Control de precios y capitalismo “razonable”
Por
estos días, en Argentina, circula la idea de que se puede frenar la
inflación con un adecuado control de precios del Estado, ayudado por el
pueblo. Con matices, la propuesta del control de precios es un común
denominador de la izquierda local: partidarios del “socialismo de
Estado”, nacionalistas de izquierda, sindicalistas progresistas,
economistas de izquierda y toda clase de “amigos del pueblo” son
entusiastas defensores de la idea. Algunos se consideran cercanos a
Marx; otros, más prácticos, se inspiran en la experiencia chavista. Sin
embargo, a todos los une la convicción de que es posible poner al Estado
(¿y al gobierno?) al servicio del control de precios, y en un sentido
beneficioso para los explotados y oprimidos. Por su parte, la presidenta
Cristina Kirchner también convocó a la tarea; y en la misma vena, los
integrantes de la kirchnerista Carta Abierta se ofrecieron a ir a los
supermercados, planilla en mano, a combatir a la antipatria. Podemos
decir entonces que estamos ante un “frente de unidad de acción”, de
hecho, para imponer el manejo de los precios y torcerle la mano a los
“oligopolios y especuladores” (que son cipayos, para colmo). En todo
esto subyacen ideas concatenadas.
Así, se piensa que:
a) los precios son manejados a voluntad por un “puñado de formadores de precios”, los grandes grupos económicos concentrados;
b) de manera que la inflación y la devaluación es obra de esos grupos (el sistema capitalista no tiene que ver en esto);
c) pero, felizmente, el Estado (incluso cuando se admite su carácter
capitalista) puede ubicarse por encima de las contradicciones de clase, a
condición de que el pueblo “presione”;
d) de manera que los precios pueden manejarse convenientemente, siempre
que exista la presión necesaria desde el polo Estado + pueblo;
e) además, dada la concentración de la economía, basta controlar al puñado de grandes grupos para acabar de raíz la inflación.
Los más optimistas agregan que con el
control de precios, y algún otro control (del comercio exterior, por
ejemplo) se podrían aumentar los salarios, sin que se escaparan el dólar
ni la inflación, con lo que resultaría una economía que, si bien
capitalista (no todo es perfecto en la vida), sería bastante aceptable
para los asalariados.
Propuesta sin bases sólidas
El principal problema
del programa anterior es que está en las nubes. Es la visión
característica del pequeño burgués que sueña con un capitalismo
“razonable” (cuya clave de bóveda son las ganancias “razonables”), en
que los trabajadores, con un poco de presión, y la colaboración del
Estado, no padezcan las calamidades que derivan de las contradicciones
objetivas del actual modo de producción. Son varias las razones que
llevan a concluir que esta propuesta es pura ilusión ideológica.
En primer lugar, la tesis de que los
precios son decididos a voluntad por un grupo de oligopolios no tiene
sustento, ni empírico ni teórico (ver, por ejemplo, notas sobre la tesis
del monopolio, aquí);
no sucede a nivel mundial, y Argentina no sale de la regla. En segundo
término, la explicación de la inflación argentina por acción de los
oligopolios tampoco se sostiene (ver aquí y aquí).
En tercer lugar, el Estado no está por encima de las clases sociales; y
en los conflictos fundamentales se ubica decididamente del lado del
capital. Más en particular, y como he explicado en la nota anterior (aquí),
el objetivo de hacer competitivo al capitalismo argentino vía
devaluación y caída del salario es compartido por prácticamente todos
los capitales afectados a la producción de bienes transables, sin
distinción de grandes, medianos o pequeños. Todos ellos apuestan hoy a
que los salarios aumenten por debajo de los precios y del dólar, de
manera de consolidar una redistribución regresiva del ingreso, desde los
asalariados al capital de conjunto. En esto el gobierno K no está solo,
lo acompaña casi todo el arco burgués, incluida la burguesía “no
monopolista, no especuladora”.
Por otra parte, están la historia y la
evidencia empírica. Han habido muchas experiencias de controles de
precios, y los resultados nunca fueron los que pretenden sus defensores.
Al vuelo, cito algunos casos: el control de precios del franquismo, en
España; el de Onganía, con su plan de estabilización; el de Nixon, en
EEUU, en los años 1970; el de Perón en 1973-4. Y por estos días, en
Venezuela. ¿Cuál ha dado resultado? Se puede admitir que por un lapso de
tiempo los controles lograron, a veces, moderar la inflación, pero
nunca torcieron la tendencia, que termina imponiéndose. Nótese también
que los controles no son patrimonio exclusivo de gobiernos
izquierdistas.
