Asistimos a una disgregación de los regímenes políticos en ambos países,
que se manifiesta por el grado de protagonismo que tiene el Poder
Judicial. Pero la Justicia carece de programa para resolver cuestiones
de fondo, que hacen a la gestión de una crisis capitalista de
envergadura
Cuando el jefe de Gabinete, Marcos Peña, afirmó que en Brasil “están
funcionando las instituciones”, no dejó margen de dudas respecto de cuál
es la posición del gobierno de Macri sobre el impeachment votado contra
Dilma Rousseff. Hizo suya la versión de la oposición brasileña, que
niega la existencia de un golpe, amparándose en el hecho de que la
destitución se realiza a través del parlamento. Claro que Macri y Peña
omiten un “detalle”: el Congreso brasileño que vota la destitución es un
reducto de corruptos: el 60% de los diputados tiene causas por ese
motivo, y el presidente de la Cámara de Diputados está en rebeldía con
la Justicia por negarse a brindar explicaciones sobre sus cuentas en
Suiza.
El apoyo al “golpismo blando” brasileño contrasta con la reivindicación
que el macrismo y sus aliados hacían en el pasado del gobierno del PT, y
llegan incluso a oponerlo al kirchnerismo. Este discurso tenía una base
real: Brasil era reivindicado por el ingreso masivo de capitales, por
haber logrado el “grado de inversión” que le permitía tomar deuda
pública y privada a tasas más bajas y por tener una inflación reducida.
Incluso se reivindicaba la gestión de Petrobras, cuya cotización en la
Bolsa de Nueva York era el argumento usado para presentarla como una
empresa “moderna”.
Todo ese rumbo, sin embargo, había producido una revaluación del real,
como ocurriera con el peso argentino en los ’90 en la Argentina, lo que
colocó en crisis el complejo industrial brasileño y agudizó la
primarización de su economía. La deuda de Brasil creció hasta
representar el 80% del PBI. Pero también lo hizo la deuda privada, cuya
cancelación demanda divisas que ahora el país no tiene por la fuga de
capitales. La caída del precio del petróleo hundió a Petrobras. Se
produjo una reducción del precio de la soja, que tiene a Brasil como el
segundo productor mundial. La crisis económica llevó a un retroceso
económico fenomenal, que el gobierno quiso resolver mediante un fuerte
ajuste contra las masas. Dilma le había entregado el Ministerio de
Economía a un hombre de los banqueros, Joaquim Levy, un Prat Gay
carioca, para realizar esa tarea. Su caída mostró los límites del PT
para llevar adelante el ajuste que se proponía contra los trabajadores.
Los macristas parangonan a Dilma con CFK. Pero en verdad, Dilma fue
Kirchner y también Scioli (o Macri). La tarea sucia del ajuste -que aquí
comprometía a los dos candidatos del balotaje- se la cargaron al hombro
los propios petistas, y desde hace unos cuantos años. Los resultados
están a la vista.
Barbas en remojo
Este señalamiento es crucial, porque el macrismo pretende poner en
marcha la política económica que llevó a la eclosión de Brasil. El
gobierno festeja la salida del defol porque permite un endeudamiento
para financiar el déficit, omitiendo que paga para ello una tasa de
interés que se encuentra entre las más altas del mundo. Este ingreso de
capitales tendrá como contraparte una emisión inflacionaria, que el
gobierno buscará contener absorbiendo moneda a costa de pagar tasas
usurarias.
Un ingreso masivo de capitales a través del endeudamiento podría
generar en el corto plazo una caída del dólar, en un cuadro
inflacionario que rondaría el 40% anual. Esta apreciación del peso
golpearía aún más la actividad económica, que sigue en retroceso e
incentivaría la retención de las divisas que ya vienen haciendo las
cerealeras y los exportadores. Si en Brasil la bancarrota económica
produjo una fractura de la clase capitalista, aquí podría ocurrir otro
tanto. El tarifazo ya levantó polvareda en la UIA, dado el incremento de
los costos industriales. También existe una clara división en relación
con las importaciones, como se puso de manifiesto en el choque entre el
gobierno de Córdoba, representante de las automotrices, y Techint, sobre
el precio del acero. El primero planteó la apertura del mercado para
reducir costos, y Techint amenazó con cerrar Siderca. La cuestión
agraria tampoco ha sido resuelta, ya que el aumento de la tasa de
interés consumió el beneficio de la devaluación para muchos productores.
Crisis política
El macrismo pretende inspirarse en la campaña anticorrupción de Brasil
con el doble propósito de arrinconar a la camarilla kirchnerista y de
proceder a un reparto de negocios, en especial los referidos a la patria
contratista, al negocio petrolero y mediático. Sin embargo, el
impeachment brasileño dejó de lado las denuncias más importantes contra
el personal político del PT, por el simple motivo de que ellas alcanzan
también a la oposición.
En Argentina, las cosas adquieren similitudes interesantes. El
procesamiento que estaría por dictar la Justicia a Cristina Kirchner por
la venta de dólares a futuro carga con la incongruencia de no abarcar
al gobierno actual, que pagó esos contratos cuestionados, y a los
empresarios que hicieron el negocio. Esta responsabilidad compartida
anticipa que la causa está condenada a la nada. Otro tanto ocurre con
las sociedades offshore descubiertas en Panamá, una metodología que
alcanza tanto a oficialistas como opositores, así como también a las
principales empresas del país.
Asistimos a una disgregación de los regímenes políticos en ambos
países, que se manifiesta por el grado de protagonismo que tiene el
Poder Judicial. Pero la Justicia carece de programa para resolver
cuestiones de fondo, que hacen a la gestión de una crisis capitalista de
envergadura.
Salida
El golpe en marcha en Brasil no es el resultado del “final de ciclo de
los gobiernos populistas”, como afirman los ex defensores de Lula, sino
de la bancarrota económica y política que envuelve a la totalidad de los
países de América Latina, golpeados plenamente por la crisis mundial
capitalista.
Esta caracterización incluye al gobierno de Macri, que pretende salir
del atolladero mediante recursos que ya han fracasado. La política de
sometimiento al capital financiero internacional producirá una división
de su propia base social y un enfrentamiento con los trabajadores, que
no quieren ver cómo se descarga sobre sus espaldas el peso de la crisis.
Las movilizaciones que ya han comenzado entre los empleados públicos
contra los despidos, en los docentes que están protagonizando huelgas
importantes en varias provincias, el reanimamiento del movimiento de
desocupados ante el crecimiento de la pobreza y las manifestaciones de
la juventud por el boleto educativo muestran un cambio en el humor de
los explotados, algo que también recogen las encuestas, mostrando una
caída de la imagen de Macri. Es a partir de estas luchas que planteamos
la campaña por un paro nacional de las centrales obreras, que hoy están
dejando pasar el ajuste macrista.
El agotamiento de los movimientos “nacionales y populares” en América
Latina debe llevar a reforzar la estrategia de independencia de clase
que representa el Frente de Izquierda.
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