Casa Blanca, había lanzado 15 medidas de choque como avanzadilla de su New Deal. Una de ellas, la más espectacular, había sido la suspensión del patrón oro, el 18 de abril, y la consiguiente devaluación del dólar.

La conferencia se prolongó hasta el 27 de julio. Ya en la segunda jornada, las sonrisas se tornaron en gestos adustos cargados de preocupación. En 1933 la crisis mundial iniciada en 1929 llevaba tres largos años y había producido un descenso de la producción mundial superior al 25%, y un pavoroso aumento del desempleo, que en Estados Unidos y Alemania rondaba el 20%. La crisis había contraído el comercio mundial y puesto en marcha una espiral deflacionista. El colapso bancario de la primavera de 1931 había desarticulado el sistema financiero y monetario internacional. El ambiente no estaba para grandes alegrías. Hitler había ascendido al poder en enero de ese año y la Europa democrática estaba asediada por el fascismo y el comunismo. Las naciones que no habían sucumbido a la tentación autoritaria sentían la presión de la calle y de los sindicatos. Había que encontrar una solución.

Francia se hallaba en situación desesperada, con una caída de su producto interior superior al 15%, el desplome de sus ingresos fiscales y un paro ascendente que amenazaba la estabilidad de la III República. Para defender su economía, las autoridades francesas habían decidido mantener el patrón oro con un franco fuerte. Querían también una estabilización monetaria y la condonación de las deudas derivadas de la Primera Guerra Mundial. Los anfitriones, sin embargo, no estaban por la labor. La devaluación de la libra esterlina en 1931 les había rendido buenos frutos y había permitido al Banco de Inglaterra emprender una política monetaria expansiva y de bajos tipos de interés. Abogaban por la eliminación de las deudas de guerra, pero no querían oír la palabra "estabilización". Y coincidían con los americanos en la defensa del librecambio.

Americanos, británicos y franceses llevaron el peso de la conferencia, pero las agendas del resto de los países también repercutieron en las negociaciones.

Los soviéticos introdujeron cuestiones políticas y de seguridad continental, y poco les preocupaba el hundimiento del capitalismo. El Gobierno nazi antepuso la resolución de los asuntos políticos pendientes y por su cuenta emprendió el camino de la autarquía. Italia defendía el patrón oro e insistía en la supresión de las deudas interaliadas. Los intereses nacionales hicieron acto de presencia y el espíritu internacionalista al que había apelado Roosevelt murió. La dificultad de alcanzar acuerdos apagó el entusiasmo de aquellos que habían pensado que Londres era la salvación. Los delegados hicieron las maletas y regresaron a sus países con las manos vacías. El fracaso le costó al mundo más años de depresión.

¿Por qué fracasó Londres 1933? Se atribuye el fiasco a Estados Unidos, incluso al propio Roosevelt, que en el curso de aquel verano del 33 cambió sus prioridades. Antepuso la recuperación de la producción americana y la reducción del paro a cualquier otra consideración. Su preocupación por la marcha de la economía mundial y por los asuntos monetarios disminuyó. No quería atarse las manos con acuerdos internacionales que limitasen su libertad de acción. El 2 de julio Roosevelt lanzó su célebre bombazo (bombshell): una declaración en la que afirmaba que consideraría una catástrofe que la conferencia de Londres se extraviara buscando una estabilidad monetaria artificial. Los partidarios del patrón oro se enfurecieron: Francia, Italia, Polonia, Holanda, Bélgica y Suiza redactaron un comunicado contrario al del presidente americano.

