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sábado, 24 de marzo de 2012

Ni Olvido ni Perdón - Justicia

La conspiración de los Chicago Boys

Martínez de Hoz diseñó el plan económico que implementó la dictadura. Formó parte de un grupo de civiles conspiradores que incluyó a juristas, economistas, abogados y empresarios que le dieron sostén a los golpistas.

Por:
Alberto Dearriba

Joe estaba cazando leones a orillas del lago Magadi, en Kenia, cuando los tres jefes sediciosos lo convocaron a mediados de marzo del ’76 para que exponga el plan económico que ejecutaría la dictadura militar. De joven solía peseguir liebres y perdices en las praderas de las 1300 hectárea que la familia Martínez de Hoz tenía cerca de Mar del Plata. Pero a los 50 años, tras haber sido funcionario de gobiernos militares, director de varias empresas privadas y ministro de Economía del gobierno títere de José María Guido, la caza menor ya no lo entusiasmaba. Aspiraba a presas mayores. Cuando llegó a su casa del cuarto piso del edificio Kavanagh, su amigo Jacques Perriaux le trasmitió que la cita era el viernes siguiente a las 21 en la casa del jefe de la Armada.
El “Francés” Perriaux era un abogado liberal que defendía los intereses de grandes empresas y coordinaba las reuniones de una selecta recua de golpistas que aspiraban a proporcionarle el plan económico a los dictadores. Había llegado el momento de presentar como públicos los intereses privados, de apropiarse del Estado con fines particulares. Joe era un lúcido representante de la aristocracia, nieto del fundador de la Sociedad Rural, formado en los preceptos liberales, y cultor de las recetas de la Escuela de Chicago. No tuvo que preparar demasiado lo que diría ante el trío golpista. Conocía a Massera porque ambos frecuentaban el Jockey Club de La Plata y lo había invitado a su haras para compartir la pasión por los caballos de carrera. Como presidente de Acindar y del recalcitrante Consejo Empresario Argentino, había conversado un año atrás con Videla, cuando fue al Edificio Libertador para pedirle que las Fuerzas Armadas reprimieran la huelga que paralizaba la acería de Villa Constitución. Por aquella época se había difundido la expresión “guerrilla fabril” que equiparaba el derecho constitucional de huelga con la punta de un fusil.
Los pedidos de Joe parecieron tener eco, porque en la planta siderúrgica funcionó el que se considera primer centro clandestino de detención. El movimiento obrero fue quebrado con muertes, torturas y cárcel, luego de 59 días de heroica resistencia.
A poco de llegar a la casa de la Avenida Del Libertador, Martínez de Hoz inició un discurso que los jefes militares escucharon en silencio y que concluyó a la madrugada. Videla lo felicitó, le pidió que escribiera un plan económico y que se lo entregara el martes próximo por la mañana. Joe trabajó sin descanso para entregarle tres carpetas al general Hugo Mario Miatello, que se las llevaría a Videla.
Miatello era un brillante oficial de inteligencia, compañero de promoción del jefe del Ejército, que había dedicado su vida a la contrainsurgencia y a estudiar las distintas versiones políticas del marxismo. Los conspiradores civiles del Grupo Perriaux –juristas, economistas, abogados y empresarios intentaron inicialmente tomar contacto con la Armada, tradicionalmente más gorila y liberal que el Ejército. Pero Massera no era un tradicional integrante de la “valiente muchachada de la Armada”, y Videla era ultraliberal en materia económica. Fue Miatello el que le presentó a su jefe, a algunos de los integrantes de aquella cofradía de civiles golpistas que se convertirían en los Chicago Boys.

El Grupo Perriaux era hijo del Club Azcuénaga, que se reunía en una casa de esa calle porteña, cedida por el terrateniente Pedro Blaquier al coronel de caballería Federico de Alzaga, un descendiente de una familia patricia que fragoteaba allí con civiles. Coordinado después por el “Francés” Perriaux , el cenáculo proporcionó a la dictadura a su primer y segundo ministro de Economía, Lorenzo Sigaut; al jefe del Gabinete de asesores de Joe, Luis García Martínez, al secretario de Agricultura, Mario Cadenas de Madariaga; al ministro de Comercio e Intereses Marítimos de Roberto Viola, Carlos García Martínez; al secretario de Energía de Videla, Guillermo Zubarán; al secretario de Hacienda, Horacio García Belsunce y a docenas de funcionarios.

El Grupo Perriaux no era el único círculo de confabulados. El Club Demos le dio a la dictadura el número dos del Ministerio de Economía, Guillermo Walter Klein, que ocupó el cargo de secretario de Coordinación y Programación Económica; el presidente del Banco Central entre el ’76 y el ’81, Adolfo Diz; el secretario de Comercio, Alejandro Estrada; y el secretario de Hacienda entre el ’81 y el ’82, Manuel Solanet. En La Plata operaba otro grupo fragotero que integraban el que fuera luego ministro de Justicia entre 1978-1981, Alberto Rodríguez Varela; quien se convertiría en ministro de Gobierno de la provincia de Buenos Aires, Jaime Smart; y el que sería ministro de Obras Públicas de esa provincia entre 1976 y 1981, Raúl Salaberry. Por supuesto que no se trataba de compartimentos estancos, más allá de contradicciones memores, los grupos de conspiradores compartían el mismo ideario y los mismos salones sociales, en los que intercambiaban información sobre la inminencia del golpe militar. El 24 de marzo de 1976 todos tocaban la misma música con una coherencia inusual.
Unos días después que Miatello entregó la tres carpetas, Martínez de Hoz volvió a ser citado a la casa de Massera, donde Videla le comunicó que el plan había sido aceptado, que era el programa de las Fuerzas Armadas y que el mismo debería ejecutarlo como ministro de Economía del Proceso de Reorganización Nacional.
Joe remoloneó un tanto, pero al final aceptó, ante la posibilidad de que en su lugar fuera elegido un militar que no cumpliera al pie de la letra con el ideario liberal de sus amigos. Los militares habían descartado a Álvaro Alsogaray por figurita repetida y a García Belsunce por temperamental. Joe contaba con la amistad de David Rockefeller desde 1964, con el apoyo de los bancos locales y de los organismos financieros internacionales que debían aportar los créditos que el país esperaba como el maná del cielo y que le retaceaban al gobierno de Isabel por recomendación de la Embajada de los Estados Unidos.
Tras el retorno de la democracia, Martínez de Hoz consiguió salir indemne del juicio por el negociado de la nacionalización de los cables pelados de la Italo –empresa que presidía– por más de 400 millones de dólares. Tras un prolongado trámite judicial, en 2010 fue finalmente condenado por el secuestro del empresario Federico Gutheim y de su hijo Miguel Ernesto. Pero ni él, ni sus cófrades pudieron ser condenados por el delito de sedición porque los militares respetaron el pacto de silencio.
El hombre que encarnó a la dictadura en el ámbito civil reconoció sus contactos con la cúpula castrense y admitió su reunión en la casa de Massera. Pero siempre negó saber que sus propuestas serían aplicadas en una futura dictadura militar. Según su increíble declaración judicial, el ofrecimiento para que volviera a ser ministro de Economía de un gobierno de facto, le fue realizado después del golpe. Cuando los militares asaltaron la Rosada tenían obviamente a todo su elenco de colaboradores civiles y especialmente los del área económica. El 13 de marzo el diario La Opinión publicó la versión de que Martínez de Hoz sería el ministro de Economía del futuro gobierno militar. Pero él no se enteró. Estaba cazando leones en África.


Y La continuidad democrática

Fuente:Tiempo Argentino

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Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

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