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domingo, 19 de septiembre de 2010

La prensa y la Patria. Fracturas de la razón iluminista en la Argentina

Juan Chaneton

Capítulo XIII (fragmento)
Videla, Massera, Agosti ...y La Nación

Se venía la noche para los argentinos y nadie atinaba a protegerlos. Habrían de hacerlo ellos mismos, cuando ya no bastaran las palabras para nombrar lo innombrable y una cadena de voces y lienzos blancos comenzaran a transitar el arduo derrotero del dolor.
Fue una guerra de posiciones la que libraron la dictadura y la sociedad civil argentina. Una guerra de posiciones en la que, lentamente, con tenacidad y valentía derrochadas bajo una oscuridad inclemente, ellas, las que dan la vida, fueron acercándose, poco a poco, al bastión del poder usurpado para, al cabo, rodearlo y, por fin, ocupar sus adyacencias, territorio que ya no entregarían, que no han entregado hasta hoy y al que volverán, a buen seguro, ni bien la irracionalidad del mal levante nuevamente la cabeza, pues, se sabe, la guerra –preventiva o ex post facto–, es siempre interminable.
Debe saberse ya que La Nación, durante el terrorismo de Estado, hizo lo mismo que La Prensa. Que todos –se argüirá–; sí, que todos, será la respuesta. Pero los otros no venían de fundar la patria ni decían inspirarse en la razón iluminista. Aquí, hoy, sólo hemos decidido informar a la sociedad acerca de lo que hicieron sus ancestros. Hay tiempo para todos.
No tomaba nota, el diario La Nación, del fenómeno de entropía asimétrica que comenzaba a tomar forma a la vista de todos. La presión que ingresa a la caldera social (input) en relación constante con la que egresa (output), da cuenta del fenómeno entrópico. Este, en la Argentina, moldeábase, por aquellos años de dictadura terrorista, con asimetría, pues los militares no advertían que, por la vía del terrorismo de Estado, ingresaba al conjunto de la sociedad un caudal de tensiones que no eran neutralizables por diversionismo ideológico alguno, ni por la manipulación, el engaño, la mentira o el temor.
Todo era cuestión de tiempo para que esa energía, que henchía la caldera pero que no encontraba su punto de fuga, tomara la forma de una creciente movilización social que tornaría ingobernable el país si se trataba de gobernarlo bajo la forma del Estado dictatorial.
No tomaba nota de nada de esto el diario La Nación que, antes bien, se abocaba a la innoble tarea de empedrar el camino del infierno.


Como La Prensa, La Nación justificó doctrinariamente el quiebre del orden legal pues, en el fondo, La Nación abogaba por otra alianza de clases y por otra hegemonía política en la Argentina gobernada por un peronismo en decadencia, completamente inepto para gerenciar un repliegue de las fuerzas del trabajo en la puja distributiva y para llevar hasta el fin la tarea de exterminio de la disidencia, tarea esta que había iniciado ese mismo peronismo a través de la Triple A, pero también mediante las bandas armadas por las conducciones sindicales adictas, menester en el que Lorenzo Miguel y la “patria metalúrgica” se destacaron con luz propia, aun cuando no fue la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) el único sindicato que acometió la persecución de dirigentes clasistas y combativos.
Como Lorenzo Miguel, La Nación sabía que el golpe era inminente. Lejos de editorializar en contra de todo quiebre del orden constitucional –como era su obligación– y de abogar por soluciones ancladas en el derecho, describía, dos semanas antes del asalto al poder de las Fuerzas Armadas, “La gravísima crisis económica” por la que atravesaba el país, tal el título del artículo editorial del 10 de marzo de 1976.

Comienza, ese día, el diario de Mitre, citándose a sí mismo: “El 23 de septiembre de 1974 decíamos en estas columnas: ‘Si no hay reducción de los costos de producción, el aumento de los precios y el alza de los salarios se encadenan en una espiral viciosa...’”. Y continuaba: “Hoy, con precios y salarios más de cuatro veces superiores a los que regían entonces, la salud económica del país está quebrantada, sin ventaja alguna para empresarios o asalariados. Esto ha ocurrido porque no se ha realizado lo que era indispensable hacer, nadie se ha preocupado por reducir los costos de producción, nadie ha procurado producir más con los mismos recursos y los mismos esfuerzos...
Abogaba, así, el matutino, por incrementar la tasa de explotación del trabajo asalariado.
Y decía, unos renglones más abajo: “Esto no se resuelve dejando de pagar las deudas existentes. Ello no haría más que acelerar un desastre que ahora sólo puede evitarse incrementando nuestro endeudamiento exterior.”
Proponía que la Argentina se endeudara.


El gobierno de Isabel Perón y López Rega dejó al erario una deuda de 4 mil millones de dólares. Los militares, cuando huyeron en 1983, la habían llevado a 40 mil millones. De este desmanejo, que sufrieron todos los argentinos, fue acusado principal José Alfredo Martínez de Hoz; pero justicia es reconocer que el diario La Nación fue partícipe necesario de esa gestión económica. Sostuvo y justificó, a lo largo de todo el período dictatorial, ejes macroeconómicos que la dictadura hizo suyos y que llevaron al país al desastre.
Culminaba aquel editorial: “Lo importante es rectificar el rumbo político, económico y moral para que los inevitables días de penuria nos sean abreviados.”

¿A qué se refiere el diario con eso de “los inevitables días de penuria”? ¿Está, allí, hablando de economía o de otro tipo de penurias? ¿Puédese suponer que un diario como La Nación, devenido, a lo largo de la historia, material de consulta siempre a mano en el Círculo Militar, no sabía qué clase de penurias acechaban a los argentinos?
Faltaban cuatro días para el golpe de Estado de 1976 y La Nación titula “Pierde valor la vida”. Lamenta en ese editorial “la ausencia de una voluntad decidida a reprimir el aberrante mal que nos ataca, a suprimir de raíz la enfermedad de violencia que nos destruye con implacable saña”. Y más abajo continúa: “Salvo el accionar de las Fuerzas Armadas para combatir a la guerrilla en su propio terreno, poco se hace que pueda considerarse una decisión inquebrantable de ponerle un dique imposible de franquear a los sembradores de la muerte y de la angustia.”
Es decir, lo único que valía, para La Nación, a esa altura de los hechos, era la militarización total de la sociedad para reprimir a la guerrilla; represión concebida en sentido lato, pues la lámpara que frotaba La Nación alumbraría, a los pocos días, el genio maligno de un terrorismo estatal que perseguiría con saña no a guerrilleros en el monte (a los cuales el ejército persiguió y, vencidos y rendidos, torturó sin límite en campos como La Escuelita, regenteada por Bussi, el que condecoró a Joaquín Morales Solá), sino a obreros en las fábricas (activismo sindical que Balbín, el numen radical, supo llamar “guerrilla industrial”), a estudiantes en las facultades, a militantes en las villas, a adolescentes en sus colegios, a curas en sus parroquias, a vecinos en sus barrios.


Fuente: Tiempo Argentino

1 comentario:

Jorge Devincenzi dijo...

En el texto hay un concepto ambiguo: sociedad civil. Y es ambiguo en el contexto porque cualquier lector no avisado puede creer que se refiere a los civiles vs los militares.

Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

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