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domingo, 9 de septiembre de 2012

La Globalización del Estado de Bienestar


Por Enrique Mario Martinez

El capitalismo es la forma de organización económica dominante desde hace ya varias generaciones. Sobre el afán de lucro como motor central, la iniciativa individual como condición de contorno principal y el mercado como punto de encuentro, se ha construido todo lo bueno y todo lo malo de la vida moderna.

Una faceta de ineludible consideración es que se trata de un sistema inestable, que necesita regulaciones permanentes. En efecto, en ausencia de organizaciones que supervisen desde afuera y desde arriba su evolución, la tendencia natural del capitalismo de mercado es a la concentración de la riqueza y la generación de excluidos permanentes. No solo es injusto, en grado sumo, sino que es socialmente inestable, ya que no se puede esperar la eterna resignación de los derrotados.
En cada etapa histórica, los ganadores del sistema, los más poderosos, han tratado – y normalmente conseguido – tener el Estado de su parte y han construido mitos que definieran los senderos futuros de una manera aparentemente beneficiosa para toda la comunidad.
Las guerras mundiales, a pesar de ser luchas por el control de mercados, tuvieron cada una su mito aglutinador de las naciones participantes.
La guerra fría posterior también lo tuvo, fijando a la Unión Soviética como enemigo inevitable.
Cuando cayó el muro de Berlín y las innovaciones en comunicación abrieron el horizonte de un mercado global para las finanzas y para los bienes y servicios, todo se facilitó para el mundo de las grandes corporaciones.
Parcialmente. Porque desapareció casi todo obstáculo para la diseminación de sus cadenas de valor por el planeta, buscando ubicar cada eslabón donde se obtuviera una ganancia máxima. Pero a la vez, se evaporó aquella facilidad para construir mitos nacionales, que ocultaran la pobreza o la desigualdad detrás de las amenazas o supuestas amenazas a la libertad.
Fue necesario mutar los mitos. A partir de ese momento, el destino de cada comunidad – y principalmente de los pobres dentro de ella – debió fundarse en criterios de nueva generación.
El primer intento fue el Consenso de Washington.

SI TE VA MAL, LA CULPA ES TUYA

La receta que se cocinó en el centro del poder mundial – el centro económico, avalado luego por políticos subordinados – fue poco más o menos ésta:
. El motor del progreso son las inversiones, de cualquier origen y en cualquier destino que defina la evaluación hecha por los propios inversores. Los Estados nacionales deben por lo tanto concentrarse en crear buenos climas de negocios; ergo: competir para brindar las mejores condiciones a quienes tienen dinero.
. De manera coherente con lo anterior, cada país avanzará – y es bueno que así sea – hacia una especialización exportadora. Como los “inversores” se aplicarán en cada lugar a aquello que maximice su ganancia, cada país se concentrará en aquello con que pueda comerciar mejor con el resto del mundo. Casi todo el mundo periférico, en este contexto, debe utilizar al máximo sus recursos naturales, exportar, y con el producido comprar los bienes necesarios para evolución del país.
. La competencia como norma básica se traslada desde el plano internacional al nacional. Quien quiera progresar debe capacitarse y tener una actitud emprendedora, que le permita producir un bien o servicio en términos que le hagan ganador, o al menos, sobreviviente.
. Las prestaciones públicas deben concentrarse en contratar la infraestructura básica de caminos, energía, comunicaciones; en la educación pública, aunque no exclusiva; en la salud, en los mismos términos y en la justicia, sobre todo para asegurar esa libertad de acción que está en la base del mito.
. Los componentes del Estado de bienestar, como se conocieron hasta la inmediata posguerra, deben ser reemplazados progresivamente por estímulos para que cada uno construya su propio destino, o se haga cargo de su fracaso.

Con algunas variaciones en el discurso, este es el cuerpo de ideas que se instaló en decenas de países. Las privatizaciones, la desaparición de juntas reguladoras o similares, las leyes de promoción agrícola o minera, se repitieron aquí y allá en operativos de corta y pega que resulta difícil imaginar a quienes limitamos nuestra mirada al interior de un país.

