Por Eduardo Blaustein
La historia es más que conocida. El propio Néstor Kirchner la
describía con su estilo llano, resumido: llegó a la presidencia de
carambola, antes de lo que pretendía, “con más desocupados que votos”.
Sin siquiera ponerse a valorar la calidad de su gobierno, lo excepcional
de su ciclo fue constituirse casi desde la nada, a contracorriente del
poder de presión de sectores retrógrados, hasta finalizar su mandato
bien por arriba de increíbles 60 puntos de imagen positiva (como
Cristina a poco de ganar en octubre pasado). Lo excepcional en el caso
de Cristina tiene matices distintos, aun en la continuidad. Primero:
porque esa misma continuidad implicaba desgaste. Lo que antes había sido
novedad ahora sería comparación.
Si con tal de volver a la normalidad
antes se habían tolerado ciertas impertinencias del kirchnerismo, un
segundo ciclo era demasiado, entre otros para el Grupo Clarín, con quien
Néstor había apostado a convivir.
Lo excepcional en Cristina fue superar la debacle del 2008-2009,
remontar una crisis económica seria, reinventarse casi desde abajo con
algunos atributos distintos a los de Néstor, enfrentar con coraje el
desgarro por el fallecimiento de su compañero, ganar las elecciones con
el 54% de los votos, cuando pocos meses antes se sostenía que el
kirchnerismo jamás pasaría de un tercio de los sufragios.
La buena noticia actual es que a dos años de la muerte del ex presidente
el kirchnerismo tiene tela para cortar, sigue siendo por afano la
fuerza política más potente y extendida del país. Pero el cuadro de
situación es otra vez distinto, acumula fatigas. Ni la pura épica ni
retroceder a la legitimidad electoral congelada del 54% (los consensos
mutan) son elementos útiles para saber dónde está parado hoy el
kirchnerismo. La actual no es la etapa agitada e intensísima de
reconstrucción del primer ciclo ni esa otra fase “blanca” de la
presidencia de Cristina: la de reformas incluso más novedosas que las
que se habían planteado antes, estatizaciones, ley de medios y de
matrimonio igualitario, ampliación de derechos, AUH, Ministerio de
Ciencia y Tecnología, el clima del Bicentenario. En un contexto
económico mundial más embromado que el de 2009 (al que se suman desde el
problema inflacionario a la caída de la actividad industrial y la
escasez de divisas), el tiempo actual es más gris, más árido, más
amesetado, de ritmos y acciones más esforzadas.
Los gobiernos kirchneristas necesitan desesperadamente, ante el embate a
menudo brutal de los sectores conservadores, sostenerse en legitimidad
de ejercicio, iniciativa permanente, anclar en resultados de gestión
medibles y concretos. Para el kirchnerismo quedarse y no poder avanzar
en nuevas realizaciones es riesgoso. Otras administraciones no están
condenadas a subir la roca a la montaña todos los días. Aunque más no
sea porque no tocan intereses, no suscitan conflictos, no pisan callos.
Sostenerse en hiperactividad permanente no es nada fácil y en estos
meses algunas de las mejores iniciativas oficiales demoran en tener
efectos virtuosos sobre la economía y la vida cotidiana de las mayorías
(recuperación de YPF para paliar la sangría de divisas por la
importación de combustibles, plan ProcreAr de construcción de viviendas,
obligación para bancos y aseguradoras de destinar recursos a la
producción, el empleo, las obras de infraestructura).
Ante ese desafío, y siempre para mostrarse activo, afilado, atento a los
estados cambiantes del ánimo colectivo, el Gobierno, además de gestión,
necesita de más política, de más interpelación, más apertura, otro tipo
de sintonía fina, la referida a la percepción de lo que ocurre con la
sociedad. A contramano de esa necesidad, hay en cierto kirchnerismo una
tendencia a engolosinarse en las propias virtudes reales o imaginarias, a
hablarle no a la sociedad sino a la tropa propia, desde códigos
propios. En términos institucionales, sucesorios y políticos, el
kirchnerismo corre el riesgo de desgastarse también por vía de la enorme
dependencia que tiene de la figura presidencial y de su
sobreexposición.
Hubo algunas señales de alerta que se dieron sobre algunos problemas
antes los cuales el kirchnerismo no actuó a tiempo. Como venían “de la
derecha” no pareció del todo verosímil hace tiempo que se perdieran
apoyos sindicales, que el problema energético fuera tan grave como para
condicionar la economía, que los recursos del Estado no eran infinitos.
Si se sabía que la inflación del Indec no es la real o que el sistema
ferroviario sobrevivía en estado de desastre. Que costaba seguir
peleando contra los núcleos duros de pobreza.
Se sabe que la oposición mediática encontró virtudes en Néstor que antes
había negado, aquellas relacionadas, por ejemplo, con la atención
constante al armado propio. La discusión sigue siendo posible. ¿Néstor
fue más “pejotista” que Cristina? ¿Más realista o muchachero a la hora
de juntarse y arreglar y pelearse y volverse a juntar con algunos? A la
vez, sin embargo, Cristina seguramente logró una mejor empatía con
ciertos sectores, valores y temáticas de las complejas clases medias.
El desafío kirchnerista a la hora de hacer y abrir política no es sólo
avanzar en la consolidación de Unidos y Organizados, una tarea imperiosa
pero referida a la interna kirchnerista/peronista “amplia”. El desafío,
otra vez, es evitar la tentación del encierro. Esa sensación es la que
parece transmitir por momentos la batalla del 7/D (aun así es admirable
la fortaleza con la que se pelea). No se trata de quitarle trascendencia
a esa batalla sino entender y hacer percibir que hay otras muchas
batallas que dar a la hora de invertir energía política en mejorarle la
vida a la gente. Sobre todo teniendo en cuenta dos cosas. La primera,
que hace un año Cristina ganó una elección por simple arte de buen
gobierno y contra la corporación mediática, que no es omnipotente. La
segunda: porque ya sea por el eventual surgimiento de nuevas dilaciones
judiciales o por lo complejos que serán los procesos de desinversión, es
muy posible que el 7/D no vaya a funcionar según los cánones de los
viejos manuales, como aquel sonoro trompetazo que dividió la Edad Media
de la Moderna. La historia se construye más humilde y complejamente,
todos los días, desde múltiples tonos y espacios de acción. Un poco como
lo sugería Néstor cuando hablaba de la recuperación económica, “pesito a
pesito”.
Fuente : Miradas al Sur
domingo, 28 de octubre de 2012
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