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miércoles, 20 de noviembre de 2013

Kicillof, ¿el ministro marxista?

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Por Rolando Astarita

El nombramiento como ministro de Economía del doctor Axel Kicillof se está presentando al público como el acceso de un marxista a la conducción de la política económica. Por ejemplo, Francisco Jueguen titula una nota, aparecida en La Nación, “Kicillof, el economista marxista que se queda con todo el timón”. En la misma lo describe como “un marxista declarado”, que habría interpretado “la teoría keynesiana con los conceptos de Marx”. Y Morales Solá lo presenta como un “enamorado de Marx y de Keynes” (también en La Nación, 20/11/13). Indudablemente, esta identificación de Kicillof con la teoría marxiana contribuye a confundir y diluir el contenido crítico y subversivo de la obra de Marx. El objetivo de esta nota es explicar, brevemente, por qué lo de Kicillof no tiene nada que ver con la teoría o las posiciones políticas de Marx.

Antes de entrar en el tema, respondo de antemano una posible objeción que se me puede dirigir, y que se condensaría en la pregunta “¿desde qué posición se puede decidir quién es o no es marxista”? Después de todo, existen muchas variedades de “marxismos”. ¿”Con qué derecho usted decide que Kicillof no tiene nada que ver con el marxismo”? La objeción en principio es válida, ya que muchas veces en el marxismo se “excomulgó” a gente por el simple hecho de cuestionar tal o cual aspecto de la teoría de Marx o, peor aún, la de algún marxista “consagrado” (llámese Lenin, Stalin, Trotsky, Mao, etc.).

En este respecto, pienso que nada puede suplantar el criterio que está relacionado con la idea (dialéctica) del “salto de cantidad en calidad”. Esto es, existe todo un espacio de matices, disonancias y críticas a aspectos de la teoría, que se mantienen, empero, dentro de una matriz de pensamientos que conforman un corpus teórico y político con una fisonomía característica. Son “alteraciones cuantitativas” que no alteran la matriz básica. Pero por otra parte, existen cuestionamientos que se colocan en un punto de ruptura cualitativo. Por caso, dado que la teoría de la explotación constituye uno de los rasgos definitorios del marxismo, si alguien sostiene que el modo de producción capitalista no es explotador, no podría encajar, de ninguna manera, dentro de la corriente del pensamiento marxista. Esto significa que en algunos puntos hay que establecer límites que permitan determinar (y toda determinación es negación) y diferenciar (no hay diferenciación sin determinación) las corrientes ideológicas y políticas. De lo contrario, entraríamos en esa noche en que “todos los gatos son pardos”, y no habría posibilidad siquiera de asumir posiciones políticas definidas. En lo que se refiere al nuevo ministro de Economía la primera y principal diferenciación tiene que ver con la posición política que ocupa.

Un ministro burgués, no socialista

En la sección de “Comentarios” de este blog, un lector envió una interesante reflexión de Rosa Luxemburgo, realizada a propósito de los debates sobre el caso Millerand. Aclaremos que Alexandre Millerand fue el primer socialista en aceptar, en 1899, un cargo de ministro en el gobierno burgués del primer ministro René Waldeck Rousseau, de Francia. En su momento lo hizo con el argumento de “defender a la República” frente a la derecha. La realidad es que Millerand pasó a colaborar con la burguesía en el mantenimiento del orden del capital. Durante años la cuestión del millerandismo se debatió en la Segunda Internacional. La izquierda socialista condenaba la entrada de los socialistas en gobiernos burgueses, y el pasaje de Rosa Luxemburgo sintetiza en buena medida esa postura: “Con la entrada de un socialista en el gobierno, la dominación de clase sigue existiendo: el gobierno burgués no se transforma en un gobierno socialista, pero en cambio un socialista se transforma en un ministro burgués” (El pensamiento de Rosa Luxemburgo, Antología).