EL FRACASO Y LA MUTACIÓN

El mito y la lógica de organización económica y social que el respaldaba, fracasaron. Aquí y en todo el resto del mundo. Incluso, como hemos aprendido hace poco, en el mundo central.
La terrible maquinaria de concentración de poder y bienestar no solo no podía asegurar estabilidad social en la periferia, cosa mas o menos previsible. Tampoco pudo asegurarla cerca del núcleo, si un país se especializó en turismo (Grecia o España), o si pretendió cotejar con las mega corporaciones con un esquema de distritos industriales de pyme (Italia). Ni siquiera si se dedicó a ofrecer inteligencia académica a las multinacionales para hacer sus desarrollos allí (Irlanda).
La especialización exportadora no alcanzó para comprar lo necesario y para calmar la inestabilidad social. Al lado de los déficits comerciales apareció la deuda interna y externa de los Estados; eso invitó a los especuladores financieros, socios permanentes de los grandes ganadores del sistema. La explosión y la derrota estuvieron a la vuelta de la esquina.
Las mayorías de todos los países sometidos al Consenso dejaron de creer en algunos aspectos básicos del mito. En general, se introdujeron por el esquizofrénico laberinto en que a la vez que se mantiene un descrédito general de la política y los políticos como causa de sus males, se reclama una mayor participación del Estado en la asistencia y protección de los derrotados en la competencia capitalista. Se revaloriza la institución central para la administración de los bienes comunitarios o de interés comunitario – o sea casi todo -, a la vez que se confía poco y nada en los operadores instrumentales de esa institución.
Endeble, pero así se avanzó hacia la construcción de un mito sustituto de aquél. En casi ningún escenario nacional, mientras tanto, se discute hoy en profundidad las causas estructurales, diría genéticas, del capitalismo, que llevaron al fracaso del Consenso. Se discute en cambio, como proteger, mejor que lo mal que lo hizo aquel, a los humildes, los postergados, los excluidos. Vale la pena tener en cuenta aquí, para examinar la idea algo mejor enseguida, que en términos generales no se concibe que no haya postergados. Solo ayudarlos mejor a cubrir sus necesidades básicas.

SOBRE LO DESTRUIDO, SIEMPRE SE CONSTRUYE ALGO

En estos años se ha instalado que el Consenso de Washington fracasó. Hasta quienes fueron operadores principales de sus principios, como Joseph Stiglitz, lo sostienen muy sueltos de cuerpo.
Asociado a eso recibimos la impresión que ahora es nuestro turno, que quienes configuraron aquel mito, perdieron y se evaporaron. Nos toca a nosotros, pareciera.
Lamentablemente, no es así. Seguramente se ha ampliado el círculo de quienes entienden que el capitalismo de mercado es incapaz de diseminar la paz por el mundo. Los grandes centros de poder económico, sin embargo, siguen siendo los mismos. Si el Consenso fracasó los que perdieron fueron los pueblos sometidos a él. Por el contrario, la concentración económica continuó y se agudizó.
Nuestro desafío, en este marco, es caracterizar correctamente el nuevo escenario y en particular las ideas fuerza que por infinitas vías se instalan como el nuevo catecismo. Los procesos históricos no suceden, para bien o para mal, por decisiones de una o pocas personas. No obstante, esto no implica negar que en toda sociedad hay quienes tienen más posibilidad relativa de influenciar el camino a recorrer.
Ante la evidencia del fracaso del Consenso, los gobiernos que se instalaron en sociedades donde la tensión social llegó a extremos – como en nuestro país – recibieron el mandato de aumentar la asistencia a los humildes.
En el otro extremo, en varias de aquellas sociedades donde no se había aplicado el Consenso porque contaban con un Estado de bienestar previo a la caída del Muro, quedó claro que las prestaciones no podían ser financiadas más que con un aumento del endeudamiento, inviable para un sistema financiero que se había encargado de dilapidar enormes recursos en la especulación. Por lo tanto, esos gobiernos recibieron el mandato de sus acreedores – ya que no de sus votantes – de reducir la asistencia a los perdedores.
Son dos caras de la misma moneda, aún cuando la coyuntura se viva con especial mayor dramatismo en los países con asistencia en retroceso, que en aquellos con enormes masas sumergidas. Cualquiera sea el ajuste griego o español, sus condiciones de vida seguirán siendo muy superiores al 90% de los hindúes, por ejemplo. Sin embargo, creemos que hay una crisis en Grecia y que India es un espacio de emergencia de amplias clases medias. Ambas afirmaciones son relativas a su propia historia, pero no soportan una comparación entre países.
En concreto, está forjándose un nuevo mito – menos duro sería llamarlo paradigma, el lector elije – que agrupará las ideas “respetables”, en reemplazo de las que también lo fueron durante casi dos décadas, hasta que se convirtieron en papel sin valor.
A mi juicio, constituyen una combinación de paradigmas previos, lo cual supone un cierto agotamiento intelectual ante la evidencia absoluta de que se debe intentar tutelar un sistema inestable.
Un buen gobierno, según el nuevo pensamiento hegemónico, debería:

