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martes, 1 de noviembre de 2011

“Volvimos a ser un país que se emociona por razones políticas”

Por Néstor Leone

Eduardo Rinesi, politólogo y ensayista, reflexiona sobre las razones del triunfo de Cristina, las debilidades opositoras y la naturaleza del kirchnerismo.

Rector de la Universidad Nacional de General Sarmiento, politólogo e intelectual respetado tanto en el ámbito académico como en la esfera política, Eduardo Rinesi analiza en esta entrevista con Debate las interpretaciones e implicancias del triunfo holgado de Cristina Kirchner. Además, describe la naturaleza rupturista del kirchnerismo, cuestiona algunos reparos y críticas opositoras y evalúa las perspectivas del sistema político. “Si el kirchnerismo tuvo una cosa imprevista e inesperada, la etapa que se abre representa lo ‘no inesperado’”, sostiene en uno de los momentos del diálogo.

¿Por qué Cristina y por qué con tanta diferencia?

Cristina era una candidata continuista, cuya plataforma misma era la gestión de los últimos años. Había un pedido de juicio acerca de una gestión y es más o menos evidente que un porcentaje importante de la sociedad consideró que esa gestión fue muy buena. Por otro lado, no había en ninguna de las expresiones significativas de la oposición nada parecido a un programa alternativo. Que en los últimos meses se hayan reforzado estas impresiones explica, en parte, que se haya dado por semejante diferencia.

En varias de sus intervenciones públicas, usted destacó la impronta inesperada, vertiginosa y repentina que caracterizó siempre al kirchnerismo. ¿Cuánto del orden de lo imprevisto cree que puede atravesar la nueva etapa?


Si el kirchnerismo tuvo una cosa imprevista e inesperada, la etapa que se abre representa lo “no inesperado”. En la medida en que de lo que se trataba, era de validar una acción de gobierno; y en la medida en que la propia Presidenta establecía la fuerte continuidad entre lo que se había hecho en los últimos ocho años y lo que se prometía hacer en los cuatro próximos, no hay mucho margen para la sorpresa. Ahora, que no se tenga una extrema claridad con respecto a cuáles van a ser las medidas a través de las cuales el Gobierno se propone profundizar el rumbo, no quiere decir que no se sepa cuál va a ser ese rumbo. Sólo habría sorpresa en caso de que el rumbo, inesperadamente, fuera a cambiar. Pero no parece haber indicadores de que esto pueda suceder.

Ante la contundencia del triunfo, varios sectores opositores apelaron al “necesario salto institucional” que debería dar el Gobierno de aquí en más, entendiendo esto, aunque no se lo formulara de esa manera, como la ausencia de conflicto.

Es una simplificación ideológica pensar que la salud y la fortaleza de las instituciones están de un lado y el conflicto, del otro. La gran tradición republicana occidental, desde los antiguos más antiguos hasta los modernos más modernos, mostró sostenidamente la perfecta complementariedad y mutua necesidad entre uno y otro término. La pretención de que la salud de las instituciones se opondría al conflicto y sus manifestaciones es absolutamente infantil. Ese republicanismo, que entre nosotros se presenta como un conjunto de buenas maneras o como el conjuro del conflicto, es una zoncera cabal. La fuerza de las instituciones no solamente se prueba en su capacidad para el procesamiento de los conflictos, sino que se potencia gracias a esos conflictos. No me parece que se trate de decir “bueno, ahora que tienen una amplia mayoría, no se peleen más”. La pelea no es el producto de la voluntad de un actor político; es algo que está inscripto en la estructura misma de una sociedad injusta.

En ese aspecto cuando se utiliza como publicidad oficial en las transmisión de los partidos de futbol , que se dice un pais de buena gente , la verdad yo les recomendaria que ahora que ya ganamos y paso la campaña electoral , saquen semejante zoncera , realmente la buena gente no existe y todos absolutamente todos pelean por intereses y cambiar esa cultura es una de las cosas que debe hacerse profundizando la batalla cultural

Se habla persistentemente de la profundización del modelo. Usted lo mencionaba recién. ¿Qué significaría eso, o qué tendría que significar, en términos más concretos?


