20 de agosto de 2016
| Por Jorge Altamira
A 76 años del asesinato de León Trotsky, reproducimos el presente artículo de Jorge Altamira, publicado en Prensa Obrera número 1142, de agosto de 2010
Cuando la pica de un asesino sin paralelo ponía fin, hace setenta años, a la vida de León Trotsky, se producía el crimen de lesa humanidad por antonomasia. El ingreso de la humanidad a la mayor barbarie de su historia exigía el aniquilamiento de todos aquellos verdaderamente capaces de ponerle un fin por medio del arma ya probada de la revolución proletaria.
El asesinato de Trotsky tiene lugar en un definido cuadro
contrarrevolucionario mundial: las victorias del fascismo, el
franquismo, el nazismo y el stalinismo. Estamos en las postrimerías del
pacto Hitler-Stalin y en las vísperas de la invasión hitleriana a la
Unión Soviética - el escenario de la primera gran revolución obrera de
la historia. La escuela del asesino de Trotsky son los crímenes contra
los revolucionarios anarquistas y socialistas cometidos por el
stalinismo (en primer lugar, Victorio Codovilla, jefe del partido
comunista de Argentina), para evitar un segundo Octubre en la España
revolucionaria. Antes la victoria del franquismo que una segunda
revolución proletaria - que efectivamente hubiera bloqueado la segunda
guerra mundial y cambiado el rumbo de los acontecimientos. Destrozar los
cerebros de la revolución curtidos por cuatro décadas de lucha
revolucionaria se había transformado en la tarea urgente de la
contrarrevolución internacional. Para allanar el camino a la guerra,
había que destruir antes a quienes podían transformarla en una guerra
civil internacional. Ninguna ‘comunidad internacional' se alzó entonces
para declarar la imprescriptibilidad de esos crímenes, los más
imprescriptibles de todos porque no serán zanjados en los tribunales de
justicia sino en los campos de batalla de la historia. En los años
36-38, Stalin acababa con todo el comité central viviente que había
dirigido la revolución de Octubre. La mueca de la historia, implacable
ella, había puesto al frente de los tribunales al mismo Vischinsky, un
ex menchevique, que en marzo de 1917 había pedido la captura de Lenin
(para su eventual fusilamiento) bajo la acusación, en plena guerra, de
agente alemán. Este verdugo de todas las estaciones alcanzó su obsesión
dos décadas más tarde bajo la batuta de Stalin. El asesinato de Trotsky
no ocurrió fuera del tiempo y el espacio sino en condiciones políticas
precisas, cuando, solo, se erguía como el último baluarte de la
revolución contra la barbarie en marcha de la ilustrada burguesía
internacional. El asesinato de Trotsky - el único que previó el
holocausto judío apenas Hitler venció, sin resistencia, al proletariado
alemán por culpa de sus organizaciones- es una pieza política
fundamental en el engranaje de la guerra mundial. Esta es la
caracterización siempre ausente en el elogio que le prodigan sus
epígonos y en los insultos de quienes temen más que nunca su legado. En
la pelea contra su asesino hasta capturarlo, Trotsky emerge, hasta su
último suspiro, como el gigante del proletariado revolucionario.
Un siglo
Con León Trotsky desaparece la última figura de intelectuales y
organizadores revolucionarios socialistas, que debuta con Carlos Marx y
las revoluciones europeas de 1848. Durante cien años, la historia del
proletariado tuvo su epicentro en Europa y la guía del marxismo. Fue un
siglo de discontinuidades, de choques ideológicos y de escisiones
históricas - pero cada fase de ellas, así como sus protagonistas, tenía
por referencia al marxismo. Con la ventaja de la perspectiva que da el
tiempo, sabemos que en los 70 años posteriores no surgió ningún
intelectual-organizador de la talla de Trotsky, Lenin, Rosa Luxemburgo o
incluso Gramsci (que se esfuerza por pensar como marxista en la celda
del fascismo, hostilizado por el stalinismo). Se produce, desde los '40,
una laguna histórica en la proyección del marxismo. Este pasa al campo
académico, donde siempre había sido rechazado, y abandona la lucha de
partido, con lo cual pierde su condición revolucionaria - la academia
interpreta la historia pero no pretende transformarla (y la mayor parte
de las veces no pasa de una interpretación de textos, algo así como el
onanismo intelectual, por lo que ha hecho un culto del repudio a la
construcción de partidos revolucionarios). Sin temor al ridículo, el
intelectual de centroizquierda se presenta como una ‘variante del
marxismo' y hasta como ‘posmarxista'. Las discusiones entre grupos o
partidos, por su lado, se fueron convirtiendo en bizantinas, por eso
degeneran rápido en escisiones estériles. El proletariado de los países
industriales pierde el protagonismo mundial que lo caracterizó en los
cien años previos. Se producen interregnos (el mayo francés, el otoño
italiano), pero tampoco bajo la influencia del marxismo. Los
levantamientos coloniales proyectan un nuevo tipo de dirección política,
cuyo lado más débil, el ideológico o programático, conquista a la
intelectualidad pequeño burguesa. Es lo que aún ocurre, por ejemplo, con
los movimientos que plantean limitar la globalización o con el
chavismo. Las esfuerzos gigantescos que ha realizado el proletariado
desde su ingreso en la historia para emanciparse como clase y las
enormes derrotas que siguieron a sus tentativas más osadas han dejado
huellas profundas en su conciencia - que los académicos atribuyen a lo
que llaman "los treinta años gloriosos" de recuperación del capitalismo
en la posguerra, como si a partir de los aún "más gloriosos", desde 1850
a 1914, o aun de 1890 hasta la primera guerra, la clase obrera no se
hubiera afirmado como una clase con conciencia histórica propia y
forjado enormes organizaciones socialistas.