. Mantener la inercia de especialización exportadora, admitiendo como conveniente que las grandes corporaciones que controlan la vinculación con el mundo en base al aprovechamiento de sus recursos naturales o de otras ventajas estáticas, amplíen esas actividades.
. Construir y/o fortalecer un Estado de bienestar que reproduzca la disponibilidad de beneficios sociales en educación, salud, ingresos mínimos, vivienda, jubilaciones, que caracteriza como modelo al sistema construido en Europa durante la primera mitad del siglo 20.
. Como tercer componente, aumentar la provisión de bienes para el mercado interno, en una interacción virtuosa con la capacidad de consumo generada por el desarrollo del Estado de bienestar. Este crecimiento estará a cargo de las empresas que tengan mayor aptitud competitiva, cualquiera sea el origen de su capital.
Esta combinación apunta a dos metas de mejor probabilidad de perdurar que las del Consenso:
a) Construir paraguas más sólidos para atender a los postergados.
b) Construir alianzas de interés entre las corporaciones interesadas en la exportación de materias primas y commodities con aquellas otras que se dedican al consumo de los mercados internos periféricos en expansión. Estos son los grupos dominantes y ganadores al mismo tiempo.

Esto es lo que constituye el núcleo de la propuesta productiva y social del gobierno argentino. Desde la subjetividad de su conducción, puede legítimamente darse la convicción de que es una propuesta autogenerada y exclusiva. Cabe agregar, en todo caso:
. El gobierno de Brasil o el de Uruguay, por mencionar dos referentes cercanos, tienen prácticamente la misma política.
. China, India o Indonesia, para mencionar países prácticamente sin historias positivas de protección social, están avanzando aceleradamente a construirla.
. En los últimos 2 años China ha incorporado a la seguridad social a 250 Millones de personas.
. Indonesia tendrá en 2014 el sistema de atención médica universal y gratuita más grande del mundo.
. India, a pesar que falta mucho, ha establecido planes de trabajo temporario que aseguran a 40 Millones de familias contar con trabajo público al menos 100 días por año.
. Corea del Sur, tuvo como un componente de su desarrollo, durante 30 años, la absoluta falta de protección social entre los 18 y los 60 años. En 1999 se decidió, por el contrario, un ingreso universal garantido para los desocupados, del 97% de la línea base de pobreza norteamericana.

El listado podría seguir indefinidamente con numerosos ejemplos asiáticos, que muestran que sin que haya un manual de guía, el contexto político, económico y social lleva a todos los gobiernos fuera del núcleo europeo, de Estados Unidos y de Japón, en una dirección similar.
En rigor, constructores de opinión en corporaciones y gobiernos, como The Economist o la consultora McKinsey ya han dedicado varios documentos a analizar tanto la creciente importancia de los nuevos mercados internos, como la necesidad de construir escenarios de protección social, a los que se invita a “no repetir los errores europeos”. En buen romance, a no exagerar. The Economist dice que la red de protección no debe convertirse en “almohadones”, que desalienten la necesidad de trabajar.
Nada de lo dicho o previsto perjudica a los centros mundiales del poder económico. Por el contrario. Las corporaciones productivas tienen en tal contexto la libertad de avanzar como campeones de las respectivas exportaciones, pero también como abastecedores de los nuevos y crecientes mercados internos.

El desarrollismo con estado de bienestar (DEB) podría ser el nuevo título.

LOS FLANCOS DÉBILES DEL NUEVO MITO

Es necesario advertir que, a diferencia del Consenso, que ponía la responsabilidad de tener un futuro mejor casi en cada individuo por separado, el DEB centra el protagonismo en los gobiernos locales.
Cada gobierno debe:
. Propiciar las inversiones para exportar y para el mercado interno, con apertura amplia para el origen de ellas.
. Recaudar impuestos con la mayor prolijidad y atender con buena parte de ellos los subsidios a los más débiles, además de asegurar la infraestructura vial, energética, de comunicaciones, educativa y sanitaria.
Allí está. Ese es el “capitalismo con rostro humano”, que comenzó a reclamarse desde distintas usinas a fines del siglo pasado.
Para poder cumplir esta seria responsabilidad, sin embargo, cada gobierno debe tener en cuenta las siguientes condiciones de contorno restrictivas:

1 – Sus cuentas externas deben cerrar. Esto es: el saldo de balanza comercial (exportaciones menos importaciones) y el saldo de los movimientos de capital (inversiones externas netas menos giros de utilidades al exterior menos pago de deuda externa) deben ser positivos. En todo caso, el primero debe compensar eventuales saldos negativos del segundo, causados por un alto ritmo de giro de utilidades o por fuertes obligaciones financieras.
Si no cerraran, el país deberá endeudarse, comprometiendo así los saldos futuros.