Estados Unidos no fue el único responsable del fracaso. Para Gran Bretaña la cita tenía un interés relativo, era una ocasión para plantear el asunto de las deudas de guerra e impedir devaluaciones competitivas de dólar. Para Francia, conservar el patrón oro era esencial, después del sufrimiento que había costado conseguirlo en los años veinte. Además, la atmósfera política europea estaba cargada de hostilidad. Hitler tenía como objetivo la militarización. A Mussolini sólo le preocupaban la política italiana y la expansión en África. La Unión Soviética veía la Gran Depresión como un paso más del capitalismo hacia su autodestrucción. El resto de las naciones habían viajado a Londres a defender sus intereses particulares.

viernes, 3 de abril de 2009

El gran circo de Londres

Por Atilio A. Boron

Meses atrás la formidable maquinaria propagandística del imperio alimentaba la ilusión de que la reunión del G-20 en Londres le daría la estocada final a la crisis. Sin embargo, a medida que se acercaba la fecha comenzaron a oírse voces discordantes. Nicolas Sarkozy y Angela Merkel lanzaron baldes de agua fría sobre el inminente cónclave y el anfitrión, el “progresista” británico Gordon Brown, aconsejó bajar las expectativas al paso que un número creciente de economistas críticos e historiadores advertían sobre lo fútil de la tentativa. Pese a ello los ilusionistas y malabaristas del sistema no dejaron de ensalzar la reunión de Londres y tratar de que las tibias medidas que allí se adoptasen fuesen interpretadas por el público como propuestas sensatas y efectivas para resolver la crisis.

Como era de esperar, poco y nada concreto salió de la reunión. Y esto por varias razones. Primero, porque lo que con arrogancia e ignorancia inauditas algunos caracterizaron como Bretton Woods II ni siquiera se planteó la pregunta fundamental: ¿reformar para qué, con qué objeto? Al soslayarse el tema por omisión quedó establecido que el objetivo de las reformas no sería otro que el de volver a la situación anterior a la crisis. Esto supone que lo que la causó no fueron las contradicciones inherentes al sistema capitalista sino aquella “exuberante irracionalidad de los mercados” de la que se lamentaba Alan Greenspan, sin percatarse que el capitalismo es por naturaleza exuberantemente irracional y que esto no se debe a un defecto psicológico de los agentes económicos sino que tiene sus fundamentos en la esencia misma del modo de producción. Segundo: dado lo anterior no sorprende comprobar que el G-20 haya decidido fortalecer el papel del FMI para liderar los esfuerzos de la recuperación, siendo el principal autor intelectual de la crisis actual. El FMI ha sido, y continúa siendo, el principal vehículo ideológico y político para la imposición del neoliberalismo a escala planetaria. Es una tecnocracia perversa e inmoral que percibe honorarios exorbitantes (¡exentos del pago de impuestos!) y cuya pobreza intelectual la resumió muy bien Joseph Stiglitz cuando dijo que el FMI está poblado por “economistas de tercera formados en universidades de primera”. ¿Y de la mano de estos aprendices de brujos se piensa salir de la crisis más grave del sistema capitalista en toda su historia? No hay en esto un ápice de exageración: esta crisis es la manifestación externa de varias otras que irrumpen por primera vez: crisis energética, medioambiental, hídrica. Nada de esto había en la depresión de 1873-1896 o en la Gran Depresión de los años treinta. En su entrelazamiento estas crisis plantean un desafío de inéditas proporciones, frente al cual las recetas del FMI no harán sino profundizar los problemas hasta extremos insospechados. Tercero: dada esta situación el tema es demasiado grave para dejarlo en manos del G-20 y sus “expertos”. Por eso el presidente de la Asamblea General de la ONU, Miguel D’Escoto, dijo que lo que se necesitaba no era un G-20 sino un G-192, una cumbre de todos los países, y la convocó para junio de este año. El G-20 trata de cooptar a varios países del Sur con la esperanza de robustecer el consenso para una estrategia gatopardista de “salida capitalista a la crisis del capitalismo”: cambiar algo para que nada cambie. Pero no hay posibilidad alguna de capear este temporal apelando a las recetas del FMI, y los países invitados a Londres, entre ellos la Argentina, lo mejor que podrían hacer es denunciar con serenidad pero con firmeza la inanidad de las medidas allí adoptadas y que dentro del capitalismo no habrá solución para nuestros pueblos ni para las amenazas que se ciernen sobre todas las formas de vida del planeta Tierra.

