A mediados de abril de 1945, cuando Alemania está prácticamente
derrotada y el ejército aliado -Estados Unidos, Gran Bretaña- avanza a
marcha forzada desde el sur, una insurrección de la clase obrera y de
las legiones de partisanos se hizo dueña de todo el norte de Italia, el
corazón industrial del país, y dejó planteada la perspectiva de un
desenlace revolucionario.
Combinando las huelgas con las acciones armadas, milicianos y
activistas liberaron todas las grandes ciudades y la mayor parte del
territorio. "Los guerrilleros salvaron las empresas industriales y las
comunicaciones que los alemanes se preparaban a destruir, hicieron
decenas de miles de prisioneros y se apoderaron de considerable
armamento. Los guerrilleros establecieron en todos los lugares el poder
de los Comités de Liberación Nacional (CLN) y ejecutaron a todos los
principales cabecillas del fascismo italiano"1. Entre ellos, Benito
Mussolini, ejecutado contra la opinión del alto mando aliado.
La derrota nazi y el Frente Popular
Es difícil apreciar la magnitud y el vértigo de la situación
revolucionaria que se abrió en Europa prácticamente desde la derrota de
los ejércitos nazis en Rusia. Desde ese momento -inicios de 1943-, la
posibilidad de una salida revolucionaria a la guerra antifascista se
libró de una manera neta en cuatro países: Francia, Italia, Yugoeslavia y
Grecia. Se avizoraba la derrota de Alemania y no existían fronteras al
despliegue de los ejércitos soviéticos. Es el año en que las burguesías
norteamericana e inglesa advierten sobre lo que puede venir y exigen la
liquidación de la Internacional Comunista -que Stalin consumará en junio
de 1943- y la determinación de una estrategia de parte de la URSS que
excluya la perspectiva revolucionaria.
En 1943, dos años antes, los obreros del norte de Italia habían
desenvuelto un movimiento huelguístico que nació en Turín y se extendió a
Milán y Génova, convocando más de 100.000 trabajadores. La derrota
nazi, las huelgas, el desembarco angloamericano en Sicilia llevaron a la
burguesía italiana a entender que había llegado la hora de desprenderse
de Mussolini y buscar la sombra protectora de los aliados. Destituyeron
al líder fascista y formaron un primer gobierno de Frente Popular que
incluía elementos vinculados con el fascismo -el mariscal Badoglio y la
monarquía italiana- con el respaldo de los aliados y de la burocracia
estalinista, expresada en la "Declaración sobre Italia", en fecha tan
temprana como octubre de 1943.
El Frente Popular, aquí, como en Francia, reveló acabadamente su
naturaleza: los partidos obreros, en alianza con la burguesía, vienen a
contener un desenlace revolucionario con el aliento de la burocracia de
la URSS, alineada, a su vez, a una política de compromiso con el capital
imperialista.
El PC era el gran protagonista del movimiento insurreccional de las
masas. Las brigadas, al momento de las huelgas del '45, sumaban más de
200.000 luchadores. El PC saltó de 5.000 miembros, a inicios de 1943, a
dos millones en 1946, no por la política del Frente Popular, sino por la
existencia de un escenario de lucha contra la burguesía de
características históricas.
El viraje de Salerno
Uno de los primeros llamamientos del gobierno encabezado por Badogilio,
en 1943, planteaba: "todo movimiento debe ser aplastado inexorablemente
en su origen... Las tropas actuarán en formación de combate, abriendo
fuego a distancia... y al cuerpo"2.
Pero la caída del líder fascista rompió todos los diques que contenían
al movimiento de masas: los sindicatos estatizados pasaron a mano de
comisarios designados por los comités de liberación, se multiplicaron
las huelgas exigiendo la liberación de los detenidos políticos y en las
fábricas se eligieron comisiones obreras, primeros órganos electos luego
de la caída de Mussolini.
La rebelión estuvo acompañada por un hecho impensado. Los alemanes,
lejos de replegarse, mantuvieron la ocupación del norte de Italia y
constituyeron la República Social Italiana o República de Saló, con
Mussolini al frente. El rey y el mariscal, la gran burguesía italiana,
que consideraban que Italia prácticamente había quedado fuera de la
guerra y podían concentrarse en aniquilar "el enemigo interior", habían
fallado en su propósito. Italia quedaría partida en dos desde fines de
1943, el norte y centro ocupado por los alemanes, el sur por los
aliados.
