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lunes, 22 de abril de 2013

Los mitos de la “gente normal”


Por Ulises Bosia. 

Un análisis de algunas de las principales ideas que volvieron a expresarse el 18A. Cómo las ideas de las clases dominantes se construyen como sentido común. 

Son gente normal. Ni de izquierda ni de derecha. Ni peronistas ni radicales. Ni jóvenes ni viejos. Tampoco ricos, ni mucho menos pobres. No pertenecen a ninguna clase social en especial. Simplemente son vecinos. Personas preocupadas por sus problemas concretos. No levantan programas políticos ni consignas que los unifiquen. Tampoco se encolumnan detrás de ninguna bandera partidaria, solamente enarbolan la bandera argentina. No fueron convocados por ningún dirigente político, ni tampoco por los medios de comunicación, sino que se autoconvocaron a través de las redes sociales.
Así es como gustan identificarse los manifestantes del 18A, o en todo caso como los identifica el discurso de los medios de comunicación masivos opositores al gobierno nacional, lo mismo que los distintos sectores de la oposición política que pretenden capitalizar su descontento en las próximas elecciones legislativas.

En esta nota la idea es demostrar la profunda carga ideológica que contiene esta caracterización de los manifestantes del jueves pasado, a partir del cuestionamiento de algunos de los principales lugares comunes del pensamiento de la “gente común”, valga la redundancia.

1. “No me dejan hacer lo que yo quiera con mi plata”.

Esta frase ya es un clásico, desde que rigen las restricciones para la compra de dólares y euros para ahorro. Detrás de que “la plata me la gané trabajando y el Estado no puede obligarme a qué hacer con ella”, se esconde una enorme ficción. El dinero, esos papeles donde algún artista ignoto dibujó a distintos próceres de la patria (y también a algunos otros…), sólo tiene valor en la medida en que en primer lugar fue emitida por el Estado, en segundo lugar porque cuenta con el respaldo del Banco Central y en tercer lugar porque forma parte de un mercado nacional regulado por normas que fueron sancionadas desde el poder del Estado. Si no los billetes serían simples papeles sin ningún valor. El cuento neoliberal que afirmaba una supuesta retirada del Estado de la economía para dejar que operen las reglas del mercado, nunca pudo ser cierto porque no existe ningún mercado funcionando de manera estable sin la autoridad del Estado regulando sus actividades y, en última instancia, ejerciendo el poder de policía para la defensa de la propiedad debido al monopolio de la fuerza pública con el que cuenta. Lo que sí existen son distintas formas de regular el mercado y distintas políticas públicas desde el Estado, en función del bienestar de distintos sectores de la sociedad.
2. “El Estado me confisca con impuestos la plata que me gano trabajando”

Esta frase que parece inocente esconde otro de los grandes mitos del liberalismo. Se trata de una idea basada en una gran abstracción. Habría un primer momento del trabajo, que involucra sólo a la sociedad, donde cada uno ganaría su dinero; seguido por un segundo momento, en el que ya la sociedad estaría regida por el poder del Estado, donde las autoridades se quedarían con una parte de ese dinero ganado mediante los impuestos. En este caso, desde luego, también estamos en presencia de una enorme ficción.
Sería un mundo donde no existan convenios colectivos de trabajo ni leyes laborales. Es decir, ninguna de las regulaciones que hacen que los dueños de cada empresa paguen un determinado salario a sus trabajadores. Ni hablar de por qué deberían pagar o garantizar ciertas condiciones de trabajo sin una autoridad ante la que eventualmente rendir cuentas.
Y sin embargo, a pesar de todo esto, hay que decir que estas realidades existen: son las de la economía en negro que golpea a un número enorme de miembros de la clase trabajadora argentina. Y en los casos extremos es la realidad de la esclavitud laboral, también existente a pesar de todas las leyes y las regulaciones. ¿Es a este tipo de situaciones las que reivindican los manifestantes? ¿Se puede aventurar que la presencia de esta idea es una suerte de reflejo subjetivo de una realidad objetiva caracterizada por una enorme porción de economía en negro que sufrimos los trabajadores?

3. “Necesitamos una justicia independiente”.

Esta es la frase que está más de moda. Ante la tímida reforma judicial planteada por el gobierno nacional las manifestantes enarbolaron las banderas de la república, de la división de poderes y de la independencia del Poder Judicial. Desde luego, la influencia del poder económico en la “Justicia” no forma parte de las preocupaciones de estos vecinos, aunque sí que están horrorizados por la posibilidad de que sean los partidos políticos más representativos quienes designen a los funcionarios judiciales.
Es bueno en este sentido recordar que nunca en la historia argentina la elección de los jueces estuvo deslindada de la política. De hecho hasta la reforma constitucional de 1994, cuando fue creado el Consejo de la Magistratura, a los jueces los nombraba la Cámara de Senadores, a partir de una propuesta del Poder Ejecutivo. Es decir que era una forma más directa de designación por parte del poder político electo en las urnas por el voto popular.  ( Con eso Menem colonizo lajusticia para entregar los bienes de la nación al capital financiero internacional con el objeto de trasnformar al pais en una colonia  completa y dejar de ser una semicolonia con mínimas reivindicacionesde de nacion autónoma) 
La ficción en el caso de este mito del liberalismo tiene que ver con la idea de que los jueces deben formar parte de un sector social aislado, objetivo y neutro, impermeable a las presiones políticas, ( los reyes magos son los padres ) que es imposible de verificar en cualquier caso concreto. A su vez esta idea impide cualquier modificación del único poder que, no por casualidad y por citar sólo un tema, hasta ahora salió indemne de su complicidad con el genocidio de la última dictadura militar.
Estos mitos liberales no son inocentes, representan la ideología que mejor defiende los intereses de las clases dominantes de nuestro país. Y son sólo algunos. También podría hablarse por ejemplo de la lectura moral de la política que permanentemente se cuela cuando se habla de corrupción. Es por eso que estos mitos son difundidos incansablemente por distintos aparatos culturales como la educación o los distintos medios de comunicación empresariales. Un Estado impotente para modificar las estructuras políticas, económicas y culturales que oprimen a nuestro pueblo es el mejor escenario posible para que unas pequeñas pero poderosas minorías sigan disfrutando gigantescos privilegios en nuestra sociedad.

Fuente: Marcha

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Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

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