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martes, 12 de noviembre de 2013

Cuando la victoria justifica cualquier cosa

El elogio de Duran Barba a Hitler

Por:  Alejandro Horowicz

Jaime Duran Barba es un experto en escándalos. Si hubiera que describir su profesión, la palabreja "espectacular" cuadra. Barba transforma una cuestión infantil, los globos de cumpleaños, en otra cosa. Y todas las cosas que propicia tienen un sentido único: ponerlas en el centro de la escena política, lograr que todos hablen de su última puesta. La calidad de un puestista pasa por su aptitud para el impacto. Las opiniones deben sacudirse. Un tsunami tiene que recorrer la sensibilidad colectiva para volver visible al cliente de Duran. Todo vale. A favor o en contra, importa inicialmente menos, ese es exactamente su "negocio".

Esta vez se paso de rosca. Hitler no es un resignificable, y mentar su popularidad resulta un "error". Nadie quiere escuchar semejante cosa. Hoy casi todos –tampoco exageremos– son sus detractores juramentados. Cuando Hitler tenía poder, incluso antes, no era así. Hasta Winston Churchill, quien sería su enemigo estratégico más consecuente, no dejó de reconocerle algún mérito. En la mitad de la década del '30, sus "virtudes personales" todavía no eran un escándalo imperdonable, sino un lugar común de la refinada Alemania. Corrían los días del Tratado de Versalles, de las indemnizaciones de guerra, de las repúblicas rojas y del impacto de la Revolución Rusa; era preciso encontrar un salvador. Un hombre providencial que frenara la plaga bolchevique. Por eso, la lista de admiradores intelectualmente prestigiosos del Führer, no era exactamente pequeña. Basta echar una mirada al documentado trabajo de Wolfgang Martynkewicz (Salón Deutschland, Intelectuales, poder y nazismo en Alemania, Edhasa, 2013) para comprobarlo. Desde miembros de la riquísima aristocracia judía burguesa asimilada, con importante incidencia cultural en Berlín, como los Todesco, hasta Martín Heidegger. Conviene recordarlo, no se trataba sólo de la plebe ágrafa. 

Eso era entonces, hoy nadie está dispuesto tolerar ningún elogio. Cuanto más cerca de Hitler hayan estado, más virulentos los ataques. Todos prefieren olvidar que la propuesta nazi contó con un respaldo abrumador. Igual pasa con la dictadura burguesa terrorista del '76. Una regla de oro de las Ciencias Sociales nos enseña que si algo terrible sucede es porque la compacta mayoría de esa sociedad al menos deseo que suceda. Ninguna masacre sistemática puede ejecutarse sin ese compacto respaldo. Las historias sanguinolentas tienen una cierta lógica unitaria. Primero se niegan (esto no sucedió, o no sucedió así, o los números están inflados) y más tarde, sin solución de continuidad, se pasa a rechazarlas enfáticamente.

En el '76 no había desaparecidos, habían viajado al exterior, tomaban sol en las playas europeas, o habían sido asesinados por sus propios compañeros. En el '83, las muertes ya no se negaban, pero los responsables habían cometido excesos, y ese era el motivo de los juicios. La teoría de los dos demonios tiene un objetivo preciso: desresponsabilizar a la sociedad, muy particularmente al bloque de clases dominantes. De un lado unos militares salvajes pero honrados, que se excedieron en la aplicación de "órdenes legales", del otro guerrilleros alucinados, y en el medio una sociedad aterrada que miraba el "espectáculo". Toda acción positiva era impracticable, por eso la Iglesia católica calló; por eso la dirección de la comunidad judía no defendió a casi nadie; por eso los partidos políticos apoyaron "críticamente" a la Junta Militar; por eso las entidades empresarias batieron palmas, al restablecerse el orden; por eso, los diarios y revistas festejaron el "orden militar". La verdad tiene sus complejidades, y una sociedad poco dispuesta a investigarla está condenada a repetir. Es la sociedad de los treinta años de democracia ininterrumpida, donde las chaquetillas militares son autoritarias y los civiles demócratas constitucionales. En esa sociedad permeada por la vergüenza y la culpa, por la liviandad y el cinismo, Jaime Duran Barba tiene asegurado su lugar.