FMI, el mayor beneficiado

Por Alfredo García *

Las decisiones tomadas en la cumbre de Londres son relevantes, aunque la efectividad es tan difícil de medir como la intensidad que tomará la crisis económica internacional por la cual se reunieron. La mayoría de las resoluciones se enfocan en el mediano plazo, acorde a la dificultad y complejidad de su implementación, cuando la suerte se juega en el corto plazo, período que las economías desarrolladas manejan mejor.

En los acuerdos alcanzados, las dos posiciones que pujaban antes de la reunión quedaron abordadas. Los países se comprometen a realizar un sostenido esfuerzo fiscal para restaurar el crecimiento, centrado en la creación de empleos, por hasta cinco billones de dólares hasta fin de 2010, meta muy amplia y de difícil cuantificación. En lo financiero, se crea un organismo para la estabilidad financiera (FSB), aunque entre sus funciones no estará la regulación global del sistema financiero, sino que deberá identificar, promover, coordinar y asesorar sobre la vulnerabilidad financiera y las regulaciones de los distintos países. Se expresaron definiciones tajantes como “la era del secreto bancario ha terminado”, aunque los cambios legales que ello requiere serán tan vastos que llevará un gran tiempo lograrlo.

Quizás el más beneficiado de esta Cumbre haya sido el FMI, que además de recibir 1,1 billón de dólares de aportes de los gobiernos, se le asigna una especie de supervisión global sobre todas las economías, con el auxilio del FSB. De acuerdo a la historia del organismo, puede deducirse que los que sufrirán sus recomendaciones serán los países periféricos. La cumbre otorgó un apoyo explícito a la nueva Línea de Crédito Flexible del FMI, que exige condicionalidad ex ante, lo que significa que serán premiados los países que, de acuerdo a los criterios publicados, aplicaron las políticas neoliberales que llevaron a esta crisis. Este mayor protagonismo del Fondo lleva a preguntarse si no terminará posibilitando que los países desarrollados descarguen parte de la crisis en los países periféricos.

La regulación financiera no llegó a la profundidad requerida. Un verdadero cambio sería la adopción de un nuevo paradigma económico y político, por el cual se acepten las medidas defensivas de los países periféricos sobre los flujos de capitales, como los controles de cambios y otras medidas de intervención del Estado. Como era esperable, estas cuestiones estuvieron ausentes de la agenda de la Cumbre del G-20.

* Economista Jefe Banco Credicoop.

Estados intoxicados

Por Ricardo Aronskind *

Si bien hay que esperar más información sobre las medidas de apuntalamiento a los bancos y países más frágiles del G-20, ya se pueden señalar algunas limitaciones de lo decidido.

El esfuerzo continúa puesto en inyectar liquidez al sistema financiero mundial para evitar la continua caída de bancos, el default de países y la retroalimentación del pánico financiero.

La ilusión que parece flotar detrás de las posturas norteamericana y europea es que una vez pasada la emergencia financiera, contenido el derrumbe, se procederá a “mejorar lo que estaba mal” antes de la crisis, según ellos, la regulación de los mercados financieros.

Sin embargo, la crisis tiene raíces más profundas, ya que la “incapacidad” en los últimos 20 años para regular el mercado financiero global no proviene de una distracción, sino precisamente del poder que éste otorgó a las grandes corporaciones financieras y a algunos estados. En América latina conocemos perfectamente lo que ha significado el descontrol financiero internacional desde los años ‘70: para nuestra deuda no hubo “paquetes” sino condicionalidades interminables que profundizaron el subdesarrollo de nuestras economías.

La segunda observación es que es ir detrás de los acontecimientos pensar que la crisis está aún contenida en los bancos: la crisis ya pasó a la actividad económica real, vía consumo e inversión, y recuperar los niveles productivos previos no será cuestión de meses. Convendría empezar a pensar en medidas redistributivas audaces.

