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lunes, 4 de noviembre de 2013

En uno y otro país, suenan trompetas de victoria

Avances y Retrocesos


Por:  Alejandro Horowicz

Trompetas de victoria recorren las tolderías políticas. Los festejos parecieran no tener fin. Tienen motivos. Sergio Massa obtuvo la suya en el corazón territorial de la disputa: la provincia de Buenos Aires. Cómo no festejarlo. Gabriela Michetti conquistó, con nombre propio, el esquivo electorado de la capital de la Argentina, la cabeza del imperio que no fue, según la irónica formula de Andre Malraux. El gringo Schiaretti venció, más ajustadamente, en la Córdoba folklórica del fraude con actas. Un diputado radical ingresaría en lugar de uno del Frente de Izquierda, gracias a la "picardía" peronista, y ese contubernio termina coloreando el logro del trotskismo vernáculo. Al mismo tiempo, en elecciones impolutas, el Partido Socialista de Hermes Binner alcanzó una contundente victoria en Santa Fe, y Jorge "el Coki" Capitanich hizo lo propio en Chaco. Gano, todos ganaron. Una pregunta se impone: ¿quién perdió?

Ganó la democracia, Horowicz, explican los profesionales del festejo de números redondos. Treinta años de democracia ininterrumpida, explican pedagógicas maestrillas de deshilachado progresismo alfonsinista. Mire las encuestas, Horowicz, explican los expertos en sociología política. El 91% de los encuestados –trabajo de Ibarómetro, 1200 casos, publicado ayer por Página 12– sostiene que la democracia es la mejor forma de gobierno.

¿Desconocer cifra tan pero tan contundente?

Hasta el abogado del Diablo, salvo que trabaje para Clarín, sabe que existe alguna raya. Y si algo faltara para que la alegría retome envión, la sentencia de los supremos, la confirmación de la constitucionalidad de la Ley de Medios Audiovisuales, corona todo. Y los funcionarios festejan. Cierto, pero quién perdió.
Arranquemos desde atrás. Que una sentencia de la Corte Suprema, sobre una ley tramitada en tiempo y forma, haya demorado cuatro años, no debiera festejarse así como así. Una retahíla de preguntas se entromete: si Cristina Fernández no hubiera ganado las elecciones del 2011 la sentencia sería la misma. Otra no menos grave: ¿Los intereses de una empresa poderosa pueden poner en duda el imperio de la ley?

El 7 de diciembre del año pasado debió entrar en vigencia plena la Ley de Medios. No lo hizo. Durante meses fue un montoncito de palabras. Un grupo empresario transformó un derecho real de nuestra sociedad en abstracta teoría. Ese daño encierra una concepción política profundamente antidemocrática. Si resultó posible mandar de facto, si las decisiones mayoritarias pudieron ralentarse de semejante modo, las virtudes jurídicas de la sentencia pesan menos. Aun así las virtudes existen, distinguir entre regulación del derecho de propiedad y la desregulación del derecho a la información no es moco de pavo. Conviene no perder el sentido de las proporciones históricas, Clarín terminó presentando una queja, a través de Joaquín Morales Solá y Magdalena Ruiz Guiñazú, ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA. Ese comportamiento, hace tan sólo un mes atrás, resultaba casi impensable. Y permite verificar quién avanza y quién retrocede. Sobre todo, cuál es el terreno en el que se libra la batalla. La guerrilla mediática oligárquica acaba de recibir un golpe duro. En el bosque de los signos comienza a quedar claro que sostenerse termina por valer la pena.
Ahora, la encuesta de la sociedad democrática. ¿Cuál fue el episodio más triste de los últimos 30 años? La consulta de Ibarómetro obtiene respuesta inequívoca: el 2001; para el 41,6% ese es el parteaguas, la memoria de la catástrofe. Claro que para la sensibilidad de todos no vale igual. Cuando la respuesta se contabiliza según la banda etaria, entrevistados entre 15 y 30 años, el porcentaje trepa hasta el 54,4%; para los mayores de 31 hasta los 50, el coeficiente desciende hasta el 47,9%; y para los mayores de 51 en adelante la cifra cae hasta el 26,7 por ciento. Sigue siendo el acontecimiento más terrible del pasado reciente, pero la híper del '89 ocupa el segundo lugar en esta banda etaria (21,3%) cosa que no sucede entre los demás encuestados.

