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martes, 13 de abril de 2010

Las fisuras de la historia

Por Ricardo Forster

Las fisuras de la historia constituyen momentos que, por lo general, suelen tomarnos desprevenidos o poco atentos para leer sus características y lo que abren en el horizonte de una sociedad. Pocos imaginaron las consecuencias que traería el ya famoso discurso de Raúl Alfonsín durante los días de Semana Santa del ’87, cuando ante una multitud congregada en Plaza de Mayo para defender la democracia contra la rebelión golpista de los carapintadas comandados por el entonces ignoto oficial Aldo Rico, lejos de apuntalar el ánimo movilizado de gran parte de los argentinos congeló su entusiasmo hablando de “héroes de las Malvinas” y de que “la casa está en orden” inaugurando la etapa de las leyes de la impunidad que, como todos ya sabemos y unido al deterioro económico y a la hiperinflación, allanaron el camino para la llegada de Menem y su “revolución” neoliberal de la mano de Cavallo y su convertibilidad. Seguramente ni el propio Alfonsín alcanzó a vislumbrar que iniciaba el fin de sus expectativas y la entrada en su ostracismo político del que sólo salió cuando se transformó en parte intocable del panteón nacional.Lejos, muy lejos, quedaban las esperanzas abiertas el 10 de diciembre de 1983.

Una generación de jóvenes recién llegados a la democracia y, en parte, al entusiasmo político quedó profundamente herida y desilusionada abriendo casi dos décadas de despolitización y apatía que se volvieron perfectamente funcionales a la inauguración de una década, la de los ’90, abroquelada alrededor de esa despolitización y brutalmente ofensiva en la instalación de un modelo económico-cultural capaz de quebrarle, eso parecía, definitivamente el espinazo a los restos todavía existentes de una Argentina que pese a Martínez de Hoz y a la dictadura homicida mantenía viejas herencias bienestaristas.

Los ’90 y su eje neoliberal, ya lo sabemos, destruyeron el aparato productivo, desguazaron el Estado, fragmentaron la vida social, mutilaron las prácticas sindicales avanzando demoledoramente sobre el trabajo y los derechos de los asalariados, quebraron el imaginario solidario que desde décadas había girado alrededor del sistema jubilatorio estatal y público para privatizar el ahorro de los argentinos y ponerlos al servicio de la especulación financiera, le hicieron un daño difícil de reparar a la idea misma de lo público en detrimento de la apología de lo privado y de sus cultores y convirtieron a la Argentina en una “fiesta” alucinada en la que una parte de la sociedad se gastó el ahorro de varias generaciones proyectando sobre el futuro una sombra ominosa de endeudamiento infinito asentado sobre las privatizaciones fraudulentas del patrimonio nacional.

Pero también, y no en menor medida, fueron años de transformaciones culturales y de profundización del poder corporativo y monopólico de algunos grupos mediáticos que tendrían y siguen teniendo una enorme influencia en la generación de sentido común y de opinión pública.
Esa “fisura” no inmediatamente perceptible de aquella Semana Santa del ’87 vino a clausurar las ilusiones del alfonsinismo, aquello de que con la democracia se cura, se educa y se come (siempre y cuando se logre limitar y controlar el poder de las corporaciones económicas y habilitar un proceso redistributivo, eso también hay que decirlo y que Alfonsín apenas pudo intentar y que rápidamente abandonó cuando le habló al país de “economía de guerra” y promovió el Plan Austral. Quedará como parte de lo mejor de su historia el gesto político fundamental y valiente que llevó al memorable juicio a las juntas militares), para mutilar la tradición equitativa y abrir un tiempo caracterizado (que aún perdura en sus consecuencias nefastas) por la mayor concentración de riqueza en menos manos de la historia contemporánea generadora de una inédita desigualdad social.

De ese tiempo posalfonsinista, cuyo certificado de defunción antecedió a su muerte efectiva, recién comenzamos a salir en el 2003 con la llegada de Néstor Kirchner a la presidencia, generando, también, una fisura impredecible e imprevista en el devenir de la historia argentina que, en parte, había sido precedido por los acontecimientos dramáticos de diciembre de 2001 y el derrumbe del gobierno calamitoso de la Alianza y de la figura esperpéntica de Fernando de la Rúa.