2 – La recaudación impositiva debe permitir financiar al Estado de bienestar, para que las prestaciones impidan la inestabilidad social

De las dos restricciones, normalmente se presta atención casi excluyente solo a la primera. Es claro que se trata de una restricción dura, especialmente en países que al hecho objetivo deben sumarle la memoria de gobiernos cómplices de la usura financiera. Argentina, sin embargo, es uno de los países que puede administrar sus cuentas externas mejor, salvo por un flanco débil paradójicamente poco o nada considerado: el DEB hace y hará crecer el giro de utilidades al exterior con más velocidad que otros parámetros, especialmente cuando parte de las inversiones externas se limitan a desplazar capitales nacionales que estaban en operación. Es evidente que para ese problema no es solución acelerar el ingreso de capitales, porque lo que puede parecer solución presente, agrava el problema a futuro.
Cabe agregar, como complemento, que un giro de utilidades al exterior que según estudios difundidos llega al 65% de las utilidades generadas, resiente la capacidad inversora del país. Se obliga así a buscar nuevos inversores externos, a causa que los ya radicados no invierten lo suficiente.
A juicio de quien esto escribe, con todo lo importante que todo lo descrito es, es necesario poner en el mismo nivel la posibilidad práctica de un Estado nacional de financiar el Estado de bienestar.

El nivel de recaudación impositiva depende de la magnitud de la economía. Es una afirmación obvia. No es tan obvio señalar que lo que importa es la productividad media de la economía, la capacidad de agregar valor a los recursos naturales y a las organizaciones humanas respectivas. Hablo de productividad física, la que realmente importa, no como piensan los liberales que cuando se devalúa y bajan los costos laborales, sostienen que la productividad aumentó, cuando lo que sucedió es que aumentó la ganancia empresaria.
Volviendo al tema que importa: los países con alta productividad media son los que pueden tener recaudaciones impositivas que financien adecuados Estados de bienestar.
Para tener alta productividad media, hay que tener capacidad local de investigación y desarrollo; capacidad de implementar eslabones sofisticados de las cadenas de valor más importantes; capacidad de apropiarse de la renta comercial cuando se venden productos al exterior; y así siguiendo.
Todos esos atributos son justamente los que desaparecen o no nacen en un país periférico cuando su estructura productiva la hegemonizan las compañías multinacionales. También quedó demostrado en la crisis europea que los países sin autonomía técnica no pueden financiar su sistema de asistencia.
Podría asignarse tal hecho a la vocación de cada corporación de favorecer a su país matriz. Ni siquiera. Esos segmentos no se dan en países periféricos porque simplemente las corporaciones se apoyan en lo que ya existe en el mundo. Maximizan su ganancia pensando en plazos cortos. No tienen ninguna vocación para construir infraestructura, ni de conocimiento, ni de organización, ni comercial en país alguno, si esa infraestructura no existe previamente.
El aumento de la productividad media de un país – a partir de cierto piso, no hablo de África o de la India miserable – depende de la vocación de ese país por concretarlo o no sucederá.
Y si no sucede, la posibilidad de tener altas jubilaciones; subsidios a las madres desocupadas; al transporte o la energía popular, tendrán inexorablemente un techo.

EL DEB Y SU FUTURO

El desarrollismo con Estado de bienestar es un modelo con más sustancia, mucha más, que el Consenso de Washington.
Su condición de sustentabilidad está basada en la posibilidad de administrar expectativas de cada sociedad nacional.
Si se viene del fondo, como en Indonesia o Filipinas, puede aguantar más de una generación. En países como la Argentina, con otro nivel y otra historia, se verá.
Tal vez el camino más fino lo marca China. Con todas sus diferencias culturales y sociales, China supo ser la meca para las multinacionales, que soñaron tocar el cielo con las manos a partir de una fuente inagotable de mano de obra de costo casi cero y alta disciplina laboral. En paralelo con ese período, China construyó una enorme capacidad de generación y apropiación de conocimiento productivo. En la etapa actual, construye aceleradamente su mercado interno y su Estado de bienestar, en condiciones tales que sus empresas nacionales pueden cubrir gran parte de las necesidades de consumo de la enorme clase media emergente. Se verá también, pero en todo caso es claro que han conceptualizado el problema de poner el destino del país en manos de las corporaciones tras nacionales.

En nuestro país, deberíamos empezar – al menos empezar – a discutir estos Enlacetemas.

Fuente: Propuestas viables

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Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

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