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domingo, 1 de mayo de 2011

Del 1 de mayo de 1886 a 2011

El devenir del trabajo



Hoy, el escenario laboral es un terreno en disputa donde lo instituido y lo instituyente en algunos casos confrontan y en otros encuentran fórmulas de articulación. El devenir de la necesaria transformación del quehacer sindical es uno de los temas a resolver en la agenda política de estas experiencias de crecimiento económico con distribución. Negar este dato de la realidad es idealizar lo viejo y no valorar los aportes de lo nuevo.


Debemos ver en cada 1 de mayo la esperanza de una aurora social y la promesa de días mejores. Pero sin olvidar que es la memoria de los mártires de Chicago la que reivindican los trabajadores, al exponer su descontento en la paralización de todas las energías productivas.” Así se conmemoraban a principios del siglo XX, en un mitin libertario en Plaza Lorea, los 25 años de la masacre del 1 de mayo de 1886.

En esos tiempos de superexplotación masiva y exclusión generalizada, las banderas de lucha del proletariado eran por las ocho horas de trabajo y por la supresión del trabajo infantil. En ese 1 de mayo de 1886, el proletariado irrumpía en el escenario de una burguesía ascendente, que pretendía que el creador de toda la riqueza del mundo se resignara a acampar en los confines de la sociedad capitalista, como un mero objeto de explotación. Las luchas por la disminución de la jornada laboral y la prohibición del trabajo infantil eran el combustible de la conflagración de clases. Ante la imposibilidad del aplastamiento generalizado, los dueños del poder enfrentaron a las masas sin abandonar la coerción y el terror. Pero, ¿cuál fue el devenir del trabajo asalariado desde esos tiempos a nuestros días de dualismo capitalista de consumismo y exclusión?

Lo que algunos autores llamaron la “condición obrera” fue el resultado histórico del potencial desestabilizador de las fuerzas del trabajo por sus legítimos derechos. El fordismo fue la respuesta del capital, y la integración subordinada del universo de los trabajadores fue la constitución del denominado obrero-masa y su incorporación al mundo del consumo. Fueron los tiempos de la vivienda obrera, la salud pública y la educación básica como nueva matriz del operario despojado de saber hacer, característico de los oficios de la primera etapa del capitalismo y su anclaje a la línea de montaje y a la producción masiva. La disminución de los tiempos muertos fue la nueva norma del patrón de acumulación capitalista. El fordismo y la organización científica del trabajo, junto con la legalización de los sindicatos, fueron la medicina para un cuerpo social “enfermo de insubordinación”.

Un elemento impensado en los tiempos de las jornadas de Chicago de 1886 es el andamiaje jurídico y legal, que fue plasmándose en el denominado derecho colectivo y la institucionalización de las organizaciones sindicales. Lo que algunos autores llaman “la metamorfosis de la cuestión social”, que derivó en un largo devenir de insubordinación.
De la condición proletaria, donde el obrero –como diría Comte– “tan sólo acampaba en las cercanías de la sociedad capitalista”, pasando por la condición obrera y la transformación de las sociedades de resistencia del anarquismo, en sindicatos de masas, o con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, la extensión de la llamada condición salarial, que generalizó los convenios, las escalas salariales y el llamado salario indirecto, con todas las conquistas que fueron banderas de luchas de generaciones pretéritas.

Todo ese proceso fue el común denominador de los 30 años del llamado “círculo virtuoso” de producción y consumo del “Estado de Bienestar” y el desarrollo europeo de la segunda posguerra. O en países periféricos como la Argentina, donde el distribucionismo sui géneris del peronismo dio un salto cualitativo en los niveles de inclusión de las masas. Hasta que en la década de 1970, el paradigma de la llamada sociedad del bienestar se derrumbó y ante la nueva crisis se instaló el escenario apropiado para que prendieran las ideas del neoliberalismo. Millones de desocupados emergieron en la geografía como el costo social “necesario” para recomponer la tasa de beneficios de los que más tienen y barajar y dar de nuevo. Esos años de despidos masivos, estanflación y grandes derrotas obreras sembró al mundo de desocupados, y se parieron las condiciones objetivas y subjetivas de docilización de millones de trabajadores, que fueron aceptando el recorte de sus condiciones de vida, en favor de un supuesto futuro de potenciales inversiones.