Tercero: Estados Unidos, que ha cuadruplicado su base monetaria en los últimos 18 meses, está arriesgando su moneda y la credibilidad de su deuda externa. El Estado norteamericano está aprovechando la confianza global que (todavía) hay en su moneda y en sus bonos de deuda pública, lo que ha provocado las quejas de China, expuesta a ver licuados sus activos de reserva de origen norteamericano. Algunos economistas están ya pensando en las ventajas que traería un golpe inflacionario que redujera drásticamente el peso de las deudas de empresas y particulares y contribuyera al despegue económico. Los gobiernos europeos cuyas finanzas públicas no están demasiado maltrechas (Alemania y Francia) no quieren avanzar hacia una emisión descontrolada de moneda. El G-20 busca introducir los menores cambios posibles, a pesar de la magnitud del daño causado. Todavía no se ha empezado a salir del orden de prioridades del neoliberalismo.

* Economista UNGS-UBA

¿Cambios?

Cuando se leen las conclusiones de la cumbre del G-20 resulta difícil precisar si hay en esto una vuelta de hoja de la historia. Se cumplió en todo caso con lo previsto. Siempre se supo que el FMI saldría fortalecido con una recarga de sus reservas. Y ello porque es demoledora la presión de la crisis en áreas como el Este europeo, donde si los países no son rescatados causarán un quebranto generalizado en el Occidente del Viejo Mundo, no sólo entre bancos sino naciones. También se confirmó el otro punto anticipado, el intento para blanquear a los paraísos fiscales, y que el dinero de origen al menos complicado que se esconde en esos sitios, se canalice hacia la economía formal. Esa acción despeja en algo la duda sobre de dónde saldrán parte de los fondos que revivirán a este FMI. Y es que no es posible ya seguir emitiendo para aliviar el desastre debido a la amenaza inflacionaria. Esto es tan evidente que debe buscarse allí la sugerencia de China para crear una nueva moneda de reserva, ante el temor de que la crisis haga estragos con el dólar. Por cierto, también es claro que los emergentes, entre ellos los latinoamericanos, no entran hoy en el foco de estos esfuerzos. Ese es uno de los más gruesos defectos que deja el G-20 pero sirve como dato para comprender que no es mucho, en verdad, lo que ha cambiado. El FMI no modifica su sistema de voto de modo que países como China o Brasil no pueden incidir para determinar qué políticas se siguen y a quiénes se beneficia. Es decir, a dónde va el dinero, cómo va y qué resultado se espera. Un cambio en ese sentido sí hubiera sido histórico. Mostraría preocupación por el costo social que deja esta crisis y que esmerilará a los gobiernos de muchos de los estados periféricos más afectados. La cuestión es que no hacer nada o hacerlo a destiempo no hace que el problema desaparezca. Al contrario, lo agiganta.

Hasta Bonelli dice lo mismo que Chavez

El encuentro de Londres dejó un impactante anuncio: la triplicación del capital del FMI. Pero un sabor amargo, porque por ahora ese dinero no podrá ser utilizado por la Argentina a causa de las exigencias del FMI. Dominique Strauss-Khan tiene una posición más flexible, que choca contra la vieja burocracia del Fondo. El comunicado del G-20 igual esconde otra realidad: el único anuncio concreto fue sobre el FMI, pero hubo más diferencias que acercamientos sobre coordinación macroeconómica y financiera, transparencia y regulación de los mercados. Con la realidad acuciante, es absurdo fijar como fecha para los cambios del FMI el año 2011.