Tal vez sin imaginarlo, y en muchos sin desearlo, el resultado electoral de 2003 que podía haber tenido otro ganador si el azar de algún punto más o menos hubiera cambiado los nombres del balotaje que finalmente no fue por deserción de Menem (¿se imagina el amigo lector si hubiera sido López Murphy el otro en discordia en vez del santacruceño o si el insondable Reutemann no hubiera renunciado a su candidatura vaya a saberse por qué misteriosos arcanos que se lo impidieron? ¿Estamos en condiciones de imaginar qué nos hubiera acontecido como país y cuáles serían nuestras actuales circunstancias, crisis económica mundial de por medio? Preguntas cuyas respuestas dejamos para aquellos que les gusta hacer historia contrafáctica y que se divierten iniciando sus frases con “qué hubiera pasado si…”) Lo cierto es que el 25 de mayo de 2003 y a través de un discurso de asunción no imaginado se inició una etapa nueva y anómala de la vida nacional.

Cuesta mucho, supone un gran esfuerzo, afirmar, como lo hacen algunos, que estamos delante de una colosal impostura y que nada ha sucedido de significativo en la trama política, económica, social y cultural en los últimos seis años. Que en realidad vivimos la continuidad de los ’90 pero maquillados astutamente por quienes han venido a ofrecer una imagen de sí mismos que no se corresponde con la efectiva acción de gobierno que no hace otra cosa que reproducir la lógica neoliberal.

Resulta entre grotesco y alucinado concluir que la política de derechos humanos, que el rechazo al Tratado de Libre Comercio, que el desendeudamiento del FMI y la gigantesca quita de deuda, que la construcción de una Corte Suprema autónoma y respetable, que la reestatización del sistema jubilatorio y la movilidad por ley de los haberes, que la clara opción por una política internacional latinoamericanista, que la participación activa en la defensa de la democracia boliviana y en el repudio al golpe hondureño, que el intento de apropiarse de la renta extraordinaria sojera, que la ley de medios audiovisuales, que la no represión de cualquier protesta social, que la defensa efectiva del trabajo y del salario unido a la recuperación de la paritarias, que la decisión de implementar la asignación universal por hijo, que el nombramiento inédito de Mercedes Marcó del Pont al frente del Banco Central, sean apenas ejercicios imaginarios para seguir abonando la continuidad neoliberal profundizando la lógica de la impostura como lo dicen Pino Solanas y Claudio Lozano y como con astucia intentan destacarlo, en franca consonancia con los primeros, los Morales Solá o los Mariano Grondona que, eso sí, tienen claro por qué el kirchnerismo es el enemigo a vencer. Pregunta ingenua: ¿para qué bombardear sin misericordia e intentar destituir a unos impostores que sólo benefician a los dueños eternos del poder en Argentina? ¿Tan loca es la simulación o tan brillante la impostura que hasta los mismos actores se creen sus papeles?

Lo que es importante señalar con todas las palabras, y eso más allá y con los límites y de­saciertos de lo emprendido en mayo del 2003 pero también con su enorme salto cualitativo en la recuperación de derechos y de participación popular, es que, como destacaba Horacio González en un artículo reciente, estamos delante de “una fisura en la historia”, de esas que nos ofrece la oportunidad de ser contemporáneos de un proceso de transformaciones que abren la posibilidad cierta de romper la inercia ominosa de la vida argentina, esa que se inició en marzo del 76 y que vio de qué manera brutal y sistemática se buscó anular vidas y derechos generando las condiciones para liberar al capitalismo especulativo-financiero de toda traba y dejándole las manos libres para desarrollar a su antojo un modelo económico destructor de la memoria de la equidad.

Que la fisura se convierta en un extraordinario proyecto de refundación de la sociedad argentina de acuerdo con los mejores valores emancipatorios depende, como siempre, de su pueblo y de estar a la altura de los actuales desafíos sabiendo, eso sí, que los peligros de restauración siguen a la orden del día y muchas veces se disfrazan con los trajes del seudoprogresismo.

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Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

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