Mi idea es que esta vieja caracterización de Rosa Luxemburgo conserva toda su vigencia, por la elemental razón de que no se puede estar “de los dos lados del mostrador”. Para explicarlo con un ejemplo sencillo: es una realidad que la explotación del trabajo demanda el apaciguamiento, por todos los medios posibles (coerción, convencimiento, desmoralización) de la lucha de clases. Cuanto más pasivamente soporten los trabajadores la explotación, mejores condiciones tendrá el capital “en general” para extraer plusvalía y más animado se encontrará para reinvertirla. La “confianza” y “el clima de negocios” que piden los capitales, tiene este contenido. El Estado, lógicamente, depende también de que esta operación de generación y extracción de plusvalía sea exitosa. Por lo tanto, y al margen de diferencias coyunturales con tal o cual fracción del capital, el personal de conducción del Estado tiene que cumplir la misión de garantizar esas condiciones generales. Y aquí, el antagonismo de clases parte aguas. No se puede estar en el medio, y conciliar entre explotados y explotadores no es estar en el medio.

Aclaremos que la naturaleza del asunto no se altera si en lugar del capital privado se trata del capitalismo de Estado. Una empresa estatal, en la sociedad burguesa, es una empresa capitalista, como ya lo señalaban Marx y Engels a propósito de las estatizaciones de Bismark, y como lo confirma toda la historia del capitalismo de Estado (ver aquí). Un marxista colaborando desde el Estado burgués en la explotación del trabajo “estatizado”, no tiene manera de encajar en la matriz de la política derivada de la teoría de la plusvalía y la contradicción entre el capital y el trabajo.

Precios decididos desde el Estado capitalista

Los analistas más reaccionarios acostumbran decir que de las tesis de Marx se deriva que el Estado burgués puede manejar los precios, y decidir en consecuencia sobre costos y ganancias de empresas. Según esta interpretación, Marx podría haber aconsejado emparchar el sistema capitalista a favor “del pueblo”, mediante la administración burocrática capitalista de precios, salarios y ganancias. También mucha izquierda “progre bienpensante” comparte la creencia. Así, por ejemplo, el presidente Nicolás Maduro estaría dirigiendo la economía venezolana por los carriles de un “socialismo siglo XXI”, inspirado, en última instancia, en el marxismo. Algo similar podría decirse de las políticas que desplegó Guillermo Moreno, el hasta ayer Secretario de Comercio Interior, que terminaron dando como resultado que un kilo de pan en Argentina esté más caro que en España. Dado que Kicillof comparte este enfoque, en lo sustancial, no habría mejor prueba de su ideología “marxista”.
Pero lo cierto es que la pretensión de “manejar los precios desde el Estado”, y “a favor del pueblo”, no encuentra apoyo alguno en las ideas de Marx. Ya en otras notas expliqué por qué los precios no son manejables por la burocracia estatal capitalista (ver aquí). La teoría de Marx del fetichismo de la mercancía se basa, precisamente, en la idea de que la ley del valor trabajo es objetiva; se impone, en tanto exista el modo de producción capitalista, al margen de la voluntad de los actores económicos. Por esto mismo, las crisis económicas son fenómenos objetivos, anclados en esas mismas relaciones sociales.

