Edición Impresa #1359 | Por Gabriel Solano
El cortesano Verbitsky dedicó su columna dominical en Página/12 a
ofrecer tranquilidades al pejotismo tradicional. Como quien tiene
información confidencial, sostuvo que las versiones que circulan
afirmando que Scioli sería dejado fuera de las Paso del Frente para la
Victoria son inventos sin asidero que provienen de usinas duhaldistas.
Además, descartó que la Presidenta digite el vicepresidente y negó las
versiones de que Scioli se vería obligado a compartir fórmula con
Kicillof. Más aún, afirmó que Cristina Kirchner no apoyará a ningún
candidato en particular o, lo que es lo mismo, que respaldará a todos
por igual. Esta neutralidad significa en los hechos un apoyo a Scioli,
pues quienes compiten con él sólo pueden aspirar a ganarle en una
interna del FpV si cuentan con el respaldo inequívoco de todo el
gobierno.
Verbitsky se declara optimista sobre las posibilidades electorales del
oficialismo, aunque no puede pasar por alto el ‘detalle’, que el triunfo
ya no será del kirchnerismo, sino de Scioli. Su consuelo es que
Cristina Kirchner seguirá manejando un bloque legislativo importante y
posiciones en el aparato del Estado. De este modo, parece no haber
aprendido de la transición entre el duhaldismo y el kirchnerismo, donde
el segundo terminó deglutiendo al primero. En la política burguesa, la
dosis de corruptela es tan alta que es casi imposible rechazar la
tentación de compartir los beneficios del manejo de los fondos públicos.
Página/12, que vive de la pauta oficial, lo sabe de sobra.
Después de Nisman
El optimismo de los lacayos oficiales, sin embargo, parte de un hecho
objetivo. Luego de la crisis desatada por la muerte violenta de Nisman,
parecía que el gobierno se asomaba al precipicio. A la quiebra de su
aparato de espionaje se le sumó un choque de enormes dimensiones con la
mayoría del Poder Judicial. Esta quiebra del aparato estatal detonó en
la masividad del #18F, convocado por un grupo de fiscales con el
respaldo indisimulado de la oposición patronal, el grupo Clarín, el
sionismo y de al menos un sector del imperialismo yanqui. Otra vez, como
ya había ocurrido en la crisis con el capital agrario, la derecha
superaba ampliamente al kirchnerismo en su capacidad de movilización
callejera. Para un movimiento que se jacta de "nacional y popular" es lo
más parecido a un certificado de defunción.
Sin embargo, pasados ya tres meses de la muerte de Nisman, el gobierno
no cayó y hasta muchos piensa que retomó la iniciativa. ¿Cómo se explica
este hecho? Antes que nada, esto se debe a las concesiones realizadas
por el propio gobierno. El aparato justicialista, que actúa como un
factor de orden, se quedó del lado del gobierno porque recibió garantías
adicionales. No sólo se viabilizó la candidatura de Scioli a la
presidencia, sino que se habilitó a los gobernadores a separar sus
elecciones locales para que puedan tener mejores posibilidades de
preservar sus distritos. La burocracia sindical, incluso la opositora,
realizó un paro aislado como un factor de aliviar la presión, pero sin
la menor predisposición de realizar un plan de lucha real. También entró
en acción el "cuidemos a Cristina" del Papa, que fue recompensado con
la desautorización de Aníbal Fernández al nuevo ministro de Salud, que
‘osó’ decir que se debatiría la legalización del aborto. La camarilla
judicial opositora también recibió lo suyo, al archivar Gils Carbó el
nombramiento de nuevos fiscales. La ‘recuperación’ del gobierno no se
hizo sobre la base del "vamos por todo", sino de concesiones a sus
adversarios, externos e internos.
La impotencia de la ‘opo’
La crisis abierta por la muerte de Nisman expuso, como nunca antes, la
debilidad de la oposición política patronal. Concurrió al #18F a
montarse sobre una movilización convocada por otros, ya que ella carece
por completo de las condiciones necesarias para reunir una verdadera
multitud. Su debilidad congénita se prueba en que ningún candidato de
los principales posee una estructura nacional, y mucho menos un peso
importante en las organizaciones obreras y populares. Esto explica el
interés de Macri y Massa por ganarse el apoyo del aparato de la UCR, que
-sin embargo- no pasa de un grupo de punteros devaluados, que está a
años luz de lo que supo ser. A tal punto ha llegado esta crisis que los
intendentes radicales quieren ir pegados a las Paso de Macri, cuando se
suponía que serían el recurso del que se valdría Sanz para disputar en
las internas.
La disputa que parece fraticida entre Macri y Massa no ha sido
obstáculo para que armen listas conjuntas o apoyen a los mismos
candidatos en al menos diez de las 24 provincias. Para ambos son
recursos de emergencia para encubrir su carencia de candidatos y de
partidos propios en la mayor parte del país. Esta situación se combina
con el carácter de camarilla que adopta toda la política patronal. Macri
no ha podido procesar una interna en su distrito fuerte sin provocar
una crisis entre Larreta, el garante de los negocios, y Michetti, que
tenía mejor posición ante el electorado. Otro tanto le ocurre a Massa,
que no deja de sufrir deserciones permanentemente porque el Frente
Renovador es un sello de ocasión a quien nadie le debe lealtad.