Así nació la flexibilización laboral, hija del ajuste neoliberal y la desocupación, que en pocos años se convirtió en el llamado trabajo precario, sin seguro de salud, por contrato a término, sin vacaciones, y en muchos casos en negro. Esa forma de trabajo, que según cifras de la OIT supera el 50% entre los jóvenes ocupados en el actual mercado laboral en el planeta, todos los años ha crecido desde la década de 1980 a nuestros días, a pesar de la acumulación de ganancias que han tenido las empresas desreguladas. Es cierto, la teoría del derrame no llegó, y el trabajo precario y su degradación vino para quedarse.
En este escenario heredado de la reconversión de los ’70, en septiembre de 2008 implosionó el mito del bienestar de los países centrales y la crisis emergió de las entrañas mismas de Wall Street.

En la actualidad, según cifras de la OIT, la mayoría de los asalariados en el mundo siguen trabajando un promedio mayor a las diez horas diarias, y en gran cantidad de países siguen siendo explotados un total de 75 millones de niños que no tienen acceso a la educación y que engrosan las elevadas ganancias de multinacionales. El fenómeno de la desocupación volvió con más fuerza en los países desarrollados y las economías artificialmente prósperas, como las del sur europeo –España, Grecia y Portugal–, que son el síntoma más evidente de la vigencia de las recetas del neoliberalismo en gran parte del mundo globalizado. Esta tendencia planetaria de naturalización de las políticas de ajuste, equilibrio de las cuentas fiscales y socialización a la multitud trabajadora de la crisis endémica de un sistema basado en el consumismo desenfrenado, que ha transformado la subjetividad de clase de los asalariados en la atomización individualista del consumidor pasivo, se ha convertido en el principal obstáculo para que las iniciales resistencias de la multitud de afectados pudiera evitar o hacer retroceder en sus planes a los gobiernos tanto conservadores como socialdemócratas que fueron imponiendo el decálogo fondomonetarista para salir de la crisis. Mientras tanto, las anquilosadas y minoritarias organizaciones obreras de las sociedades contemporáneas de los países desarrollados se vieron incapaces, más allá de su resistencias puntuales, de revertir los planes de ajustes profundos que han repercutido en la calidad de vida de las grandes mayorías. En paralelo con esta oprimente situación de los países centrales, tanto en el mundo árabe como en el subcontinente sudamericano –desde hace más tiempo–, la implosión de la matriz neoliberal ha tenido como principal efecto el resurgir de la actividad sindical, con resultados disímiles, pero con el común denominador de limitar a las patronales en su accionar y frenar la extensión indiscriminada de la tercerización y el trabajo precario. Bajo ese nuevo signo, se van organizando importantes camadas de jovenes asalariados, que hacen sus primeras experiencias en la organización colectiva de sus demandas.
Hoy, el escenario laboral es un terreno en disputa donde lo instituido y lo instituyente en algunos casos confrontan y en otros encuentran formulas de articulación. El devenir de la necesaria transformación del quehacer sindical es uno de los temas a resolver en la agenda política de estas experiencias de crecimiento económico con distribución. Negar este dato de la realidad es idealizar lo viejo y no valorar los aportes de lo nuevo.

Los años futuros, y la articulación de esos procesos heterodoxos, que se han convertido en una suerte de anomalía dentro de la lógica dominante durante décadas de neoliberalismo y ajuste, con las nuevas camadas de jóvenes trabajadores y la mutación necesaria de las históricas herramientas sindicales, serán uno de los reaseguros que este proceso de reverdecer de las formas colectivas tiñan con su impronta el modelo de crecimiento con distribución abierto en el otoño de 2003, fortaleciendo y extendiendo la base de sustentación de las batallas aún pendientes en relación al mejoramiento de las condiciones de trabajo, y del mejoramiento de la calidad de vida de los que viven de su trabajo, como producto de una distribución más justa de la riqueza generada por el trabajo de todos, bajando aun mas los inaceptables niveles de inequidad, aún hoy existentes.

Fuente : Tiempo Argentino

2 comentarios:

Daniel dijo...

Muy buen artículo.

Un abrazo Javier, en nuestro día.

H.M. dijo...

Muy bueno!!

Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

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