Por Ricardo Forster
Los tiempos argentinos suelen ser entre inquietantes y convulsos, pocas veces calmos y serenos. El verano se inició con “el caso Redrado”, del que ya escribí la semana pasada en esta columna destacando lo que creía, y sigo creyendo, como problema del kirchnerismo a la hora de tomar decisiones un tanto explosivas, que suelen carecer de un sustento previo y de formas adecuadas.
Pero también destacaba, en esa nota, que el Gobierno parece aprender de sus errores tomando medidas que suponen un claro gesto hacia adelante en la perspectiva de una profundización de lo mejor que se viene desplegando desde el 2003 (pienso, eso es obvio, en la salida de la crisis desatada por el voto no positivo de Cobos en 2008 que supuso, nada más ni nada menos, que la implementación de medidas fundamentales como la movilidad jubilatoria y la reestatización de las AFJP junto con la recuperación de Aerolíneas Argentinas y, con una intensidad no menor, lo que surgió de la derrota del 28 de junio del año pasado: ley de medios audiovisuales y asignación universal).
Equívocos y errores se entrelazan con aciertos indudables, como destacando los límites de una forma decisionista que imperó e impera en los Kirchner desde un comienzo amalgamada con la estructura cerrada, prácticamente encriptada, desde la que suelen tomar sus decisiones fundamentales. Allí encuentro un problema central a la hora de entrelazar esas medidas con la imprescindible construcción de una fuerza social capaz de sostener en el tiempo la orientación popular de esas mismas decisiones. Carencia de origen que no parece encontrar, al menos por ahora, alternativas efectivas.
En otras notas hablé de lo espasmódico, de ese zigzagueo que muchas veces produce un efecto de “Biblia y calefón”, como, por ejemplo, lanzar primero el nombre de Mario Blejer como sucesor de Redrado en la presidencia del Banco Central para luego, y en un giro que no dejó de causar sorpresa y algo de estupor en el establishment económico y mediático y alegría en los sectores populares y progresistas, designar a Mercedes Marcó del Pont.
Para que se entienda lo que intento destacar: no da lo mismo, no puede dar lo mismo el intercambio de nombres o el juego de adivinanzas que nos ofrece como alternativas posibles a dos personas que representan las antípodas del pensamiento económico y que responden a visiones completamente diferentes de país. De la misma manera que la extensión del mandato del ex golden boy al frente del Banco Central por 6 años no puede sostenerse en lo que motivó, en un principio, su nombramiento: la necesidad de llevarle calma a los “mercados” y a la corporación financiera en el momento en el que se iba a iniciar la operación, que resultó exitosa, de la reducción de la deuda externa durante el mandato de Néstor Kirchner, que culminó con el desendeudamiento con el FMI.
Finalizado ese arduo camino se volvía necesario refijar las políticas monetarias y el papel del Banco Central para ponerlo claramente en coincidencia con lo que el Gobierno nacional venía haciendo. Redrado, como Blejer, representan una visión ortodoxa y monetarista que se entrelaza con la ideología neoliberal. Mercedes, en cambio, se vincula directamente con aquellos que defienden el mercado interno, la ampliación del crédito, el sostenimiento del empleo y el avance hacia una redistribución efectiva de la riqueza, además de imprimirle a su rol de funcionaria un sesgo ideológico que la aleja de la asepsia tecnocrática tan reclamada por los economistas del establishment y la vincula con las tradiciones nacionales y populares, mostrando que algo de lo mejor del kirchnerismo es haber reinstalado los debates político-ideológicos allí donde los ’90 menemistas los habían clausurado por anacrónicos.
La elección de Mercedes Marcó del Pont no podía ser más atinada atendiendo no sólo a la coyuntura por la que atravesamos sino, fundamentalmente, de cara a evidenciar la orientación de un gobierno necesitado de explicitar el sentido de sus decisiones a la hora de intentar recuperar parte del apoyo perdido en los últimos dos años. De ahí que insista en la “diferencia” contundente que distancia un nombre del otro, que vuelve imposible intercambiar, como si diera lo mismo, Blejer con Mercedes.
Esa construcción de un relato coherente se vuelve, hoy, indispensable y su carencia desnuda los errores, algunos casi ridículos, que comete el Gobierno al tomar ciertas decisiones (todo el affaire Redrado puede ser leído a partir de ese núcleo problemático que llevó al Gobierno hacia un territorio de arenas movedizas que casi lo hunden cuando la solución hubiera sido mucho más sencilla respetando los tiempos y las formas institucionales que, en este caso, eran mucho mejores y más eficientes que los golpes de efecto).
Perder de vista que es importante recuperar el apoyo de un sector de la clase media puede llevar directamente hacia la derrota en el 2011; y eso sucede cuando se eligen alternativas que traen confusión o que simplemente resultan insostenibles (dentro de este panorama aparecen los famosos 2 millones de dólares comprados por Néstor Kirchner en noviembre de 2008 que, más allá de su condición legal, se vuelven intolerables a los ojos de una opinión pública muy sensible y, claro, azuzada por algunos medios de comunicación; pero también se convierten en un problema para gran parte de quienes apoyan al gobierno y se preguntan si no hay incompatibilidad entre encabezar un proyecto popular y pensar en los negocios personales aunque no haya ningún dolo en eso).
Un relato político que busque una matriz redistribucionista no se construye apenas con giros retóricos ni con buenas intenciones discursivas; exige, también, hechos contundentes que puedan ser decodificados por aquellos que deberían sentirse interpelados.
De ahí, entonces, la necesidad imperiosa de aclarar y comunicar con mejor vocación el sentido de algunas medidas y de un nombramiento como el de Mercedes. Poder transmitirle a la sociedad qué se disputa alrededor de la famosa autonomía del Banco Central, qué significan las reservas, por qué se defiende, desde el establishment financiero, su “intangibilidad” y su no uso para saldar deuda externa; qué modelo de Banco Central diseñó el neoliberalismo para nuestro país y por qué es fundamental salir de él modificando la carta orgánica y estableciendo una relación directa con las políticas del Ejecutivo; qué relación existe entre impedir la puesta en marcha del Fondo del Bicentenario y la recaída en políticas de ajuste fiscal que, en épocas recientes, llevaron al país al desastre mientras que unos pocos acumulaban ingentes riquezas.
El Gobierno debe salir con insistencia, machacando una y otra vez, a decir estas cosas, mostrando el oportunismo de cierta oposición que se vuelve cómplice de las corporaciones económicas. Amalgamar relato y acciones allí donde la batalla cultural sigue siendo uno de los ejes alrededor del cual gira la contienda y el conflicto entre modelos antagónicos de país.
La salida de Redrado, el haber abortado el nombramiento de Blejer, y la elección de Mercedes Marcó del Pont deben ser inscriptos en un relato verosímil que sea capaz de horadar la matriz neoliberal que sigue cautivando a amplios sectores medios. Pero para avanzar en esa dirección lo previo, esto es: la clara explicitación de las decisiones que se toman de cara a la sociedad, y la voluntad de abrir la participación de otros actores políticos y sociales constituyen componentes impostergables de un proyecto que se quiere democrático, popular y redistribucionista.
En la última expresión está claramente explicitado practicamente lo mismo que dijo Luis D´elia en su editorial en Radio Cooperativa cuya desgrabación posteó Lucas y vale la pena leer en su totalidad porque queda bien claro que el gobierno no se puede seguir equivocando en este punto a riezgo de perder a un amplio sector de la sociedad que hoy lo apoya incondicionalmente.
miércoles, 10 de febrero de 2010
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