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viernes, 12 de marzo de 2010

Canje, reservas y vuelta a los mercados

Por Aldo Ferrer

En el pasado, la economía estuvo sometida a dos tipos de restricciones: la externa y la fiscal. Desde la década de 1930 hasta la debacle del 2001/2002, predominaron desequilibrios en los pagos internacionales y en las finanzas públicas que determinaron la volatilidad de la actividad económica, la inflación crónica y el lento crecimiento. En ese escenario, se redujo radicalmente la libertad de maniobra de la política económica. A partir de 1976, el peso abrumador y creciente de la deuda externa sometió al país a los criterios de los mercados y las condicionalidades del FMI, con las consecuencias conocidas. En la mayor parte (1930-1983) del Segundo Centenario, las restricciones externa y fiscal fueron acompañadas por una tercera: la institucional.

La ausencia de reglas para transar los conflictos provocaron repetidos golpes de Estado y un cuadro de inestabilidad que agravó los desequilibrios macroeconómicos.

La recuperación de la soberanía en el ejercicio de la política económica obedece a que, en el transcurso de esta década, aquellas dos restricciones (la externa y la fiscal) han sido sustituidas por los superávits gemelos, en el balance de pagos y en el Presupuesto. A su vez, la restricción institucional también ha sido resuelta como lo demuestra que todos los conflictos (por ejemplo, la resolución 125, las reformas de los regímenes previsional y de medios audiovisuales, el uso de las reservas del Banco Central), que involucran a los tres poderes del Estado, se tramitan conforme a las reglas de la Constitución. Base, ésta, esencial de la seguridad jurídica y el comportamiento ordenado de la economía.

En este escenario, apareció la iniciativa del nuevo canje de deuda, promovida por el Poder Ejecutivo con el apoyo de la oposición, expresado en el respaldo mayoritario del Congreso para la suspensión de la “ley cerrojo”, que prohibía la reapertura del exitoso canje del 2004. Los títulos (holdouts) que no entraron en ese canje, progresivamente, quedaron en manos de los especuladores denominados “fondos buitre”. Por todas las vías posibles, incluyendo las judiciales en tribunales del exterior, los mismos trataron de imponer embargos sobre activos argentinos en el exterior y perturbar las operaciones reales de comercio e inversiones privadas directas. Ninguna de estas iniciativas prosperó y la Argentina mantuvo normalmente sus relaciones económicas internacionales. En el plano financiero, sin embargo, a pesar de que, al fin y al cabo, el mercado respondió positivamente a la propuesta argentina de canje y el país recuperó los equilibrios macroeconómicos, se mantuvo la animosidad de los operadores financieros. Esto se explica por la heterodoxia aplicada por el país para resolver su crisis, vale decir, una estrategia en los antípodas del pensamiento convencional del mundo del dinero.
Para ratificar la voluntad del país de cumplir sus compromisos, se tomó la decisión de utilizar reservas del Banco Central. Supuestamente, estas acciones permitirían “la vuelta a los mercados” y acceder al crédito externo a tasas razonables. Es necesario relacionar esta estrategia con las condiciones actualmente vigentes en el país.

En tal sentido conviene analizar la oportunidad y conveniencia de la iniciativa, coincidente del oficialismo y la oposición, de reabrir el canje como un paso a “la vuelta a los mercados”. Por varios motivos. En primer lugar, porque no es seguro, sea cual fuere el grado de aceptación de este segundo canje, que se levante la animosidad contra la heterodoxia argentina y, efectivamente, se reanuden las corrientes de crédito externo a menores y razonables tasas de interés. En segundo lugar, porque el tema realmente pendiente en materia de deuda es con el Club de París y no los holdouts. En tercer lugar y más importante, porque en un país de la experiencia del nuestro la iniciativa desplaza a un segundo plano la primera prioridad que es seguir fortaleciendo lo que permitió salir de la crisis y crecer. Es decir, la movilización de los recursos propios.

La falta de acceso al crédito internacional no fue obstáculo alguno a la recuperación debido a los cambios estructurales profundos en la economía argentina, que tuvieron lugar en el transcurso de esta década, incluido el exitoso canje del 2004 y la cancelación de la deuda con el FMI. Sin embargo, el tema de la deuda ha vuelto a ocupar el centro del escenario y se debate hoy como si subsistieran las restricciones externa y fiscal que prevalecieron en el pasado cuando, actualmente, la situación es radicalmente distinta.

Recordemos que el ahorro argentino alcanza a casi el 30% del PBI (equivalente a más de u$s100.000 millones), que la economía viene operando con sustantivos superávits en la balanza comercial (más de u$s15.000 millones estimados para este año) y en la cuenta corriente equivalente al 3% del PBI. La fortaleza actual de la economía argentina permitió que, desde fines del 2007 hasta mediados del año pasado, salieron capitales propios por u$s40.000 millones (equivalentes al 20% del ahorro nacional), sin que la economía colapsara. La primera prioridad, por lo tanto, es retener y reciclar el ahorro interno en el proceso productivo, convenciéndonos de que el lugar más rentable y seguro para invertir nuestro ahorro es la Argentina. Después, todo lo demás, incluso “la vuelta a los mercados” internacionales, viene por añadidura.

