Por Eric Hobsbawm
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Traducido para Rebelión por Enrique Prudencio y revisado por Christine Lewis
Carrol.
En conmemoración de la muerte del renombrado erudito e historiador marxista Eric
Hobsbawm, Verso presenta su introducción a la edición más reciente de El
manifiesto comunista de Marx y Engels, para deleite de todos. (Matthew Cole).
I
En la primavera de 1847 Karl Marx y Frederick Engels acordaron afiliarse a la
llamada Liga de los Justos (Bund der Gerechten), una rama de la anterior Liga de
los Proscritos (Bund der Geächteten), sociedad secreta revolucionaria creada en
París en la década de 1830 bajo la influencia de la Revolución Francesa por
artesanos alemanes, la mayoría sastres y carpinteros, y todavía compuesta
principalmente por estos artesanos expatriados radicales. La Liga, convencida de
su “comunismo crítico”, se ofreció a publicar un manifiesto redactado por Marx y
Engels como su documento político y también a modernizar su organización
siguiendo sus líneas. Y efectivamente se reorganizó en el verano de 1847,
cambiando su antiguo nombre por el de Liga de los Comunistas (Bund der
Kommunisten) comprometida con el propósito de “derrocar a la burguesía,
instaurar el dominio del proletariado, acabar con la vieja sociedad basada en
las contradicciones de clase (Klassengegensätzen) y establecer una nueva
sociedad sin clases ni propiedad privada”. Un segundo congreso de la Liga
celebrado también en Londres en los meses de noviembre y diciembre de 1847
aceptó formalmente los objetivos y nuevos estatutos e invitó a Marx y a Engels a
redactar el nuevo Manifiesto exponiendo los objetivos y políticas de la Liga.
Aunque tanto Marx como Engels prepararon borradores y el documento representa
claramente los puntos de vista de ambos, el texto final fue escrito casi con
toda certeza por Marx, tras una reprimenda a éste por parte del Ejecutivo,
puesto que a Marx, tanto entonces como después, le resultaba difícil terminar
sus textos sin el apremio de una fecha límite. La ausencia virtual de borradores
anteriores sugiere que lo escribió a toda prisa (i). El documento resultante, de
veintitrés páginas, titulado Manifiesto del Partido Comunista (conocido desde
1872 como El Manifiesto Comunista), se publicó en febrero de 1848 tras
imprimirlo en las oficinas de la Asociación Educativa de los Trabajadores, más
conocida como la Communistischer Arbeiterbildungsverein, que sobrevivió hasta
1914 en el 46 de Liverpool Street de Londres.
Este pequeño panfleto es el texto político más influyente desde la Declaración
de los derechos humanos y ciudadanos de la Revolución Francesa. Por suerte
estaba ya en la calle antes de que estallaran las revoluciones de 1848, que
desde París se propagaron como un incendio forestal por todo el continente
europeo. Aunque su horizonte era firmemente internacionalista -la primera
edición anunciaba de forma optimista pero errónea la publicación inminente en
inglés, francés, italiano, flamenco y danés- su impacto inicial fue
exclusivamente en alemán. A pesar de que la Liga Comunista era pequeña,
desempeñó un papel significativo en la revolución alemana, al menos mediante el
periódico Neue Rheinische Zeitung [La Nueva Gaceta Renana] (1848-49), que
editaba Karl Marx. La primera edición del Manifiesto se imprimió tres veces en
unos meses, por capítulos, en la Deutsche Londoner Zeitung, corregida y
maquetada de nuevo en 30 páginas en abril o mayo de 1848, pero desapareció de la
circulación con el fracaso de las revoluciones de 1848. Cuando Marx se
estableció en Inglaterra en 1849 para comenzar su exilio de por vida, los
ejemplares que quedaban del Manifiesto eran tan escasos que pensó que valía la
pena reimprimir la Sección III (Socialistische und kommunistische Literatur) en
el último número de su revista de Londres , Neue Rheinische Zeitung, politisch-ökonomische
Revue [La nueva gaceta renana, revista político económica] (noviembre de 1850),
poco leída.
Nadie podía predecir un futuro tan extraordinario del Manifiesto en las décadas
de 1850 y 1860. Un impresor alemán emigrado imprimió privadamente una nueva
edición en Londres, probablemente en 1864, y otra pequeña edición en Berlín en
1866, la primera publicada en Alemania. Entre 1848 y 1868 parece que no hubo
traducciones, excepto una versión en sueco, publicada probablemente a finales de
1848, y otra en inglés en 1850, significativas en la historia bibliográfica del
Manifiesto sólo porque la traductora parece haber consultado a Marx o
seguramente a Engels puesto que ella vivía en Lancashire. Ambas versiones
desaparecieron sin dejar rastro. A mediados de la década de 1860 no quedaba
prácticamente nada impreso de lo que había escrito Marx.
El protagonismo de Marx en la Asociación Internacional de Trabajadores (la
denominada “Primera Internacional”, 1864-1872) y la aparición en Alemania de dos
partidos importantes de la clase obrera, ambos fundados por antiguos miembros de
la Liga Comunista que lo tenían en gran estima, llevó a un resurgimiento del
interés por el Manifiesto, al igual que por otros escritos suyos, en especial el
de su lúcida defensa de la Comuna de París de 1871 (conocido como La guerra
civil de Francia) que le proporcionó una considerable notoriedad en la prensa
como líder peligroso de la subversión internacional, temido por los gobiernos. Y
en particular el juicio por traición a los líderes de la Socialdemocracia
alemana Wilhelm Liebknecht, August Bebel y Adolf Hepner en marzo de 1872 le
proporcionó una publicidad inesperada. La acusación leyó el texto del
Manifiesto, lo que proporcionó a los socialdemócratas su primera oportunidad de
publicarlo legalmente en una larga tirada como documento perteneciente al
procedimiento judicial. Como parecía lógico que un documento escrito antes de la
revolución de 1848 necesitara algunas correcciones y comentarios explicativos,
Marx y Engels escribieron el primero de los prefacios de todos los que desde
entonces han acompañado a las nuevas ediciones del Manifiesto (ii). Por motivos
legales el prefacio no se pudo distribuir legalmente en su momento, pero la
edición de 1872 (basada en la de 1866), se convirtió en la base de todas las
ediciones posteriores. Mientras tanto, entre 1871 y 1873, aparecieron al menos
nueve ediciones del Manifiesto en seis lenguas.
