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lunes, 8 de junio de 2009

Política educativa y modelo productivo

Recuperar la dignidad

Por Pablo Imen *

Uno de los capítulos más perversos del Consenso de Washington –Consenso declarado cadáver insepulto por el primer ministro británico, Gordon Brown– se organizó alrededor de la relación entre las políticas públicas y los “mundos del trabajo”. En primer lugar, se produjo una verdadera exportación discursiva, técnica y política de la crisis económica a la educación pública. El Banco Mundial dijo en 1996 que “la educación es más importante que nunca para lograr el desarrollo económico y la reducción de la pobreza”. Si la educación se convierte en factor causal del desarrollo, la consecuencia del razonamiento nos llevaría a que tanto el subdesarrollo como la desigualdad galopante serían un subproducto... de la educación.

Se decía esto y se impulsaba una política económica que buscó un modelo basado en las actividades especulativas y agroexportadoras, desarticulando la industria preexistente, proceso que en nuestro país se puede identificar claramente desde la dictadura de 1976. Así vimos crecer la expulsión masiva de mano de obra industrial. Esta estrategia tuvo dos efectos prácticos imbricados: resolver por vía especulativa la acumulación de capital y fundamentalmente disciplinar a los trabajadores, aterrorizados por la pérdida del empleo y el deterioro persistente de sus condiciones de trabajo.

La política educativa en los noventa fue parte de este proyecto. Así, el cambio de la estructura académica en los niveles de Educación General Básica y el Polimodal tuvo un efecto devastador sobre la educación técnica. En suma, el desempleo y el crecimiento de la macroeconomía, asociados retóricamente a la incapacidad de la educación de formar “sujetos empleables”, ocultaba la responsabilidad de una política económica y social que condujo a la mayor catástrofe del siglo XX. La legislación educativa de los noventa estableció mecanismos de subordinación directa del sistema educativo a los intereses empresariales, como ocurrió con la normativa que reguló las “pasantías educativas”: miles de jóvenes eran mano de obra barata dando lugar a un inédito abuso bajo la tutela del Estado neoliberal, especialmente por parte de las grandes empresas.

En segundo lugar, queremos destacar que no sólo se avanzó perversamente en la subordinación educativa a un modelo expulsivo y precarizador de la fuerza laboral, sino que, a la vez, se introdujo la lógica empresarial al interior del sistema educativo. Desde la mercantilización de distintos aspectos de la vida escolar –por ejemplo, tercerización de los servicios de limpieza y comedor– a la concepción del propio sistema educativo como un mercado. Dice el Banco Mundial: “La educación es una inversión económica y socialmente productiva. (...) ...la inversión en educación es insuficiente y no se aprovecha la disposición de las unidades familiares para pagar por la educación. (...) También hay pruebas de que los recursos no se utilizan en las escuelas con la eficacia que cabría esperar.(...) Ese problema se agudiza debido a la falta de competencia entre las escuelas; como los administradores de éstas responden sólo muy indirectamente ante los estudiantes y sus padres, tienen poco interés en buscar el medio más eficaz en función del costo para suministrar el tipo de educación que las familias desean”. Asumir como una verdad revelada que el Estado no dispondrá de recursos, promover el financiamiento privado de las familias, estimular la competencia entre escuelas y entre los trabajadores de la educación, precarizar el trabajo docente, introducir mecanismos mercantiles y subordinar la pedagogía al capital fueron un único programa político, pedagógico y económico del neoliberalismo. Contra esas concepciones es indispensable hoy profundizar el debate.

Frente a la herencia neoliberal, el gobierno que asumió en 2003 ensayó otro modelo productivo, económico y social, orientado a la recuperación de la producción y el empleo. Allí están los casi tres millones de nuevos puestos de trabajo. No está en discusión la relevancia de la relación entre “educación” y “mundo del trabajo”, pero esa asociación nos lleva a preguntarnos, una y otra vez, acerca de qué educación pensamos para qué modelo de trabajo y de trabajador, en el marco de qué sociedad tenemos y queremos.

Un programa transformador debe recuperar la dignidad de los trabajadores y constituir al trabajo como estructurador de un proyecto de vida que es individual y es colectivo. La política educativa puede y debe contribuir a la formación de hombres y mujeres libres, incorporando el dominio de los derechos laborales, la memoria de las luchas, la comprensión del proceso productivo, las herramientas para cogobernarlo y el conocimiento de las iniciativas de la economía solidaria. En un tiempo en que lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer, una nueva encrucijada histórica opone dos modelos antagónicos para la educación y el trabajo.

* Coordinador de Educación del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini.

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Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

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