Precisemos. Para el segmento que va de 31 a 50 años, la hiperinflación si bien ocupa el segundo lugar en el podio, impacta menos (14,5%); en la franja de 15 a 30 la cifra se derrumba (6,2%), de modo que temáticamente es desplazada por la tragedia de Cromañón (12,8%). Para los jóvenes la catástrofe remite a perder la vida; los organismos de contralor no protegían, al tiempo que los irresponsables lograban una suerte de acompañamiento encubridor. Recordemos, tirar bengalas en un recinto cerrado formaba parte de la "cultura del rock", por tanto denunciarlos era un comportamiento facho. La pregunta preocupante: ¿sigue siendo así? Me inclino a pensar que no. En cambio, para la banda etaria de 31 a 50 ese lugar, Cromañón, lo ocupa la híper del '89. La diferencia de sensibilidad para el registro de las pérdidas ha cambiado.

Y por último vale la pena ubicar en este mapa del dolor el conflicto campero. Para el segmento de mayor edad (19,9%) es el tercer acontecimiento en orden de importancia, apenas superado por la híper del '89. Para la banda de 31 a 50, si bien posicionalmente ocupa idéntico lugar, el impacto es mucho más suave (7,7%), y en los más jóvenes el registro cae hasta el 4,4 por ciento. De modo que en el mapa del dolor registrado, dos acontecimientos de la era K tienen dramático peso político: Cromañón y la batalla campera. Uno terminó siendo un hecho de sangre vinculado a la imprevisión y la corrupción del control administrativo, y el otro un conflicto de intereses, un diferendo político. Ambos son registrados como marcas indelebles, y por tanto la cadena de los sucesos cotidianos termina siendo evaluada y metabolizada desde este piso valorativo.

Es bueno que una sociedad recuerde la muerte de 194 jóvenes, a los que se debe añadir casi 1500 heridos, de un suceso que de ningún modo puede caratularse "accidente". Si algo cambio en la política nacional es precisamente la categoría accidente. En cambio, no lo es tan bueno que un conflicto de intereses, la apropiación de la renta agraria extraordinaria generada por el precio de la soja, forme parte de la misma cadena asociativa. Y menos aun, que a la sociedad argentina le resulte casi imposible tolerar la repetición de un conflicto latente, una vez concluido parlamentariamente. Es un mapa etario del dolor fragmentado.
Retomemos el hilo de arranque: los festejos por el resultado eleccionario. Cada uno de los hechos admite una lectura deshilvanada, cortita, inmediata. El mapa del dolor incide; la baja tolerancia al conflicto jugó un gran papel en provincia de Buenos Aires. No sólo ahí. La estrategia de Michetti es tributaria directa del mapa. Cada uno de los ganadores obtuvo el resultado en la canchita en que jugó. Y la diversidad de escenarios admite lecturas fragmentarias sostenidas en un implícito. Todo el sistema político sufre la crisis de fragmentación.
En rigor de verdad, el sentido de este proceso electoral depende de la capacidad de tramar estrategias capaces de sobrellevarla en 2015. Como Cristina Fernández es una de las pocas dirigentes capaces de salvarla, y como no podrá ser candidata en las próximas presidenciales, también el oficialismo sufre de ahora en más los mismos problemas de tendencia a la fragmentación que la denominada "oposición". Por eso la política nacional es cristinodependiente. De modo que la ventaja que poseyó el oficialismo ha quedado definitivamente atrás. No faltarán los que digan, el peronismo si alguna virtud tuvo y tiene es la de saber encolumnarse. A partir de 2003, con tres candidatos peronistas para las presidenciales, encolumnarse supuso aceptar al vencedor, y aun así no resultó sencillo. Si se quiere, la aviesa disputa de entonces, con otros nombres propios, pareciera reconfigurarse. Se trata de saber si el poder plebiscitario del Ejecutivo sigue siendo el decisivo, o si la sociedad argentina volverá a parir otra mayoría amorfa.

Fuente: Tiempo Argentino

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Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

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