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lunes, 8 de abril de 2013

Tragedia y antipolítica



Por Ulises Bosia. 

¿Por qué cuando la tragedia golpea al pueblo argentino y desnuda la precariedad de las condiciones de vida en que vivimos, un difuso ánimo antipolítico vuelve a expresarse en sectores de la población?

Digamos en un comienzo que este artículo no es neutro. Tras el desastre producido por las lluvias y las enormes muestras de solidaridad que pudieron verse, volvieron a replantearse viejos lugares comunes de la ideología liberal de nuestras clases dominantes.

¿Cómo sería esto? La idea reproducida hasta el hartazgo por los medios masivos de comunicación de que la sociedad argentina es una entidad solidaria y bondadosa mientras que los partidos políticos y el Estado son los representantes de la desidia y el egoísmo no contiene un gramo de ingenuidad. Es la recreación de una prédica que hace décadas pretende convencernos de la incapacidad de las políticas públicas para lograr el bienestar y la felicidad social.

Los militantes políticos son metidos todos en una misma bolsa, independientemente del partido al que pertenezcan, caracterizados por el desinterés hacia la situación social, la corrupción, la inoperancia y, en el mejor de los casos, el oportunismo de intentar capitalizar políticamente una tragedia. En cambio las iniciativas de organizaciones no gubernamentales o de las Iglesias, según este discurso, expresan la nobleza y la solidaridad, de manera desinteresada. Conclusión: lo mejor que un joven puede hacer si tiene inquietudes sociales es participar de alguna instancia de voluntariado social, pero en todo caso dejar la conducción del Estado a un grupo de técnicos y políticos profesionales que sabrán cómo operar para que los dueños seculares de la patria sigan gozando de sus privilegios.
Dicho esto, es necesario remarcar las fuertes responsabilidades de las actuales autoridades políticas en el desastre, para evitar confusiones. El hecho de rechazar las operaciones mediáticas de los voceros de la antipolítica no nos puede llevar a ser condescendientes con las autoridades.

Tanto quienes fueron electos para desempeñar cargos municipales como provinciales y hasta nacionales tienen una gran cuota de responsabilidad que perfora los discursos triunfalistas y desnuda que una década de crecimiento económico récord no consiguió revertir las condiciones estructurales de vida de nuestro pueblo. Pero la falta de obras públicas y el déficit en la construcción de viviendas dignas, junto con el mantenimiento de porcentajes significativos de compatriotas en la pobreza estructural y la falta de planes de emergencia eficientes, no son el resultado de los vicios morales de los gobernantes. Esto es el resultado de la aplicación de políticas concretas que no permiten la satisfacción de las necesidades populares o que directamente están al servicio de los intereses económicos de poderosas minorías, principales responsables invisibles de las situación de nuestro pueblo.

En los últimos años vivimos distintos hechos que pusieron de manifiesto la presencia de la tragedia y de la muerte en nuestra sociedad. El incendio en Cromañón, el accidente en la estación Once y ahora las inundaciones fueron las más importantes, pero no las únicas. Hay que decir que no es un fenómeno exclusivo de nuestro país ni mucho menos, puede encontrarse en todas las latitudes.

Lo central es que en cada oportunidad reaparece la solidaridad pero también la percepción popular de que los políticos son “puro discurso” porque no cumplen con los controles, o no se preocupan por el mejoramiento del transporte público o priorizan otros gastos frente a la ejecución de obra pública que impida las inundaciones pero que es más difícil de capitalizar electoralmente. Y eso alimenta con total justicia la bronca, que fácilmente tiende a caer presa de una visión antipolítica, lo que impide llegar hasta las últimas consecuencias en la comprensión de lo que pasó.
La concatenación de tragedias lleva a pensar en que no se trata de una casualidad ni de una fatalidad sino de algo perfectamente posible en un mundo regido por la lógica de la máxima ganancia. La Argentina del 2013 es un país plenamente integrado al circuito económico del capitalismo globalizado. Sometido por lo tanto a sus reglas del mercado y a la presencia de grandes corporaciones transnacionales en su economía, adaptado a sus costos laborales y a la flexibilización del trabajo, con un tipo de Estado que hace tiempo dejó de ser benefactor para ser empresarial y asistencial.

Las reglas de ese mundo son las que impiden que cada familia argentina posea su propia vivienda mientras las ciudades viven un boom inmobiliario; las que explican que la urbanización siga el camino de la máxima ganancia pero no el de la seguridad de los ciudadanos y por lo tanto se construyan barrios privados pero no desagües y sumideros; las que exigen la precarización del salario y del trabajo y condenan a una parte del pueblo a la pobreza, o las que asocian al poder político con el poder económico y permiten los negociados de la obra pública o de los subsidios en el transporte.

Este panorama trazado a grosso modo no implica ignorar los cambios y transformaciones que el kirchnerismo llevó adelante en nuestro país, en algunos casos en beneficio de los sectores populares, sin embargo sí conducen a una fuerte relativización de su alcance. Es ahí donde la relación entre la bronca, la solidaridad y la política alcanzan un punto sustancial en la medida en que para evitar que los próximos meses y años suframos tragedias de estas características es necesario un proyecto político transformador, decidido a tocar los intereses de los grandes ganadores de esta década, cuestionando las reglas sagradas de la ganancia capitalista.
Las emocionantes escenas de autoorganización popular para la ayuda social y la movilización de centenares de jóvenes de organizaciones políticas y sociales invitan a creer que es posible conjugar solidaridad y organización, ayuda y politización. Pero en cambio, si prima la trampa de la antipolítica, más allá de las buenas intenciones, es inevitable la reproducción del dolor.

Fuente: Marcha

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Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

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