La noticia sobre Siria de las últimas semanas ha sido el asedio al que
se encuentra sometida la ciudad de Aleppo, otrora capital comercial de
ese país, por parte de la coalición militar del presidente Bashar
al-Assad, que integran la Guardia Revolucionaria de Irán y la milicia
Hezbollah de Líbano, con apoyo logístico y aéreo de Rusia. La ofensiva
ha encontrado una fuerte resistencia en el este de la ciudad, por parte
de una coalición opositora a la cual se ha sumado una fracción islámica
que, recientemente, anunció su distanciamiento de Al Qaeda.
Según
informa la prensa internacional, la resistencia cuenta con el apoyo de
Arabia Saudita, Qatar y, hasta nuevo aviso, de Turquía, y recibe
armamento y entrenamiento por parte del Pentágono norteamericano.
Numerosas organizaciones internacionales han advertido acerca de la
enorme crisis humanitaria que amenaza crear este recrudecimiento de la
guerra civil e internacional en Siria, para más de un cuarto millón de
personas que ya se encuentran sin provisiones alimentarias básicas. Esta
guerra ha ocasionado ya 400 mil muertes y millones de refugiados. La
importancia estratégica de Aleppo se acentúa por su proximidad con la
frontera turca y la posibilidad que ofrece como corredor con el exterior
del país.
Guerra interminable
La pugna por el control de este centro, vital desde cualquier punto de
vista, tiene que ver con las negociaciones internacionales que se
atribuyen el objetivo de alcanzar un alto el fuego permanente, que
habilite un proceso de transición política tutelado por las grandes
potencias. Se trata claramente de una contradicción insalvable, como lo
ha venido demostrando el impasse que enfrenta esa pretendida transición
en forma renovada. El frente común que Rusia y Estados Unidos han
fraguado para combatir a Estado Islámico, deja al desnudo sus
antagonismos irreconciliables acerca de la cuestión fundamental, que es
el destino del régimen de Bashar al-Assad y de la propia Siria. El
asedio a Aleppo no está vinculado con una lucha contra el EI, el cual se
encuentra, por otra parte, en retroceso tanto en su ciudadela siria (en
el este) como iraquí (las provincias de Al Anbar y Mosul). Los
bombardeos, muchas veces conjuntos, de Estados Unidos y Rusia contra EI,
han apuntado a despejar el camino de un desenlace, en sus respectivos
términos, a la guerra civil en Siria. Para una mayoría de observadores
internacionales está descartada la posibilidad de una victoria militar
del campo oficialista en Aleppo. Siria sigue empantanada, opinan, en un
conflicto interminable. Tanto Estados Unidos como la Unión Europea
respaldan a fondo la resistencia opositora (lo cual supone el apoyo del
Estado sionista), incluso con armas sofisticadas, como los misiles de
portación individual (“manpad”). La guerra internacional en Siria ha
alcanzado un grado tal de desmadre que un editorial del Financial Times
advierte que “todos podrán salir perdiendo” (5/8). O sea que el impasse
promete una extensión y profundización de la guerra en curso.
Es obvio que asistimos a un conflicto de características
internacionales, que no se limita, sin embargo, a una suma de
antagonismos regionales, con el auxilio ocasional de las grandes
potencias. Para Irán y sus aliados, una caída del régimen sirio sería
por supuesto lesiva, incluso después del acuerdo nuclear que firmó con
la ONU/Estados Unidos, que tuvo lugar, precisamente, para neutralizar la
amenaza de un ataque armado a su territorio. Se ha formado un bloque
entre los Estados petroleros, de un lado, y el sionismo del otro, para
imponer un cambio de régimen en Irán. Este bloque ha sido secundado, con
idas y venidas, por parte de Turquía -en pretendido frente sunita
contra el chiísmo, que simplemente oculta la pugna económica y la
agudización de la crisis social en todo Medio Oriente. En la misma línea
se explica el establecimiento de la dictadura en Egipto. El retroceso
de las revoluciones de la “primavera árabe”, incluso con derrotas
enormes, desató un vacío de poder en toda la región, que ha incrementado
la intervención de las grandes potencias imperialistas.
