Digital - 22/08/2015
| Por Lucas Poy
El martes 20 de agosto de 1940 hacía calor en las afueras del distrito
federal de México y las nubes en las montañas anunciaban lluvia cuando
"Jacson", un supuesto simpatizante de la IV Internacional, ingresó a la
casa de León Trotsky. Ese verano, el planeta entero se hundía en la
barbarie de la reacción y la guerra mundial. En mayo el Tercer Reich
culminaba la invasión de Bélgica, Holanda y Luxemburgo; en junio,
también se quebraba la resistencia francesa. Hacía poco menos de un año
el ejército franquista había entrado en Madrid y en Barcelona, sellando
la derrota de la revolución española,
traicionada desde adentro por la
dirección del Partido Comunista y los agentes rusos. La Unión Soviética,
por su parte, mantenía su alianza con la Alemania nazi, firmada en el
tratado Ribbentrop-Molotov de agosto de 1939. Víctor Serge, un viejo
revolucionario ruso, caracterizaba a estos años como
"la medianoche del
siglo".
La casa de Coyoacán era una fortaleza, y había motivos de sobra para
ello. En los últimos meses se habían sucedido los atentados contra la
vida de Trotsky: el último episodio había sido un ataque con
ametralladoras al cual había sobrevivido casi por azar.
El stalinismo
había desatado una verdadera cacería contra el viejo revolucionario, que
había incluido el asesinato de sus hijos y la persecución a los
militantes trotskistas en todo el mundo. La revolución española había
mostrado a la dirección soviética los riesgos que corría su dominio
burocrático en caso de una intervención revolucionaria de las masas: la
política criminal del PC español, que incluyó el asesinato de Andreu Nin
en 1937, era una expresión de esta cacería. No por casualidad el
visitante de la casa de Trotsky, ese 20 de agosto, era un español: su
nombre no era Jacson sino Ramón Mercader -no era un simpatizante de la
IV Internacional sino un agente de la policía secreta soviética. Esta
vez,
los militantes que estaban encargados de la seguridad no
sospecharon nada extraño, porque Mercader/Jacson ya había estado en la
casa varias veces: fracasado el método del ametrallamiento, l
a GPU
intentaba con una infiltración. Esta vez tuvieron éxito: Jacson
aprovechó su oportunidad y atacó a Trotsky en la cabeza con un
picahielo. Herido, desde el piso, el viejo revolucionario gritó a sus
guardaespaldas que no lo mataran,
y que lo obligaran a confesar que era
un enviado de Stalin. Trotsky, que tenía entonces sesenta años, murió al
día siguiente, el 21 de agosto de 1940.
¿Cómo explicar que en medio de las brutales conmociones de la Segunda
Guerra Mundial, la poderosa burocracia soviética encabezada por Stalin,
que gobernaba sin oposición en toda la URSS y controlaba los partidos
comunistas de todo el mundo, necesitara terminar con la vida del viejo
Trotsky, que vivía aislado en su casa de Coyoacán, en la otra punta del
planeta?
¿Cómo explicar que los mismos que se jactaban -no faltan
quienes lo siguen haciendo- de caracterizar a los trotskistas como
"marginales" desataran semejante cacería con el objetivo de liquidar
físicamente a un dirigente de sesenta años?
La obsesión del stalinismo por terminar con la vida de Trotsky
confesaba la extraordinaria vigencia histórica del líder revolucionario.
A lo largo de su vida,
Trotsky no solamente dirigió y protagonizó la
primera gran revolución obrera de la historia, sino que contribuyó con
aportes fundamentales a la perspectiva revolucionaria de nuestra época.
La revolución en nuestra época
Isaac Deutscher, el principal biógrafo de Trotsky y posiblemente el
mayor experto en su obra,
sostenía que, después del Manifiesto
Comunista, el siguiente documento político comparable era un folleto
escrito en 1906, titulado Resultados y perspectivas. Se trata de un
texto escrito por Trotsky en la cárcel a la cual había sido enviado
luego del aplastamiento de la revolución rusa de 1905, en la cual había
jugado un papel dirigente, como presidente del soviet de Petrogrado.
