El caso de France Télécom conmueve a Francia. La ola de suicidios que
se produjo entre empleados de la empresa entre 2007 y 2010 dio lugar a
un juicio contra los directivos de la empresa. Tras varios años de
investigación, la fiscalía de París ha pedido que se procese a siete ex
directivos por el acoso psicológico y laboral a que fueron sometidos sus
empleados en esos años (que está en la base de la ola de suicidios).
La fiscalía da cuenta de una acción fríamente premeditada y coordinada
por parte de la conducción de la empresa, no de un abuso o
comportamiento individual de sus directivos. La obsesión por los
resultados económicos llevó a Télécom a iniciar una reestructuración con
el despido de 22.000 empleados y el cambio de funciones de 14.000.
Cerca de 60 trabajadores se suicidaron en sólo tres años. Muchos lo
hicieron en su propia oficina y dejaron cartas explicando su
desesperación. La empresa, cree la fiscalía, implantó un sistema para
desestabilizar a los empleados.
Fuentes sindicales indicaron que en 2008 hubo trece suicidios; en 2009,
19 y en 2010, 27. En 2013, France Télécom se convierte en Orange,
primera operadora de Francia.
La decisión de la empresa de reorganizarse y aumentar sus beneficios,
tomada en 2006, fue, según todos los indicios, el detonante del drama.
El presidente de la firma estaba determinado a poner en marcha la
operación y lograr la reducción de la plantilla, que entonces era de
110.000 empleados. “Lo haré [los despidos] de una forma u otra, por la
ventana o por la puerta” (El País, 7/9).
Sus palabras fueron trágicamente premonitorias. Algunos de los
empleados se quitaron la vida saltando desde las ventanas de sus
oficinas. A los 58 que en total se contabilizaron entre 2008, 2009 y
2010 hay que añadir decenas de tentativas y procesos de ansiedad y
depresión. Según la fiscalía, la empresa utilizó todo tipo de métodos
para desestabilizar a los empleados, además de ofrecer bonificaciones a
los cuadros que lograran más bajas. Para ello, se cambiaba
repentinamente el puesto de trabajo, se modificaban los objetivos, se
dejaba al empleado sin silla ni mesa durante semanas, se prohibía
disentir o se desvalorizaba al trabajador. Un médico de empresa, que ha
hablado de forma anónima, asegura que los empleados empezaron a sufrir
graves procesos de ansiedad y depresión, y ha relatado estos sistemas
que quebraban a los empleados. Un empleado irrumpió en una reunión de la
empresa con un cuchillo clavado en el abdomen. Muchos murieron
defenestrados. Algunos dejaron a sus familiares cartas que evidenciaban
su desesperación.
No es la excepción, es la regla
France Télécom no es un caso aislado, sino la expresión más aberrante
de un método extendido. Los despidos son disfrazados bajo la forma de
“retiros voluntarios” que, como lo revela este caso, son retiros
compulsivos y forzados. Estas condiciones laborales no sólo imperan en
los países periféricos más postergados del continente, sino en una de
sus principales potencias y en una de sus empresas líderes -o sea, en el
corazón de la Unión Europea. La clase obrera está siendo blanco, cada
vez en forma más agravada, de la flexibilización y precarización
laboral, la inseguridad en su trabajo y una superexplotación creciente.
La
Unión Europea, lejos de ser un paliativo en este proceso, ha sido un
ámbito para potenciar estas tendencias. El libre comercio y circulación
de capitales, mercancías y personas, en el marco de la actual bancarrota
capitalista, ha sido una cuña para agravar la competencia ruinosa entre
los trabajadores integrantes de las diferentes naciones de la UE,
presionar a la baja los salarios, degradar las condiciones de trabajo y
avanzar en los despidos, apelando a reestructuraciones drásticas y
relocalizaciones de las empresas, donde la mano de obra resulta más
barata.
Precisamente, una de las cuestiones que se le achaca a Francia y en
menor medida a Italia, es que no habrían avanzado en reformas laborales,
como sí lo había hecho Alemania, la cual, bajo el gobierno del
socialdemócrata Gerhard Schröder, implantó un régimen de trabajo más
precario. El gobierno ‘socialista’ de Hollande pretende consumar esta
tarea pendiente, aunque ha tropezado en el camino con una enorme
resistencia de los trabajadores. El rescate del capital en crisis
pretende ser llevado adelante sobre una desvalorización histórica del
valor de la fuerza de trabajo y un ajuste en regla.
Al abordar el resultado del Brexit, la mayoría de los análisis ha
cargado las tintas en el nacionalismo y la xenofobia reinantes en las
filas de los trabajadores, para encubrir que en este desenlace se ha
colado la bancarrota capitalista y las secuelas y la reacción que ésta
va provocando en la clase obrera. Lejos de ser una fuente de progreso,
de mejora y bienestar social, la UE es vista como un factor de
agravamiento del infierno de la precarización e inseguridad laboral.
Como acaba de señalar el New York Times: “el llamado voto Brexit fue
impulsado por los trabajadores mayores de raza blanca con una educación
modesta que sienten haber sido pasados por alto, condenados por fuerzas
más allá de su control, a un empleo incierto a cambio de un sueldo bajo”
(9/7). La bancarrota capitalista pone en el orden del día la ruptura de
la Unión Europea y su reconstrucción sobre nuevas bases sociales: los
Estados Unidos Socialistas de Europa.
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