Por José Pablo Feinmann
Días
pasados (en fin, apenas el viernes) asistí al programa de televisión de
Daniel Tognetti, tipo piola, algo que escasea alevosamente en ese
espacio dominado –como en todo el mundo– por grandes corporaciones que
tienen marcada predilección por periodistas de rango escaso o mínimo o,
sin duda, erosionado por una persistente ausencia de materia gris, que,
de modo alarmante, aumenta cada día. Tognetti, en un malhadado momento,
incurre en un lugar común. Común cada vez que voy a la televisión, no en
otros ámbitos. Por ejemplo: cuando doy una conferencia en la Biblioteca
Nacional o presento uno de mis ensayos o una de mis novelas en la Feria
del Libro (lugar adecuado para hacerlo). Tognetti dice que hay un
Feinmann bueno y otro malo. Con el “Feinmann malo” se refiere a un
periodista que se obstina en usar mi apellido. (Sospecho que porque
también es el suyo.)
Le digo (a Tognetti, ¿no?) que no me quite la
maldad. El Mal ha sido la inspiración de grandes escritores. Un solo
ejemplo: Charles Baudelaire, que transitó por este mundo entre 1821 y
1867. Cuarenta y seis años meramente. A otros les fue peor. Por ejemplo a
Arthur Rimbaud, que sólo vivió treinta y cuatro. Su obra magna fue: Una
temporada en el Infierno. Que refiere, sin duda, su paso por este
mundo. Título que todos podemos ponerle al nuestro. Baudelaire,
considerado un “poeta maldito”, cometió célebremente (para algunos, no
para muchos en la tele y en la radio, con perdón) Las flores del Mal.
Ahí escribió: “Y el oscuro enemigo que nos roe el corazón/ Crece y se
fortifica con nuestra propia sangre”. Según vemos, un poeta maldito, que
se encuentra cómodo encarnando el Mal. Para que nadie lo dudara tradujo
a Edgar Poe (su primo el “Allan”, nombre del pérfido padre de Edgar
cuyo nombre éste, masoquista grave, se empeñó en añadir al suyo, quién
entiende a esta gente).
La traducción, lejos de expresar el estilo de
Edgar Poe, expresó el de Baudelaire, ya que éste lo tradujo a un francés
baudeleriano. Será por eso y por otros motivos que Sartre –en su
brillante ensayo: “Baudelaire”– minuciosamente lo destruye. O sea, el
Mal tiene prestigio. Nada menos que Georges Bataille (autor del
excepcional El erotismo, valorado por estudiosos de todo tipo,
literatos, filósofos nietzscheanos) escribió un breve pero excepcional
ensayo bajo el título de La literatura y el Mal.
Quiero decir lo
siguiente: ¡no me saquen el Mal para endilgárselo al periodista que usa
mi apellido (porque también es el suyo)!
Una productora inteligente (de un canal en el que desarrollo mi
ciclo Filosofía, aquí y ahora, que lleva ya seis temporadas y acabamos
de grabar la séptima, con Ricky Cohen, mi productor y eficaz ilustrador
de mis ideas) me dijo: “No, no se trata de quitarte el Mal. Nos
referimos a una cuestión de calidad. Vos sos bueno, aquél es malo”. Epa,
¡pero así cualquiera gana! Con no decirles “conchudos” a los
estudiantes o detallarles los sandwiches que deben comer ya está, ganó
uno.
Compárenme con gente que valga la pena: con Eduardo Grüner, Horacio
González, Ricardo Forster. O, si quieren elegir alguien de bajo perfil,
con Dios. Además, al periodista que usa mi apellido (porque también es
el suyo) ahora lo defiende el
periodista-con-sobrepeso-que-no-deja-de-fumar. Fuma como un murciélago,
acaso en un intento por ser Batman. Hasta ahora no lo ha logrado. Este
versátil, voluble, tornadizo personaje, en la década del ’90 decía que
el periodista que usa mi apellido (porque es el suyo) quemaba libros, en
tanto yo los escribía. Estaba de mi lado. Ya no. Sospecho por qué, pero
no lo voy a decir. Todos lo saben.