Fue un saludo a la bandera

El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, señaló que las soluciones a la crisis económica mundial planteadas en la cumbre del G-20 no pasan de ser “un saludo a la bandera”, es decir, una formalidad inútil. Chávez hizo referencia a esa reunión en una llamada telefónica al canal estatal Venezolana de Televisión desde Irán, donde se encuentra de visita oficial. “Hablan de una regulación más estricta el mercado financiero, pero eso es un saludo a la bandera porque es imposible regular al monstruo financiero del sistema capitalista, y no quieren aceptarlo”, dijo. Chávez comentó que los resultados “han sido peores de lo que esperábamos” y calificó de “locura” inyectar 500.000 millones de dólares a organismos como el FMI y el Banco Mundial. “Darle fondos al FMI y el BM es como echarles carne a los zamuros (buitres), porque ellos son los villanos que han hundido al mundo”, manifestó. Chávez argumentó que la solución es “quitarle el poder al dios mercado, que más bien es el diablo, y dárselo a la sociedad”. Añadió que se presentaron iniciativas “interesantísimas” que no recibieron respaldo, como la de crear “una moneda alternativa al dólar”.

Mas regulacion en los mercados = menos transparencia

En tanto, en Estados Unidos la Junta de Normas de Contabilidad Financiera decidió impulsar determinados cambios en el sector, presionada por una buena porción del Congreso y por petición de la banca. El organismo, que dicta las reglas contables en Estados Unidos y que reporta a la Comisión del Mercado de Valores de ese país (SEC, por sus siglas en inglés), acordó una flexibilización de la norma denominada en la jerga “mark to market”. La medida obligaba a los bancos a valorar los activos anotados en sus cuentas en función de los precios de mercado, y ahora lo harán a valor nominal, lo que esquiva así el quebranto por la caída de las cotizaciones.

miércoles, 1 de abril de 2009

En las calles Londinenses antes del fracaso del G20

DISTURBIOS Y DESCONTROL EN LA CAPITAL INGLESA

Protestas en Londres contra el G-20

Miles de manifestantes coparon las calles, causaron destrozos en bancos y se enfrentaron con la policía. Extreman la seguridad para la cumbre de mañana.

Al grito de "abolición del dinero", "muerte a banqueros" y "revolución", los activistas atestaron las calles del distrito financiero de Londres. (AFP)


Miles de activistas se congregaron en el centro de Londres para protestar contra la cumbre del G-20 de este jueves. Causaron destrozos en bancos, lanzaron huevos a la policía e intentaron derribar el vallado destinado a contenerlos.

Al grito de "abolición del dinero", "muerte a banqueros" y "revolución", los activistas atestaron las calles del distrito financiero de Londres justo cuando el primer ministro británico, Gordon Brown, y el presidente estadounidense, Barack Obama, daban una conferencia de prensa en otro sector de la ciudad.

Los manifestantes bautizaron la jornada de protesta como "Día Financiero de los Tontos", que llega en vísperas de la cumbre en la que líderes de todo el mundo discutirán formas de superar la crisis financiera internacional que puso de rodillas a la economía mundial y dejó a millones de personas en la calle.

Según informaron las autoridades británicas, al menos 83.000 agentes policiales fueron desplegados por las calles de Londres para evitar desmanes e incidentes de violencia. El operativo incluye helicópteros, vehículos armados y agentes con perros por las calles de Londres.

Los manifestantes portaban imágenes de los "cuatro jinetes del apocalipsis", que representaban la guerra, el calentamiento global, la codicia financiera y la falta de hogar. Hubo al menos ocho personas detenidas por los disturbios.

Se esperan marchas frente a la Embajada de Estados Unidos en Trafalgar Square, en el centro de Londres, y en los alrededor del centro de convenciones ExCel, en el sureste de la ciudad, que albergará la cumbre.

La policía estimó que la mayoría de las manifestaciones "serán pacíficas", aunque aclaró que podrían producirse incidentes de violencia "con grupos anarquistas".

Los límites de la reforma

Por Andrés Asiain *

Las medidas anticrisis tomadas por los gobiernos de las potencias mundiales en los últimos tiempos ponen al desnudo las fuertes asimetrías que existen en el orden financiero global. Multibillonarios paquetes de rescate son lanzados a la circulación en los países del Centro. Por el contrario, los bancos centrales de la periferia se ven obligados, en pleno comienzo de la recesión, a incrementar sus tasas de interés para evitar la fuga de sus capitales hacia el norte. Lo paradójico es que la crisis se inició en pleno sistema financiero de Estados Unidos y no en los mercados emergentes.

