Neomenemismo bien PRO , chiste político?, mas que chiste es tragedia que haya gente tilinga que pueda votar a Del Sel

Miguel del Sel
El elegido de Macri, un mal chiste político

Por Ricardo Ragendorfer Periodista

El único roce que tuvo Del Sel con el escarpado mundo del poder fue haber sido uno de los bufos que en década del ’90 solía amenizar las sobremesas de su amigo, el ex presidente Menem.

Ya se sabe que la polémica en torno a Mario Vargas Llosa reavivó un litigio teórico que data desde la noche de los tiempos: el vidrioso vínculo entre el arte –con la literatura incluida– y la política. Es que en el primero de esos campos se llega a un punto en el cual sus hacedores, lejos de controlar la construcción de sus obras, terminan dominados por ellas. En tales casos –como alguna vez dijo Octavio Paz–, lo que los artistas dicen “deja de pertenecerles, puesto que por sus cuerdas vocales comienza a correr la voz de la condición humana”. De modo que el arte siempre es revolucionario. Incluso en manos de autores que, a la vez, carecen de la más elemental nobleza de ideas. Y esa discordancia no deja de tener su lógica.

Porque suponer que en un objeto creativo debe cuajar su potencia con la virtud política de quien lo firma es una utopía casi infantil. De hecho, nada tiene que ver el franquismo recalcitrante de Salvador Dalí con sus telas. Ni los libros de Louis-Ferdinand Céline, una de las plumas francesas más intensas del siglo pasado, con su fervor por los invasores nazis. Ni, desde luego, dos o tres títulos del propio Vargas Llosa con su cosmovisión inspirada en la Escuela de Chicago. En resumidas cuentas, es interminable el listado de artistas y escritores que dejaron su huella en la Historia sin ser ejemplares en el plano cívico. Pero también existen los creadores que en sus obras siempre fueron fieles con sus convicciones políticas. Y entre ellos, sin ninguna duda, se destaca la nueva esperanza del PRO: Miguel del Sel.

La precandidatura de este personaje a gobernador de Santa Fe fue fruto casi de una humorada. Todo empezó en la estancia tandilense La Carlota, durante la fiesta nupcial de Mauricio Macri y Juliana Awada. Tal jubileo ya de por sí parecía un gag urdido por Gerardo Sofovich. Fue cuando el acaudalado novio sufrió un principio de asfixia mientras imitaba a Freddie Mercury, al tragarse un bigote postizo. Al rato, ya obnubilado por la mezcla de champán y clericó, le ofreció al integrante de Midachi encabezar la lista del PRO en su provincia. Y lo hizo ante la sorprendida mirada de su guía espiritual, Jaime Durán Barba. Dicen que, luego, Macri se olvidó del asunto. Días después, al regresar de su luna de miel, el gurú ecuatoriano, quien ya había encargado una encuesta al respecto, lo abordó con las siguientes palabras: “Miguelito arranca con una intención de voto del 20%.” Ello selló el destino del cómico.

Su brinco del arte puro al “arte de lo posible” tendría una excelente acogida por parte de sus nuevos compañeros de ruta. Tal fue el caso del subsecretario de Inversiones porteño, Carlos Pirovano –el mismo que recientemente propuso abolir la educación pública–, quien no dudó en manifestar que Del Sel era “un mártir, por la agresividad del gobierno con los que piensan distinto”. Lo cierto es que el tipo sabía de lo que hablaba. Sólo bastó que en su primer discurso de campaña el santafesino expresara su deseo de que “los negritos se bañen con agua caliente y dejen de manguear” para que el régimen desatara contra él un implacable hostigamiento, iniciado con una denuncia por discriminación en el INADI. Sí, en cambio, se le puede achacar su falta de experiencia. Ocurre que en sus 53 años de vida, el único roce que tuvo Del Sel con el escarpado mundo del poder fue haber sido uno de los bufos que en la década de 1990 solía amenizar las sobremesas de su gran amigo, el ex presidente Menem. A ello se le suman sus estudios secundarios incompletos y que su única fuente de información sea –según sus dichos– el diario deportivo Olé. Tan es así que por el simple hecho de suplir los agujeros de su formación con una envidiable espontaneidad, Del Sel causa un asombro no menor entre los dirigentes más veteranos. Sin ir más lejos, su compañero de fórmula, el magnate sojero Osvaldo Salomón –al que recién conoció cuando inscribieron su lista en la justicia electoral–, le susurró a un asesor al oído: “Este muchacho ni siquiera está al tanto de la división de poderes del Estado.” Mauricio no se equivocó: Del Sel es un verdadero animal político.

A esta altura, cabe un interrogante: ¿qué extraño resorte psicológico induce a hombres como él a suponer que son idóneos para gobernar? En una reciente entrevista concedida a Radio 2, de Rosario, el cómico aseguró estar “más allá de la izquierda o la derecha”, ( discurso típico de todo sujeto de la derecha ) y remató esa idea con una frase de ocasión: “Lo que hay que darle a la gente es alegría.” Es que Del Sel imagina que su condición de comediante le será de suma utilidad para regir un Estado. Lo cierto es que comparte semejante creencia con otras figuras del espectáculo o el deporte tentados con un destino político.
Ese, por ejemplo, es también el caso del ex árbitro Javier Castrilli, reciclado en la actualidad como precandidato a jefe de gobierno porteño por la rama del Peronismo Federal liderado por Mario Das Neves. Es que el Sheriff –tal como lo llamaban en las canchas– presume que su sapiencia sobre el reglamento del balompié lo habilita para estar al frente de una ciudad. Y, además, lo afirma en voz alta: “Dicen que se juega como se vive. Yo agregaría que se dirige como se vive, tanto en el fútbol como en la política”, fueron sus exactas palabras.

En esa clase de razonamiento, el propio Macri es un paradigma. Durante un encuentro con la embajadora de Estados Unidos, Vilma Martínez, el heredero de Franco –según un cable filtrado por WikiLeaks– explicó: “Mi gestión en Boca, en especial el manejo del vestuario y el reparto de las entradas, me preparó para aspirar a la presidencia.” Quizás entonces Del Sel sea un candidato ideal: es que lo que hace más atroz a la política es su, precisamente, estructura de chiste.

Fuente : Tiempo Argentino