En efecto, es una muletilla que circula mucho, pero como nunca está claramente dicho cuál es el modelo, nunca queda en claro lo otro.
Qué es el modelo, está intuido. Y se intuye, también, qué sería su profundización, aunque no quede dicho. Lo propio de estos últimos años tiene dos o tres cosas que tienen su centralidad. La Presidenta suele hablar de reparación, una idea muy interesante, que hace referencia a la restitución de la importancia de ciertas cosas. Una de esas cosas, la política misma. Hace quince años la argumentación política tenía un lugar menor en la vida pública, muy por debajo de la argumentación técnico-económica. Digámoslo: la política tenía mala prensa y era sinónimo de lo anecdótico, de lo superficial o, peor aún, de lo corrupto. Con el kirchnerismo, la reinstalación de la acción y la pasión políticas en un lugar central cobró una relevancia mayúscula.

¿Por ejemplo?

En estos días, la coincidencia cronológica entre el enorme triunfo del Gobierno con el aniversario de la muerte de Néstor nos hizo pensar en esos términos. Hace un año hubo una escena de llanto colectivo por la pérdida de un político que era inimaginable muy poco tiempo atrás. Hoy, existe una emoción colectiva muy grande debido a otro hecho político. Dos acontecimientos excepcionales, en un país que no estaba acostumbrado a emocionarse por razones políticas, que vuelve a emocionarse por estas cosas. Pero hay otro punto que me gustaría destacar.

¿Cuál?

La recuperación de la idea de que el Estado no está del lado malo de la historia, sino del lado bueno. Eso también pertenece no sólo a la tradición populista argentina, sino también a la gran tradición republicana-occidental. Contrariamente a lo que pretenden los ideólogos de un republicanismo mal entendido, no se opone a esa tradición populista, sino que le es absolutamente complementaria. En la gran tradición republicana, desde Aristóteles, pasando por Cicerón y llegando hasta Hegel, el Estado, lejos de ser aquello que amenaza nuestra libertad, es aquello que constituye su condición de posibilidad. En Aristóteles, en Cicerón, en Hegel o en Mariano Moreno, si se quiere, no somos libres contra el Estado o a pesar del Estado, sino que somos libres en el Estado y gracias al Estado. Y me parece que la idea del Estado como condición y garantía de los derechos y de las libertades es, en efecto, una idea que se reconquista en los últimos años en la Argentina.

¿Cuáles serían esos desafíos, entonces?

Cualquier política que se pretenda o que se postule como ampliación de derechos tiene siempre un desafío que es, casi por definición, inalcanzable: que todos los derechos sean, en efecto, universales. La idea de derechos es, en sí misma, indisociable de la idea de universalidad. Marilena Chaui, filósofa política brasileña, hace un par de años, en una conferencia que dio en la Argentina, dijo que pensar en términos de intereses era pensar en articulación de particularidades, mientras que pensar en términos de derechos era pensar en términos de universalidad y, por lo tanto, de ciudadanía tendencialmente plena. El desafío de una política de expansión de derechos es que esos derechos sean “no nominales”, sino efectivamente universales. Y eso, por supuesto, está muy lejos de haberse concretado. Puede decirse que hay una orientación, un camino, una etapa reparadora y una clara intencionalidad de las políticas públicas por favorecer esto, pero hacer verdaderamente plenos y universales esos derechos es un trabajo muy arduo.

Los resultados de la elección parecen confirmar cuán lejos quedó la crisis de representatividad política que venía de principios de este siglo y, a su vez, con qué fuerza sobrevive la crisis del sistema de partidos o del mismo sistema político. ¿Comparte el análisis?

Si hubo una crisis de representatividad, es claro que hoy ya no existe. No solamente el hecho de que la Presidenta sea reelecta por más del cincuenta por ciento de los votos habla de eso. Acá hubo un claro compromiso y un vínculo que se reestableció, aun con gobernadores e intendentes. Definitivamente, entonces, estamos lejos de ese tipo de crisis. Pero no estoy seguro de que se pueda hablar de una crisis de los partidos o del sistema político. Veamos: hay un viejo partido político argentino que padece una bancarrota conceptual muy grave y un caudal pequeño de votos…

El radicalismo.

Exacto. Pero mantiene una fuerte inscripción territorial en todo el país, con liderazgos locales considerables, que no logran representar a un porcentaje esperable de la sociedad. De algún modo, lo que se verificó en esta elección fue una extraordinaria ausencia de propuestas inteligentes por parte de los candidatos y políticos de la oposición. Lo que no sé es si eso, automáticamente, nos obliga a hablar de una crisis del sistema. De hecho, hay un partido al que le fue muy bien.