Reflejo de una crisis mundial
Este proceso sinuoso refracta, por lo tanto, una crisis mundial que el
imperialismo necesita resolver por todos los medios a su alcance, es
decir la guerra. En este sentido, las guerras meso orientales se
presentan, de una parte, como una confrontación de alcance mundial y, de
la otra, como una tendencia a la guerra mundial.
Desde la invasión a Afganistán, en 2001, el escenario bélico se ha
extendido a Irak, Yemen, Libia e incluso el centro de África, y desatado
enormes crisis de régimen en Bahrein, Egipto y Turquía. A este mapa hay
que añadir las guerras en el Cáucaso (Armenia, Azerbaiyán, Daguestán,
Chechenia) y, más recientemente, el conflicto decisivo en Ucrania e
incluso Moldavia. Este último escenario involucra a Turquía, que además
ha incrementado sus relaciones con los Estados turcomanos de la ex Unión
Soviética. Turquía, por otro lado, ve amenazada su unidad estatal, como
consecuencia del ascenso del movimiento nacional del Kurdistán, que se
ha fortalecido tanto en territorio turco como en Irak y en Siria. El
potencial explosivo de este movimiento se manifiesta en el hecho de que
el movimiento kurdo ha puesto en un plano distante el derecho a un
Estado propio y confina su reclamo a la autonomía dentro de los Estados
existentes.
Naturalmente, ninguno de los protagonistas del Medio Oriente, y Turquía aún menos, lo toma al pie de la letra.
En este marco indudablemente explosivo, la reanudación de relaciones
entre el turco Erdogan y el ruso Putin es muy significativa, pues el
primero milita en la guerra siria contra el bloqueo ruso e incluso no ha
dudado hasta recientemente en operar como tutor de Estado Islámico -y
es el nexo territorial con la resistencia en Aleppo. Se especula ahora
con que Erdogan dé una nueva voltereta y se avenga a reconocer al
régimen de al-Assad. Estas contradicciones están desgarrando al sistema
político de Turquía, como lo pusieron en evidencia el golpe militar y el
contragolpe del gobierno hace un par de semanas. Habrá que ver ahora si
Erdogan viajó a Moscú como expresión de distanciamiento de la Otan en
la cuestión de la guerra en Siria o, por el contrario, como un emisario
político de ella.
Rusia, China, UE
Desde la disolución de la URSS, la hipótesis de guerra de las potencias
imperialistas se guió por la necesidad del capital internacional de
conquistar la economía y la tecnología del ex Estado soviético. La
hipótesis incluía la alternativa del desmembramiento territorial. A este
objetivo respondió la intervención de la Otan en la guerra y el
desmembramiento de Yugoslavia, y, más tarde, el incumplimiento de la
promesa de un status de neutralidad para Ucrania. El descuartizamiento
del espacio territorial de la ex Unión Soviética fue contenido por el
golpe de estado de los servicios de seguridad de Rusia, que llevó a
Putin al gobierno. En este planteamiento estratégico, las guerras en el
Medio Oriente constituyen una operación de cercamiento -como lo prueba
el sometimiento de Ucrania al FMI, a la UE y, en última instancia, a la
Otan. Para los planificadores de la Otan se trata solamente de
prepararse para un eventual vacío de poder de un régimen que depende
fuertemente de la exportación de petróleo, pero la justificación no
cancela el propósito. Después de todo, el desarrollo extraordinario que
ha alcanzado la explotación de combustibles no convencionales en Estados
Unidos, al amparo de tasas de interés reales negativas, ha sido visto
en Rusia como una operación de agresión estratégica. En esta línea,
Washington no ha tenido reparos en perjudicar a Arabia Saudita y operar
con Irán, lo cual ha agravado, naturalmente, la crisis político-militar,
y provocado una mayor anarquía entre sus aliados políticos. Todo esto
es una expresión de que el imperialismo se ha embarcado en una guerra de
alcance mundial, para la cual no ha reunido todavía las condiciones ni
los recursos políticos, que solamente podrá obtener a través crisis más
severas, las cuales podrían poner en riesgo su dominación internacional.