Entre los distintos partidos, el libro de pases está abierto todo el
año, aunque se intensifica con la proximidad de las elecciones. El
“sálvese quien pueda” es la moral que emerge de una disgregación
política fenomenal, la cual está en la base de la crisis política
actual. La misma incluye al oficialismo, que ha sido el lugar de donde
partieron muchos de los actuales opositores. De aquí se desprende un
escenario de una transición política general, en la cual la clase
capitalista está buscando por qué vías reconstruye el régimen que se ha
ido quebrando con la disolución de los partidos tradicionales y con la
intervención de las masas (Argentinazo). El establecimiento de las Paso,
que fueron concebidas para una reorganización política general, se han
mostrado claramente insuficientes. La transición política debe ser
definida como una etapa de crisis y choques, en la cual la clase
capitalista pretende reestablecer las bases de un régimen estable.
Los ferrocarriles
Pero no sólo la crisis del régimen político actúa como un obstáculo
para establecer un cuadro de polarización electoral. También juegan aquí
los intereses sociales comunes que defienden los K, Massa y Macri. La
votación común en el Congreso de una cuestión tan estratégica como es la
administración de los ferrocarriles ha sido, en este punto, reveladora.
Detrás de la ley Randazzo no sólo se esconde un objetivo privatista, sino -por sobre todo- sentar las bases para el ‘modelo sojero’ que
requiere asegurarse el transporte de la cosecha hasta los puertos, en
especial los ubicados sobre el Río Paraná. La votación favorable del PRO
se comprende mucho más si se sabe que entre los consorcios que exportan
a China hay fuertes inversiones de Franco Macri, el padre de Mauricio.
El respaldo del PS de Binner y de Stolbizer responde a los mismos
intereses sociales.
Mientras los diferentes bloques políticos consensúan la ley ferroviaria
siguen los choques en otros puntos importantes. Los acuerdos con China
han generado resistencias fuertes entre una parte de la Unión
Industrial. Massa, que responde más directamente a los intereses de
Techint, ha sido el más fuerte opositor. Techint es perjudicado por la
venta de acero de China a precios de dumping. Otros sectores
industriales, como el calzado, textiles o el juguete, podrían también
ser mandados a la quiebra por la importación de productos de origen
chino. El ajuste que se viene no será sólo contra los trabajadores, sino
que afectará a un sector de la clase capitalista.
Como ocurriera en la década del ’40, cuando Argentina era el escenario
de una disputa entre Estados Unidos en ascenso e Inglaterra (la potencia
que había dominado al país durante más de un siglo) en retroceso, hoy
asistimos a una lucha de intereses que enfrenta a varios países y
potencias, entre ellas Estados Unidos y China. Un ejemplo es que la
empresa estatal china Cofco ha comprado Nidera, que en la Argentina
maneja una parte sustancial del negocio de granos y semillas. Se
establece un cuadro de disputa que enfrenta a China con los grandes
monopolios internacionales yanquis y europeos que manejan el negocio de
granos (Cargill, Bunge y Dreyfus). La burguesía argentina y sus partidos
oscilan entre estos intereses, pero lejos están de poder postular un
plan de desarrollo nacional autónomo. Pero si en la década del ’40 la
disputa entre Inglaterra y Estados Unidos llevó a un cuadro de
polarización política en la clase capitalista, ahora los intereses se
encuentran entremezclados en todos los partidos y bloques. Esto agrega a
la política capitalista en crisis un factor adicional de confusión y
explica los permanentes cambios de bando. El ejemplo extremo de esta
situación lo encarna De la Sota, un representante de los intereses
agrarios e industriales de los grupos económicos establecidos en
Córdoba, que a meses de las elecciones, no sabe si cerrará un acuerdo
con Massa, con el kirchnerismo o con Macri, e incluso si arma su propia
candidatura.
Fracaso de la polarización
La campaña electoral actual es el escenario en el que se desarrolla
esta transición política. Los elementos de crisis que se han acumulado,
la disolución de los partidos tradicionales, los permanentes saltos de
los candidatos de un lado al otro y los intereses capitalistas comunes
que están presentes en todas las coaliciones en formación impiden que se
pueda avanzar en una polarización política entre kirchneristas-PJ, de
un lado, y el macrismo-UCR del otro. El solo hecho de que todos voten
una misma ley ferroviaria prueba que no están reunidas las condiciones
para una polarización, que, sin embargo, se quiere fingir para atraer el
apoyo del electorado.
La campaña electoral del Frente de Izquierda debe partir de la
explicación de esta situación, para mostrarles a los trabajadores que la
crisis de los partidos y políticos tradicionales muestra su incapacidad
para dirigir el país en función de los intereses populares
mayoritarios. La crítica política es un instrumento para refutar las
veleidades ‘nacionales y populares’ del kirchnerismo, así como la
supuesta ‘defensa de la república’ de la oposición patronal. De este
modo, la campaña electoral se transforma en un instrumento de
capacitación política de los trabajadores para luchar por su propio
gobierno. Una campaña que no parta del análisis de la situación está
condenada al electoralismo vacío y, en definitiva, a la esterilidad.
La crítica a los intereses sociales que representan los Kirchner, los
Scioli, los Macri y los Massa sólo puede hacerse a través del desarrollo
de un programa integral, que postule al Frente de Izquierda como un
polo capaz de ofrecer un plan de salida nacional ante una bancarrota que
se arrastra. La industrialización del país requiere una transformación
social integral que sólo puede ser llevado adelante por un gobierno de
los trabajadores.
Están las premisas para una gran campaña electoral del Frente de Izquierda.
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