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lunes, 17 de octubre de 2011

Kirchnerismo, juventud y política

Por Sebastián Artola *

Desde la llegada al gobierno, el 25 de mayo de 2003, hasta el presente, el kirchnerismo atravesó tres momentos. Una primera etapa marcada por el liderazgo de Néstor Kirchner, y la tarea casi en soledad de reconstruir una autoridad pública y relegitimar una representación política tras la debacle de 2001, caracterizada por una adhesión social mayoritaria y multicolor, unida por el interés compartido en lograr estabilidad institucional y superar la crisis económica. Un segundo momento que se inicia con la puja redistributiva frente a las patronales agrarias, cuyo saldo será lo que algunos denominaron como “minoría intensa”, una base de apoyo activa, militante, ideológica, con creciente presencia juvenil, pero reducida con relación al conjunto social, que va a quedar más que claro en las elecciones de 2009. Y una tercera etapa que se abre con el impulso a la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, pasando por el impacto de la Asignación Universal por Hijo; la recuperación económica después del sacudón internacional, sobre la base de políticas de promoción del empleo y el poder adquisitivo; las torpezas de la oposición política; la aprobación del matrimonio igualitario; los festejos del Bicentenario; y, por supuesto, la multitudinaria despedida a Néstor Kirchner , protagonizada por los cuerpos y las voces del pueblo, con sus trabajadores, amas de casa, profesionales, productores y, principalmente, jóvenes que lo reconocieron como el “único héroe en este lío”, que darán forma a una nueva mayoría social de respaldo al gobierno.

Esta renovada adhesión, en cuyo fondo late el quiebre de la hegemonía del discurso mediático dominante, sin dejar de ser heterogénea, pero con una conciencia política sustantiva sobre las conquistas alcanzadas en estos años, pasará a articularse en torno de la “defensa del modelo”, del “Nunca menos” y de la expectativa variada pero común respecto de que éste es el rumbo que más cerca puede estar de dar respuesta a las necesidades aún pendientes y a las llamadas “demandas de segunda generación”, lo que se expresó con contundencia en los resultados de las primarias.

Ahora bien, el emparejamiento de la batalla cultural y la fractura del discurso hegemónico como relato único lejos están de significar una hegemonía cultural del kirchnerismo (como escribió Beatriz Sarlo), o que las corporaciones mediáticas no sigan teniendo un papel activo en la puja política y en la modelación de una parte no menor del sentido común social. De ahí los renovados desafíos para el próximo período de gobierno. Lo dijo Cristina en marzo pasado: “Profundizar la organización popular e “institucionalizar el frente nacional, popular y democrático”. Traducir la adhesión mayoritaria al Gobierno en fuerza y construcción política constituye una tarea prioritaria, que interpela a las organizaciones en el desafío de habilitar a que los sectores populares se constituyan no sólo en destinatarios de las políticas pública sino, y centralmente, en sujeto activo y protagónico del proyecto nacional.

Más que nunca la organización popular debe proyectar la articulación entre las demandas sociales y el Estado, promoviendo la necesaria iniciativa desde abajo, la traducción de las necesidades en propuestas políticas que permitan conquistar nuevos derechos y el anclaje del Estado en el seno de la comunidad a través de garantizar el arribo de las políticas públicas a los sectores más necesitados. Institucionalizar supondría estructurar el arco de apoyos sociales, políticos y culturales bajo la forma de un frente político y social que vaya más allá de la competencia electoral. Por un lado, a través de crear un lugar permanente de elaboración de políticas públicas, formación y preparación para el ejercicio de gobierno. Por el otro, construyendo un espacio que defina conceptualmente el proyecto nacional, otorgue unidad a las ideas y realice la síntesis del paradigma nacional y popular. Ambos planos hacen a los elementos de continuidad y superación de la etapa de cambios en curso: fuerza política propia y conciencia popular de transformación.

Por último, la clara decisión de Cristina de renovar la dirigencia política y hacer realidad el “puente entre las viejas y nuevas generaciones” plantea a las militancias juveniles un desafío con pocos precedentes en nuestra historia política. Para que esta posibilidad abierta signifique un salto cualitativo del proyecto nacional, en términos de recrear una representación política más consustanciada con el pueblo, debería fundarse sobre las militancias con sus prácticas diarias enraizadas en la vida popular, la realidad social y la experiencia tallada por la contienda política de estos años. Lo cual desafía a los colectivos juveniles a poner en debate cierta “lógica de gestión” que hace a los claroscuros de la construcción política, entendiendo por la misma la práctica circunscripta a la mera administración de las cosas, acrítica, despolitizada y, en consecuencia, inhibida del potencial transformador que tiene todo lugar institucional en el marco de un proyecto político popular; sin por ello dejar de entenderla como parte de las tensiones y contradicciones de todo proceso popular real.

Ahora bien, si la renovación de la representación nacional y popular debe realizarse sobre las prácticas militantes para desplegar toda su potencialidad de cambio, éstas a su vez tienen el desafío de reelaborar una nueva idea de militante que no niegue la gestión sino que la incorpore, imprimiéndole politicidad, dimensión colectiva, inscripción social y una ética pública de la transformación. Una noción de compromiso militante integral que conjugue dualidades muchas veces planteadas en términos dicotómicos: gestión-transformación; crítica-convicción; pasión–responsabilidad. En fin, el dilema weberiano de la política entre “ética de la responsabilidad” y “éticas de la convicción”, como opuestos y complementarios. Néstor Kirchner fue eso, presidente y militante. O mejor dicho, militante y presidente. Su ideario ético quedó grabado a fuego en la ya conocida frase de su discurso de asunción: “No vengo a dejar mis convicciones en la puerta de la Casa Rosada”. Eso lo convirtió en el presidente que corrió la línea e hizo posible lo que parecía imposible en la Argentina democrática post-1983. De cómo se recoja ese legado y se resuelvan estas encrucijadas queda atada buena parte de las posibilidades de transitar un horizonte de nuevas conquistas sociales para nuestro pueblo, y de seguir avanzando hacia un horizonte democrático más pleno.

* Licenciado en Ciencia Política; profesor de la UNR.

Fuente : Página 12

2 comentarios:

Daniel dijo...

Te digo que mejor consolidemos toda nuestra fuerza porque leés La Nación y entre los editorialistas y los foristas, chorrean odio. Y del peor.

Javier dijo...

Es que sin construir una opcion nacional y popular que pueda reunir a todos los componentes de las diferentes fuerzas que hoy reivindican este proceso y apuestan a la profundizacuon de este rumbo todos sabemos que esto lamentablemente tiene fecha de vencimiento en 2015 y esperemos que no antes de eso.

Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

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