Aunque numerosos comentaristas ven en la caída de los precios
internacionales del petróleo la oportunidad para una reactivación de la
economía mundial, lo cierto es que anuncia un período catastrófico para
numerosos países que han sobrevivido a la crisis gracias a la elevada
renta minera. Entre principios de siglo y una fecha reciente, el barril
de petróleo había subido de 10 a 150 dólares -con una recaída muy fuerte
en 2009, hasta una cotización media de 100 dólares antes del desplome a
75 dólares. Ahora, el derrumbe, en pocas semanas, ha sido superior, en
algunos casos, al 25 por ciento.
Con la excepción de Estados Unidos, los
cambios en los precios internacionales no repercuten en los precios
internos y son, por lo tanto, inocuos para reactivar el consumo final.
Ocurre que la mayor parte de los gobiernos necesitan los impuestos a los
combustibles para hacer frente al pago de la deuda pública y al rescate
de los bancos. Si bien el precio corriente continúa elevado en
cualquier comparación, su impacto negativo sobre la tasa de beneficio de
las compañías petroleras es muy fuerte debido al aumento de los costos
que acompañó el alza de precios, sea por un reparto de la renta entre
todos los sectores que intervienen en la producción (servicios
tecnológicos), sea por la incorporación de yacimientos que exigen
procesos más caros, sea por el incremento de las inversiones. La caída
del precio del petróleo replica la de todos los rubros de minerales
metalíferos y alimentos. Este giro modifica el curso de la crisis
mundial porque da de lleno en la periferia, en el mismo momento en que
se ha hecho más aguda en Europa y Japón. En principio, esta tendencia
empalma a la crisis mundial actual con la de los años 30 del siglo
pasado, la cual se caracterizó, de entrada, por una fuerte crisis
agraria y el colapso del comercio exterior de los países de menor
desarrollo.
La caída del precio internacional del petróleo es atribuida a diversos
factores: una caída de la demanda de China y Europa, un fuerte aumento
de la producción de combustibles no convencionales en Estados Unidos y
hasta una recuperación de la producción en Libia y en Irak. La crisis de
sobreproducción en China es decisiva, porque la presencia económica de
China ha sido un factor fundamental en la expansión del mercado mundial.
China se encuentra, asimismo, en las vísperas de un estallido
financiero. Del otro lado, la elevadísima renta petrolera había abierto
espacio para la producción costosa de gas y petróleo no convencionales
en Estados Unidos. En el mercado norteamericano, el precio del gas ha
caído al límite de la rentabilidad. El descenso del precio de la nafta
en el surtidor -o del gas para la industria y la calefacción- se verá
opacado por el cierre de yacimientos, cuya productividad es declinante.
El boom de los combustibles en Estados Unidos fue alentado por las
bajísimas tasas de interés, que permitieron financiar inversiones que a
otras tasas habrían sido prohibitivas. De victimario en la pelea del
petróleo, Estados Unidos podría convertirse en víctima, en el caso de
que se cumpla el anhelo de la banca central de aumentar los tipos de
interés. Si esto no ocurriera por la presión de la industria, se habría
bloqueado el intento oficial de evitar ordenadamente un estallido
financiero internacional.
Una “guerra del petróleo”
Un factor esencial en el derrumbe de la renta petrolera es, obviamente,
Arabia Saudita, la cual se niega a restringir la oferta de combustibles
para detener la caída del precio, para no beneficiar a sus
competidores. Se podría decir que se ha entablado una suerte de guerra
del petróleo entre Estados Unidos y Arabia Saudita, porque aunque los
norteamericanos aún no exportan, sí han dejado de importar. Los sauditas
tienen espaldas para aguantar una guerra de precios, pero hasta cierto
punto: aunque tiene los costos más bajos del mundo, el presupuesto del
Estado depende como nunca de los ingresos del petróleo. Una disminución
de los subsidios públicos desestabilizaría el orden político en el
agitadísimo Medio Oriente.
Los eslabones débiles incandescentes de esta crisis son Brasil, Rusia y
Venezuela. Los costos de Petrobras y de PDVSA superan cómodos los
precios actuales del petróleo; en estos niveles ambas empresas son
inviables. El problema es que, además, tienen deudas gigantescas y son
fuentes de financiamiento de Estados con deudas aún mayores. Las
acciones de Petrobras cotizan a la mitad de su pico; los brasileños han
sido advertidos de esta catástrofe con bastante antelación, cuando
quebró el aventurero nacional y popular de Brasil, Eike Batista, un
Cristóbal López agrandado del país vecino. En Rusia ocurre todo esto con
el agravante de que varias compañías internacionales han abandonado su
asociación con compañías rusas, en el marco de las sanciones de la Otan
por la crisis de Ucrania. La oligarquía rusa ha hecho causa común con el
capital internacional y está fugando capitales de Rusia en gran escala;
el rublo ha perdido en 30% de su valor en tres meses. Todo esto vale
también para Ecuador o Bolivia. La crisis brasileña afectará a todo su
vecindario. Como se ha dicho arriba, está en picada todo el universo de
materias primas.
La principal repercusión, de una aproximación de la crisis mundial en
curso a la de los años '30, será sobre el comercio mundial, porque
reforzará las tendencias hacia la autarquía económica, y esto a una
crisis del sistema monetario internacional. El 'ascenso' del partido
republicano en Estados Unidos cobra relevancia, en este contexto, porque
es el abanderado de la guerra comercial. Y naturalmente de la guerra
interna -ahí está el juicio de Ferguson.
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