La “historia
oficial” ha tratado siempre de ocultar las conspiraciones que se
desarrollaron paralelamente a la declaración de la Independencia, que
incluyeron la amputación del territorio nacional y la entrega de una de
sus partes a una potencia extranjera. También los “revisionistas”
participan del ocultamiento: con CFK se planteó el intento de una nueva
“historia oficial”, que intentó declarar al año 2015 Año del
Bicentenario del Congreso de Oriente del Bloque Federal y pretendió
presentarlo como “complementario” del de Tucumán.
La realidad histórica
desmiente ambas “historias oficiales”.
No hay tal complementación, desde el momento que el Congreso de Tucumán
viabilizó una conspiración para acabar con el federalismo agrarista que
se expresó en la coalición reunida en el Congreso de Oriente. El
Congreso de Tucumán proclamó la independencia con el propósito de acabar
con el ciclo revolucionario, abierto con la resistencia a las
invasiones inglesas, y que había vuelto a retomarse en los intensos
meses de 1815.
Cuando en marzo de 1816 se reúne el Congreso en Tucumán que va declarar
pocos meses después la Independencia, el cuadro de situación era el
siguiente: derrotado Napoleón en 1815 y repuesto en el trono Fernando
VII, España había procurado recuperar sus colonias americanas. Sólo las
Provincias Unidas del Río de la Plata (incluyendo Paraguay) se mantenían
en pie. Al oeste, los patriotas chilenos habían sido derrotados. En el
norte, los gauchos de Güemes resistían los embates realistas,
rivalizando con el Ejército al mando de Rondeau, derrotado en Sipe Sipe.
En el este, la corona portuguesa se había instalado en Brasil y
mantenía sus antiguas apetencias sobre la Banda Oriental para llegar al
Plata. En junio de 1814, Montevideo había caído en manos patriotas, lo
que alejó el peligro de la expedición española dirigida por Moorill . El
golpe absolutista en España (mayo de 1814) había iniciado una cacería
contra los liberales (que se habían ilusionado con un monarca que
aceptara la constitución liberal dictada en Cádiz en 1812), y no dejó
ningún margen para mantener un gobierno autónomo en América “en nombre
de Fernando”.
La cuestión de la independencia quedó colocada entonces objetivamente
en la agenda de todas las clases y corrientes políticas. Pero
significaba cosas distintas para cada una de ellas. Para la burguesía
comercial porteña era el paso necesario para imponer el orden, dar por
concluido el ciclo revolucionario, y posicionarse política y
jurídicamente ante el mundo (especialmente Inglaterra), para poder
negociar en otros términos su vinculación con la economía y el comercio
mundiales. En la misma dirección, aunque no fuesen aún la corriente
dominante, se orientaban los estancieros bonaerenses.
Tan o más importante que lo anterior, la segunda oleada revolucionaria
iniciada en 1811 alcanzó su clímax en 1815, por la derrota de la
dictadura que encarnaba Alvear, el alzamiento agrario motorizado por el
Reglamento de Tierras y la ocupación de tierras en la Banda Oriental y
en zonas de nuestra Mesopotamia.
Un Congreso amañado y de un país partido
El vacío de poder provocado por la caída de Alvear 1 fue llenado por el
Cabildo porteño que nombró como nuevo director interino a Alvarez
Thomas, de las filas de la Logia. El 17 de mayo de 1815, éste cursó a
las provincias la convocatoria al Congreso de Tucumán en función de un
complicado sistema electoral: elección indirecta, con censo previo de
habitantes habilitados a votar (los que tuvieran propiedad u oficio
lucrativo), para elegir un elector por cada 5.000 habitantes. Los
electores concurrirían a una asamblea en la que se elegían los diputados
al Congreso a razón de uno cada 15.000. Lo notable es que a la par se
habilitaba sustituir este método “por el que se crea más oportuno” en
caso de “grandes dificultades” 2. Es decir, carta blanca.
El primer problema que debió encarar el nuevo director fue la actitud a
tomar ante el fortalecido Bloque Federal o Sistema de los Pueblos
Libres, que reunió su propio Congreso -el Congreso de Oriente- en junio
de 1815 en Entre Ríos, para debatir su participación en el Congreso de
Tucumán. Al mismo concurrieron seis provincias: Córdoba, Santa Fe, Entre
Ríos, Corrientes, Misiones y la Banda Oriental. El Directorio lo
desconoció y ofreció a la Banda Oriental su independencia, lo que fue
rechazado por Artigas. Así, de entrada, quedaron fuera del Congreso
cinco provincias (Córdoba eligió sus representantes y batalló contra la
política del Directorio). Lo mismo ocurrió con Paraguay, ni siquiera
convocada.