Pero además, los controles de precios no
solucionan ningún problema que tenga que ver con la acumulación y el
desarrollo de las fuerzas productivas. Si los capitales no invierten -y
en tanto esté vigente el modo de producción capitalista, la inversión es
decisión de los capitalistas-, el control de precios es impotente para
revertir la situación. Lo sucedido en Argentina en la última década en
energía o ferrocarriles, para tomar dos casos importantes, es
ilustrativo. Más clara todavía es la experiencia en Venezuela, del
capitalismo estatal dirigido por el chavismo (véase aquí, por ejemplo).
¿Colaboración de clases para un capitalismo “razonable”?
Sin embargo, y esto es lo más importante, la propuesta que estoy analizando sí tiene un sentido político e ideológico, y éste es negativo.
Es que una vez aumentada la diferencia entre precios (y dólar) y
salarios, los controles sirven para desactivar los reclamos sindicales e
inducir a los explotados a “cooperar” con el Estado, el gobierno y el
capitalismo “no cipayo, no monopólico, no especulador”. En las
condiciones de dominio del sistema capitalista, llamar a los
trabajadores a que pongan el hombro, es convocar a la colaboración de clases. Lamento que gente de izquierda, que incluso se considera marxista, esté embarcada en esta campaña.
Vinculado a lo anterior, y desde un punto
de vista ideológico general, la propuesta también inculca la idea de
que el sistema capitalista puede funcionar bajo una suerte de “control
de los trabajadores”, provisto que estos ejerzan la conveniente presión.
Estamos ante la ilusión de que los capitalistas “se van a portar bien”
si están bajo la atenta vigilancia de activistas y militantes populares.
Es la perspectiva de un capitalismo idílico, que nunca existió, ni puede existir. Subrayo: no puede existir porque en el sistema capitalista rige la propiedad privada. En tanto subsistan estas relaciones de producción –propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio- será imposible manejar los precios y el mercado.
Los precios, en última instancia, son regidos por los tiempos de
trabajo socialmente necesarios; no son una creación artificial. Al
lector interesado en profundizar, le recomiendo leer el capítulo 1 de El Capital. Este texto es para pensar política sobre bases científicas, y poder ver por detrás del fetiche mercantil.
Por otra
parte, en la medida en que las economías se hacen más complejas, en que
aumenta la interdependencia, se pone más en claro que el control tiene
patas extremadamente cortas. Para que esto no quede como afirmación
dogmática, hagamos un sencillo ejercicio. Tomemos la idea, que se repite
a cada rato, de que los precios deben establecerse según una ganancia
“razonable” (expresión del ministro de Economía argentino; también del
presidente Maduro).
Pero… ¿cuánto es “razonable”? ¿10%, 20%,
25%? ¿Cómo se calcula esa tasa de ganancia “razonable”? ¿Por qué del 20%
y no del 10% o del 30%? Además, ¿es tasa de rentabilidad sobre capital
invertido, o se calculan precios teniendo en cuenta los márgenes de
venta? En cuanto al capital invertido, ¿cómo se lo calcula? ¿A costos de
reposición, o a precios históricos? Además, ¿se tratará de una tasa de
ganancia igual para todas las ramas, o habría diferenciaciones, según
las perspectivas de crecimiento de las ramas? Dentro de las ramas, ¿las
tasas de ganancia deberían ser iguales para todas las empresas, sin
importar su productividad? ¿Y qué se hace con las que gozan de economías
de escala? En lo que atañe a los salarios, ¿deben adecuarse de manera
que todas las empresas tengan las mismas tasas de rentabilidad, o al
revés, hay que partir de salarios iguales (digamos, para los trabajos
simples) en todas las ramas? Pero en este último caso, las tasas de
ganancia no podrían igualarse. Y si se decide por la primera opción, los
salarios no pueden ser iguales. ¿Cómo se arreglan estos embrollos desde
el Estado “popular capitalista”?
Menudos problemas, pero hay más. Por
caso, las amortizaciones; ¿las establecemos iguales para todos los
capitales? ¿Y a qué tasa? ¿Hay que buscar una “razonable”? Por otra
parte, ¿cuántos son los beneficios que se permiten redistribuir a los
accionistas, y cuántos los que se reinvierten? ¿Cómo se establece esa
división? ¿También tiene que ser “razonable”? ¿Es igual para todas las
ramas?
Advirtamos que con esto solo estamos en
los inicios del asunto, porque también hay que determinar cuál es la
tasa de interés “razonable” que deberán pagar las empresas por
endeudarse (¿y cómo se diferenciarán estas tasas, si las tasas de
ganancia no convergen?); y las tasas de interés “razonables” para los
consumidores; así como las rentas inmobiliarias “razonables” (afectadas
por locaciones desiguales); como las primas “razonables” para los
seguros. Sin olvidarnos, por supuesto, del tipo de cambio “razonable”.
