Por Leonardo Candiano.
En esta segunda
entrega de la serie de notas mensuales respecto del proceso cultural
cubano a partir de 1959, analizamos el emblemático texto de Fidel Castro
“Palabras a los intelectuales”.
La crítica especializada coincide en proponer al propio Fidel Castro
como aquel que, a través de sus hoy célebres “Palabras a los
intelectuales”, logra establecer las bases de la discusión respecto del
rol de los intelectuales en el proceso cubano y de una política cultural
para la propia revolución.
El elemento disparador de aquel texto fue la denuncia de un caso de
censura sobre el cortometraje de Sabá Cabrera Infante y Orlando Jiménez
Leal titulado PM. Si bien la película se emitió por televisión en toda
la isla, la prohibición de su proyección en las salas cinematográficas
motivó la crítica -y el temor- de una serie de artistas que veían en
este acto el posible comienzo de una regimentación del hecho estético al
estilo soviético.
Ante esto, la dirigencia cubana -comandada por el propio Fidel
Castro, el Presidente Osvaldo Dorticós y el por entonces Ministro de
Educación, Armando Hart- participó de tres reuniones colectivas con
artistas y escritores en la Biblioteca Nacional de La Habana los días
16, 23 y 30 de junio de 1961, con el fin de debatir la problemática
cultural y la producción intelectual en Cuba.
“Palabras a los intelectuales”
es el discurso de cierre de esas jornadas en donde los artistas cubanos
plantearon opiniones, dudas, temores o críticas ante los dirigentes
políticos de la revolución. Los ejes que recorren el texto son la
defensa de la libertad y el pluralismo en la creación artística, la
búsqueda de estrechar los vínculos entre los intelectuales y su
comunidad, un llamado a evitar el dogmatismo y el sectarismo, el intento
por inculcar la necesidad de la promoción del arte y la literatura
entre las grandes masas de la población garantizando el pleno acceso del
pueblo a los bienes y servicios culturales, la pretensión de mantener
abierto a futuro el diálogo con los intelectuales y artistas locales, el
respaldo a todo aquel que apoye el proceso en curso, haga lo que haga
artísticamente, y a la vez, establecer la primacía de la revolución
frente a cualquier problema particular concreto y, por lo tanto, el
derecho del Estado revolucionario a fiscalizar la actividad artística o
intelectual en un contexto de grave conflictividad política.
Cabe destacar que estos encuentros del gobierno con los intelectuales
se desarrollaron sólo dos meses después de la invasión mercenaria de
exiliados cubanos -dirigidos y armados por la CIA- en Playa Girón, de
las últimas reformas que completaron la nacionalización de los resortes
fundamentales de economía cubana y de la declaración oficial del
carácter socialista del proceso en curso, hechos que profundizaron las
transformaciones y los alcances de la revolución cubana, y a la vez
unificaron a la inmensa mayoría de su pueblo bajo las mismas banderas de
lucha, aunque también motivaron la huida de un grupo de profesionales y
sectores medios y altos de la sociedad. Todo lo cual indica que en
aquel entonces nos encontrábamos ante un nuevo pico en la radicalización
del conflicto social en Cuba luego de los primeros momentos de la
revolución, y ante una latente amenaza de ataques imperialistas contra
la isla.
Mientras la riqueza social se repartía entre los miembros de la
sociedad y el pueblo se abocaba a la defensa de los logros
revolucionarios, mientras eran asiduas las caídas de bombas en la
capital del país, el asesinato de milicianos, el surgimiento de
guerrillas contrarrevolucionarias en el Escambray atacando al gobierno
constituido, el autoexilio de sectores medios que dejaba a la
construcción de la nueva sociedad sin los aportes de gran parte de
aquellos técnicamente mejor formados para llevarla a cabo, ante las
primeras insinuaciones de una posible regimentación cultural orientada
por planteos sectarios y dogmáticos (que habían tenido un antecedente en
el plano periodístico a inicios del mismo año `61 en Prensa Latina que
motivó la renuncia de Jorge Ricardo Massetti a la agencia ante las
presiones de un sector ligado al antiguo Partido Socialista Popular
–PSP-, de corte stalinista), Fidel declara: “¿Quiere decir que vamos a
decir aquí a la gente lo que tiene que escribir? No. Que cada cual
escriba lo que quiera, y si lo que escribe no sirve, allá él. Si lo que
pinta no sirve, allá él. Nosotros no le prohibimos a nadie que escriba
sobre el tema que prefiera. Al contrario. Y que cada cual se exprese en
la forma que estime pertinente y que exprese libremente la idea que
desea expresar.”
Este pasaje ubica a la política de la revolución cubana en las
antípodas de los postulados de los defensores del modelo cultural
soviético -dentro y fuera de la isla- y crea las condiciones para un
mayor desarrollo cultural y artístico en Cuba.