Lateralidad: todos también saben que fumar es malo, malísimo para la
salud. El que fuma –de algún oscuro, tenebroso modo– se busca la
muerte. Se dice (me permitiré insistir en esto): fuma como un
murciélago. Las asociaciones antitabaco tienen que perseverar en sus
campañas. Atención ahora: voy a ofrecerles a esas compañías (si ya no lo
hizo otro) un comercial implacable. Aparece Batman en pantalla. Nos
mira y dice: “No fumen. Yo, que soy el Hombre Murciélago, no lo hago. ¿O
me han visto fumar en alguna de mis películas? ¡Jamás! Quiero vivir
para seguir luchando contra los delincuentes y terroristas de toda laya,
de toda calaña, en defensa del Imperio Americano al que pertenezco.
Usted, descerebrado, si quiere matarse, fume. Pero recuerde. Yo, Batman,
no lo hago”. Si alguien me roba esto y se lo ofrece a las compañías
antitabaco se las tendrá que ver conmigo, algo que no es muy peligroso,
pero también con Batman, algo que sí, definitivamente, es peligroso.
¿Por qué con Batman? Elemental: vamos fifty fifty en esto. Fin de la
lateralidad.
Debo aclarar otra cosa. Dije que Dios tiene perfil bajo y debo
justificarlo. ¿Alguien vio a Dios en la tapa de algún suplemento
literario? ¿Alguien lo vio entre los personajes del año de la revista
Gente? No. ¿En alguna otra parte? No. Dios está ausente. ¿Alguien lo vio
en la tapa de Clarín declarando: “Página/12 miente”? ¿Alguien lo vio en
la tapa de Página/12 declarando: “Clarín miente”? No, Dios practica un
perfil tan bajo que muchos ya sospechan que este mundo le importa poco.
O
peor: que le importa un soberano ca –si me permiten la expresión– rajo.
Lo dejó solo y triste en la cruz al profeta de Nazareth: “Padre, ¿por
qué me has abandonado?”. Silencio: bajo, muy bajo perfil. Lo dejó
estragado por lo pecaminoso a San Agustín: “Padre, ¿por qué me gustan
tanto esas hembras que andan por ahí? Si me prohibiste el contacto con
ellas, ¿por qué pusiste en mí este impúdico deseo que me arrastra hacia
ellas?”. Silencio: Dios no responde. Siempre el bajo perfil. Otra vez
San Agustín: “Padre, si eres omnipotente, ¿por qué no impides el Mal?”.
Silencio, perfil cada vez más bajo. Tan bajo que hace casi dos mil años
que no aparece por aquí.
Imaginen si apareciera. Todo el bullicioso
periodismo argentino se arrojaría sobre él y le haría la pregunta
fundamental de esta sociedad, la que la estructura, la que la
constituye: “Dios, diga la verdad, eh. Nada de parábolas o cosas raras.
¿Usted es K o anti K?” Dios, aquí, se tomaría el bondi hacia otra
galaxia. Lástima, Cynthia García le habría preguntado: “Dios, ¿por qué
está aquí? Dígame, ¿usted sabe por qué está aquí?”.
El periodista con
sobrepeso que no cesa de fumar lo habría tratado con su estilo
sarcástico: “Dios, ya es tarde. Esto no lo arregla ni usted. Ni usted va
a conseguir que dejen de robar. Rájese, Dios. Fue una franca pe –esto
no lo digo yo sino el mencionado periodista– lotudez que se haya
aparecido por aquí”. Carrió, mística apasionada, le habría reprochado:
“Dios, ¿por qué la gente no me vota? ¿No podría hacer algo sobre esto?
Por ejemplo: hacerme ganar las próximas elecciones”. Pero Dios no vino,
ni vendrá. Bajo perfil, lo dijimos. Silencio total. Benedicto XVI
(quien, aclaremos, nunca fue nazi, hasta el punto de que su padre murió
en Auschwitz: se cayó de una torre de vigilancia) ha dado en el clavo.
Dijo: “No es que Dios esté ausente o no le hable a la Humanidad. Sucede
que la Humanidad está sorda ante Dios”. Gran solución teológica. Los
dolorosos, lacerantes problemas de la Humanidad ante un Dios silencioso,
se arreglarían con una simple visita a un fonoaudiólogo.
Fuente: Página 12
domingo, 16 de diciembre de 2012
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