Durante los cuarenta años siguientes el Manifiesto conquistó el mundo, empujado
por el surgimiento de los nuevos partidos laboristas (socialistas), en los que
la influencia marxista creció rápidamente en la década de 1880. Ninguno de estos
eligió la denominación de Partido Comunista hasta que los bolcheviques rusos
volvieron a la denominación original después del triunfo de la Revolución de
Octubre, pero el título de Manifiesto del Partido Comunista permaneció
inalterado. Incluso antes de la Revolución Rusa de 1917 ya se habían imprimido
varios centenares de ediciones en unos treinta idiomas, incluidas tres ediciones
en japonés y una en chino. Sin embargo la zona en la que tuvo más influencia fue
el cinturón central de Europa que va desde Francia en el oeste hasta Rusia en el
este. No sorprende que el mayor número de ediciones se realizara en ruso (70)
más otras 35 en las lenguas del imperio zarista: 11 en polaco, 7 en yidis, 6 en
finlandés, 5 en ucraniano, 4 en georgiano y 2 en armenio. Hubo 55 ediciones en
alemán y para el imperio de los Habsburgo, 9 en húngaro, 8 en checo y solo 3 en
croata, una en eslovaco, otra en esloveno y 34 en inglés, lo que incluye los
EE.UU., (donde la primera traducción apareció en 1871), 26 en francés y 11 en
italiano, la primera en 1889 (iii). El impacto en el suroeste europeo fue
limitado: 6 ediciones en español (incluida América Latina) y una en portugués.
También fue bajo el impacto en el sureste de Europa, 7 ediciones en búlgaro, 4
en serbio, 4 en rumano y una sola edición en ladino, presumiblemente editada en
Salónica. El norte de Europa estuvo moderadamente bien representado con 6
ediciones en danés, 5 en sueco y 2 en noruego (iv).
Esta desigual distribución geográfica no solo reflejaba el desarrollo desigual
del movimiento socialista y de la propia influencia de Marx, tan distinta de
otras ideologías revolucionarias como el anarquismo. Debe recordarnos también
que no existía una estrecha correlación entre el tamaño y la fuerza de los
partidos socialdemócratas y laboristas en cuanto a la difusión del Manifiesto.
Así, hasta 1905 el Partido Socialdemócrata Alemán, con cientos de miles de
afiliados y millones de votantes, imprimió las nuevas ediciones del Manifiesto
en tiradas menores de 2.000 o 3.000 copias. Del programa de Erfurt del partido
de 1891 se tiraron 120.000 ejemplares mientras que, al parecer, no se
imprimieron más de 16.000 copias del Manifiesto en los 11 años comprendidos
entre 1895 y 1905, cuando en este último año la circulación de su revista
teórica Die Neue Zeit era de 6.400 ejemplares (v). No se esperaba del afiliado
medio de un partido marxista socialdemócrata de masas que aprobase exámenes de
teoría. Al contrario, las 70 ediciones de la Rusia prerrevolucionaria se
correspondían con una combinación de organizaciones, ilegalizadas la mayor parte
del tiempo, cuyo número total de miembros no pasaría de unos pocos miles.
Asimismo las 34 ediciones en inglés fueron publicadas por y para las sectas
marxistas dispersas por el mundo anglosajón que operaban en el ala izquierda de
los partidos laboristas y socialistas de entonces. Éste era el entorno “en el
que la claridad de un camarada se medía invariablemente por las señales en su
Manifiesto” (vi). En otras palabras, los lectores delManifiesto, aunque formaban
parte de los nuevos partidos y movimientos laboristas socialistas, casi con toda
seguridad no eran una muestra representativa de su afiliación. Eran hombres y
mujeres con un interés especial en la teoría que subyace en estos movimientos. Y
seguramente esto es verdad todavía.
Esta situación cambió después de la Revolución de Octubre, por lo menos en los
partidos comunistas. A diferencia de los partidos de masas de la Segunda
Internacional (1889-1914), los de la Tercera Internacional (1919-43) esperaban
que todos sus miembros comprendieran la teoría marxista o al menos mostraran
algún conocimiento de la misma. Desapareció la dicotomía entre los líderes
políticos de hecho, desinteresados en la escritura de libros, y los ‘teóricos’
como Karl Kautsky, conocido y respetado como tal, pero no como político práctico
en la toma de decisiones. Siguiendo a Lenin, ahora se suponía que todos los
líderes debían ser teóricos importantes puesto que todas las decisiones
políticas estaban justificadas con base en el análisis marxista, o más
probablemente en la autoridad textual de ‘los clásicos’: Marx, Engels, Lenin y a
su debido tiempo, Stalin. La publicación y distribución a nivel popular de los
textos de Marx y Engels se convirtió en una cuestión más importante para el
movimiento de lo que había sido en los tiempos de la Segunda Internacional. Se
publicaban desde series con los textos más cortos, probablemente siguiendo el
ejemplo de la editorial alemana Elementarbücher des Kommunismus durante la
República de Weimar, hasta compendios adecuadamente seleccionados de lecturas
tales como la inestimable Selección de correspondencia de Marx y Engels, primero
en dos volúmenes y después en tres, o las Obras Reunidas de Marx y Engels en dos
o en tres volúmenes, así como la preparación de las Obras Completas (Gesamtausgabe),
todo respaldado por los recursos ilimitados a estos efectos del Partido
Comunista de la Unión Soviética y muchas veces imprimidas en la Unión Soviética
en una gran variedad de lenguas extranjeras.
El Manifiesto Comunista se benefició de esta nueva situación de tres maneras. Su
circulación sin duda aumentó. La edición barata publicada en 1932 por las
editoriales oficiales de los partidos comunistas estadounidense y británico “de
cientos de miles” de copias se ha descrito como “probablemente la mayor edición
masiva jamás impresa en inglés” (vii). El título del Manifiesto ya no era una
supervivencia histórica, sino que se vinculaba directamente con la política de
la época. Desde el momento en que un Estado principal afirmó representar la
ideología marxista, la posición del Manifiesto como texto de ciencia política
quedó reforzada y consecuentemente entró en los programas educativos de las
universidades, destinada a expandirse rápidamente después de la Segunda Guerra
Mundial, cuando el marxismo de los lectores intelectuales iba a encontrarse con
su público más entusiasta en las décadas de los 60 y 70.
