Yo diría Feliz cumple al mejor jugador de futbol de la historia que hizo el mejor gol de la historia.
Este periodista cierra los ojos y piensa en Diego Maradona. Piensa que está lejos y que hoy cumple 52. Y lo primero que le viene a la mente es aquel gol. El único. El mejor de la historia... Para homenajearlo, el mejor texto que alguna vez escribí, hace un tiempo, sobre su magia.
Por: Víctor Hugo Morales
Hay
una especie de trinchera vista desde lo alto del estadio. Un surco en
la tierra por el que avanza una potente luz a la velocidad de un cometa.
Allá abajo, en el fondo de la olla del Azteca, en la penumbra, Maradona
imita lo que a veces puede apreciarse en el cielo. La herida que abre
en el azul misterioso un astro incandescente, ahora sucede en la Tierra.
Allí va Diego con la bravura del que lleva el estandarte de su ejército
en un ataque definitivo. Diego corre entre las laderas de colores
ingleses, saltando trampas de piernas que buscan lo imposible. Y planta,
como los escaladores en la cima, su bandera.
Valdano, que lo acompañaba desde muy cerca, contaría alguna vez que
Diego atinó a pedirle disculpas por no haberle pasado la pelota. Le dijo
que no pudo encontrar la forma. Valdano y los futboleros se preguntan
aún cómo pudo advertir el detalle durante esa corrida memorable. En uno
de los pupitres del palco de prensa, este cronista de los estadios
subrayó la hazaña. “En la jugada de todos los tiempos”, dijo, y luego
lanzó las pocas palabras, aquellas del barrilete cósmico, con las que
viene remando hace ya más de 25 años arropada su carrera por el invento
insuperado de Diego.
¿Cuántas jugadas pueden concebirse en la inmediatez de la acción? ¿Qué
veía el artista? El número de errores que se arriesgaba a cometer, desde
el inicio hasta el portero inglés, es infinito. Las variantes que el
relator imaginaba, entre cientos de colegas apretujados, ofrecían un
sumario tan amplio que fue abandonando la narración convencional.
“Genio, genio, genio” eran las modestas palabras que acompañaban al
intrépido que se iba a lo más alto del mundo, por la cicatriz que abría
en el césped. A los pocos metros de iniciar su patriada –era contra
Inglaterra el asunto– la electricidad fue creciendo y como se aprecia en
el espacio un plato volador, el extraterrestre con su emblema, convocó
al pasmo más profundo que el fútbol hubiera provocado jamás. ¿En qué
momento decidió Maradona enfilar hacia el arco? El jugador avanza
mirando la pelota, pero ¿cuántas piernas, cuántos metros cuadrados de
terreno, abarca su visión periférica? Pudo enganchar, frenar, ir hacia
el costado, rematar desde lejos. De mil formas la jugada pudo ser una
entre billones.
El coraje, la intuición, un Dios detrás del Dios, afirmaría Borges, la
hicieron única, definitiva y eterna. Maradona dejó la pelota en el fondo
del arco de los ingleses cuando ya la foto era la de la impotencia y la
incredulidad.
“Quiero llorar”, decía con el puño apretado quien firma esta nota,
lanzado sobre el pupitre, envuelto en cables y auriculares, mientras
Maradona se desplazaba hacia un costado de la cancha para celebrar la
conquista. El cuerpo lanzado al placer del grito. El desvarío de una
mente que se queda en blanco como si una nube estallara dentro de los
párpados cerrados. No fue sólo la jugada. Las emociones de varios años
entraron por el pequeño embudo de la razón. Era la hazaña de Diego, del
amado Diego de los futboleros. Era el pase a las semifinales del Mundial
y el relator lo había pronosticado y los hombres aprecian sobremanera
el hecho de tener razón. Era contra los ingleses y cientos de pibes que
lo hubieran gritado no podían hacerlo, apagadas sus voces cuatro años
antes en las heladas tierras de Las Malvinas. Ocurría en un escenario
adverso. Y era la más bella, osada, corajuda e inventiva de las
películas que el fútbol había producido en toda su historia.
Más de cinco lustros después, el hombre no consigue empobrecer aquella
marca. Salta más, corre más rápido, es más resistente, el universo mismo
se expande hacia más infinito. Pero con Maradona, no se puede. El
asunto es bien complejo: hay que tomar la pelota en el campo propio,
esquivar a cuanto rival se le oponga, enfrentar al arquero y dejarla
atrapada en la red. Tiene que ser en un Mundial.
Quien lo relató, hoy lo atrapa como el mejor recuerdo de su carrera. Una
sinfonía barroca en su decorado, clásica por su perfección, de la que
sólo hay unos pocos pentagramas que se salvaron del incendio de los
años. Al autor, un muy feliz compleaños.
Fuente: Infonews
martes, 30 de octubre de 2012
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Fue el partido que mas loco me tuvo en mi vida. Ese día me bajé media botella de brandy.
Cuando lo veía ir avanzando no lo podía creer. Hasta que llegó. Fue increíble haberlo visto en vivo.
Antes, el de la mano de Dios. A mi me dan gracia el escándalo que armaron los ingleses que cuando ganaron el Mundial en el '66 hicieron un "gol" en la final contra Alemania que la pico picó como cinco metros del lado del área chica.
Publicar un comentario