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martes, 18 de septiembre de 2012

¿Es inevitable la polarización social?

¿Es inevitable la polarización social?

Por Ulises Bosia.

Uno de los pilares de la democracia liberal es la idea de que el consenso y el diálogo deben primar en vida política. Sin embargo, del 2008 a esta parte el kirchnerismo se encuentra una y otra vez con la confrontación y la división.

La masiva movilización del jueves pasado remite por la intensidad del odio y la virulencia que expresó a las jornadas del 2008, en épocas de la resolución 125. En ese momento, de manera más profunda y más extendida, se instaló una polarización política, ideológica y hasta cultural que continúa presente, si bien por momentos se mantiene latente o invisible.

Por eso, salvando las distancias, podemos pensar que existen puntos en común entre ambas movilizaciones. Por ejemplo su carácter inesperado, que sorprendió a propios y ajenos. Y algo más, ninguna de las dos estuvo prevista por el gobierno nacional, que si bien en ambas oportunidades fue designado como el responsable principal de los reclamos, al mismo tiempo no previó lo que iba a ocurrir producto de sus medidas. El discurso oficial machaca una y otra vez con la idea de que la presidenta gobierna para los 40 millones de argentinos, de que es necesaria la unión entre empresarios y clase trabajadora, y demás tópicos similares. Es decir que habitualmente no promueve la división y la polarización, con excepción de cuando se encuentra acorralado, algo que paradójicamente siempre le generó muy buenos dividendos en cuanto a apoyo social y ampliación de sus fuerzas militantes. Pero rápidamente retrocede a un discurso unificador cuando la tempestad amaina.

Por otro lado en ambas oportunidades se expresó el arraigo que tiene en las clases medias y altas la concepción liberal de que el cobro de impuestos es un robo. Sea que se trate de derechos de exportación, de ganancias o bienes personales, la idea de que la plata que cada uno gana con el sudor de su frente es confiscada por el Estado está muy presente en estos sectores sociales. Peor aún si parte de esos recursos son redistribuidos hacia sectores del pueblo pobre, lo que configura una verdadera afrenta. Incluso bajo un sistema impositivo altamente regresivo como el argentino, donde tributos como el IVA reproducen la desigualdad social, se habla de una presión impositiva supuestamente intolerable, no para el pueblo por supuesto, sino para empresarios y patrones. El odio y el temor a la AFIP tienen su base material en el mantenimiento de una enorme economía en negro que favorece a los sectores acomodados, razón que en el fondo explica también el rechazo a los controles cambiarios. Sin embargo las clases dominantes argentinas, que logran influir poderosamente en la conciencia del resto de nuestro pueblo, permanentemente utilizan su cercanía con el Estado para sus negocios. Cualquier economía de mercado es inviable sin la intervención activa del Estado, algo que ellas saben muy bien, pero que se cuidan muy bien de hacerles entender a sus seguidores.

Finalmente, dando cuenta de que las repeticiones en la historia siempre se encuentran enriquecidas por la experiencia realizada, la formación del grupo A en el 2009, que prometía derrotar al kirchnerismo y terminó más bien disolviéndose él mismo en la nada, generó también que las actuales movilizaciones incluyan una demanda escéptica y desesperada a la oposición para que genere un representante para el descontento. Ese carácter primitivo de la movilización de alguna manera recuerda el desamparo del 2001, si bien el movimiento general de rechazo al neoliberalismo de aquellos años le imprimía a la movilización de la clase media un carácter progresivo, diametralmente opuesto al que se expresa en la actualidad, motivado por el egoísmo social y la defensa de los privilegios. Evidentemente persiste una crisis de representación política en estos sectores.

¿Es muy distinto pintar “Viva el cáncer” que gritar “qué se vaya con Néstor”?

La democracia liberal en nuestro país está bastante arraigada, quizás por primera vez en nuestra historia, tras casi 30 años de ejercicio ininterrumpido. Ni siquiera las enormes crisis sociales de fines de los 80 y de los 90 pudieron cuestionar su dominio prácticamente indiscutido en todo el espectro político. Las clases medias son posiblemente el principal sector social que sostiene la creencia en los valores democráticos porque cree que se trata de un régimen que le puede permitir llevar adelante su principal ideal: la movilidad social, es decir parecerse más a los que están arriba suyo y menos a los que están por debajo. La idea neoliberal de que la política debe basarse en el “diálogo” y el “consenso”, está fuertemente enraizada y se convierte en una de las principales críticas al kirchnerismo, acusado de autoritario, si bien uno de sus objetivos más claros fue el fortalecimiento institucional tras la crisis de 2001 y, en este periodo, goza de su supremacía legislativa para aprobar sus proyectos sin necesidad de negociar con la oposición. No se trata para los manifestantes y sus ideólogos de tener un proyecto político transformador sino de garantizar la estabilidad política suficiente (llamada también “seguridad jurídica” o “gobernabilidad”) para que las características naturales de nuestra economía le permitan enriquecerse. Por eso también la intervención estatal está mal vista, porque no son necesarias correcciones estructurales a la dinámica social sino más bien una gestión superficial y administrativa: no robar (demandas contra la corrupción), no priorizar intereses de perpetuación en el poder (evitar entonces la re-reelección) y permitir la libertad de que cada uno haga lo que quiera con el dinero ganado (no regular ni cobrar impuestos).

Las dudas sobre cómo responder a estas movilizaciones desde el kirchnerismo manifiestan las tendencias opuestas que existen en esta fuerza entre por un lado la aspiración a una completa integración en el sistema democrático liberal existente y por otro lado el desarrollo de una política que tarde o temprano genera altos niveles de polarización social. Unos plantean escuchar las demandas de las cacerolas y otros enfrentarlas con la movilización social. Incluso sin estar planteada una transformación estructural del país que cuestione sus privilegios, y aún más, en tiempos en que las ganancias de estos sectores crecen o se mantienen muy altas, nuestras clases dominantes tienen la característica de polarizarse rápidamente de manera virulenta, aun cuando los motivos no parezcan justificar semejante reacción. Se trata de un rasgo que podemos encontrar en distintos momentos de la historia (quizás el ejemplo más alto haya sido el bombardeo dela Plazade Mayo en 1955) y también en varios países de Nuestra América.

La estructura social argentina cuenta con una importante clase media, lo que impone la necesidad de articular los intereses populares con los de una parte considerable de ese sector. Ese arte de construir un bloque histórico de liberación implica disputarle a las clases dominantes una porción de la clase media e inevitablemente da lugar a una polarización social. No son imaginables medidas claves para un cambio social sustantivo como una transferencia masiva de recursos del campo a la industria o un cambio en el sistema impositivo que imponga a los más ricos las mayores cargas, sin provocar un enfrentamiento social de dimensiones. Esta batalla parece muy difícil de ganar solamente con demostraciones de fuerza propia, mejor orientadas estarían políticas que recojan demandas de los distintos sectores, para poder integrarlos en el propio espacio. También seguramente implicaría cuestionar los mandatos de la democracia liberal y proponer el avance en formas de poder popular como expresiones del protagonismo social.

Fuente : Marcha

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Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

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