Resultados y perspectivas era, en primer lugar, un balance de esa
revolución. Pero era, sobre todo, una fenomenal caracterización sobre el
carácter de la revolución contemporánea.
Uno de los capítulos, titulado "1789-1848-1905", trazaba un recorrido
sobre el papel jugado por la burguesía en esos tres procesos
revolucionarios. Mientras
en la revolución francesa se había convertido
en el caudillo que encabezaba la revolución contra el viejo régimen
feudal y aristocrático, liderando tras de sí a todas las clases de la
nación, en las revoluciones que sacudieron a Europa
en 1848 la burguesía
ya había puesto de manifiesto sus limitaciones, lo cual se evidenció en
la incapacidad de desenvolver una lucha a fondo contra la aristocracia y
la monarquía, frente al temor al naciente proletariado.
Según su
clásica fórmula, en 1848 la burguesía ya no era capaz de dirigir la
revolución, mientras que el proletariado todavía no estaba en
condiciones de asumir la tarea. Las cosas habían cambiado en el siglo
veinte.
El significado profundo de la revolución rusa de 1905 es que
abría una nueva etapa, y ponía de manifiesto el carácter de la
revolución en nuestra época.
Desde ahora, la revolución era una tarea que solo podía estar en manos
de la clase obrera: incluso en aquellos países -como Rusia- que aún no
habían completado sus tareas democrático-burguesas.
"Es posible",
escribía Trotsky a los 26 años, doce años antes de la revolución de
octubre, "que el proletariado de un país económicamente atrasado llegue
antes al poder que en un país capitalista evolucionado".
La idea de "revolución en permanencia", por supuesto, había estado
presente en la elaboración de los marxistas desde mediados del siglo
XIX, en particular en la "Circular a la Liga de los Comunistas" escrita
por Marx y Engels a partir del balance de las revoluciones de 1848. No
podía ser de otro modo,
porque las caracterizaciones de los
revolucionarios no son sino el producto del desenvolvimiento histórico
concreto, el resultado del balance de lo actuado y de las vicisitudes
del proceso histórico concreto. El mérito histórico de Trotsky, en esos
primeros años del siglo XX, fue darle una forma definida y sistemática a
la tesis de la revolución permanente,
es decir la idea de que era la
clase obrera la que tenía que tomar en sus manos la resolución de las
tareas democráticas pendientes y al mismo tiempo desenvolver las tareas
obreras y socialistas. No solo la revolución rusa de 1917, sino toda la
experiencia histórica del siglo XX -la brutal manifestación de la
incapacidad de las burguesías, tanto en los países avanzados como en los
oprimidos por el imperialismo, para jugar un papel progresivo-,
confirmaron todos los pronósticos de ese breve folleto escrito hace 110
años.
"La victoria completa de la revolución democrática en Rusia", resumía
Trotsky años después,
"sólo se concibe en forma de dictadura del
proletariado, secundado por los campesinos. La dictadura del
proletariado, que inevitablemente pondría sobre la mesa no sólo tareas
democráticas sino también socialistas, daría al mismo tiempo un impulso
vigoroso a la revolución socialista internacional. Sólo la victoria del
proletariado de Occidente podría proteger a Rusia de la restauración
burguesa". Como diría Roman Rosdolsky, a propósito de un texto de Marx,
hay párrafos que solamente pueden leerse conteniendo la respiración.
La revolución traicionada
Semejantes aportes a la actualización del programa revolucionario de
nuestra época hubieran alcanzado por sí solas para colocar a Trotsky
como uno de los grandes revolucionarios del siglo. Pero,
tal como
escribió Lenin en su prólogo a El estado y la revolución, "es más
agradable y más provechoso vivir la experiencia de la revolución que
escribir acerca de ella". Y, en efecto,
Trotsky fue, junto con Lenin, el
dirigente de esa revolución que conmovió al mundo y llevó por primera
vez a la clase obrera al poder. Su actividad entre 1917 y mediados de la
década de 1920 fue febril y se desenvolvió en todas las áreas:
dirigente del soviet revolucionario, encargado de las negociaciones con
los alemanes en Brest, comandante del ejército rojo que venció, contra
todos los pronósticos, a las fuerzas combinadas de las potencias
imperialistas en la guerra civil, dirigente de la Internacional
comunista -ni siquiera le faltó tiempo para escribir sobre historia y
hasta sobre literatura.
