Desde mucho antes de su votación extraordinaria, el 25 de enero pasado,
los dirigentes de Syriza recorrieron Europa y Estados Unidos, para
discutir con funcionarios y con banqueros la quiebra financiera de
Grecia y el plan de ajuste que ha hundido al país en una enorme crisis
humanitaria. La peregrinación fue acompañada por toda la prensa
internacional, donde quedaron expuestas opiniones de mucho peso
intelectual a favor del planteo de Syriza de que la deuda pública de
Grecia es impagable. Cuando las urnas dejaron ver la magnitud del apoyo
popular que había recibido Syriza, muchos pensaron entonces que
prevalecería en la troika, formada por la Comisión Europea, el FMI y el
Banco Central Europeo, la tesitura de renegociar el memorando que
establecía el penoso plan de austeridad impuesto a Grecia. El gobierno
de Obama se pronunció en forma pública por esta salida. En las semanas
que siguieron a las elecciones, destacados miembros del flamante
gabinete, destacadamente el ministro de Finanzas, Y. Varoufakis, dieron
la impresión que ese había sido el resultado de sus nuevas gestiones
ante los gobiernos de los principales países, con la excepción de
Alemania y de Holanda, principalmente. Puro espejismo, engaño de
incautos.
Ultimátum buitre
Apenas una semana después de la asunción del nuevo gobierno, el BCE
cortó a Grecia la financiación establecida en el plan de rescate, con la
injuria adicional de hacerlo tres semanas antes del vencimiento del
nuevo tramo de ese plan. A Grecia le quedaba, por un tiempo limitado, la
provisión de liquidez para situaciones de emergencia. Un ultimátum,
simplemente, por la vía de los hechos, para forzar al flamante gobierno a
la capitulación, o sea a continuar con el plan de rescate y sus
disposiciones draconianas durante todo el período que duraran las nuevas
negociaciones. Primero pague, luego proteste -esto dicho a un país
atravesado por la desesperación social. Se le niega al Banco Central de
Grecia su participación en las utilidades del BCE, que sí son
distribuidas a los bancos centrales de los demás países.
Syriza, entre los infinitos cabildeos que precedieron y siguieron a su
victoria histórica, ya había dejado gruesos jirones de su programa.
Retiró el planteo de una quita de 100 mil millones de euros a su deuda
externa y postergó la aplicación de los puntos de su plataforma
referidos a la reconexión de la luz a quienes no podían pagar las
facturas, al aumento del salario mínimo, a la anulación de determinadas
privatizaciones. Para una deuda de 320 mil millones de euros,
equivalente al 190% del PBI, esa quita representa un corte del 30 por
ciento. El mismo Varoufakis respondió a la extorsión del BCE con el
señalamiento de que el ataque se producía cuando el flamante gobierno
aún no había adoptado en la práctica ninguna medida de su programa, ante
la expectativa de que la troika aceptara una negociación fuera de los
marcos del memorando siniestro. Todos los observadores mínimamente
atentos a la situación saben desde hace tiempo que Syriza no puede
renunciar a la derogación del memorando sin incinerarse políticamente e
incluso producir un levantamiento popular. Syriza reclamaba seis meses
de negociaciones sin perder por eso financiación internacional. Era
simplemente el pedido de sacarle la etiqueta de memorando a las
tratativas. El corte del chorro del BCE a Grecia, parcial pero
significativo, derrumbó los valores de los bancos griegos, aceleró la
salida de depósitos y alimentó la versión de una salida de Grecia de la
zona euro.