¿Cuál es entonces la base teórica de las políticas “a lo Maduro-Moreno-Kicillof”? Pues una teoría ajena a la de Marx (en mi opinión, también a la de Keynes). Hasta donde alcanza mi conocimiento, su raíz se encuentra en la CEPAL. Recordemos que la primera explicación de Prebisch sobre el deterioro de los términos de intercambio se basó en la idea de que los precios se establecían, en el mercado mundial, a partir de relaciones de poder. Armando Di Filippo, un autor cepaliano, resume muy bien este enfoque: si bien los estructuralistas no niegan “el grado de verdad” que tiene la teoría neoclásica (los precios están influenciados por la escasez y utilidad) o la clásica y marxista (los precios guardan relación con el trabajo humano), sostienen que en última instancia los precios reflejan posiciones de poder de los agentes o actores sociales (véase Di Filippo, 2009, “Estructuralismo latinoamericano y teoría económica”, Revista de la CEPAL, 98, agosto). Se puede acordar o no con esta explicación, pero no hay manera de atribuírsela a Marx. Sin embargo, desde hace años Kicillof mezcla estas posiciones. Recodemos también que ya había “metido la pata” al sostener -fue su tesis doctoral- que Keynes era partidario de la teoría del valor trabajo (un disparate que critiqué aquí). De manera que el nuevo ministro de Economía ha logrado un indigesto guiso teórico, en el que se mezclan, sin orden ni concierto, Marx, Keynes, valor trabajo, Prebisch y precios “por relación de fuerzas”. A esto se le llama hoy “heterodoxia”, que por supuesto, emociona a la militancia peronista de izquierda y stalinista. Aunque todo esto es solo pantalla ideológica (más popularmente, “verso”) destinada a disimular a un saltimbanqui intelectual, posando de “radical economist”.

Legitimando “por izquierda” la colaboración con el Estado burgués

Por supuesto, no se trata sólo, ni principalmente, de cuestiones teóricas. Con esa mezcolanza de Keynes y Marx, nuestro “académico-marxista-keynesiano” pretende justificar una intervención “a favor del pueblo” a partir de los mandos del ministerialismo burgués. Se legitimaría así “por izquierda” la intervención estatal en la lucha de clases. Intervención que no puede no estar determinada por la naturaleza de clase del Estado en la sociedad capitalista (incluso cuando se trata de capitalismo de Estado). Con el agravante de que infunde la creencia de que los trabajadores deben confiar en la acción “salvadora” de ese Estado; un mensaje muy apreciado por todo burócrata, sindical o estatal.

Como puede entender cualquiera que mínimamente esté compenetrado y comprometido con las ideas del marxismo, todo esto no tiene nada que ver con Marx. No es casual, por eso, que la prensa más reaccionaria se empeñe en afirmar que con Kicillof el marxismo llegó al comando de la economía argentina. La identificación del estatismo burgués con el socialismo es funcional a la propaganda anti-socialista. El caso que nos ocupa, no constituye una excepción a la regla.






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Kicillof, ¿el ministro marxista?

 Fuente :http://rolandoastarita.wordpress.com/2013/11/20/kicillof-el-ministro-marxista/

5 comentarios:

53 Muertos dijo...

Antes salian los ultraliberales a decir que lo que habia habido en el pais no era liberalismo.

Ahora sale gente como vos a explicar que en realidad lo que Kiciliff no es Marxismo.

Patetico lo tuyo.
En todo caso tendrias que ir a Pagina 12 a quejarte que fueron ellos los que instalaron la idea de que el Sr Kiciloff era marxista.

De tanto repetir una mentira se hace verdad. Pues ahora tendran que beber su propia medicina.

Nando Bonatto dijo...

Me pregunto porque en algun momento apoyaste al Kirchnerismo...

Maloperobueno dijo...

Claro, Kicillof es marxista, el gobierno progre y Marea la izquierda independiente.

Javier dijo...

Sera por esto https://fbcdn-sphotos-e-a.akamaihd.net/hphotos-ak-frc3/1476138_400879043349186_694541346_n.jpg

Agustinteresa dijo...

Lo que plantea este tipo es totalmente incorrecto. Ni siquiera citó correctamente la tesis doctoral de Kicillof (inventó un título cualquiera al parecer...¡increíble!)...¡Da verguenza ajena leer cosas así!
En resumen: un payaso.

Además: sería interesante leer alguna vez algo producido por el blog, en lugar de leer artículos "sustraídos" a otros sitios.
Qué poco serio, querido. saludos.

Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

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