La lucha contra la burocratización stalinista, y contra las
consecuencias que la misma implicaba para las luchas revolucionarias en
todo el mundo, ocupa los últimos quince años de vida de Trotsky,
marcados por una tremenda actividad política, organizativa y teórica, en
distintas etapas, y en condiciones cada vez más desfavorables. En
noviembre de 1927 fue expulsado del partido. En enero de 1928 debió
exiliarse en Kazajstán. Un año más tarde,
en febrero de 1929, fue
expulsado de la URSS y se asiló en Turquía. De allí
se fue, en 1933,
primero a Francia y luego a Noruega, finalmente debió irse a México, en
1937.
No se trataba sólo de dar una lucha política y organizativa contra la
burocratización, en todo momento.
También de realizar un aporte de
envergadura histórica a la comprensión de las causas y la dinámica de la
burocratización de la Unión Soviética. Lo extraordinario de La
revolución traicionada, publicada en 1936,
es su capacidad para no
limitarse a una denuncia de la burocratización de la URSS,
sino
desarrollar una explicación de las causas profundas de esa
burocratización. Con ello
lograba armar a la vanguardia revolucionaria
de una comprensión del proceso que había llevado a la primera revolución
victoriosa de la historia a transformarse en un infierno burocrático y
totalitario -y,
al mismo tiempo, de cómo y por qué la URSS debía ser
defendida por esos mismos revolucionarios ante los ataques del
imperialismo y los intentos de forzar una restauración del capital. A su
vez,
el balance de la deriva burocrática de la URSS permitía comprender
que la política contrarrevolucionaria de los partidos comunistas de
todo el mundo -que
volvían atrás la experiencia histórica de 1917 y
proponían la alianza con las burguesías "progresistas" y la aberrante
idea de "socialismo en un solo país"- no obedecía a un giro "teórico"
sino que
era expresión de la necesidad de sostener, como fuera, un
aparato burocrático.
Se equivocan quienes caracterizan que, debido a la trascendencia de
esta lucha, el trotskismo no fue sino la contracara del stalinismo, o
que ambas facciones no representan sino una disputa por el liderazgo del
poder en la URSS.
Se trata, en realidad, de una lucha política decisiva
en la cual el mérito histórico de Trotsky fue defender, en contra del
aparato burocrático que dominaba lo que todavía era un Estado obrero, la
perspectiva revolucionaria que ya había sido formulada a principios del
siglo.
Hay una coherencia y una continuidad implacable entre Resultados
y perspectivas y las obras de Trotsky en su lucha contra el stalinismo:
su hilo conductor
es la consideración de que solamente la clase obrera
es capaz de dar una salida a la catástrofe capitalista, y que ello sólo
es posible en un marco internacional, como el del capitalismo:
"El triunfo de la revolución socialista", decía Trotsky en La
revolución permanente, de 1929,
"es inconcebible dentro de las fronteras
nacionales de un país. Una de las causas fundamentales de la crisis de
la sociedad burguesa consiste en que las fuerzas productivas creadas por
ella no pueden conciliarse ya con los límites del Estado, nacional. De
aquí se originan las guerras imperialistas, de una parte,
y la utopía
burguesa de los Estados Unidos de Europa, de otra.
La revolución
socialista empieza en la palestra nacional, se desarrolla en la
internacional y llega a su término y remate en la mundial. Por lo tanto,
la revolución socialista se convierte en permanente en un sentido nuevo
y más amplio de la palabra: en el sentido de que sólo se consuma con la
victoria definitiva de la nueva sociedad en todo el planeta".
La revolución permanente
Pero hay más.
La lucha denodada y desigual de Trotsky contra el
stalinismo en los años treinta no se limitó a armar a la vanguardia con
un balance y una caracterización que le permitieran enfrentar la
desmoralización del desbarranque burocrático. Fue también una lucha por
construir una dirección revolucionaria y dotarla de un programa.
