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jueves, 10 de noviembre de 2011

Derechos Humanos, democracia y economía




Cuando en tiempos difíciles la economía ocupa el centro desplazando las políticas populares y la democracia, aquella, por más que se vista de ciencia, sólo expresa el interés de una minoría ínfima y en desmedro de las mayorías.

El panorama crítico mundial presenta diversas crisis que interactúan. Los países más ricos del planeta (los EE UU, los de Europa y Japón) viven un tembladeral económico-financiero que, según los especialistas, es mucho mayor que la crisis del ’29. La crisis y los resultados del modelo neoliberal, del trasvasamiento del poder hacia los megagrupos financieros han construido un escenario donde cohabitan las crisis económicas, las crisis de representatividad de las democracias que delegaron el poder, crisis de poder e incluso el jaque a la unidad europea que muestra en sus conflictos de sobrevivencia su verdadera esencia. No son la diversidad y la pluralidad las que marcan su rumbo sino la confluencia o disputa de Alemania y Francia. Más de 23 millones de desocupados y una pobreza que algunos prevén que trepará a los 100 millones de personas sólo en Europa, le da contenido al cataclismo económico que vive el capitalismo salvaje. ( alegrarse de la crisis , bueno para terminar con el consenso de washington y el pensamiento único nunca se consiguio de buenas maneras y sin una crisis importante de representatividad y la necesaria recaccion social que rompa el paradigma creado pereviamente y alimentado mediante la imposición y/o dominacion cultural )

Quienes idearon, sustentaron y se beneficiaron con aquel paradigma del Consenso de Washington, hoy explican, proponen y aplican una profundización de esos dogmas, sosteniendo que la enfermedad se cura con una dosis mayor de aquello que la provocó. Después de las experiencias transcurridas ya no hay aquí debate de ideas, el pensamiento único muestra patéticamente que es un discurso de ejercicio de poder. Poder de acumulación de más ganancias en un mundo empobrecido. Poder para que nadie ose regular el flujo de capitales financieros. Poder para que la política no recupere el lugar que cedió en el comando del mundo y sus países al capital más concentrado y especulativo.
Cuando estalló la burbuja inmobiliaria y financiera en 2007 ante los fraudes y vaciamientos de bancos y entidades financieras, y una parte de la sociedad perdió sus casas, sus ahorros, en muchos casos sus empleos. La discusión se centró en el destino del tesoro público y los impuestos recaudados. Hacia los sectores excluidos, hacia los afectados directos para ayudarlos a pagar sus hipotecas y que puedan conservar sus casas, a incentivar vía crecimiento de la demanda los mercados internos. O, como se hizo, a salvar los bancos, las corporaciones financieras, con el argumento falaz que de esa manera se salvaba de un colapso mayor a la sociedad y supuestamente a los segmentos más débiles de ella. El resultado inmediato fue empresas quebradas y dueños más enriquecidos, sectores medios empujados a bajar drásticamente sus ingresos y posibilidades, crecimiento de la pobreza, achicamiento mayor de los mercados internos.

Toda vez que se afirmó el neoliberalismo, en cada fase de su crisis implicó una reducción profunda de la democracia y los Derechos Humanos. En lo inmediato, los derechos económicos sociales, fueron acompañados por discursos y propuestas sustentadas en la discriminación, en la persecución del extranjero, pérdidas de derechos laborales y sociales. Y como se verifica en las actuales represiones a los indignados en los países más desarrollados, también con pérdida de libertades civiles.
El capitalismo salvaje o el anarco-capitalismo como lo ha llamado nuestra presidenta en la reunión del G-20, expresa no sólo una tendencia a la maximización extrema de las ganancias y la expropiación de la riqueza en favor de un segmento minoritario. Sino que para ser viable necesita expropiar derechos básicos de mujeres, varones, niños, jubilados, estudiantes, docentes, científicos y artistas. Expropiar a la propia política en su capacidad de decidir los rumbos. Es un eufemismo sostener que deciden las fuerzas ocultas del mercado, la multiporalidad no supone una democratización del poder, el tipo de globalización que vivimos expresa la concentración de la decisión en los capitales financieros que fluyen a velocidad, gravitando sobre la vida o el hambre de millones de personas.

La discusión inunda también nuestro país, donde quienes han sido promotores de las políticas de libre mercado, de desregulación, de privatizaciones de las empresas estatales, ahora sostienen que como los vientos soplan huracanados en el mundo, es tiempo de poner frente al Ministerio de Economía a un economista de “verdad”. Es un lobby para presionar en un sentido regresivo los avances que hemos logrado. El verdadero economista que reclaman algunos es quien respete las reglas y normas de “su” economía, que juegue a que el Estado respete las fuerzas invisibles del mercado. Dicho en castellano, es quien garantice las ganancias de los grupos concentrados aunque ello signifique la transferencia de riqueza de los sectores productivos y el trabajo.
Política, economía, democracia y Derechos Humanos conforman la base y contornos de un proyecto común. Cuando en tiempos difíciles (y de esto los argentinos sabemos por experiencia) la economía ocupa el centro desplazando las políticas populares y la democracia, aquella, por más que se vista de ciencia, sólo expresa el interés de una minoría ínfima y en desmedro de las mayorías. Y sólo es cuestión de tiempo para que se violen los derechos de todos.

Cuando por estos días leemos en los diarios que en Nueva York los indignados marcharon hacia las emblemáticas esquinas del Times Square de Manhattan “contra el neoliberalismo creado en los últimos 30 años por el 1%” más poderoso, hay algo de orgullo de las batallas que se dieron en la Argentina. Sentimos nuestra experiencia de 2001 y la caída de la institucionalidad que sostuvo desde la dictadura y el Menemato esas mismas políticas y la impunidad de los crímenes de lesa humanidad.
Hemos construido en gran parte de Latinoamérica un lugar más autónomo, más democrático, más popular para seguir solucionando los problemas que nos quedan, los derechos que nos faltan. Y también la conciencia de la organización democrática y popular para defender los logros obtenidos.

Fuente :Tiempo Argentino

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Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

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