The people united will never be defeated - ¡Proletarios del mundo, uníos!

domingo, 24 de marzo de 2013

A 37 años del golpe cívico-militar-empresarial-judicial-eclesiástico que dejó 30.000 desaparecidos

A 37 años del golpe cívico-militar-empresarial-judicial-eclesiástico que dejó 30.000 desaparecidos, es imperioso avanzar sobre la responsabilidad institucional de la jerarquía católica cuyos máximos responsables fueron el cardenal Pio Laghi, representante del Vaticano en la Argentina, los cardenales Juan Carlos Aramburu y Raúl Primatesta, así como el vicario de las Fuerzas Armadas, Adolfo Tortolo. 

A estos nombres deben sumarse los de la mayoría de los obispos que en sus diócesis fueron cómplices activos de crímenes de lesa humanidad. Dos obispos no alineados con la dictadura fueron asesinados: Enrique Angelelli, de La Rioja, y Carlos Ponce de León, de San Nicolás. En ambos casos se fraguaron accidentes automovilísticos. Hubo también obispos que estuvieron junto al pueblo y fueron segregados por la jerarquía: el de Neuquén, Jaime De Nevares; el de Quilmes, Jorge Novak; el de Viedma, Miguel Hesayne, y el de Goya, Alberto Devoto. 

En cuanto a Jorge Bergoglio, entonces a cargo de la Orden de los Jesuitas, es preciso destacar algunos datos poco conocidos. El ex cura y actual diputado de La Rioja Délfor Brizuela y otros riojanos afirman que Angelelli no pudo enviar sacerdotes de su diócesis a Córdoba y Rosario porque lo consideraban “el obispo rojo”. Bergoglio sí se brindó a recibir a curas enviados por Angelelli. Mabel Careaga, hija de la militante de la izquierda paraguaya Esther Ballestrino de Careaga, relata que Bergoglio consideraba a su madre la persona que le abrió los ojos a la política. Aunque sin relación alguna con la admiración de Bergoglio, cabe destacar que esta mujer fue una de las Madres de Plaza de Mayo secuestradas por un comando de la Armada de la Iglesia de la Santa Cruz en diciembre de 1977. En cuanto al secuestro de los jesuitas Rodolfo Jalics y Orlando Yorio, el hermano de este último, Rodolfo, consigna que ambos permanecieron meses en una casa tratados como prisioneros ilegales. Esa detención clandestina coincidió con un reiterado y negado pedido de audiencia del ministro de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz, con el nuncio Pio Laghi. Yorio y Jalics fueron liberados, a los pocos días les entregaron pasaportes para que se fueran del país y, además, fueron echados de la Orden de los Jesuitas. De modo coincidente, fue recibido Martínez de Hoz por Pio Laghi. Ese evidente canje formaba parte de los juegos y pujas de poder entre Emilio Massera, mandamás de la Armada y socio político de Laghi, y Jorge Videla, jefe del Ejército y respaldo del grupo de poder empresarial de Martínez de Hoz. Echar luz sobre lo actuado por la jerarquía eclesiástica no implica sospechar sobre Bergoglio. Tampoco significa dejarlo de lado. Sobre todo porque estando al frente del Episcopado, el nuevo Papa jamás impulsó una revisión ni ayudó a las organizaciones de derechos humanos. Sin embargo, la inmensa esperanza abierta desde que está en El Vaticano tiene fundadas razones políticas además de la fe que despierta en la grey católica. Un liderazgo que refresque a la Iglesia Católica no es un cambio en la estructura conservadora de una de las instituciones de poder mundial que se oponen férreamente a los temas de debates imprescindibles del siglo XXI.

(Por Eduardo Anguita )


Tras un manto de neblina

De tanto en tanto, la sociedad argentina es atacada por raptos de euforia en los que un tema central reclama la unanimidad de las voluntades y la exclusión de los disidentes, como si su mera existencia ofendiera la exaltada sensibilidad colectiva. Ese poder hipnótico parece capaz de abolir diferencias, historias personales e intereses sociales. El que no salta es un inglés, o un holandés, o un cuerpo extraño a la Nación y enemigo del pueblo.

Los hijos de dos queridos compañeros pasaron en mi casa la tarde del invierno de 1978 en que terminó el campeonato mundial de fútbol. Una oleada humana con banderas bloqueaba las calles y en gran parte de la ciudad no circulaba el transporte. El nene, de cuatro años, caminaba aferrado a mi mano. Desde abajo miraba con recelo ese espectáculo desconocido. La nena, de un año y medio, pidió una banderita, con la que montada sobre mis hombros se sumó a la algarabía. Cuando llegamos caminando a la casa donde vivían, estaba el televisor prendido y la abuela repetía pasos de comparsa con una vincha y una bandera.

