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domingo, 18 de septiembre de 2011

Un oficio de gente rara



Muchos periodistas padecen el ciclo kirchnerista, lo sufren. Entonces se les da por añorar la época en la que estábamos mal, pero íbamos bien. Maldicen, refunfuñan, zapatean, hacen berrinche en prosa. Como si fueran chicos.

Nostalgia de los ’90. Eso es lo que tienen. Muchos periodistas, algunos de los que aprendí parte de este oficio, padecen el ciclo kirchnerista, lo sufren. Entonces se les da por añorar la época en la que estábamos mal, pero íbamos bien. Maldicen, refunfuñan, zapatean, hacen berrinche en prosa. Como si fueran chicos. El cambio de paradigma político, social y cultural que vivimos los tiene aterrados, y como esos burgueses asustados abjuran del progresismo amable que defendían y les brota el fascismo de etiquetas: este es periodista independiente, este es periodista oficialista. Defienden así un territorio de sentido donde, la verdad, no hay nada: sólo fotos en sepia de cuando los periodistas nos creíamos más importantes de lo que somos. No ven, no quieren ver que no hay espacio para pontificar sobre el deber ser profesional desde un único lugar. Los libertarios de ayer se convirtieron en bobos policías ideológicos, y es una pena. El kirchnerismo los desnudó y los mostró tal cual son: infantiles, pedantes y, aunque sea feo decirlo, obsoletos. Incapaces de entender que la historia no comienza ni termina con uno, que las certezas blindadas son una pavada, que la libertad de expresión es una palabra demasiado grande para ser privatizada, que este oficio tiene una sola consigna: el que miente, lo traiciona. Y punto. Si quieren, seguido, por cuestiones de espacio.

Cuando veo a colegas que quedaron atrapados en su mejor foto, esa en la que teníamos más pelo y soñábamos con parecernos a los chicos de Todos los hombres del presidente, primero me da ternura, después mucha desazón. Los conozco bien: detrás de los discursos inflamados, de la colegiatura mental con que nos aturden en todos los foros, sólo hay anunciantes privados que les subvencionan un programita en el cable que ven 25 mil personas, y algunos de ellos hasta posan de rebeldes ajados, patéticamente indulgentes con ellos mismos, en pose adolescente y canas de veterano al viento, escribiendo sobre lo mucho que sabían hace 20 años, cuando dejaron de leer y aprendieron a ignorarlo casi todo. Pero yo los conozco: van a la plata como el mar a la orilla, la polilla a la bombita y el pederasta al jardín de infantes.
Desde un pasquín amarillista son capaces de hablar de deontología profesional, defender una sola ética –la suya– y si los dejáramos, a todos los periodistas que no pensamos como ellos, nos mandarían a Treblinka para que aprendamos de una vez por todas lo que es la tolerancia, y aprobemos pluralismo a patadas en el estómago.

No sé por qué me puse a escribir esto habiendo tanto asunto para ocuparse. No lo sé, sinceramente. Me nació de las vísceras, después de ver a tanto colega impoluto despellejando a Hebe de Bonafini sin respetar siquiera la Convención de Ginebra, haciendo coro con la esposa de Luis Barrionuevo y criticando a los que creemos que el pañuelo es sagrado. Amargados como están, además, porque la mitad del país les da la espalda, a ellos, que lo tenían todo tan claro, y hasta proveían de letra a la Embajada de los Estados Unidos, que los debe ver ahora como pobres tipos, falibles, terrenales, inocuos, disparatados, sin la capa de Superman y con Luisa Lane metida en la cama de otro. Qué horror.
Este es un lindo oficio hecho por gente rara.
Alguna tan, pero tan rara que, a veces, me gustaría preguntarles qué les pasó.

Curiosidad, que le dicen.

Fuente :Tiempo Argentino

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Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

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