Desde los años veinte la lucha de Trotsky y sus compañeros contra la
degeneración burocrática de la URSS se había estructurado en torno a la
llamada Oposición de izquierda,
que desarrolló una lucha política tenaz
al interior del partido bolchevique y en el seno de otros partidos
comunistas del mundo -también en la Argentina- hasta que la represión y
las purgas internas lo hicieron prácticamente imposible.
El punto de
quiebre, el hecho decisivo que llevó a Trotsky a la conclusión de que ya
era imposible "reformar" a la III Internacional y que se planteaba la
tarea de construir una nueva organización,
fue la política llevada
adelante por el stalinismo ante el ascenso de Hitler. Las intervenciones
de Trotsky sobre esta cuestión son un capítulo -otro más-
extraordinario de la tradición revolucionaria de nuestro siglo:
sus
llamamientos, una y otra vez, convocaban al proletariado alemán a
enfrentar la política criminal que promovía el Partido Comunista,
opuesto a una acción conjunta con la socialdemocracia para enfrentar el
ascenso del nazismo. La llegada de Hitler al poder, en enero de 1933,
sin que la poderosa clase obrera alemana presentara batalla, dejó claro
que era necesario construir una nueva organización.
Según Trotsky, la política de la III Internacional era una traición "de
un alcance histórico al menos igual a la de la socialdemocracia alemana
el 4 de agosto de 1914 [cuando votó a favor de los créditos de guerra
para el gobierno imperialista]"
. Pero las consecuencias de esta
traición, había pronosticado en 1931, serían "mucho más desastrosas":
"con los nazis en el poder, estaría planteada la exterminación de la
elite del proletariado alemán, la destrucción de sus organizaciones, la
pérdida de confianza en sus propias fuerzas y en su propio futuro [...]
sus consecuencias se extenderían en el tiempo por diez o veinte años,
[estableciendo] una ruptura con la herencia revolucionaria, el naufragio
de la Internacional Comunista, el triunfo del imperialismo en su forma
más odiosa y sanguinaria [...] una guerra contra la URSS [...] un
aislamiento terrible y un lucha a muerte en las condiciones más
lamentables y peligrosas". Otra vez, un pronóstico que obliga a leer
conteniendo la respiración.
La política contrarrevolucionaria de la III Internacional no se detuvo
con la derrota alemana. A la desastrosa táctica del llamado "tercer
período" -aquella que precisamente había conducido, con el argumento de
la lucha contra una socialdemocracia caracterizada como
"socialfascista", al triunfo de Hitler-
la siguió la no menos desastrosa
política del "frente popular",
que ataba a los partidos comunistas a
una alianza con las burguesías "progresistas" de todos los países. Su
rasgo común no debía buscarse, decía Trotsky, en una argumentación
política, sino antes bien
en el objetivo único de proteger los intereses
de una capa burocrática que se había hecho con el poder en la Unión
Soviética. Sus consecuencias eran igual de trágicas:
la política del
frente popular llevaría a la derrota de la revolución española, y con
ella abría las puertas a la Segunda Guerra Mundial.
Es en este contexto que tenemos que valorar lo que, según su propia
caracterización, fue la tarea más importante que tuvo que desarrollar:
construir una nueva dirección revolucionaria. La barbarie stalinista se
había ocupado de liquidar a toda la vanguardia revolucionaria de octubre
de 1917, por la vía de la quiebra política o del asesinato -a menudo,
de ambos.
Decía el propio Trotsky, en 1935: "la tarea más importante de
mi vida, más importante que el período de la guerra civil o cualquier
otro (...) No puedo hablar de indispensabilidad de mi tarea, ni siquiera
en el período de 1917 a 1921. Pero ahora mi tarea es "indispensable" en
el cabal sentido del término (...) Actualmente no queda nadie, excepto
yo, para cumplir la misión de armar a una nueva generación con el método
revolucionario".
Fue en esos años de reacción y derrotas, aislado y perseguido por el
stalinismo, cuando Trotsky impulsó, incluso contra la opinión de muchos
de sus compañeros, la fundación de una nueva internacional. Él mismo
valoraba de la siguiente forma la magnitud de la tarea, señalando que en
numerosas ocasiones históricas la vanguardia había dado sus primeros
pasos en forma aislada de las masas:
"el mérito histórico de la IV
internacional", apuntaba en 1938, "es haber declarado la vigencia de la
revolución en un momento histórico en que se alegaba su retroceso
histórico definitivo. Ninguna idea progresista ha surgido de ‘una base
de masa', si no, no sería progresista. Sólo a la larga va la idea al
encuentro de las masas, siempre y cuando, desde luego, responda a las
exigencias del desarrollo social.