Necesitamos nuevos Trotsky. Para ello deberán recoger el desafío de
comprender el alcance histórico de la bancarrota capitalista mundial (y
dejar de lado a los que esgrimen frustraciones pasadas para deshojar la
margarita sobre su perspectiva), así como el de la entrada en escena de
los nuevos contingentes gigantescos del proletariado de Asia - y pulir
las armas para una lucha revolucionaria que deberá ser decisiva. Como
siempre, el proletariado más joven reanimará las fuerzas de los más
antiguos. Marx ya había señalado que el proletariado deberá aprender de
sus derrotas; que el trabajo de la historia es, muchas veces,
extremadamente lento, observaba Trotsky; que a cada derrota hay que
oponer un nuevo comienzo. Nos apropiamos efectivamente de la consigna de
Rosa Luxemburgo: Socialismo o Barbarie.
De pronósticos y perspectivas
El punto de partida inconmovible de una estrategia revolucionaria es la
caracterización de la declinación o decadencia del capitalismo. Esta ha
sido la base fundamental de los planteos de Trotsky, como antes fueron
los de Lenin y Luxemburgo. El estadio actual de la humanidad confirma
esta tesis. Al lado de la bancarrota mundial se desenvuelven guerras
cada vez más atroces y se anuncian otras aún peores. La declinación
irreversible del capitalismo es la base histórica de la revolución
social.
Los últimos treinta años fueron testigos, sin embargo, de un proceso
aparentemente inverso: la restauración del capitalismo en aquellas
naciones en que el capital fue expropiado por medios revolucionarios.
Para un trotskista es un lugar común decir que se trata de la
confirmación de uno de los pronósticos condicionados más brillantes de
Trotsky. Durante medio siglo, sin embargo, el 90% de los trotskistas
ignoró este pronóstico. Ahora lo reivindica como ocurre con un hecho
consumado. Pero como ocurre con los pronósticos realmente fundados, éste
se ha confirmado a su propia manera. Los epígonos lo repiten sin
entenderlo.
Es incuestionable que la restauración capitalista ha abierto un campo
enorme a la expansión del capital mundial, pero al mismo tiempo ha
acelerado el desenvolvimiento de la crisis mundial del capitalismo.
China es un mercado para el capital mundial, pero al mismo tiempo un
factor de agudización de la rivalidad capitalista y de potenciación de
la sobreproducción. La restauración ha ampliado el campo de operaciones
del capital al mismo tiempo que la proyección de su crisis, pero además
ha ampliado también el campo de la revolución mundial por medio de la
creación veloz de un proletariado enorme y de la confiscación de las
masas campesinas. Es cierto, asimismo, que el Estado chino ha pasado a
girar en la órbita del capital financiero, pero la restauración no tiene
lugar en un marco colonial, como ocurría en el pasado, sino bajo el
arbitraje de un Estado surgido de una revolución que conserva la unidad
nacional que fuera destruida, en el pasado, durante dos siglos. La
restauración capitalista en China ha sido forjada por un compromiso
entre la burocracia y el imperialismo - no por una imposición unilateral
de éste, como hubiera ocurrido en las condiciones históricas en que
Trotsky formuló su pronóstico para la URSS. En el caso de ésta, la
restauración ha sido incluso mucho más catastrófica, pues a diferencia
de China ha lanzado al país al subdesarrollo. La burocracia ha
reemplazado, con la restauración, la pretensión de construir "el
socialismo en un solo país" por las ventajas de la integración al
mercado mundial; se ha desembarazado de su "utopía reaccionaria", no
como resultado de una revolución, sino de una contrarrevolución. Ha
zafado de un nuevo colonialismo para ingresar a una dependencia
financiera que la condena a la alternativa entre caer en ese
colonialismo o salir por medio de la revolución social. La restauración
capitalista ha resultado, en definitiva, en una combinación especial de
las tendencias analizadas en el pronóstico de Trotsky. Sin embargo, esta
misma combinación particular, que permite presentar a la restauración
como un éxito en lugar de una catástrofe, demuestra que su tendencia de
conjunto no va en el sentido de darle al capitalismo un segundo empuje
histórico sino de agudizar sus contradicciones mortales y reabrir la
perspectiva de la revolución social.
