Ilustración: Caricatura de Pedraza, aporte de Carlos Nine para la campaña por Mariano Ferreyra.
Que ganó el mayor premio a los historietistas en Francia y el de
ilustradores en su Argentina natal. Que hizo dibujos para la afamada
revista The New Yorker, para Le Monde y para Clarín. Que sacó muchos
libros, no sólo de historias en viñetas. Que ilustró desde Dolina hasta
Shakespeare. Que fue también director teatral, escultor y realizador de
cine de animación. Todo eso ya ha colmado las necrológicas de Carlos
Nine, fallecido este 16 de julio.
Nine, como caricaturista, era un poeta. Sabía plasmar con la pluma y la
acuarela una mirada sagaz del mundo, ácida por momentos y por momentos
empática.
Se describía como un cínico, pero más valdría decir que era un
brillante ironista. Estas dotes se ven desde sus primeros trabajos hasta
el “Informe visual de Buenos Aires y sus alrededores”, que había
presentado en abril de este año.
En varios aspectos, la figura de Nine recuerda a la de Homero Manzi.
Tenía, en primer lugar, esa misma obsesión por los personajes del
entorno porteño: “Mi trabajo disfruta y padece de la misma singularidad
que mi tierra. No nací de un repollo, soy el resultado de esta cultura
particular. Soy tan original o detestable como mi país, y me hago cargo
de esa amorosa responsabilidad”, apreció el dibujante en alguna ocasión.
Nine contaba también con una nostalgia tanguera, a la que sumaba la
influencia de los surrealistas, de los grandes de la caricatura como
Daumier y de Goya, creador de demonios, para parir criaturas tan
fantásticas como verosímiles: “Cuando uno dobla la esquina y se topa con
un unicornio, no hay nada que se pueda hacer, es un unicornio”.
Sobre todo, evoca a Manzi porque, contando con el más excelso dominio
de su arte, aspiraba a una llegada popular: así como el poeta lo hizo
escribiendo letras de tango, el sueño de Nine “no era exponer en una
galería sino en el kiosco”. Así lo hizo desde la mítica revista Fierro, y
también desde las tapas de Humor, que volcó irreverentes parodias del
poder ya desde la dictadura. Sin embargo, tenía claro que pasear sus
obras era un resultado, no un fin: “Hay gente que está más obsesionada
por publicar que por dibujar; esos no son dibujantes, son publicantes”.
De origen obrero, hijo de un zapatero y sobrino de ferroviarios, Nine
se reivindicó siempre como un militante. Prefería decirse “trabajador”
antes que “artista”. Activó de joven en la JP, y el golpe de Estado casi
lo lleva al exilio. “Si yo dibujo es porque me falló la revolución”,
dijo una vez. En su obra no dejó de atacar al poder; en un audaz
artículo de 2014, hizo ver a Quino entrampado en una de sus propias
críticas gráficas a los poderosos, al recibir una distinción de la
monarquía española, con “decenios entre putas, negociados y cadáveres de
elefantes”.
Mostró su compromiso con las luchas populares aportando a la causa por
Mariano Ferreyra, con una caricatura que mostraba a Pedraza como un
pirata triste; en el texto que lo acompañaba lo señaló como “traidor a
los intereses de su gremio, traidor a su clase social originaria,
traidor al patrimonio de Estado y a los intereses de la nación”.
Vale destinarle a Nine lo que él dijo de los artistas gráficos, sus
primeros referentes: “Les agradezco que se hayan dirigido a la masa, al
pueblo común del cual yo formaba parte, y no a un público especializado
que concurre a las galerías de arte”.
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