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miércoles, 10 de octubre de 2012

Cuando Chávez fue Maravilla

Triunfo bolivariano en venezuela
La derecha había perdido mucho tiempo y se disponía a mostrar su poderío en estas elecciones.



Fue muy curioso uno de los argumentos utilizados por el diputado duhaldista Eduardo Amadeo el domingo en CN 23 en diálogo con el periodista Adrián Murano. Amadeo sostuvo que, entre las cosas inadmisibles de Hugo Chávez, estaba haber provisto de ayuda financiera y de combustibles baratos a Cuba y Nicaragua, entre otros países caribeños. Nada dijo Amadeo de los cientos de miles de millones que se llevaron la Standard Oil y otras empresas privadas. Ni tampoco se detuvo en la perversa historia que llevó a que una potencia petrolera quedara aprisionada en los planes del FMI, con ajustes y despidos, que llevaron al gobierno del socialdemócrata Carlos Andrés Pérez a una represión cruel. Eso sucedió a fines de febrero de 1989 y Pérez sacó el Ejército a las calles dejando un saldo de miles de manifestantes asesinados.

Tres años después, el entonces teniente coronel Hugo Chávez Frías se ponía al frente de un levantamiento que lo llevaría a la cárcel por un par de años. El Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 llevaba años de vida secreta y salió a la palestra en forma de levantamiento militar, pero era de un signo completamente opuesto a los tradicionales golpes cívico-militares que consolidaban el dominio de las potencias extranjeras y las oligarquías locales. Si bien la ideología del chavismo estuvo muy ligada a las revoluciones cubana y nicaragüense, la estrategia bolivariana no es simplemente "de apoyo" a quienes luchan contra la dominación del capitalismo central.

El reciente triunfo de Chávez muestra una maduración notable. Porque las elecciones del pasado domingo fueron tomadas, la semana anterior a los comicios, como una prueba piloto de cómo las derechas reaccionarias podían batir en las urnas a una izquierda desquiciada. Sin embargo, bastaba ver la prudencia de Chávez hacia el electorado de las capas medias para percibir la amplitud de la campaña electoral bolivariana. Y también podía verse cómo Henrique Capriles usaba camisas con los colores de la bandera, un símbolo propio del chavismo, porque pretendía cosechar los votos de supuestos chavistas hastiados de tantos años de gobierno del Comandante. Los diez puntos de diferencia fueron tan contundentes que la prensa reaccionaria latinoamericana se limitó a copiar que Chávez, tras el resultado, se encamina a gobernar 20 años.

Lo que ninguno de los analistas se anima a preguntar es por qué, en elecciones libres, no hay quien pueda doblar el brazo del gobierno bolivariano. La explicación es mucho más compleja que la cantidad de barriles de petróleo que pueda destinar a gobiernos aliados, pero tiene mucho que ver con eso. La Argentina es un buen ejemplo de cómo funciona la cooperación entre naciones que deciden emprender un camino soberano después de haber vivido la expoliación de los organismos financieros internacionales.

La cercanía entre Chávez y Néstor Kirch-ner tiene un punto clave a principios de 2004, después de que Kirchner decidiera cruzar el Rubicón y hacer la oferta de reducción drástica de la deuda externa. Fue en septiembre de 2003, apenas cuatro meses después de asumir el gobierno, y la decisión era tan simple como sin vuelta atrás: del total de 87 mil millones de dólares, el gobierno ofrecía pagar unos 23.250. ¿Cómo se llegaba a esa cifra tan disminuida? Pues haciendo un descuento del 75% sobre el capital. Un país en default que en vez de tirarse de rodillas al FMI decidía encarar un camino propio no iba a tener el caluroso recibimiento del llamado mercado voluntario de capitales. Kirchner abrió las relaciones con Caracas y el gobierno de Chávez empezó a comprar bonos del Estado argentino. De a poco, el vínculo comenzó a diversificarse. Por caso, la venta de fueloil venezolano hacia la Argentina se hacía con plazos razonables, cuando ninguna empresa privada hubiera salido del pago a contado rabioso, producto del cerco financiero al que sometían a la Argentina.