La V Internacional
No ha pasado un año de su anuncio y la V Internacional chavista ya es
un embuste. En su pretensión de superar a la IV Internacional,
proclamada por Trotsky, fue apoyada por trotskistas de `fuste`, como El
Militante de Alan Woods, el NPA de Krivine-Beçansenot y varios
morenistas locales. El inspirador de la maniobra, Hugo Chávez, se está
abrazando por estos días con un verdugo de los colombianos para
establecer ‘una seguridad democrática' en la frontera común. Esta V
nonata viene al caso para entender por qué León Trotsky consideró la
fundación de la IV Internacional como una tarea imprescindible e
histórica. Se trataba de defender con los últimos recursos la mayor
conquista del proletariado mundial, el internacionalismo, ante una
perspectiva histórica incierta, entre la barbarie y la posibilidad de
una nueva revolución social. La IV Internacional tiene un lugar
histórico único - dejar a las generaciones siguientes los instrumentos
más desarrollados del proletariado mundial en las vísperas de una
tragedia. Ha sobrevivido como programa, o sea como orientación
estratégica, a toda clase de alternativas y tentativas. Es obvio que su
apuesta histórica sigue abierta; no realizó sus objetivos en 80 años,
pero sigue presente en miles de militantes en el mundo entero,
muchísimos más de los que la fundaron, y lo que es más importante, como
única representación conciente del socialismo revolucionario. Es
necesario que se zambulla sin reticencias en la crisis mundial y en las
luchas y levantamientos que surgirán de ellos inevitablemente.
El Programa de Transición
El proletariado de todos los países no podrá encarar los desafíos que
plantea la bancarrota mundial si no se apropia del programa de
transición, el programa de fundación de la IV Internacional. No salió de
la nada - fue el resultado de dos décadas de lucha en las condiciones
de la bancarrota mundial precedente, la que partió del fin de la primera
guerra hasta el comienzo de la segunda. Cada una de sus
reivindicaciones tiene un acta de nacimiento en el combate. El núcleo
poderoso de este programa es el siguiente: cuando la humanidad parece
encontrarse en una situación sin salida; cuando el capital proclama que
la única salida deberá ser pavimentada con el sacrificio sin precedentes
de millones de trabajadores; en circunstancias semejantes, el programa
de transición señala la salida y todos los caminos que conducen a esa
salida. El programa de transición señala las reivindicaciones
co-ti-dia-nas (esto es lo fundamental) que permite a la clase obrera
oponerse a las exigencias de sacrificios del capital y oponer medidas de
salida a la crisis a cada una de estas exigencias. Arma al
proletariado, en primer lugar, para una lucha diaria, frente a
conflictos parciales, para toda ocasión de enfrentamiento. Pero, a
diferencia del reformismo vulgar, señala el camino a seguir ante la
resistencia inevitable del capital ante cada una de las reivindicaciones
obreras; o sea que al método para abordar la crisis desde el punto de
vista de las masas, le suma, en íntima relación, el método para quebrar
la resistencia del capital a los reclamos y movilizaciones de los
explotados en cada circunstancia de la lucha. Es a partir del desarrollo
de esta experiencia que hace emerger la necesidad de la lucha por el
poder. Con el mismo procedimiento convoca a todas las organizaciones en
lucha a pelear por el poder - a constituir un gobierno obrero y
campesino, un gobierno de trabajadores, que realice las reivindicaciones
que fueron desarrolladas en el curso de la lucha. Frente a estas
organizaciones, el programa presenta a los partidos de la IV
Internacional como los consecuentes en la comprensión del objetivo
general: el establecimiento de la dictadura del proletariado (este es el
sentido que para la IV Internacional tiene el gobierno de la clase
obrera) para quebrar definitivamente a la dictadura del capital y al
capitalismo.
¿Quién puede negar la actualidad de este programa? Los Trotskys del
siglo que se ha iniciado se forjarán por el camino que conduce a su
victoria.
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