La URSS emergió de la Segunda Guerra Mundial como una de las dos superpotencias,
encabezando una vasta región de Estados comunistas y de Estados satélite.
Los partidos comunistas occidentales, con la notable excepción del partido
comunista alemán, emergieron más fuertes de lo que fueron nunca, ni parecía
probable que lo fueran a ser. Aunque había empezado la Guerra Fría, en el año de
su centenario el Manifiesto lo publicaban no solamente los editores comunistas o
marxistas, sino también editoriales no políticas en grandes ediciones con
introducciones de académicos eminentes. En otras palabras, ya no era solo un
documento marxista clásico, sino que se había convertido en un clásico político
y punto.
Sigue siendo un clásico incluso después del final del comunismo soviético y del
declive de los partidos y movimientos marxistas en muchas partes del mundo. En
los Estados sin censura, se puede encontrar en librerías o bibliotecas. El
propósito de una nueva edición no es por tanto poner el texto de esta asombrosa
obra maestra al alcance de todo el mundo y menos aún revisitar un siglo de
debates doctrinales acerca de la interpretación “correcta” de este documento
fundamental del marxismo. Se trata de recordarnos de que el Manifiesto aún tiene
mucho que decir al mundo en las primeras décadas del siglo XXI.
II
¿Qué tiene que decir? Se trata, por supuesto, de un documento escrito para un
determinado momento histórico. Parte del mismo quedó obsoleto casi de inmediato,
como por ejemplo las tácticas recomendadas a los comunistas en Alemania, que no
se aplicaron durante la revolución de 1848 y sus secuelas. Otra parte del mismo
se fue quedando obsoleta a medida que transcurrían los años que separaban a los
lectores de la fecha en que se escribió. Hacía mucho tiempo que Guizot y
Metternich ya no lideraban gobiernos para ser personajes de los libros de
historia y el zar ya no existe (aunque el Papa sí). En cuanto a la discusión
sobre la “literatura socialista y comunista”, los propios Marx y Engels
reconocieron en 1872 que ya entonces estaba desfasada.
Y lo que es más importante: con el paso del tiempo, el lenguaje del Manifiesto
ya no era el de sus lectores. Por ejemplo, se ha comentado ampliamente la frase
que decía que el avance de la sociedad burguesa había rescatado “a una parte
considerable de la población de la idiotez de la vida rural”. Pero mientras no
hay duda de que Marx en ese momento compartía el desprecio e ignorancia
habituales del habitante de la ciudad hacia el entorno campesino, la frase
alemana actual y analíticamente más interesante de dem Idiotismus des Landlebens
entrissen no se refiere a la “estupidez”, sino al “horizonte estrecho” o “al
aislamiento del conjunto de la sociedad” en que vivía la gente del campo. Hacía
eco del significado original del término griego idiotes, de donde se derivan los
significados actuales de “idiota” o “idiotez”: “una persona preocupada solo de
sus asuntos privados y no de los de una comunidad más amplia”. Desde 1840 y en
los movimientos cuyos miembros, al contrario que Marx, no habían recibido una
educación clásica, el sentido original se desvaneció y se malinterpretó.
Esto resulta aún más evidente en el vocabulario político del Manifiesto. Los
términos como Stand (Estado), Demokratie (democracia) o “nación/nacional”, o
bien tienen poca aplicación a las políticas de finales del siglo XX o han dejado
de tener el significado que tenían en el discurso político o filosófico de la
década de 1840. Por poner un ejemplo obvio: el “Partido Comunista”, de cual
nuestro texto afirmó ser el Manifiesto, no tuvo nada que ver con los partidos de
la política democrática moderna, ni con los “partidos de vanguardia” del
comunismo leninista, sin mencionar los partidos estatales de tipo soviético o
chino. Ninguno de estos partidos existía en aquel momento. La palabra “partido”
todavía significaba esencialmente una tendencia o corriente de opinión o
táctica, aunque Marx y Engels reconocían que en cuanto esto se materializaba en
los movimientos de clase, se desarrollaba algún tipo de organización (diese
Organisation der Proletarier zur Klasse, und damit zur politischen Partei). De
ahí la distinción en la sección IV entre “los partidos de clase obrera
existentes… los cartistas en Inglaterra, los reformistas agrarios en Estados
Unidos” y otros, no constituidos todavía (viii). Como deja claro el texto, en
esta etapa el partido comunista de Marx y Engels no constituía una organización
ni intentaba serlo, y menos pretendía ser una organización con un programa
específico distinto al de las demás organizaciones (ix). Por cierto, no se
menciona en el Manifiesto el sujeto real en cuyo nombre se escribió, la Liga de
los Comunistas.
Por otra parte, queda claro que el Manifiesto no solo se escribió en y para una
situación histórica determinada, sino que también representaba una fase
relativamente inmadura del desarrollo del pensamiento marxista. Y esto se hace
más evidente en los aspectos económicos. Aunque Marx había empezado en serio a
estudiar la economía política en 1843, no se propuso desarrollar el análisis
económico expuesto en El Capital hasta que llegó exiliado a Inglaterra después
de la Revolución de 1848 y tuvo acceso a los tesoros de la biblioteca del Museo
Británico en el verano de 1850. De ahí que la distinción entre la venta de su
mano de obra al capitalista por parte del obrero y la venta de su fuerza de
trabajo que resulta esencial para la teoría marxiana de la plusvalía y la
explotación no se había hecho en el Manifiesto. Tampoco opinaba el Marx maduro
que el precio de la mercancía “trabajo” era su coste de producción; es decir, el
coste del mínimo fisiológico de mantener con vida al trabajador. En resumen,
Marx escribió elManifiesto menos como economista marxiano que como comunista
ricardiano.