Barba observa desprejuiciadamente la popularidad, cualquier clase de popularidad, incluso la de Stalin o la de Hitler. Sobre todo los medios que permiten en ciertas condiciones facilitarla, alcanzarla. No emite juicios de valor. Hitler no es ni bueno ni malo, como el personaje del film La caída, Stalin es un lector voraz de poesía, ganadores que terminaron perdiendo. ¿Quién no termina perdiendo? ¿Alguien gana indefinidamente? Para Barba la política es un problema instrumental: ganar ahora. Para quien, y para que, no importa. Si paga, después se verá. En todo caso, no se trata de un asunto que al principal asesor político de Mauricio Macri le quite el sueño. ¿Hitler o Stalin? Problemas históricos, a Duran sólo le importan los problemas prácticos, para eso y no para otra cosa le pagan tan bien: amarillo o verde, globos o matracas, campaña limpia o campaña sucia, Macri o Filmus. Tanta amoralidad tiene su precio, y Barba pagará el suyo, pero no se trata de un accidente, ni de un sinsericidio, sino de un comportamiento coherente.

En rigor de verdad los dichos de Barba a la revista Noticias, comparados con su responsabilidad penal por su acción contra Daniel Filmus en las elecciones del 2011, casi es una nota de color. En El arte de ganar, libro de su autoría, bajo el subtítulo "Cómo usar el ataque en campañas electorales exitosas" explica pacientemente esa fría lógica. La jueza federal María Romilda Servini de Cubría encontró que el jefe del grupo de tareas especiales del PRO incurrió en la violación del artículo 140 del Código Electoral. El artículo sobre la "inducción a engaños" dice textualmente: "Se impondrá prisión de dos meses a dos años al que con engaños indujere a otro a sufragar en determinada forma o a abstenerse de hacerlo".

En medio de la campaña, Filmus descubrió que un centro disparador de llamados lanzaba preguntas con base falsa a los electores. Las preguntas daban por ciertos datos que no lo eran. Una inexistente sociedad entre el padre de Filmus y Sergio Schoklender, e incluso un inexistente título de arquitecto para don Salomón Filmus. Mediante su apoderado, Juan Manuel Olmos, Filmus querelló junto con los abogados Carlos Arslanian y Matías Novoa Haidar, y la Justicia por su parte investigó el incidente. El fallo de Servini es el primer resultado. Abarca no sólo a Durán Barba, sino también a sus socios Rodrigo Lugones y Guillermo Garat. La jueza decretó un embargo de 130 mil pesos sobre los bienes de los tres. Ese es un "dato" altamente significativo.

La elección de Jorge "Fino" Palacios, para la jefatura de la entonces flamantísima policía metropolitana, puede enhebrarse en idéntica dirección. Es cierto que el peso de la determinación recae sobre los hombros de Mauricio Macri. Esa es tanto una responsabilidad política como jurídica del dirigente máximo del PRO. Pero a nadie se le escapa que si Duran Barba hubiera vetado la elección, el jefe de gobierno porteño no se hubiera sostenido. La ola de resistencia fue inmediata. El devaluado nombre del "experto en seguridad" ni siquiera fue aprobado por gente tan poco crítica como la directiva de la comunidad judía. Las buenas relaciones entre sus integrantes y el PRO exceden este análisis, pero la presencia del rabino Sergio Bergman en la top position de la lista de diputados no merece mayor comentario. Y aunque los cuestionamientos de la DAIA y AMIA se hicieron sentir, Macri no vaciló en reprenderlos públicamente. El argumento merece destacarse. Sostuvo entonces: ese es un comportamiento prejuicioso. Cuestionar al "Fino" Palacios, puro prejuicio; el acusado de connivencia con el atentado a la AMIA era un policía impoluto. Claro que Macri dijo más, sostuvo: ustedes debieran recordar que el prejuicio es sumamente peligroso. Auschwitz fue esgrimido y la reunión concluyo abruptamente. Otra vez la marca de Hitler se hizo sentir, y aun así, nada cambio demasiado. A tal punto que si Duran Barba estuviera dispuesto a abandonar a Macri, como cada tanto se rumorea, no faltarían los dispuestos a darle trabajo incluso en el oficialismo. La victoria no tiene ideología.

Fuente : Tiempo Argentino 

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Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

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