Lo que los analistas conservadores se niegan a ver es que el proceso de integración de naciones al margen de los centros financieros de poder no sólo es posible sino que es muchísimo más conveniente. Hasta 2004, la relación comercial entre Argentina y Venezuela era marginal. Desde ese momento, el intercambio tomó un rumbo sostenido y permitió que Venezuela pasara a ser el séptimo destino de las exportaciones argentinas. Con un atractivo muy particular: Venezuela demanda productos industriales y muchos de los exportadores son pymes. Por otra parte, crecieron los acuerdos de cooperación con el INTA y por eso el actual embajador argentino, Carlos Cheppi, es un ingeniero agrónomo que hizo toda su carrera profesional en el INTA. Esta plataforma, iniciada en 2004, es la que permite ver la perspectiva de integración plena de Venezuela al Mercosur o permite ver el papel que puede jugar la estatal PDVSA en el futuro de YPF. No puede dejarse de lado que la mayoría de las multinacionales petroleras son remisas a invertir en YPF debido a las acciones judiciales de Repsol en reclamo de compensaciones por la estatización de la compañía impulsada por Cristina Fernández de Kirchner y convertida en ley por una mayoría abrumadora. Argentina tiene reservas de gas y petróleo no convencional –Neuquén, yacimiento de Vaca Muerta– codiciadas por las grandes multinacionales. No faltan en la Argentina dirigentes políticos que prefieren caer en manos de esas multinacionales en vez de abrir el juego en función de garantizar la soberanía energética y evitar la dependencia financiera. Precisamente, parte del odio a Cristina Fernández de Kirchner es que con YPF tomó un rumbo tan desafiante como el que había tomado Néstor Kirchner en 2003 respecto del mercado financiero. Un camino soberano.

EL CLIMA POLÍTICO.

La comprensión de las mejoras económicas y sociales en América Latina durante estos años no va siempre de la mano de las simpatías políticas hacia quienes pudieron poner en marcha la recuperación del empleo o planes sociales de inclusión. Hubo, en la campaña electoral venezolana, un tema muy presente relativo a cómo perciben los sectores medios los beneficios de la Revolución Bolivariana. Fue muy interesante la larga entrevista realizada por José Vicente Rangel, quien fuera durante cinco años vicepresidente de Chávez (2002-2007) y una figura legendaria en la izquierda venezolana. En un momento de la conversación, Chávez le decía, con tono pícaro, que empresarios ricos como Gustavo Cisneros o Pedro Carmona debían votar por él porque en estos años les fue muy bien en sus negocios. Carmona fue quien dio la cara por el golpe en 2002 y Cisneros es un hábil empresario de medios que navega entre el chavismo y el antichavismo de acuerdo a sus puras conveniencias. Rangel, con gesto adusto, le dijo a Chávez: pero tú sabes que votarán contra ti. Se abrió un diálogo imprescindible entre ellos relacionado a que, a lo largo de estos 13 años, se dio una movilidad social ascendente que incluye la recuperación del poder de compra de sectores medios tradicionalmente liberales –y antichavistas– así como de sectores populares que rompieron la barrera de vivir al día y pudieron pasar a buenos niveles de consumo. La pregunta más de fondo, en este caso, podría ser si es esperable que una sociedad consumista y capitalista produzca valores socialistas y solidarios o, más bien, reproduce una ideología individualista, propia del sistema que le da sustento. Más concretamente, en Venezuela el domingo pasado se pusieron en tensión dos cosas, entre otras tantas. Por un lado, si había un sector de origen social popular y chavista, desencantado del discurso aunque beneficiado por las mejoras económicas y los planes sociales. Si eso era así, las posibilidades de la oposición de hacerse del triunfo no eran ingenuas. Por otro lado, también se ponía a prueba si un sector –minoritario– de las capas medias que viven en barrios residenciales estaban dispuestas a darle el apoyo –crítico– al chavismo. Si era así, Chávez podía aspirar a ganar por un margen importante.

Antes de analizar brevemente qué pasó este domingo, conviene reparar en los resultados obtenidos por Chávez en anteriores elecciones. En diciembre de 1998 ganó con el 56% de los votos. Tras asumir, comenzó el proceso de reforma de la Constitución: en abril de 1999, la Asamblea Constituyente; en junio, la elección de convencionales; y la aprobación de la nueva Constitución, en diciembre de 1999. Aunque ganó por más del 70%, la abstención electoral era del 50 por ciento. En julio de 2000 se eligieron todos los cargos con la nueva Constitución, y el chavismo obtuvo el 59% de votos –en promedio–, con lo cual no sólo tuvo el Ejecutivo sino mayoría absoluta en la Asamblea Nacional. 