Todos los grandes movimientos han
comenzado como ‘escombros' de movimientos anteriores. Al principio, el
cristianismo fue un ‘escombro' del judaísmo.
El protestantismo un
‘escombro' del catolicismo, es decir, de la cristiandad degenerada. El
grupo Marx-Engels surgió como un ‘escombro' de la izquierda hegeliana.
La Internacional Comunista fue preparada en plena guerra por los
‘escombros' de la socialdemocracia internacional. Si esos iniciadores
fueron capaces de crearse una base de masa, fue sólo porque no temieron
al aislamiento. Sabían de antemano que la calidad de sus ideas se
transformaría en cantidad.
Esos ‘escombros' no sufrían de anemia; al
contrario, contenían en ellos la quintaesencia de los grandes
movimientos históricos del mañana".
En su "Programa de transición", Trotsky dejó encendida esta llama,
planteando un programa de acción para la etapa de decadencia histórica
del capitalismo.
Trotsky hoy
Ya pasaron 75 años de la muerte de Trotsky. Ya no existe la Unión
Soviética ni la GPU; los partidos comunistas de la mayor parte del mundo
se han literalmente disuelto, en casi todos los casos para integrarse
en forma directa, sin siquiera la mediación de su aparato, a variantes
"progresistas" de la burguesía. Trotsky y el trotskismo, sin embargo,
conservan su vitalidad. Ello
no se debe -o no solamente- a la indudable
tenacidad y ardor revolucionario que propios y extraños reconocen en los
"troskos",
sino a que seguimos viviendo en la época histórica que
Trotsky caracterizó y para la cual planteó su Programa de transición: la
época de decadencia histórica del capitalismo. Su legado es la
continuidad y la vigencia histórica del planteo que ofrece este programa
como herramienta en una época de senilidad del capitalismo, que
desnuda
la incapacidad de las burguesías de desarrollar las tareas democráticas
en la época del imperialismo,
que reclama el carácter internacional de
la revolución socialista,
que sostiene a la dictadura del proletariado
como única salida a la barbarie en que vivimos.
Un programa que fue una y
otra vez negado: por el stalinismo y su "socialismo en un solo país",
primero, y su "eurocomunismo" luego;
también, más de una vez, desde las
propias filas trotskistas, que no dejaron de sumarse a diferentes
"modas" políticas, incluyendo en no pocos casos explícitos llamados a
abandonar la consigna de la dictadura del proletariado.
Eppur si muove. En lo más oscuro de la "medianoche" del siglo XX,
Trotsky fue quien defendió la continuidad y la vigencia histórica de la
revolución de octubre, mostrando a los obreros de todo el mundo, que
aquellos que se pretendían erigir como sus máximos exponentes no eran
más que los enterradores burocráticos del mayor proceso revolucionario
de nuestra época.
Fue Trotsky quien caracterizó que la burocratización
de los Estados obreros, en caso de que no triunfase una nueva revolución
obrera, daría lugar a la restauración del capital. Sin la fenomenal
lucha política y teórica de Trotsky en las décadas del veinte y del
treinta del siglo pasado, la Revolución de Octubre hubiera sido
identificada, en la conciencia de las generaciones futuras, como
sinónimo inseparable de la monstruosidad burocrática.
Con todas sus diferencias, el mundo en el que vivimos, el de la crisis
capitalista que no se ha atenuado sino agravado con los procesos de
restauración en los ex estados obreros, sigue siendo el mundo de
Trotsky. El que
las futuras generaciones, manteniendo la continuidad
histórica con las anteriores,
deberán librar de todo mal, opresión y
violencia, y disfrutar plenamente.
Fuente:
http://www.po.org.ar/prensaObrera/digital-2015-08-22/partido/la-actualidad-y-vigencia-de-trotsky-a-75-anos-de-su-asesinato