Al respecto, ¿habrá que adecuarlo por tipo de producto, para que todo
esté “razonablemente” parejo para el pueblo? Y no nos olvidemos de los
impuestos internos, ni de las tarifas aduaneras, que también deberían
ser adecuados, para que nada se salga del cuadro “razonabilidad”. Y la
lista sigue: ¿cuáles son los márgenes “razonables” de los intermediarios
comerciales? ¿De las comisiones de las agencias inmobiliarias? ¿Y las
tarifas “razonables” por servicios de abogados, médicos, contadores,
etc., etc.? ¿Y del sector financiero?
Sin embargo, alguien podría argumentar
que, aun reconociendo las dificultades del asunto, si se establecieran
los precios “razonables” de los “grandes formadores de precios”, todo
lo demás se ajustaría por obra de los “mercados populares”, controlados
por militantes populares, con la colaboración de capitalistas populares,
bajo la supervisión del Estado popular y sus funcionarios populares.
Claro que en ese hipotético caso habría que detectar a los “formadores
de precios”. Y aquí se tropieza con la interdependencia entre las ramas.
Para verlo, tomemos una matriz de insumo producto, conformada por 300
ramas, donde cada una provee insumos básicos (lo que los economistas
llaman una matriz no descomponible). Esto es, la industria del petróleo,
por caso, recibe insumos de las ramas del acero, de la de máquinas
herramientas, del pan, del vestido y otros bienes de consumo (porque el
petróleo contrata obreros), del gasoil; y a su vez, la industria del
petróleo provee, directa o indirectamente, insumos a todas las demás.
¿Por dónde empezar? ¿Cómo individualizar las, supongamos, 10 industrias
formadoras de precios? Para bajarlo a tierra: cuando YPF, bajo control
del Estado “nacional y popular”, aumenta las naftas un 40% en un año,
¿lo hace porque es formadora de precios, o porque los precios de los
insumos se le imponen? La realidad es que en un sistema de
interdependencia, cada empresa (y cada rama, en última instancia) de la
matriz básica es “formadora” porque a su vez recibe precios “formados”.
Pero además, lo anterior todavía es
estático, no es más que un “corte transversal”. El sistema capitalista
es dinámico; constantemente están cambiando las productividades por
sectores, las tecnologías, las necesidades; la competencia externa se
hace sentir, las clases sociales son dinámicas, y también los
conflictos. ¿Cómo se mantiene todo esto en un equilibrio que permita la
reproducción de las razones cuantitativas “razonables” establecidas? ¿De
qué manera los controles populares pueden operar sobre esto, en tanto
las decisiones de inversión continúan en manos de los capitalistas?
Claro que en el mundo del reformismo, el capitalismo con precios bajo
control popular (y comercio exterior, tipo de cambio y bancos
convenientemente vigilados), habrá eliminado la anarquía de la
producción (¿o la ley del valor no impone una regulación anárquica?) y
con ella, también las crisis. Es el sueño supremo. Como decía Marx,
quieren eliminar los males del sistema, sin acabar con el sistema. Sobre
esta tontería se construye toda la propuesta.
Superación del mercado, una cuestión social y política
Naturalmente, con esto no estoy diciendo
que el mercado no se puede superar. El mercado se puede superar, pero
ésta es una tarea histórica, que solo podrán acometer sociedades
altamente evolucionadas, que hayan dejado muy atrás la producción basada
en la propiedad privada de los medios de producción. En tanto esto no
suceda, el mercado no puede superarse. Incluso una revolución
socialista, en la que los trabajadores efectivamente tengan poder,
deberá avanzar muy lentamente en su ofensiva contra el mercado. No es una cuestión técnica;
tampoco se trata de un obstáculo que se pueda saltar con “apoyo
popular” o “movilización popular” en tanto estemos en los marcos del
sistema capitalista. Ni siquiera el régimen de la URSS, con cientos de
miles de empleados abocados a la planificación (burocrática), y estando
la industria, el transporte, la banca, el comercio y buena parte de la
producción agrícola nacionalizadas, pudo eludir los rigores de la ley
del valor trabajo. ¿Cómo se puede sostener entonces que se pueden
manejar los precios desde el Estado capitalista? Alguna vez Lenin dijo
algo tan simple como fundamental: para controlar hay que tener poder. Si
no tengo poder, no controlo. Los capitalistas controlan porque tienen
poder económico, y ese poder económico se asienta en la propiedad
privada. El Estado, en tanto subsista esa base, no puede no ser
capitalista. Y el mercado no puede no responder a las leyes de la
producción capitalista. No hay “control” popular por encima o por fuera
de estas constricciones. Un análisis materialista tiene que empezar por
la base. Son las contradicciones sociales las que mueven, en última
instancia, a las clases sociales. Estamos en el ABC del marxismo.
Una vez más, repito lo que dije alguna vez en este blog: hay que aprender a luchar sin ilusiones (aquí).
No se gana nada prometiendo paraísos que sólo existen en la
imaginación. Aunque quienes prometen sean personas bienintencionadas y
deseosas de ayudar a la humanidad. No es una cuestión de voluntad, sino
de relaciones sociales objetivas.
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