Poco después comenzaron las reformas económicas que motivaron la arremetida antichavista que culminó con el golpe –frustrado en pocos días– de 2002. Pero luego, el panorama distó de ser simple, los sindicatos petroleros se alinearon con los empresarios privados y protagonizaron una huelga con gravísimas consecuencias económicas para el país. El paro terminó con un rotundo fracaso y con la expulsión de decenas de miles de empleados que se habían constituido en la base de una movida realmente destituyente, justamente después de la estatización de PDVSA, con lo cual el chavismo se garantizaba el manejo de recursos para la transformación de la sociedad. Eso sí, como todo cambio, tocaba los nichos de poder prebendario de dirigentes petroleros y empresarios privados. Tras ello, en 2004, la oposición buscó la revocatoria de mandato de Chávez y este aprovechó para mostrar el respaldo con el que contaba: en agosto de ese año, con una concurrencia del 70% de los votantes, obtuvo el 60% del apoyo de los venezolanos. En 2005, para las elecciones legislativas, la oposición decidió no presentarse con el argumento de que serían elecciones fraudulentas. Esa movida golpista no trajo mayores consecuencias, salvo que la Asamblea se renovó con candidatos chavistas exclusivamente. En las presidenciales de 2006, ante una oposición cerrada, Chávez obtuvo el 62% de los votos. En diciembre de 2007, Chávez llamó a un referéndum para hacer algunas modificaciones a la Constitución. El llamado Bloque del No, heterogéneo, logró instalar que habría un avasallamiento sobre la propiedad privada individual y Chávez perdió los comicios. Con el 50,7% de los votos en contra, Chávez no sólo reconoció la derrota sino que salió, de inmediato, a recuperar el diálogo con sectores medios desencantados. Una de las primeras medidas fue sacar la red de distribución de gasolina (PDVSA) para convertirlas en mercados para clases populares y, sobre todo, sectores medios. Las denuncias de acaparamiento y de corrupción en la entrega de planes alimenticios fueron contestadas con una medida práctica. En las semanas siguientes, se lo veía al presidente recorrer los mercaditos y conversar con las señoras sobre el precio de las verduras y el pollo.

En las elecciones regionales de 2008, el chavismo volvió a recuperar la mayoría. En febrero de 2009, el referéndum para permitir la renovación de mandatos –reelección– le permitió a Chávez obtener el 54,8% de los votos con una participación del 70% de los votantes. En septiembre de 2010 hubo elecciones legislativas y lo nuevo fue la estrategia de la oposición. Habían perdido demasiados años creyendo que el chavismo caería por su propio peso o por efecto de algún golpe de mercado o por algún bloqueo internacional o por la combinación de las siete plagas de Egipto. La realidad es que los laboratorios político-electorales del antichavismo habían sido decepcionantes aun para una amplia base social antichavista. La creación en 2008 de la llamada Mesa de la Unidad Democrática le permitió a un amplio y desunido espectro presentarse con las mismas boletas electorales y obtener un resultado más que estimulante. El chavismo, en esas legislativas, obtuvo el 48% de los votos, mientras que ese espacio lograba el 47 por ciento. La concurrencia era del 65% de los ciudadanos, que para una legislativa no era poco. Tras la enfermedad de Chávez en 2011 y con ese antecedente electoral de septiembre de 2010, se llegaba a este domingo 7 de octubre. Capriles no era el candidato de un partido sino de ese heterogéneo espacio de la Mesa de la Unidad Democrática. No era un empresario golpista (aunque participó del golpe de abril de 2002) sino un gobernador (del estado de Miranda). La derecha había perdido mucho tiempo y se disponía a mostrar su poderío en estas elecciones. Querían imponerse a un presidente enfermo y al que acusaban de ser un enfermo del cargo. Eso sí, con prudencia, con respeto, sin insultos. Querían ser la alternativa.

Pero lo que pasó el domingo 7 fue que una porción del electorado que podría haber prestado atención al canto de las sirenas prefirió escuchar la melodía de un proceso de transformación sostenido y previsible. También funcionó la sintonía fina de un líder que no pierde de vista los cambios que se producen al interior de las sociedades que viven procesos calificados de revolucionarios. Chávez, mejor que nadie, supo combinar la decisión de emprender un camino nuevo con la necesidad de no recortar la democracia. Esos diez puntos de ventaja deben ser vistos como el logro de un proceso de conocimiento de los cambios al interior de una sociedad y no sólo como la reafirmación de la lealtad del pueblo.

Fuente : Tiempo Argentino 

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Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

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