A la vez, la política de la burocracia de la URSS divergía de la del PC
en el país, que llamaba a enfrentar a Badoglio y la monarquía, si bien
en nombre de una "efectiva democracia popular", así como con la de otras
organizaciones antifascistas.
Es en estas circunstancias que Togliatti, secretario general del PC,
regresa a Italia como enviado de la burocracia del Kremlin. En su primer
discurso público, va a plantear, sin ambigüedades: "hoy no se plantea
ante los obreros italianos el problema de hacer lo que se hizo en
Rusia". En marzo de 1944, en lo que va a llamarse "el giro de Salerno",
la dirección del PC resolvió "poner en primer plano la unión de todas
las corrientes políticas en la guerra contra Alemania e ir a la creación
inmediata de un gobierno de unión nacional". Era el ingreso sin
condiciones al Frente Popular, aún con su ala fascista, que el propio
Togliatti rubricaría con su ingreso al gobierno.
No fue, sin embargo, suficiente.
La hora del norte
A esta altura, existía un doble poder en vastas zonas de Italia. El PC,
luego de Salerno, llamó a evitar "un desdoblamiento de poderes", pero
no pudo contener su desarrollo. La mayor aprensión de la burguesía
italiana era la eventualidad de una explosión revolucionaria en el norte
al consumarse la derrota alemana, allí donde era más fuerte la
implantación de los partidos obreros y las columnas partisanas.
La Democracia Cristiana y el conjunto de las fuerzas del régimen
exigieron al PC apretar el freno sobre la rebelión de las masas, pero
fueron mucho más lejos. El alto mando militar aliado resolvió paralizar
el avance hacia el norte en septiembre del '44, para que las tropas
hitlerianas y mussolinianas pudiesen ahogar en sangre al movimiento
antifascista en lucha. El mismo alto mando llamó a las fuerzas
insurgentes del norte a cesar toda operación hasta la primavera, una
política suicida.
Fue, entonces, cuando se libró uno de los capítulos más heroicos, que
dejó al desnudo, como pocos, la política contrarrevolucionaria del PC y
la burocracia del Kremlin. El ejército guerrillero y la clase obrera del
norte enfrentaron y derrotaron una a una las ofensivas fascistas y el
interminable invierno de 1944/45. Demostraron, de este modo, que eran el
poder real en el corazón de la Italia industrial.
La situación revolucionaria llegó así al paroxismo. Durante días, la
clase obrera y las masas del norte ejercieron el poder, con miles de
combatientes y el armamento tomado a los alemanes. En la frontera del
este se encontraba el ejército yugoeslavo, que había derrotado a los
nazis y ejercía el poder, en oposición a la burocracia del Kremlin. En
el límite con Austria, el ejército soviético. En el Mezzogiorno, sur de
Italia, un enorme movimiento de braceros y campesinos enarbolaba el
reclamo de la tierra.
La insurrección conmovió a toda Italia. Ahora sí las fuerzas aliadas
apresuraron su paso y declararon el estado de guerra en el norte de
Italia. El alto mando abolió todas las disposiciones democráticas de los
comités de liberación nacional y destituyó del aparato dirigente a los
que contaban con la confianza del pueblo, reemplazándolos por
funcionarios afectos. Devolvió a los monopolistas y terratenientes las
propiedades confiscadas y, en la operación más resistida, desarmaron a
los destacamentos guerrilleros y disolvieron el comité de liberación
nacional del norte de Italia. El PC estuvo a la cabeza de la rendición,
en nombre de "no recurrir a la violencia" y la URSS no planteó siquiera
una protesta frente a la acción de los ocupantes. Frente a la iniciativa
de las masas estaba el cerrojo de la política de "unión nacional" y de
coexistencia pacífica entre la burocracia estalinista y el imperialismo
establecida en Postdam y Yalta.
La clase obrera fue, en el curso de la II Guerra Mundial, un factor
decisivo, pues su intervención, a través del Ejército Rojo, las
rebeliones obreras y la lucha armada de los partisanos hizo fracasar los
planes imperialistas. Estos no eran otros que el hundimiento de la
Alemania nazi y la URSS en una guerra entre ambos -el imperialismo abrió
el segundo frente occidental sólo cuando advirtió el derrumbe del
nazismo.
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1. Informe de Luigi Longo en la reunión constitutiva del Kominform, Ediciones en lenguas extranjeras, Moscú, 1948.
2. Battaglia, Historia de la Resistencia Italiana, Einaudi, 1955.
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