Y sin embargo, a pesar de que Marx y Engels recordaban a los lectores que el
Manifiesto era un documento histórico desfasado en muchos aspectos, promovieron
y ayudaron la publicación del texto de 1848 con modificaciones y aclaraciones
relativamente menores (x). Reconocieron que seguía siendo una importante
exposición del análisis que distinguía su comunismo de todos los demás proyectos
existentes para la creación de una sociedad mejor. En esencia este análisis era
histórico. Su núcleo era la demostración del desarrollo histórico de las
sociedades y específicamente de la sociedad burguesa, que reemplazó a sus
predecesoras, revolucionó el mundo y a su vez creaba necesariamente las
condiciones para su reemplazo inevitable. Al contrario que la economía marxiana,
“la concepción materialista de la Historia” que subyace en este análisis había
encontrado ya su formulación madura a mediados de la década de 1840, y había
permanecido prácticamente sin cambios en los años posteriores (xi). En este
aspecto el Manifiesto era ya un documento definitorio del marxismo. Encarnaba
una visión histórica, aunque su esquema general requería un análisis más
detallado.
III
¿Qué impresión causará el Manifiesto al lector que accede hoy al mismo por
primera vez? El nuevo lector no puede dejar de ser arrastrado por la convicción
apasionada, la brevedad concentrada, la fuerza intelectual y estilística de este
asombroso panfleto. Está escrito como en un único estallido creativo, con frases
lapidarias que se transforman de forma casi natural en aforismos memorables que
se conocen mucho más allá del mundo del debate político: desde la apertura “Un
fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo”, hasta el final “Los
proletarios no tienen nada que perder más que las cadenas. Tienen un mundo que
ganar” (xii). Igualmente fuera de lo común en la escritura alemana del siglo XIX
son los párrafos cortos, apodícticos, generalmente de una a cinco líneas. Solo
en cinco casos, entre más de doscientos, hay quince líneas o más. Sea lo que
sea, El Manifiesto Comunista como retórica política tiene una fuerza casi
bíblica. En resumen, es imposible negar su irresistible poder literario (xiii).
No obstante, lo que indudablemente impactará al lector contemporáneo del
Manifiesto es el diagnóstico notable del carácter revolucionario y el impacto de
la “sociedad burguesa”. No se trata simplemente de que Marx reconociera y
proclamara los extraordinarios logros y el dinamismo de una sociedad que
detestaba, para sorpresa de más de un defensor posterior del capitalismo ante la
amenaza roja. De lo que se trata es que el mundo transformado por el capitalismo
que describió en 1848, en pasajes de elocuencia oscura y lacónica, se reconoce
en el mundo en que vivimos hoy, 150 años después. Curiosamente, el optimismo
poco realista de dos revolucionarios de veintiocho y treinta años ha demostrado
ser la fuerza más perdurable del Manifiesto. Porque aunque el “fantasma del
comunismo” obsesionó realmente a los políticos y aunque Europa atravesaba un
periodo de crisis económica y social y estaba al borde de la mayor revolución a
escala continental de su historia, estaba claro que no se daban los fundamentos
necesarios que respaldaran la convicción del Manifiesto de que se aproximaba el
momento de derrocar el capitalismo (la revolución burguesa en Alemania iba a ser
el preludio de la revolución proletaria que le sucedería). Al contrario. Como
sabemos ahora, el capitalismo se disponía a comenzar su primer periodo de avance
global triunfal.
Dos cosas contribuyeron a la fuerza del Manifiesto. La primera es su visión,
incluso en el mismo comienzo de la marcha triunfal del capitalismo, de que este
modo de producción no era permanente, estable, “el fin de la historia”, sino una
fase temporal de la historia de la humanidad, destinada como sus predecesoras a
ser sustituida por otro tipo de sociedad (a no ser –y esta frase del Manifiesto
no se ha estudiado con suficiente atención– que se derrumbara “sobre la ruina
común de las clases contendientes”). La segunda es su reconocimiento de las
necesarias tendencias históricas a largo plazo del desarrollo capitalista. El
potencial revolucionario de la economía capitalista era ya evidente. Marx y
Engels no pretendieron ser los únicos que lo reconocieran. Desde la Revolución
Francesa algunas de las tendencias que observaron se imponían claramente. Por
ejemplo el declive de las “provincias independientes o débilmente asociadas, con
intereses, leyes, gobernantes y sistemas fiscales separados”, ante los
estados-nación “con un gobierno, un código de derecho, un interés nacional de
clase, una frontera y un arancel aduanero. Sin embargo, al final de la década de
1840, lo que había conseguido la “burguesía” era mucho más modesto que los
milagros que se le atribuían en El Manifiesto. Después de todo, en 1850 el mundo
no producía más de 71.000 toneladas de acero (casi el 70% en Inglaterra) y se
habían construido menos de 24.000 millas de ferrocarriles (dos tercios en
Inglaterra y EE.UU.) Los historiadores no han tenido dificultad en demostrar que
incluso en Inglaterra la Revolución Industrial (un término utilizado
específicamente por Engels a partir de 1844) (xiv) apenas había creado un país
industrial, ni siquiera en su mayor parte urbano antes de 1850. Marx y Engels no
describieron el mundo ya transformado por el capitalismo en 1848; pronosticaron
que el destino lógico del mundo sería que el capitalismo lo transformara.
Ahora, en el tercer milenio del calendario occidental, vivimos en un mundo en el
que esta transformación ha producido. En cierto sentido prácticamente podemos
ver la fuerza de las predicciones del Manifiesto incluso más claramente que las
generaciones que vivieron entre el momento de su publicación y el actual. Porque
hasta la revolución en el transporte y las comunicaciones posterior a la Segunda
Guerra Mundial había limitaciones a la globalización de la producción, “al
carácter cosmopolita de la producción y el consumo en todos los países”. Hasta
la década de 1970 la industrialización permaneció abrumadoramente confinada en
sus regiones de origen. Algunas escuelas marxistas podrían incluso argumentar
que el capitalismo, al menos en su forma imperialista, lejos de “obligar a todas
las naciones a adoptar el modo de producción burgués, so pena de extinción”
perpetraba o incluso creaba, por su naturaleza, el “subdesarrollo” en el llamado
Tercer Mundo. Mientras un tercio del género humano vivía en sistemas económicos
del modelo del comunismo soviético, parecía que el capitalismo nunca triunfaría
en su empeño de obligar a todas las naciones a “convertirse en burguesas”. No
“crearía un mundo a su imagen”. Otra vez, antes de la década de 1960 la
predicción del Manifiesto de que el capitalismo conllevaba la destrucción de la
familia aparentemente no se había producido, ni siquiera en los países
occidentales avanzados donde hoy alrededor de la mitad de las personas nacen o
crecen con madres solteras y la mitad de los hogares de las grandes ciudades
está formada por una sola persona.