Pero el bipartidismo, tal como lo concebimos, parece haber quedado bastante atrás.

Estamos asistiendo a un cambio en la estructura del sistema de partidos. No estoy seguro de que esto sea malo, necesariamente. ( al contrario algunos esperabamos que desaparecieran la UCR y el PJ desde 2001 ) Cuando teníamos un sistema bipartidista, nos preocupábamos por lo muy bipartidista que era el sistema y tratábamos de pensar en terceras fuerzas. De todos modos, no me animo a ser terminante en cuanto a qué revelan los porcentajes de la elección en el sistema. Sí es cierto que estamos ante un hecho inédito: un apoyo popular muy masivo y muy contundente a un programa de gobierno exitoso. Y no me resulta natural alarmarse frente a eso. En estos días, en más de un diario, leí esas señales de alarma. ¿Por qué tanto apuro para alarmarse? Un columnista de probado conservadurismo se preguntaba quién iba a controlar ahora los previsibles excesos y abusos del Gobierno. La verdad es que no preveo abusos de parte de un gobierno que no los ha cometido hasta ahora y que, por el contrario, fue el más liberal que haya tenido la Argentina desde 1983 hasta la fecha.

Es una definición fuerte.

Sí, lo es. Ese temor liberal-republicano al autoritarismo y al hegemonismo desconoce (en el mejor de los casos, por ceguera; en el peor, por mala fe), que estamos frente al gobierno que, con más consecuencia, se ha preocupado por evitar los abusos del poder estatal, por respetar el derecho de todo el mundo a decir lo que quiera o a mentir como le venga en ganas, a manifestarse en el espacio público sin temor a la represión policial… Ninguno de los gobiernos que se autodefinieron como liberales, en la Argentina de las últimas décadas o de ninguna década, ha dado a su policía la orden de desarmarse en la vía pública. Ninguno de esos gobiernos ha eliminado la figura de las calumnias y las injurias como motivo de censura estatal sobre las posibilidades expresivas de las personas. De manera que hablar de “previsibles abusos” de un gobierno que sería casi naturalmente despótico o que, si no expresó hasta aquí todo ese despotismo que tendría en el fondo de su alma, “ya lo va a expresar ahora, que son mayoría”, me parece, por lo menos, un exceso interpretativo que no veo que esté justificado por la evidencia de los hechos.

Luego de la transversalidad inconclusa y la Concertación fallida, hubo una vuelta al PJ, pero con la incorporación de otros sectores. ¿Cree que Cristina intentará ir más allá de esos marcos, buscando nuevas síntesis o que continuará por esa línea?

El kirchnerismo es un gran dispositivo de incorporación de diferentes tradiciones de pensamiento, de diferentes esquemas conceptuales y de diferentes sectores sociales. No hay duda de que su relación con el PJ ha sido de idas y vueltas. Pero hoy tiene una relación de mucho poder respecto del partido y puede darse el lujo de resignificar qué cosas quieren decir la palabra “peronismo” y esa tradición, cosa que en otro momento hubiera sido más difícil. También es cierto que no es la única palabra que interesa al Gobierno ni que el Gobierno incluye en su esquema conceptual, que es muy complejo y está lleno de tradiciones mezcladas. Cuando decía, provocativamente, que el kirchnerismo tiene lo mejor del liberalismo político, por su preocupación por los derechos y las garantías de los ciudadanos y por evitar los abusos del poder político-estatal, también hay que agregar otro componente, que es el anticorporativismo, que tuvo el alfonsinismo en su momento, al que le faltó el poder suficiente para ser eficaz y terminó cediendo, y que el kirchnerismo supo desplegar a su modo. Existe una cantidad de valores asociados a una cantidad de tradiciones que, imagino, el kirchnerismo va a seguir reafirmando, porque es lo que define su naturaleza: un fenómeno político muy original, que no se deja encerrar en una única palabra y que, necesariamente, exige de diferentes categorías teóricas para pensar sus distintas dimensiones.

