29 de diciembre de 2015 Por Marcelo Ramal
Corrían los últimos días de diciembre de 2010. El entonces secretario
de Transporte Juan Pablo Schiavi recorría los medios para acusar de
“sabotaje” a los ferroviarios que denunciaban la precarización laboral
y el vaciamiento de las líneas. Varios de ellos, como Hospital y
Merino, padecieron prisión a causa de esas denuncias fraudulentas.
Cinco años después, Schiavi, junto a Ricardo Jaime y los hermanos
Cirigliano, acaban de ser condenados como corresponsables o partícipes
de la mayor masacre ferroviaria de la historia. En el público, varios
de aquellos luchadores –junto a los familiares de las víctimas de Once-
celebraban el fallo.
Entre una y otra circunstancia, no sólo 51 personas –“y un niño en
gestación”, como repetía implacablemente el relator de la
condena-pagaron con sus vidas el derrumbe ferroviario. Un inmenso
movimiento de lucha, el de los familiares de Once, junto a los
ferroviarios combativos y quienes los acompañaron, logró llevar a los
Cirigliano, Jaime y Schiavi al banquillo.
Ahora, funcionarios y empresarios apelarán estas condenas en libertad,
y seguirán moviendo sus recursos e influencias para obtener fallos más
benignos y hasta zafar de la prisión. La justicia de este Estado,
incluso cuando bajo la presión popular condena a los poderosos, es una
versión amortiguada y mezquina de los verdaderos y brutales antagonismos
sociales que están en juego. Por eso mismo, el tribunal se las arregló
para aplicarle una condena –aún menor- a un trabajador, el motorman de
la formación que los Cirigliano habían hundido en la falta de
mantenimiento y el abandono.
Pero a pesar de los límites inocultables del veredicto, por los
estrados judiciales ha desfilado todo un régimen social y político. Los
hermanos Cirigliano son parte de los privatizadores que rescató el
kirchnerismo, a costa de los fondos públicos y de la precarización de
los trabajadores. Mientras los trenes se venían abajo, los Cirigliano
desviaban los subsidios para financiar un proceso de concentración en
las líneas de colectivos de la zona Oeste, y formar así un verdadero
monopolio de transporte. Schiavi y Jaime fueron los arquitectos de ese
desfalco nacional, bajo la jefatura de De Vido y los Kirchner.
Mariano Ferreyra
El gran episodio de lucha que destapó por primera vez a este triángulo
corrupto –los funcionarios del Estado, los empresarios y la burocracia
de los sindicatos- fue el crimen de nuestro compañero Mariano Ferreyra.
La tercerización de ferroviarios, con la cual lucraban los Pedraza,
expresaba esta malversación de fondos en el plano de las relaciones
laborales. Sus socios mayores eran los Cirigliano, Roggio y otros. Pero
en el juicio a los asesinos de Mariano, estos empresarios lograron
zafar de toda imputación. En la tarde de hoy, a la condena a Pedraza
se suman los Cirigliano y algunos de los responsables políticos. El
movimiento de justicia por Mariano y el de los familiares de Once se han
fusionado en su lucha y en el tiempo, y la jornada de hoy recoge
parte de los frutos.
Los unos y los otros
Después de la masacre de Once, el gobierno kirchnerista intentó
realizar una operación quirúrgica, destinada a correr de la escena a los
desprestigiados Schiavi y Cirigliano. Cuando el régimen privatizador
que éstos comandaban se fundió, cambió de rostros y de socios para
salvar lo principal: o sea, el saqueo capitalista del patrimonio
ferroviario. Vino entonces Randazzo, y sus compras millonarias a China,
a costa del dislocamiento industrial y del vaciamiento de los talleres
locales. La expresión de este viraje fue la “seudonacionalización”
ferroviaria, que abrió un nuevo filón de negocios focalizado en el
servicio de cargas. Los familiares de Once tuvieron el enorme mérito de
denunciar, paso por paso, esta cosmética kirchnerista, que buscaba
borrar las huellas de la masacre de febrero de 2012. En cambio, el
macrismo apoyó en el congreso a la seudoestatización ferroviaria:
Randazzo fue el puente entre el kirchnerismo y el gobierno actual, que
reemplazó a los Cirigliano por otros privatizadores. Mientras tanto, la
precarización laboral en el ferrocarril continúa.
Como se ve, la lucha por la masacre de Once y sus implicancias retrata a
un régimen social y a sus partidos, a los que gobernaron y a los que
gobiernan. Por eso mismo, la jornada de hoy es parte de una lucha que
no termina: en primer lugar, por la prisión efectiva de los vaciadores y
responsables condenados, y para que el hilo de las responsabilidades
llegue hasta el final; para que los privatizadores y sus socios –la
burocracia sindical- sean definitivamente expulsados del ferrocarril, y
conquistemos su gestión obrera y colectiva, en función de un plan de
reindustrialización bajo la dirección de los trabajadores.
La condena, aún retaceada, a un conjunto de connotados verdugos de trabajadores, es un peldaño y un aliciente para esa lucha.
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