Es una propuesta orientada hacia el pluralismo en un momento en el
que un pueblo entero se abocaba fundamentalmente a la defensa de su
territorio liberado y en el que se trataban de establecer los parámetros
generales de la revolución no sólo en términos estéticos, sino también
políticos y económicos, en cuanto a la forma concreta que iba a adquirir
la organización socialista de Cuba. Es decir, si Cuba iba a convertirse
en una versión caribeña de la URSS o iba a intentar desandar un camino
revolucionario propio, amparándose en sus tradiciones, teniendo en
cuenta sus especificidades y retomando los planteos marxistas desde sus
propias interpretaciones.
Para aquellos que venían de la sierra la discusión ya estaba saldada:
Cuba iba a avanzar al socialismo de manera autónoma, Cuba era de los
cubanos y la lucha por el socialismo era también la lucha por la
liberación nacional. La revolución debía ampliar y defender las
libertades de todo el pueblo, lo cual incluía al campo cultural.
Pero la posibilidad de cercenamiento de derechos, el avance en la
regimentación no sólo del arte sino de la vida política y pública, la
burocratización del Estado y la cristalización de una casta política
eran amenazas reales, ya que las líneas internas del proceso
revolucionario que se manifestaban abiertamente prosoviéticas parecían
dirigirse hacia esa dirección.
Es por eso que Fidel sintetiza las ideas del gobierno con un llamado a
la amplitud de la ideología revolucionaria cubana a través de la, a
esta altura, repetida frase “Dentro de la Revolución, todo; contra la
Revolución, ningún derecho”, que no señala ningún tipo de
cuestionamiento a forma estética alguna, da libertad al desarrollo
artístico e intelectual y a toda clase de producción cultural, siempre y
cuando no vaya en detrimento concreto de una revolución que estaba
siendo asediada en ese preciso momento nada más y nada menos que desde
los Estados Unidos.
Al respecto, Aurelio Alonso señala que así: “quedó plasmada, en una
expresión sencilla, inequívoca, una postura que devendría paradigmática.
Cimentada en un principio -tal vez sin precedente en la tradición
socialista- que previniera, al mismo tiempo, los riesgos de dos dogmas
extremos: de un lado, el de aplastar las libertades y, del otro, el de
tolerarlas en detrimento, incluso, del proyecto revolucionario.”
Asimismo, en estas palabras de Fidel está en ciernes la constitución
de un nuevo tipo de intelectual. Ante todo, el intelectual aquí no
cumple el rol de escriba del dirigente político de turno. Su tarea no
consta en traspolar a un lenguaje refinado las nociones del gobierno. No
estamos ante un propagandista, ni un funcionario estatal, ni un
burócrata de la tinta y el papel. El intelectual debe poseer autonomía
para desarrollar creativamente su producción cultural, sea o no sea
revolucionario.
Pero de las “Palabras a los intelectuales” se extrae también que la
revolución no sólo admite, sino que reivindica y pretende producir
intelectuales que se alejen de la noción de “especialistas” o
“técnicos”, hegemónica en las sociedades occidentales modernas, cuyos
saberes se limitan a los compartimentos estancos de una disciplina
particular en detrimento de una comprensión de la totalidad en la que
está inmerso su pensamiento y su acción práctica.
Dentro de la búsqueda por establecer nuevos parámetros éticos y
morales en la sociedad -y nuevos patrones de conducta-, la revolución
cubana procura y necesita intelectuales apegados a su comunidad e
involucrados en su desarrollo socio-cultural. Fidel inicia con este
discurso la pretensión de generar un nexo sólido entre intelectuales y
pueblo, por eso es que también dedica gran parte del mismo a mencionar
el proceso de alfabetización, la creación de escuelas artísticas en
pleno campo y en distintas ciudades, la función estratégica de los
instructores de arte y la labor que empezará a llevar adelante la
Imprenta Nacional en lo que concierne a la edición y publicación de
libros. En “Palabras a los intelectuales” se observa una búsqueda por
sumar a los allí presentes al proceso de culturalización de las masas,
más allá de sus prácticas artísticas concretas.
“Palabras a los intelectuales” otorga perspectivas generales a la
producción estética, aún en situaciones de conmoción política, sin caer
en dogmatismos, reglas o recetas. Se distancia así de cualquier tipo de
autoritarismo o burocratización cultural; a la vez que pretende
establecer las bases para un acercamiento cada vez más estrecho entre lo
que era en ese entonces la “elite cultural” de Cuba -la minoría
profesional y artística que se había quedado en la isla- y el pueblo que
recién estaba comenzando a alfabetizarse. De lo que se trata, por lo
tanto, es de generar políticas que establezcan un acercamiento paulatino
entre ambos sectores que vaya aboliendo la separación entre el cerebro que piensa y la mano que trabaja.
Ese es el impulso que dio Fidel en esta problemática. Un impulso que
generó un desarrollo cultural en la isla durante los años 60 con pocos
precedentes a nivel mundial y junto al cual Guevara comenzará a preparar
la arcilla del hombre nuevo en diversos escritos y que expresará de
manera certera en “El socialismo y el hombre en Cuba”, texto al que nos
referiremos en la próxima entrega.
Fuente : Marcha
viernes, 1 de febrero de 2013
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