En el escenario post disolución de la URSS, a China se le adjudicaba un
destino de primer orden para la penetración del capital internacional
en el desarrollo de un mercado explosivo. Un cuarto de siglo más tarde
la situación ha cambiado, pues China se ha convertido en un competidor
internacional y en operador de alianzas al interior del bloque de las
naciones más desarrolladas. Por eso, Estados Unidos ha elaborado una
doctrina militar que tiene por escenario el sur de Asia y Japón. Las
operaciones de la flota norteamericana en el mar de China, por un lado, y
el Tratado Trans-Pacífico, por el otro, operan de consuno para
‘contener’ un desarrollo autónomo chino. Esta circunstancia no ha dado
lugar, sin embargo, a una alianza de Beijing y Moscú; más bien ocurre lo
contrario, porque entraría en contradicción con la estrategia de
conjunto de China. La novedad, en este punto, la presenta la posición de
Trump, que no ahorra ataques al ‘dumping’ comercial chino mientras
derrocha elogios a Putin. El desarrollo de la bancarrota capitalista,
las rivalidades económicas y la tendencia al proteccionismo ¿plantean
una reversión de alianzas, aunque sea parcial, de parte de las
principales potencias imperialistas? Theresa May, la inglesa que
sustituyó a Cameron al frente del gobierno británico, estaría por
cancelar un acuerdo para instalar una planta de energía nuclear
financiada por China, lo que cerraría la aspiración de sus predecesores
de que la City de Londres se convierta en el conmutador financiero de
Pekín, lo que ya ha recibido un ataque furioso de parte del gobierno
chino. Bajo la administración anterior, Gran Bretaña (y la UE) había
adherido al Banco de Desarrollo impulsado por China, en oposición al
boicot de Estados Unidos y Japón. En este giro de alianzas, tendríamos a
Rusia en la misma fila con Estados Unidos, Gran Bretaña y Japón, frente
a un bloque de la UE y China, acompañada por numerosos Estados de la
periferia de la economía mundial -y disputando la alineación de la
India. En el caso de Japón, la tendencia al nacionalismo y al rearme
avanza día a día.
Guerra y revolución
El gran capital domina la escena mundial porque los Estados principales
donde se aloja esa potencia económica se dan los medios políticos y
militares para esa dominación. Así se forma el enlace entre la economía y
la guerra y entre la bancarrota económica y las alianzas
internacionales que preparan la guerra. La acción principal del Estado
capitalista va dirigida cada vez más al diseño de planes de guerra y al
entrenamiento operacional. La preparación de la guerra representa una
enorme carga económica para los pueblos y la guerra misma un sacrificio
intolerable, o sea que promueve una agudización de la crisis social en
las metrópolis belicistas. Esta crisis se aprecia ahora abiertamente en
Estados Unidos, en el recurso creciente de los candidatos a la demagogia
social y chovinista, en el desmantelamiento de los partidos
tradicionales y en el involucramiento incluso de los servicios de
espionaje en la campaña electoral. La puja de las campañas de Trump y
Clinton versa en forma creciente en torno a quién de los dos sería más
capaz para dirigir una guerra.
La tendencia entre los trabajadores y la juventud en América Latina a
ver la guerra en Medio Oriente como un fenómeno distante y aislado, debe
ser superada por una actividad consciente de los revolucionarios
socialistas. En oposición a quienes esgrimen el peligro de la guerra de
un modo que paraliza la acción de los pueblos, debemos explicar que ella
puede ser prevenida y derrotada por medio de la lucha de clases, la
revolución social y el gobierno internacional de los trabajadores.
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