“Plan B”
En lugar de una quita de la deuda y una auditoría sobre su legalidad y
legitimidad, el ‘plan B’ de Syriza es, además de un recule, una
exposición más clara de los intereses que procura proteger. ‘Grosso
modo’, la deuda griega se divide en dos partes. Una está en poder de los
bancos centrales de Europa, del BCE, del FMI y de los bancos griegos;
la otra corresponde a un crédito colectivo de los Estados de la zona
euro, pero bajo la forma de una garantía, o sea que los acreedores son
privados. Syriza propone que la primera parte, con excepción de la parte
de los bancos griegos y del FMI, a quienes se les pagaría todo, se
convierta en una deuda perpetua, o sea que paga intereses por tiempo
indefinido. La deuda con los banqueros internacionales, que goza de
garantía estatal, sería canjeada por otra cuyo pago periódico se
ajustaría al crecimiento del PBI de Grecia. Como contrapartida, el nuevo
gobierno aceptaría el grueso de los mazazos sociales y laborales que ha
impuesto la troika, como proponían, exactamente, los gurúes que
apoyaban la tesis de que la deuda griega es impagable. Este punto de
partida de una negociación con los buitres capitalistas es poco menos
que una rendición. Para la cúpula europea, canjear la deuda garantizada
por otra ajustada al PBI sería matar la primera tentativa que ha hecho
la zona euro de “mutualizar la deuda europea”, o sea poner en pie un
sistema integrado de rescate respaldado por los Tesoros y bancos
centrales de todos los países. Como Grecia no se encuentra en las
vísperas de ningún boom sojero, la expectativa en una deuda ajustada al
PBI son pobrísimas; Europa se encuentra en deflación. Con convencional
sabiduría capitalista, el ministro de Finanzas de Grecia alegó que un
crecimiento del país revalorizaría su propiedad, lo que debe entenderse
que favorecería un programa de privatización cuyos recursos servirían
para pagar la deuda externa.
Syriza no pretende revertir las privatizaciones ruinosas que ya han
tenido lugar, pero también ha abandonado la pretensión de frenar las que
está en desarrollo, como es el caso del puerto del Pireo -que se
ejecutan contrariando el concepto aludido de valorización previa. Grecia
enfrenta a las autoridades europeas ante una disyuntiva, digamos
‘molesta’, por otra razón. Es que acaba de decidir un plan de compra de
títulos públicos e incluso privados para contrarrestar la deflación en
Europa, pero no podría otorgar ese beneficio a Grecia, precisamente por
el rechazo de Atenas a la continuidad del memorando. Es una fractura
política de Europa. Pone asimismo en crisis ese plan de compra, que es
objetado por Alemania. La crisis griega sacude a Europa entera y no
puede seguir su curso sin producir crisis de alcances cada vez mayores.
De impasses y compromisos
La burguesía mundial enfrenta aquí otro problema. Para muchos
observadores el problema consiste en que cualquier concesión a Syriza
sería una victoria que beneficiaría a otros partidos que también se
inmiscuyen con la deuda externa, como sería el caso de Podemos en España
u otras izquierda en Europa -o incluso la derecha que clama contra la
austeridad y hasta por una salida de la zona euro.
Las contradicciones de Syriza han aflorado en otro punto. En tanto,
hace un par de días, el nuevo gobierno se opuso a mayores sanciones a
Rusia en la crisis de Ucrania, ahora el inaugurado canciller ha
criticado la ocupación de Crimea por parte de Moscú y apoyado
condicionadamente mayores sanciones. Rusia no podría ser, si esto es
así, el mecenas que saque a Grecia de las garras de la troika. Rusia
tampoco financia directamente a nadie: la plata del último préstamo a
Ucrania, Rusia la obtuvo mediante una colocación de deuda en Londres.
Queda la opción del Grexit, que Vanoufakis evocó el mes pasado en una
entrevista con el Corriere della Sera, pero que ha enterrado en forma
completa. En resumen, un compromiso entre la posición de Grecia de
negociar durante seis meses, por un lado, sin la aplicación del
memorando, y la posición de la troika, por el otro, de aplicarlo a
rajatablas, con la promesa de renegociar nuevos plazos para la deuda
vigente; incluso ese compromiso llevará a crisis todavía mayores.
Nuestro planteo es: que Syriza rompa con la Unión Europea y los
partidos capitalistas, nacionalice la banca sin resarcimiento, aplique
un plan de socorro nacional urgente y forme un gobierno de trabajadores
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