En resumen, lo que en 1848 le podría haber parecido a un lector no comprometido
retórica revolucionaria -o en el mejor de los casos una predicción plausible– se
puede leer actualmente como una caracterización concisa del capitalismo a
finales del siglo XX. ¿De qué otro documento de 1840 podría decirse lo mismo?
IV
Sin embargo, si al final del milenio nos sorprende la visión aguda del
Manifiesto sobre el futuro entonces remoto de un capitalismo masivamente
globalizado, el fallo de otra de sus predicciones resulta igual de sorprendente.
Ahora resulta evidente que la burguesía no ha producido “por encima de todo… sus
propios sepultureros” dentro del proletariado. “La caída de la burguesía y la
victoria del proletariado” tampoco han resultado “igualmente inevitables”. El
contraste entre las dos mitades del análisis del Manifiesto en la sección
“Burgueses y Proletarios” exige una explicación más amplia transcurridos 150
años de lo que era necesario en su centenario.
El problema no reside en la visión de Marx y Engels de un capitalismo que
necesariamente transformó a la mayoría de la gente que se ganaba la vida en este
sistema económico en hombres y mujeres que para su propio sustento necesitaban
ofrecer su mano de obra por jornales o salarios. Indudablemente lo ha hecho,
aunque actualmente los ingresos de algunas personas teóricamente empleadas a
cambio de un salario, como los directivos de empresa, difícilmente pueden
considerarse proletarios. Tampoco mentían al creer que la mayoría de esa
población trabajadora sería esencialmente fuerza de trabajo industrial. Aunque
Gran Bretaña fue excepcional siendo un país en que los trabajadores manuales
asalariados constituyeron la mayoría absoluta de la población, el desarrollo de
la producción industrial requirió la entrada masiva de trabajadores manuales
durante más de un siglo después del Manifiesto. Incuestionablemente éste ya no
es el caso de la producción moderna de alta tecnología intensiva en capital, una
evolución que no tuvo en cuenta el Manifiesto, aunque en sus estudios económicos
más desarrollados el propio Marx imaginó el posible desarrollo de una economía
con menos necesidad de mano de obra, al menos en una época post-capitalista (xv).
Incluso en las viejas economías industriales del capitalismo, el porcentaje de
personas empleadas en la industria manufacturera permaneció estable hasta la
década de 1970, excepto en EE. UU., donde el declive se produjo algo antes. En
realidad, con muy pocas excepciones –como las de Gran Bretaña, Bélgica y EE.UU.–
en 1970 los trabajadores industriales constituyeron probablemente una proporción
mayor de la población total ocupada del mundo industrializado y en vías de
industrialización que se haya dado nunca antes.
En cualquier caso, el derrocamiento del capitalismo previsto por el Manifiesto
no se basaba en la transformación previa de la “mayoría” de la población en
proletaria, sino en la suposición de que la situación del proletariado en la
economía capitalista era tal que una vez organizado en un movimiento de clase
necesariamente político, podría tomar la iniciativa, agrupar en torno a él el
descontento de otras clases y así conquistar el poder político como “el
movimiento independiente de la inmensa mayoría en el interés de la inmensa
mayoría”. Así, el proletariado “se sublevaría para ser la clase dirigente de la
nación… [y] constituirse en la nación” (xvi).
Como no se ha derrocado el capitalismo, tendemos a descartar esta predicción. No
obstante, y aunque parecía absolutamente improbable en 1848, el levantamiento de
movimientos organizados con base en la conciencia de la clase obrera estaba
llamado a cambiar la política de la mayoría de los países capitalistas de
Europa, lo que existía raramente fuera de Gran Bretaña. Partidos laboristas y
socialistas emergieron en la mayor parte del mundo “desarrollado” en 1880,
convirtiéndose en partidos de masas en Estados con la franquicia democrática que
tanto habían ayudado a establecer. Durante y después de la Primera Guerra
Mundial otra rama de los “partidos proletarios” siguió la senda revolucionara de
los bolcheviques, otra rama se convirtió en los pilares que sustentaron el
capitalismo democratizado. La rama bolchevique apenas tiene ya importancia en
Europa occidental o se ha asimilado a la socialdemocracia. La socialdemocracia,
tal como existía en los tiempos de Bebel e incluso de Clement Attlee, lucha en
la retaguardia. No obstante, los partidos socialdemócratas de la Segunda
Internacional, a veces con sus nombres originales, son aún potencialmente los
partidos de gobierno de varios Estados europeos. Aunque esos gobiernos fueron
menos frecuentes a principios del siglo XXI que a finales del XX, estos partidos
han batido el record de continuidad como grandes agentes políticos durante más
de un siglo.
En resumen, lo que está equivocado no es la predicción del Manifiesto del papel
central de los movimientos políticos con base en la clase obrera (y aún en
ocasiones éstos llevan específicamente el nombre de clase, como los partidos
laboristas británico, holandés, noruego y australiano). Lo que está equivocado
es la proposición: “De todas las clases que se enfrentan hoy a la burguesía,
solo la proletaria es realmente revolucionaria”, cuyo destino inevitable,
implícito en la naturaleza y desarrollo del capitalismo, es el derrocamiento de
la burguesía: “Su caída y la victoria del proletariado son igualmente
inevitables”.