El Directorio planificó cuidadosamente la obtención de una “mayoría
automática”. Se aseguró, además de la representación de Buenos Aires,
emigrados que actuarían en nombre de las provincias alto peruanas
ocupadas por los realistas, afines e incondicionales al Directorio.
Dirigentes porteños se hicieron elegir diputados, como Pueyrredón por
San Luis. Las únicas delegaciones independientes fueron: por un lado, la
de Mendoza y San Juan, orientadas por San Martín, cuyo propósito era
presionar por la declaración de la Independencia inmediata para dar
cobertura legal y política a la proyectada invasión a Chile con el
Ejército de los Andes. Por otro, la de Salta, orientada por Güemes, y la
de Córdoba. Más allá de esta composición mayoritariamente trucha, ¿cuál
era la calidad política de los congresales? Por el Alto Perú no venía
Juana Azurduy ni uno solo de los protagonistas de la guerra de
guerrillas, una característica del conjunto. Es nada menos que Bartolomé
Mitre el que reconoce este hecho: “con raras excepciones sus nombres
eran desconocidos a la Nación, poca o ninguna parte habían tomado en el
movimiento general de la revolución” 3 .
Con la mayoría asegurada, el partido del Directorio encaró su desafío
más audaz. Pactó con la Corte portuguesa, radicada en Río de Janeiro, la
invasión consensuada de la Banda Oriental, para “acabar con el peligro
anarquista representado por Artigas”, y lo hizo aprobar en sesiones
secretas del Congreso. Este envió instrucciones “reservadas” y
“reservadísimas” a los representantes ante la Corte de Río, Manuel
García y Herrera, para que negociaran las condiciones de la invasión,
incluyendo los previsibles reclamos y quejas que emitiría el gobierno
desde Buenos Aires para guardar las apariencias. Los rechazos de las
delegaciones de Salta y Córdoba fueron silenciados mediante la norma del
“sigilo” que prohibía dar a conocer lo tratado en las sesiones
secretas, lo que terminó con la persecución a dichas delegaciones y su
abandono del Congreso.
La declaración de la Independencia
Belgrano, junto a Sarratea y Rivadavia, había viajado durante 1815 por
Europa buscando el reconocimiento de las potencias europeas. Volvió a
fines de 1815 sin haber logrado gran cosa y con la convicción, que
transmitió al Directorio y luego al Congreso en sesión secreta el 6 de
julio de 1816, que la revolución americana estaba completamente
desprestigiada en Europa “por su declinación en el desorden y la
anarquía”. Su conclusión era que había que “monarquizarlo todo”. Su
propuesta era declarar la independencia y ponerse a tono con el nuevo
espíritu europeo nombrando un rey inca enlazado con la corona
portuguesa. Para Belgrano el “…rey (portugués) Don Juan era sumamente
pacífico y enemigo de conquista…”.
Los crecientes rumores de la conspiración con los portugueses obligaron
a acelerar los tiempos. El 9 de julio se declaró solemnemente la
Independencia. Pero… lo votado ese día sólo se refería a España, por lo
que la agitación política se acentuó ante la fundada presunción de que
había un arreglo con los portugueses.
Recién diez días más tarde, en la sesión secreta del ’19, se agregó que
la emancipación se declaraba respecto a “toda otra dominación
extranjera”. Medrano tuvo que reconocer “que de este modo se sofocaría
el rumor esparcido por ciertos hombres malignos, de que el director,
Belgrano y algunos individuos del Soberano Congreso, alimentaban ideas
de entregar el país a los portugueses”.
Los acuerdos con Río siguieron adelante -el 7 de julio de 1816 las
tropas portuguesas habían ingresado al territorio de la Banda Oriental.
El 1º de agosto, el Congreso emitió un Manifiesto que define claramente
los objetivos del partido directorial: “…el estado revolucionario no
puede ser el estado permanente de la sociedad: un estado semejante
declinaría luego en división y anarquía, y terminaría en disolución (…)
Decreto: fin a la revolución, principio al orden…”.
Balance
El propósito conservador y antinacional del Congreso fue indudable.
Este juicio histórico pone en cuestión las verdaderas circunstancias en
las que fue gestada esta “nueva y gloriosa nación”.
1. Ver “Las Provincias Unidas, antes del Congreso”, de los mismos autores, en P.O. N° 1.416.
2. “Convocatoria al Congreso”, artículo XI, Archivo de la Nación.
3. Mitre, Bartolomé: Historia de Belgrano…, vol. VII, Biblioteca del Suboficial, Buenos Aires, 1940.
Christian Rath y Andrés Roldán
Fuente: http://www.po.org.ar/prensaObrera/1417/aniversarios/la-independencia-para-poner-fin-a-la-revolucion
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