La explicación de este comportamiento, a primera vista incomprensible, se encuentra en el papel que ocupa la moneda de las grandes potencias en el sistema financiero mundial. Un sencillo ejemplo basta para entender la diferencia cualitativa existente entre un dólar y un peso argentino, ¿alguien se imagina a algún norteamericano guardando pesos bajo el colchón?

La capacidad de emitir la moneda mundial no es un atributo que se a adquiere fácilmente. Estados Unidos lo logró aprovechando el estado de destrucción en que se encontraba Europa tras la Segunda Guerra Mundial. La supremacía del dólar fue aceptada por las otras potencias occidentales en Bretton Woods. Más tarde, cuando esos acuerdos sean cuestionados, se mantendrán por la fuerza del mercado. El de-sarrollo de los mercados financieros desregulados impondrá, de hecho, lo que los acuerdos anteriores otorgaban como derecho.

Este papel privilegiado le permite a Estados Unidos financiar su expansión militar y económica a lo largo del globo pagando en su propia moneda. También le posibilita realizar política fiscal y monetaria sin importarle sus consecuencias en términos de déficit fiscal o externo, como lo muestran las actuales medidas anticrisis.

Veamos, en cambio, la situación de la periferia en la actual crisis global. El crédito internacional se encuentra paralizado. Esto no es muy preocupante para países como la Argentina que hace tiempo no accede a los mercados financieros externos. Si es grave para otras economías, como las de Europa del Este, que han financiado su expansión mediante inversiones extranjeras. La repentina reversión del flujo de capitales desvaloriza sus monedas y vuelve impagables sus deudas externas fijadas en divisas.

Para países como el nuestro el canal de transmisión de la crisis es la caída de las exportaciones. El menor nivel de actividad de la economía mundial y el derrumbe del precio de los commodities reducen los dólares que ingresan por las ventas externas y ponen tensión sobre el valor del tipo de cambio. Las expectativas de devaluación incentivan la salida de capitales aumentando la presión a la desvalorización de la moneda local. Ante ello el Banco Central aumenta las tasas de interés enfriando la economía pese a los síntomas de comienzo de una recesión.

En este momento, los países miembros del G-20 se encuentran discutiendo la reforma del sistema financiero internacional. El papel privilegiado del dólar difícilmente sea afectado. Alguna concesión de poder a China en los organismos internacionales, un incremento en los préstamos a los emergentes con sound policy y cierta mejora en la regulación de los movimientos internacionales del capital, son las medidas que probablemente saldrán de esa reunión. Los países de la periferia no obtendrán allí las soluciones a los problemas urgentes que plantea el estallido de la crisis. En nuestro caso, en lugar de poner las esperanzas en la reforma del sistema financiero internacional, debemos comenzar por reformar el argentino. Vale recordar que, pese al paso adelante que significa la estatización de las AFJP, la apertura de la cuenta de capitales continúa condicionando la capacidad de generar crédito. Si pretendemos enfrentar la crisis internacional tenemos que recuperar el control de nuestra política monetaria. Sólo así podremos financiar las políticas de demanda efectiva necesarias para reactivar la economía sin la amenaza desestabilizadora de la fuga de capitales.

Para aquellos que, por el contrario, piensan que la solución se encuentra en la reinserción en los mercados financieros internacionales reformados, va esta cita de Keynes (que algo sabía de las crisis económicas): “El papel desempeñado por los economistas ortodoxos, cuyo sentido común ha sido insuficiente para equilibrar su deficiente lógica, ha sido desastroso en todos sus detalles; porque cuando, en su ciega lucha por encontrar una puerta de escape, algunos países se han sacudido las obligaciones que hacían imposible una tasa de interés autónoma, estos economistas han enseñado que una restauración de los antiguos grilletes es un primer paso necesario para la recuperación general”.

* CNE Arturo Jauretche.

Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

Politica Obrera