Incluso en los notorios “años cuarenta del hambre”, el mecanismo que debía
conseguirlo –la inevitable pauperización (xvii) de los obreros– no resultó
totalmente convincente; a menos que se basara en la suposición, improbable
incluso entonces, de que el capitalismo estaba en su crisis final a punto de ser
inmediatamente derrocado. Era un mecanismo dual. Además del efecto de
pauperización en el movimiento obrero, se demostró que la burguesía no estaba
“capacitada para gobernar porque es incompetente para asegurar la existencia a
sus esclavos dentro de su esclavitud, ya que no puede evitar que se hundan hasta
tal extremo que tiene que alimentarlos en vez de al contrario”. Lejos de
proporcionarle el beneficio que alimentara el motor del capitalismo, ahora la
mano de obra se lo comía. Pero dado el potencial económico enorme del
capitalismo, tan dramáticamente expuesto en el propio Manifiesto, ¿por qué fue
inevitable que el capitalismo no pudiera proporcionar sustento, aunque
miserable, a la mayor parte de la clase obrera o alternativamente que no pudiera
permitirse un sistema de previsión social? ¿Ese “pauperismo” (en sentido
estricto, ver nota 17) se desarrolla con mayor rapidez que la población y la
riqueza”? (xviii). Si el capitalismo tenía una larga vida por delante como
resultó obvio muy poco después de 1848, esto no tenía por qué ocurrir, y
efectivamente no ocurrió.
La visión del desarrollo histórico de la “sociedad burguesa” del Manifiesto, lo
que incluye a la clase obrera que la misma generaba, no condujo necesariamente a
la conclusión de que el proletariado derrocaría al capitalismo y al hacerlo
abriría el camino al desarrollo del comunismo, porque la visión y la conclusión
no derivaban del mismo análisis. El objetivo del comunismo, adoptado antes de
que Marx se hiciera “marxista”, no derivaba del análisis de la naturaleza y el
desarrollo del capitalismo, sino de un argumento filosófico –incluso
escatológico– sobre la naturaleza humana y su destino. La idea fundamental de
Marx a partir de entonces de que el proletariado era la clase que no podía
liberarse a sí misma sin liberar al mismo tiempo a la sociedad en su conjunto,
aparece primero como una “deducción filosófica, en lugar de ser producto de la
observación” (xix). En palabras de George Lichtheim: “el proletariado apareció
por primera vez en los escritos de Marx como la fuerza social necesaria para
llevar a cabo los objetivos de la filosofía alemana”, como lo expuso Marx en
1843 y 1844 (xx).
La “posibilidad positiva de la emancipación de Alemania”, escribió Marx en la
Introducción a la Crítica a la Filosofía del Derecho de Hegel, reside:
En la formación de una clase con cadenas radicales… una clase que sea la
disolución de todas las clases, esfera de una sociedad que posea un carácter
universal porque sus sufrimientos sean universales y sus reivindicaciones no
sean derechos individuales porque el agravio cometido contra él no es un mal
particular sino un mal en sí mismo… Esta disolución de la sociedad como una
clase particular es el proletariado… La emancipación de los alemanes es la
emancipación del ser humano. La filosofía es la cabeza de esta emancipación y el
proletariado es el corazón. La filosofía no se puede reconocer a sí misma sin la
abolición del proletariado y el proletariado no puede ser abolido sin que la
filosofía devenga en una realidad (xxi).
Por entonces el conocimiento que Marx tenía del proletariado no iba más allá del
hecho de que “estaba naciendo en Alemania sólo como consecuencia del creciente
desarrollo industrial” y que éste era precisamente su potencial como fuerza
liberadora, puesto que al contrario que las masas de pobres de la sociedad
tradicional, era hijo de una “drástica disolución de la sociedad” y por tanto su
existencia proclamaba la “disolución del orden mundial existente hasta
entonces”. Tenía aún menos conocimiento sobre los movimientos obreros, aunque
sabía mucho de la historia de la Revolución Francesa.
En Engels encontró un socio que aportó a la sociedad el concepto de la
“Revolución Industrial” y los conocimientos de la dinámica de la economía
capitalista como realmente era en Gran Bretaña, más los rudimentos de un
análisis económico (xxii), todo lo cual le indujo a predecir una futura
revolución social, que sería fomentada por una clase obrera real a la que él
conocía muy bien por el hecho de vivir y trabajar en Gran Bretaña al comienzo de
la década de 1840. Los enfoques de Marx y Engels sobre “el proletariado” y el
comunismo se complementaban mutuamente. Lo mismo ocurría con sus concepciones
respectivas de la lucha de clases como motor de la historia (en el caso de Marx
derivado principalmente de su estudio del periodo de la Revolución Francesa; en
el caso de Engels por la experiencia de los movimientos sociales en la Gran
Bretaña pos-napoleónica). No sorprende que “ambos estuvieran de acuerdo en todos
los campos teóricos”, en palabras de Engels (xxiii). Engels le aportó a Marx los
elementos de un modelo que demostraba la naturaleza fluctuante y
“auto-desestabilizadora” del funcionamiento de la economía capitalista, en
particular el esbozo de una teoría de las crisis económicas (xxiv) y el material
empírico acerca del auge del movimiento obrero y del rol revolucionario que
podría desempeñar en Gran Bretaña.
En la década de 1840 la conclusión de que la sociedad estaba al borde de la
revolución resultaba plausible. Como lo era la predicción de que la clase
obrera, aún siendo inmadura, la lideraría. Después de todo, a las pocas semanas
de la publicación del Manifiesto, un movimiento de los trabajadores parisinos
derrocó a la monarquía francesa y dio la señal revolucionaria a la mitad de
Europa. No obstante, la tendencia del desarrollo capitalista a generar un
proletariado esencialmente revolucionario no podía deducirse del análisis de la
naturaleza del desarrollo capitalista. Era una posible consecuencia de este
desarrollo, pero no podría señalarse como la única posible. Y aún menos podía
demostrarse que el éxito de un derrocamiento del capitalismo por parte del
proletariado abriera necesariamente la puerta al desarrollo del comunismo. (El
Manifiesto sólo afirma que en ese momento se iniciaría un proceso de cambio muy
gradual) (xxv). La visión de Marx de un proletariado cuya misma esencia lo
destinara a emancipar a toda la humanidad y a poner fin a la sociedad de clases
mediante el derrocamiento del capitalismo representa una esperanza deducida de
su análisis del capitalismo, pero no una conclusión necesariamente impuesta por
ese análisis.