Ya que estamos agegamos la opinion de Ernesto Laclau sobre el mismo tema (dedicado con todo cariño para Artemio )



El camino a 2015 se supone que estará marcado, entre otras cosas, por la sucesión y el control del poder, transición que nunca resultó fácil en el peronismo. ¿Puede ser un riesgo o una situación crítica?

La verdad es que no. En principio, tiendo a no asustarme por los conflictos que puedan surgir. Es posible que haya una disputa por la sucesión, como no la hubo en el período reciente, por el liderazgo de Néstor y Cristina. Pero nada sería más saludable. Hay un cierto modo de plantear el problema del peronismo con poder en el poder que consiste en decir que, si está muy clara la sucesión, existe un cuasi-despotismo; y que si no está muy clara, es peligrosísimo porque existen posibilidades de guerra civil… No me parece que deba ser así. Y si hay una disputa de distintos proyectos o de personalidades con perspectivas de suceder a la Presidenta dentro de cuatro años, probablemente enriquezca el escenario. Por lo menos, no veo motivos para preocuparme.

La pelea por el liderazgo opositor

¿Qué evaluación hace de la performance de Hermes Binner, pero, sobre todo, de la naturaleza del voto que obtuvo? ¿Qué le sugiere?

Es posible que, si el radicalismo no logra levantar cabeza y si el peronismo federal o conservador, como todo hace pensar, se diluyen como un actor importante, el socialismo santafesino pueda surgir de estas elecciones como el candidato a expresar una voz importante de la oposición. De todos modos, es una voz rara. Va a ser una oposición por derecha, con un lenguaje de izquierda. Sus referencias muy posiblemente estén a la izquierda del lenguaje nacional-popular, pero sus posiciones políticas ciertamente tenderán a ser más conservadoras. ( Bueno ya lo tuvimso a Pino haciendo eso no? )

En cuanto al elector que tuvo, parece haber ahí un componente ajeno a lo que Binner, supuestamente, representaría. ¿O no lo es tanto?

De alguna manera. Si tuviera que definir a ese espacio, así rápido, diría que es liberal-conservador, con cierta entonación reformista y un fuerte componente antiplebiscitario.

Aparecen dos eventuales líderes de la oposición: por un lado, Binner; por el otro, Mauricio Macri, un referente de una derecha más clásica.

Todo hace pensar que va a venir por ese lado. Macri ha demostrado tener una capacidad de interpelación muy importante en un sector de la ciudadanía porteña. Pero no parece fácil imaginar que pueda construir, a partir de allí, una hegemonía discursiva y política nacional. Y carece de cuadros, tiene detrás una gestión y un partido de una extraordinaria pobreza conceptual, técnica y política. Lo que sí digo es que el macrismo va a ser por mucho tiempo una fuerza importante en la Ciudad. Ahora, no me lo imagino a ese discurso en condiciones de interpelar exitosamente a sectores más amplios. Para el caso, podríamos imaginar que el Socialista, que es un viejo partido, con una ideología y con cuadros definidos, puede representar una opción nacional más fácilmente que lo que podría representar el macrismo. Pero, aun ahí, hay motivos para tener serias dudas de que esto se pueda dar.

Hace no tanto se especulaba con que éste sería un final de ciclo para el kirchnerismo. No lo fue. Pero sí parece serlo para una buena parte de la oposición. Eduardo Duhalde o Elisa Carrió, por ejemplo. Pero no sólo ellos.

Hay un final de ciclo de un cierto tipo de políticos y de un modo de pensar la política, que podríamos situar en el universo general del progresismo: gente bien intencionada, con ideales nobles y reformistas, y con fuerte sentido de la acción y de la voluntad política. Una de las cosas que el kirchnerismo ha producido en estos años es una fuerte sacudida en la idea de que haya que tomarse tan seriamente esos límites de la acción y la imaginación. En efecto, el kirchnerismo le pone una tapa histórica, le cierra un ciclo a ese progresismo mucho menos imaginativo. Eso me parece una conquista política, histórica y conceptual importante. El progresismo ponía esos límites antes de empezar a pensar. No era verdad que no se podían hacer una cantidad de cosas. Es a partir de esa constatación, que se da ese trato menos generoso con el poder. Y eso, efectivamente, puede pensarse como el cierre de un ciclo político.

Revista Debate

http://www.revistadebate.com.ar/2011/10/28/4629.php

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Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

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