Estamos observando que en torno de estas cuestiones, la mayor parte de la atención mediática y del debate está concentrada, nuevamente, en el financiamiento externo. Incluso se ha reavivado el antiguo problema de la “deuda odiosa”, es decir, aquella contraída por el último régimen de facto. Como señaló Benjamín Hopenhayn, esa vieja deuda probablemente ya fue pagada. El eventual resto subsistente fue presumiblemente cancelado con la quita sustantiva en el primer canje. Al reabrir viejos debates sin futuro, corremos el riesgo de desatender lo fundamental que es movilizar los recursos propios para el desarrollo económico y social y fortalecer, consecuentemente, la capacidad de decidir nuestro propio destino en el orden mundial globalizado.

¿Qué hacer ahora con el canje y el uso de las reservas? Respecto de lo primero, visto lo avanzado de la propuesta, lo mejor parece ser seguir adelante sin urgencia, porque nada fundamental depende del canje. Todos los que se adhieran aumentarán la proporción decisiva ya alcanzada en el primer y exitoso canje. Eso sí, por alto que resulte el porcentaje de adhesión a la operación en curso, conviene no hacerse ilusiones y suponer que esta “vuelta a los mercados” es la solución de los problemas del financiamiento del desarrollo. Sospecho, además, que subsistirá la animosidad con la heterodoxia argentina de los operadores de los mercados globales. En cualquier caso, conviene recordar que en los mercados ya estuvimos hasta el hartazgo, con los resultados conocidos. El problema no es estar o no en los mercados, sino cómo estar. La única forma de hacerlo, compatible con el interés nacional, es no depender de ellos, estar parado en los recursos propios y entonces sí, pueden surgir en los mercados muchas operaciones posibles mutuamente convenientes.

Respecto de las reservas del Banco Central para cancelar deuda, como vimos en mi nota en este mismo espacio (28/01/2010), es uno de los usos posibles en el contexto planteado en esa nota. La iniciativa es tramitada en el marco de las reglas de la Constitución y la intervención de los tres poderes del Estado de derecho. Sería importante que el debate sea el espacio para un tratamiento amplio y profundo de los problemas del financiamiento del desarrollo argentino y del Presupuesto, no una mera confrontación de mayorías relativas en las Cámaras del Congreso.

De todos modos, con o sin uso de reservas, con o sin canje, el país está en condiciones de cumplir sus compromisos externos y crecer. Los pagos de este año con reservas u otros recursos tienen una diferencia de tasa de interés, dato importante pero que no involucra la capacidad de pago. De todos modos, el pago con reservas es un recurso de una vez. En el mediano y largo plazo, son los recursos genuinos de la actividad corriente de la economía los que proporcionan los medios de pago. En resumen, es necesario que el debate actual no impida resolver los problemas fundamentales. Uno de ellos es afianzar la competitividad de la economía nacional para consolidar la fortaleza actual de sus pagos internacionales. Otro es apuntalar la solvencia fiscal.

Sobre esta segunda cuestión conviene recordar que, una vez iniciada la recuperación de los componentes de la demanda agregada (consumo, inversiones y exportaciones), no se justifica insistir en la inyección de demanda supletoria vía gasto público. ( Pero la inversión pública es el puntal del desarrollo nacional y en este campo hoy hay que suplir la merma en la inversión privada que se redujo mucho con la crisis financiera internacional y todavía sigue muy baja , el tema es como aumentar la reinversión de utilidades en Argentina que sigue siendo muy baja , especialmente en las grandes empresas de capitales extranjeros ).

La solvencia fiscal y la calidad del gasto recuperan así su papel fundamental en la gobernabilidad del sistema económico, la formación de las expectativas, la estabilidad y el desarrollo. No es preciso ajustar, es decir, bajar el gasto real indispensable para la oferta de bienes públicos. Sí es preciso acomodar el crecimiento del gasto público al de la recaudación, lo cual permitiría recuperar, a breve plazo, el superávit primario. De otro modo, un crecimiento persistente del gasto por encima de los recursos públicos lleva inevitablemente al endeudamiento, a la apreciación del tipo de cambio, a restablecer las restricciones externa y fiscal y, consecuentemente, a la pérdida de soberanía.

Por último, el otro gran tema es la inflación. Es preciso contener su impulso inercial, fortaleciendo los equilibrios macroeconómicos y una acción concertada de todos los instrumentos disponibles más la política de ingresos, afianzada en el diálogo y acuerdos entre los actores económicos y el Gobierno.

La Argentina ha logrado remover las tres restricciones, externa, fiscal e institucional que en el pasado frenaron su desarrollo. Subsiste una cuarta, resultado de las tres primeras: la restricción social resultante de la desigualdad en la distribución de la riqueza y de las oportunidades. Para que sea posible el encomiable objetivo, destacado por la Presidenta de la Nación en su mensaje al Congreso, de alcanzar en el más breve plazo posible pobreza cero, es indispensable consolidar definitivamente el ejercicio soberano de la política económica de un país integrado al mundo en el comando de su propio destino. Éste ha sido el gran logro de esta década que, para consolidarse, requiere que no se repitan las políticas del pasado.

* Director editorial de Buenos Aires Económico

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Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

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