A lo que el análisis del capitalismo del Manifiesto indudablemente puede llevar
–especialmente cuando se adentra en el análisis de Marx sobre la concentración
económica, que apenas se insinuaba en 1848– es a una conclusión más general y
menos específica acerca de las fuerzas autodestructivas innatas en el desarrollo
capitalista. Debe alcanzar un punto –y en 2012 no solo los marxistas están de
acuerdo en esto– en que:
La sociedad burguesa moderna con sus relaciones de producción, intercambio y
propiedad, una sociedad que ha suscitado medios de producción e intercambio tan
gigantescos, es como el aprendiz de brujo que ya no puede controlar los poderes
del mundo inferior… Las dimensiones del arco de la sociedad burguesa son
demasiado estrechas para abarcar la riqueza que ha creado.
No sería irracional sacar la conclusión de que las “contradicciones” inherentes
al sistema de mercado, sin más nexo de unión entre los seres humanos que el
descarnado interés propio, el cruel “pago al contado”, un sistema de explotación
y de “acumulación interminable” que nunca se pueden superar; que a partir de
cierto punto, mediante una serie de transformaciones y restructuraciones el
desarrollo de este sistema esencialmente “auto-desestabilizador”, conduzca a una
situación que ya no se pueda describir como capitalismo. O citando al propio
Marx, en que “la centralización de los medios de producción y la socialización
del trabajo lleguen al final a un punto en que se hagan incompatibles con su
integumento capitalista”, y ese “integumento reviente en pedazos” (xxvi). El
nombre por el que conozcamos la subsiguiente situación es indiferente. Sin
embargo, como demuestran los efectos de la explosión económica del mundo en el
medio ambiente mundial, tendrá que marcar necesariamente un giro brusco que lo
aleje de la apropiación privada para pasar al control social a escala global.
Resultaría improbable que tal “sociedad post-capitalista” se pareciera a los
modelos tradicionales del socialismo y aún menos al “socialismo real” de la era
soviética. La forma que haya de tomar y hasta dónde encarnaría los valores
humanistas del comunismo de Marx y Engels, dependería de la acción política a
través la cual se produciría el cambio, ya que esto, como sostiene el
Manifiesto, resulta fundamental para la conformación del cambio histórico.
V
En la visión marxiana, no importa cómo describimos ese momento histórico en que
“el integumento reviente en pedazos”, la política constituirá un elemento
esencial. El Manifiesto se lee principalmente como un documento de
inevitabilidad histórica y en efecto su fuerza se deriva en gran medida de la
confianza que proporcionó a sus lectores saber que el capitalismo estaba
inevitablemente destinado a ser enterrado por sus sepultureros y que ahora -y no
en cualquier otro periodo histórico- han nacido las condiciones para la
emancipación. Sin embargo, en contra de las más divulgadas hipótesis, si el
Manifiesto alega que tal cambio histórico lo consigue el hombre haciendo su
propia historia, no es un documento determinista. Las fosas han de ser cavadas
por la acción humana o a través de ella.
Efectivamente es posible hacer una lectura determinista del argumento. Se ha
sugerido que Engels tendía a hacerla más que Marx, con importantes consecuencias
para el desarrollo de la teoría marxista y el desarrollo del movimiento obrero
marxista tras la muerte de Marx. Sin embargo, y pese a que se citase como
evidencia (xxvii) en los propios borradores de Engels, no se intuye esta lectura
determinista en el Manifiesto. Cuando el Manifiesto sale del campo del análisis
histórico y entra en el de la actualidad, se convierte en un documento de
opciones y posibilidades políticas -no de probabilidades políticas- y en
absoluto de certezas. Entre el “ahora” y el momento impredecible en el que “en
el transcurso de la evolución”, se produzca “una asociación en la que el libre
desarrollo de cada uno sea la condición del desarrollo libre de todos”, está el
campo de la acción política.
El cambio histórico a través de la praxis social y la acción colectiva
constituye su núcleo. El Manifiesto contempla el desarrollo del proletariado
como “la organización de los proletarios en una clase, y consecuentemente en un
partido político”. La “conquista del poder político por el proletariado” (la
conquista de la democracia) es “el primer paso de la revolución obrera” y el
futuro de la sociedad bascula sobre las acciones políticas posteriores del nuevo
régimen (es decir, cómo utilizará el proletariado su supremacía política). El
compromiso con la política es lo que históricamente distinguió al socialismo
marxiano de los anarquistas y los sucesores de aquellos socialistas cuyo rechazo
de toda acción política condena específicamente el Manifiesto. Incluso antes de
Lenin, la teoría marxiana no trataba sólo de “la historia nos demuestra lo que
pasa”, sino también acerca de lo “que tenemos que hacer”. Ciertamente la
experiencia soviética del siglo XX nos ha enseñado que podría ser mejor no hacer
“lo que se debe hacer” bajo condiciones históricas que imposibilitan
virtualmente el éxito. Pero esta lección se podría haber aprendido también
considerando las implicaciones del Manifiesto Comunista.
Pero entonces el Manifiesto -y ésta no es la menor de sus notables cualidades -
es un documento que prevé el fallo. Esperaba que el resultado del desarrollo
capitalista fuera “una reconstitución revolucionaria de la sociedad” pero, como
ya hemos comprobado, no excluía la alternativa de “la ruina común”. Muchos años
después, otra investigación marxiana reformuló esto como la elección entre
socialismo y barbarie. Cual de ambos prevalezca es una pregunta que el siglo XXI
debe contestar.
Notas:
(i) Solo se han descubierto dos fragmentos de esos materiales –un plan para la
sección III y el borrador de una página, Karl Marx Frederick Engels,Obras
Completas, Vol. 6 (Londres 1976, páginas 576 y 577).
(ii) En vida de los fundadores eran: (1) Prefacio a la (segunda) edición
alemana, 1872; (2) Prefacio a la (segunda) edición rusa, 1882, la primera
traducción rusa de Bakunin apareció en 1869, comprensiblemente sin la bendición
de Marx y Engels, (3) Prefacio a la (tercera) edición alemana, 1883; (4)
Prefacio a la edición inglesa, 1888; (5) Prefacio a la (cuarta) edición alemana,
1890; (6) Prefacio a la edición polaca, 1892; y (7) Prefacio “A los lectores
italianos”, 1893.
