El
9 de junio de 2000 se desarrolló el segundo paro general contra el
gobierno de la Alianza y su reforma laboral antiobrera. El paro se
caracterizó por los piquetes y cortes de ruta, que desataron la furia
del gobierno y de toda la burguesía. Los piquetes también fueron
boicoteados por la burocracia sindical. En el balance del paro, un
editorial de Prensa Obrera (15/6/00) realizó esta defensa de los métodos
históricos de lucha de la clase obrera.
Los noticieros no dijeron nada y los
diarios tampoco, pero a partir del parazo del 9 las patronales y sus
funcionarios volvieron a acordarse del ‘derecho al trabajo’. Al que
quiere trabajar, dijeron, hay que permitirle que lo haga. Los piquetes y
los cortes de ruta lo impiden.
¿Y los cuatro millones de desocupados
que quieren trabajar? En el mundo entero la clase capitalista niega este
único derecho verdadero que tiene el trabajador bajo el capitalismo,
que es el derecho a ser explotado como condición para sobrevivir. Hay un
piquete capitalista internacional que le niega a millones de personas
el derecho al trabajo y las condena al hambre, al menos hasta que el
conjunto de la clase obrera acepte cobrar salarios cada vez más bajos y
condiciones de explotación cada vez más brutales. ¿Qué clase de derecho
al trabajo es el que reivindican, entonces, las patronales, en una
huelga?
Lo que reivindican es el derecho a
disponer del trabajador con toda libertad. Repudian el derecho del
trabajador a la defensa propia en una sociedad explotadora.
Cualquiera sabe que la huelga es un
movimiento colectivo y que sólo puede existir como tal frente a los
poderes coactivos de la patronal. La resistencia individual del
trabajador es castigada con el despido y hasta con la lista negra; por
eso esa resistencia debe ser colectiva una vez que ha sido decidida en
forma mayoritaria. Al poder que le da al patrón su monopolio de los
medios de producción o de trabajo, los obreros sólo pueden oponer el
poder de su unidad en la acción. La función de los piquetes y de los
cortes de calles y rutas es asegurar la primacía de esa voluntad
colectiva. El derecho de huelga de cada trabajador, tomado
individualmente, es defendido por la acción coactiva de los piquetes en
las calles, puertas de fábricas y rutas. La huelga de los choferes ha
sido un gran piquete de huelga.
Todo esto demuestra cuán lamentables son
las excusas que han dado los dirigentes gremiales al día siguiente del
paro por la acción de los piqueteros. Tenían que haberlos defendido,
pues en las próximas luchas se necesitarán piquetes más numerosos y más
activos aún.
El piquete tiene la gran virtud de que
transforma la adhesión a una huelga, de pasiva y hasta rutinaria, en
consciente. La diferencia no es menor porque equivale a preparar a los
trabajadores para poner en pie su propio gobierno. Un gobierno de
trabajadores significará una participación sin precedentes históricos
del trabajador en la cosa pública. Los demócratas repudian los piquetes
pretendiendo ignorar que son los piquetes los que gestan la verdadera
ciudadanía.
El piquete tiene la capacidad pedagógica
de demostrar que la sociedad capitalista no es un sistema abstracto de
derechos y deberes, sino un sistema de fuerza y coacción contra los
trabajadores. Para superar a esa sociedad violenta será necesario
quebrar con la fuerza esa capacidad de opresión, explotación y represión
del capitalismo. El piquete es una forma suprema de la solidaridad
social, que va más allá de la camaradería y el apoyo recíproco entre los
piqueteros, pues convoca a todos los explotados a tomar el destino en
su propias manos. Un gobierno de trabajadores será, en definitiva, un
gigantesco piquete obrero destinado a alumbrar el surgimiento de una
nueva sociedad.
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