Ahora que llegaron voy a salir yo a festejar, para que en Europa vean que aquí no corren ríos de sangre –dijo.

Sólo atiné a responder:

–¿No corren?

El hechizo se disipó y reaparecieron los contornos de la realidad brutal: el altar en la ventana, consagrado al padre de los chicos, asesinado nueve meses antes por el Ejército, velas encendidas y la carta de la madre, con el cuento infantil que le permitieron dibujar en el campo de concentración del que jamás regresó.

El obispo José Miguel Medina defendió los miles de millones de dólares que costó organizar el torneo, por “haber reflotado la argentinidad”. Sobre todo le entusiasmaba el uso de los colores de la bandera, que hizo “brillar por su ausencia los símbolos extraños de cierto rojo y de ciertas estrellas”. 

1 Los católicos liberales de la revista Criterio (que dirigía el sacerdote Rafael Braun Cantilo, amigo de la familia Zorreguieta y confesor de la princesa Máxima, y en cuyo consejo asesor participaban el crítico de arte de Clarín, Fermín Fèvre, y el ahora columnista de La Nación Natalio Botana) objetaron que las denuncias sobre los campos clandestinos de concentración eran parte “de una batalla sobre la opinión pública”. 

2 Interpretaron los festejos como “una opinión colectiva respecto de la forma en que era tratada, y maltratada, la patria en el extranjero. Una suerte de razón pública expresó su hartazgo por la crítica grosera, interesada o de mala fe”. 

3 El ex decano de la Facultad de Teología de Buenos Aires y luego obispo Carmelo Giaquinta reflexionó en forma implacable sobre su conducta de aquel día, cuando festejó en la calle con sus alumnos al grito de El que no salta es un holandés. “¿Posible? Yo, que en mi vida fui sólo dos veces a la cancha, que apenas entiendo una pizca de fútbol, gritando como un estúpido, haciéndome cómplice del silencio que con ese triunfo se tendía sobre todos los crímenes de lesa humanidad. Merecería un tribunal como el de Nüremberg. [...] La misma Comisión episcopal de Migraciones y Turismo, ¿cómo no fue más crítica de la situación y sacó, en cambio, una declaración de apoyo al Mundial? [...] No tuvo que haber olvidado jamás que el escenario del Mundial era esta Argentina que tenía la obligación de estar de luto”. 

4 No sólo en las calles se gozó la fiesta de todos. El 29 de junio, el nuncio apostólico Pio Laghi reunió al Episcopado con la Junta Militar, algunos generales de la represión y dirigentes políticos. –Es la resurrección de la clase media –comentó el cardenal Raúl Primatesta. Es que antes la calle era de otros –completó Videla. 

5 Varias veces, Laghi usó esos contactos para interceder por algunos casos especiales, como el licenciado en Letras Carlos Grosso, profesor en la Universidad jesuita de El Salvador. Grosso fue secuestrado durante el campeonato mundial y su empleador, Franco Macrì, intercedió por él ante el nuncio. Luego de una consulta, Laghi respondió que Grosso sería liberado en cuanto se borraran las huellas de las torturas que había padecido. Así fue. 

Aquella locura colectiva se repitió en 1982 con el desembarco en las islas Malvinas, apenas dos días después del salvaje castigo a una manifestación por pan, paz y trabajo. Hasta los perseguidos por la dictadura festejaron y ofrecieron su colaboración para la empresa patriótica, sin importar que el Comandante-Presidente fuera el ex jefe del campo de concentración rosarino de la Quinta de Funes y que los oficiales jefes que condujeron a las tropas hubieran participado en la represión clandestina, entre ellos Alfredo Ignacio Astiz y Mohamed Alí Seineldín, sobre quienes los apologistas inventaron historias conmovedoras, como la resistencia clandestina de los inexistentes Lagartos o los rezos que detuvieron la tempestad y llevaron a bautizar el operativo bélico como Virgen del Rosario. Mientras aquí se celebraba un ficticio reencuentro de pueblo y Fuerzas Armadas, desde su exilio europeo Raimundo Ongaro hacía llegar advertencias sobre lo que estaba por ocurrir, que nadie tenía interés en escuchar. Quienes sentían en forma más aguda ese extravío eran los soldados que fueron expedidos a las Malvinas sin vestimenta ni equipamiento adecuados, cuando escuchaban por la radio las versiones triunfalistas sobre lo que estaban padeciendo e incluso el entusiasmo que se extendía a los partidos del nuevo campeonato mundial, que se jugó en los días de la batalla. Pero llegó la resaca, como llegará ahora, y lo que quedó de aquellas jornadas fue la foto de una solitaria Madre de Plaza de Mayo en medio de la muchedumbre con un cartel que decía: “Las Malvinas son argentinas. Los desaparecidos también”.

No hay comentarios:

Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

Politica Obrera