(iii) Paolo Favil li, Storia del marxismo italiano . Dalle origini alla grande
guerra (Milán 1996, páginas 252 a 254).
(iv) Me he basado en los datos del inestimable Bert Andréas, Le Manifeste
Communiste de Marx et Engels. Histoire et Bibliographie 1848-1918 (Milán 1963)
(v) Datos de los informes anuales del Parteitage del SPD. Sin embargo no
proporcionan datos cuantitativos acerca de las publicaciones previstas para 1899
y 1900.
(vi) Robert R. LaMonte, “ The New Intellectuals”, New Review II , 1914; citada
por Paul Buhle en Marxism in the USA: From 1870 to the Present Day (Londres
1987), pág. 56.
(vii) Hal Draper, The Annotated Communist Manifesto (Centro para la Historia del
Socialismo, Berkeley, California 1984), pág. 64.
(viii) El original alemán comienza esta sección con la discusión de das
Verhältniss der Kommunisten zu den bereits konstituerten Arbeiterparteien… also
den Chartiesten, etc. La traducción oficial en inglés de 1887, revisada por
Engels, atenúa el contraste. Una interpretación más fiel sería comparar los
“partidos obreros ya constituidos”, como los cartistas, etc., con los que
todavía no se habían constituido.
(ix) “Los comunistas no constituyen un partido separado opuesto a otros partidos
de la clase obrera… No establecen principios sectarios propios para formar y
moldear el movimiento proletario” (Sección II).
(x) La más conocida de éstas, subrayada por Lenin, fue la observación del
prefacio de 1872 de que la Comuna de París había mostrado “que la clase obrera
no puede simplemente tomar el control de la maquinaria del estado ya existente y
utilizarla para sus propios fines”. Después de la muerte de Marx, Engels añadió
la nota al pie de página modificando la primera frase de la Sección I para
excluir las sociedades prehistóricas del alcance universal de la lucha de
clases. Sin embargo, ni Marx ni Engels se molestaron en comentar o modificar los
pasajes económicos del documento. Si Marx y Engels consideraron realmente un
Umarbeitung oder Ergänzun más desarrollado del Manifiesto (Prefacio a la edición
alemana de 1883) resulta dudoso, pero no hay duda de que la muerte de Marx hizo
que esa revisión fuese imposible.
(xi) Compárese el pasaje de la Sección II del Manifiesto (“¿Requiere una
intuición profunda comprender que las ideas, puntos de vista y concepciones del
hombre, en otras palabras, que la conciencia del hombre cambie con cada cambio
de las condiciones de su existencia material, de sus relaciones sociales y de su
vida social?”) con el pasaje correspondiente en el Preface to the Critique of
Political Economy (“No es la consciencia de los hombres lo que determina su
existencia sino, al contrario, es su existencia social la que determina su
conciencia”).
(xii) Aunque ésta es la versión inglesa aprobada por Engels, no es una
traducción estrictamente correcta del texto original: Mögen die herrschenden
Klassen vor einer kom-munistischen Revolution zittern. Die Proletarier haben
nichts in ihr, (es decir “en la revolución”) zu verlieren als ihre Ketten”.
(xiii) Para un análisis estilístico, vea S.S. Prawer, Karl Marx and World
Literature (Verso, Nueva York 2011), páginas 148 y 9. Las traducciones
delManifiesto que conozco no tienen la fuerza literaria del texto original en
alemán.
(xiv) En “Die Lage Englands. Das 18.Jahrhundert” (Obras de Marx y Engels I,
páginas 566 a 568)
(xv) Ver, por ejemplo, la discusión sobre Fixed capital and the development of
the productive resources of society en los manuscritos de 1857 y 1858. Obras
completas, vol. 29 (1987), páginas 80 a 99.
(xvi) La frase alemana “sich zur nationalen Klasse erheben” tenía connotaciones
hegelianas que la traducción inglesa autorizada por Engels modificó,
probablemente porque pensó que los lectores no lo comprenderían en la década de
1880.
(xvii) Pauperismo no debería leerse como sinónimo de “pobreza”. Las palabras
alemanas, tomadas del inglés, son pauper (persona indigente… que vive de la
beneficencia o de alguna provisión pública”: Diccionario del siglo XX de
Chambers) y pauperismus (calidad de indigente).
(xviii) Paradójicamente, algo parecido al argumento marxiano de 1848 es el
término utilizado ampliamente por los capitalistas y los gobiernos del libre
mercado para demostrar que las economías de los estados cuyo PIB se doblan cada
pocas décadas estarán en bancarrota si no se suprimen los sistemas de
redistribución de las ganancias (estado del bienestar, etc.), implantados en
tiempos de menor abundancia, y en los que aquellos que obtienen ingresos
mantienen a los que no los tienen.
(xix) Leszek Kolakowski , Main Curretns of Marxism, vol. 1, The Founders (Oxford
1978), página 130.
(xx) George Lichtheim, Marxism (Londres 1964), página 45.
(xxi). Obras Completas, Vol. 3 (1975), páginas 186 a 187. En este pasaje he
preferido en general la traducción de Lichtheim, Marxism. El vocablo alemán que
traduce como “clase” es “Stand”, que hoy resulta engañosa.
(xxii) Publicado como Outlines of a Critique of Political Economy en 1844 (Obras
completas, vol. 3, páginas 418 a 443)
(xxiii) “ On the History of the Communist League” (Obras Completas, vol. 26,
1990), página 318.
(xxiv) “Outlines of a Critique” (Obras completas, vol. 3, página 433 y
siguientes). Parece proceder de escritores británicos radicales, principalmente
John Wade, History of the Middle and Working Classes (Londres 1835), a quien se
refiere Engels en relación con esto.
(xxv) Esto es incluso más evidente en las formulaciones de Engels que
constituyen de hecho dos borradores del Manifiesto Draft of a Communist
Confession of Faith” (Obras Completas, vol. 6, página 102) y Principles of
Communism (Ibíd., página 350)
(xxvi) From Historical Tendency of Capitalist Accumulation en Capital, vol. 1
(Obras Completas, vol. 35, 1996), página 750.
(xxvii) Lichtheim, Marxism, páginas 58 a 60
Fuente: http://www.versobooks.com/blogs/1137
lunes, 17 de diciembre de 2012
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