(20 de Noviembre o 20/11 en lugar de esas abreviaturas ridículas que ponen al 8 de noviembre le decian ridiculamente 8N y al 7 de diciembre cuando vence la cautelar del grupo Clarin le dicen 7 D )
Los sindicalistas argentinos hace décadas que no son dirigentes políticos, dejaron de serlo a raíz de la derrota del '76. El viejo cuento del policía bueno y del policía malo suele funcionar, incluso con aquellos que lo conocen, porque la necesidad de esa "diferencia" suele tener más peso que un dato evidente: ambos son policías. Pero conviene no abusar de las analogías, de lo contrario la explicación adquiere carácter caricaturesco, sus trazos tienden a la simplificación y a la unilateralidad.
Y este es el punto: los sindicalistas argentinos hace décadas que no son dirigentes políticos, dejaron de serlo a raíz de la derrota del '76, pero eso no les impide ser referentes sindicales más allá o más acá del sistema de alianzas en el que participen (CGT oficialista y opositora, CTA oficialista u opositora, y sindicatos y militantes de organizaciones variopintas). Y los alineamientos sindicales, cuando no obedecen a profundas delimitaciones políticas, son siempre susceptibles de reformulación. Dicho brutalmente: la política en el movimiento obrero argentino es un lazo tenue, débil, casi exclusivamente electoral. Por eso, cuando Hugo Moyano se preguntó alguna vez por qué no hubo en la Argentina un presidente de origen obrero, como el caso de Lula en Brasil, la respuesta surge nítida: porque los trabajadores argentinos hace tiempo que no hacen política, y por ende no tienen partido propio.
Y la única vez que lo lograron, el partido laborista construido
desde los sindicatos con motivo de dar sustento electoral a la
candidatura presidencial de Juan Domingo Perón en 1946, tuvieron que
terminar aceptando pocos meses más tarde la "fusión" en el Partido Único
de la Revolución Nacional, para después terminar siendo peronismo a
secas, PJ. Es decir, los que organizaron el 17 de octubre que funda el
peronismo como movimiento democrático de los trabajadores, no pudieron
resistir al jefe; y cuando Perón ordenó la fusión, más allá de las
resistencias puntuales, como el caso de Cipriano Reyes, dirigente del
Sindicato de la Carne, terminaron todos en el redil.
Eso sí, la
capacidad por materializar otro 17 de octubre dejó de ser patrimonio de
la nueva dirigencia sindical. Perón lo sabía y lo hizo exactamente para
que así fuera.
Volvamos a empezar. El paro convocado por los aliados de Moyano el
20N alcanzó su meta. La metodología empleada, el piquete, cumplía un
objetivo preciso: cambiar en un punto determinado (el lugar del corte)
la relación de fuerzas general. Una vieja consigna maoísta, lo sepan o
lo ignoren quienes instrumentan ese viejo método, opera y razona así: no
importa si la relación de fuerzas estratégica no resulta favorable,
incluso puede ser sumamente desfavorable, se trata de que en el punto
donde se dirima tácticamente (en este caso, el punto de corte) pueda ser
invertida. Entonces, si estratégicamente es cuarenta a uno,
tácticamente se puede invertir. Por eso, un segmento de las
organizaciones sindicales que representa en el mejor caso la cuarta
parte de los trabajadores sindicalizados, cuando la mayoría no lo está,
fue capaz de remplazar todas sus falencias mediante este método
político.
Y eso es así porque el gobierno no reprime la protesta social. No
se trata de una apreciación abstracta, de sus credenciales democráticas
–que las tiene–, sino de un elemento mayor: reprimir una protesta
requiere que el instrumento sea políticamente confiable, de lo contrario
el sentido mismo del acto puede ser desfigurado. Como el gobierno puede
confiar políticamente en las fuerzas represivas de las que dispone sólo
a medias, en rigor de verdad no está en condiciones de elegir. Y el
ministro del Interior sabe, o debiera saber, que todo intento en esa
dirección terminaría del mismo modo que en el Parque Indoamericano.
Es posible discutir sobre la legitimidad o ilegitimidad del
instrumento utilizado por Moyano; pero en tanto y en cuanto sus
resultados no dejan de operar con eficacia y los costos políticos de su
funcionamiento no son ni remotamente mayores a los beneficios que
arrima, no pareciera el camino analítico más adecuado. Toda apreciación
que no parta del realismo, que no contabilice sin mayores
prestidigitaciones ideológicas los resultados, corre el serio riesgo de
desconocer la naturaleza de lo acontecido. No se trata de un "apriete" y
mucho menos de una traición, sino de un conjunto de reivindicaciones
que por la negociación o por la fuerza los dirigentes sindicales, en
tanto representantes de los trabajadores y de sus aspiraciones, están
dispuestos a llevar adelante. Conviene no equivocarse, si esos son los
dirigentes sindicales es porque estos son los trabajadores. Existe una
relación de determinación entre un elemento y el otro. La ingenua idea
de los dirigentes traidores y burocratizados con dirigidos impolutos
resulta excesiva Para que no haya ninguna duda: el plazo para escuchar
las demandas de todos los trabajadores ha sido fijado por el máximo
referente de la CGT "oficialista". Y no lo hizo en cualquier lugar, sino
en las columnas del archienemigo Clarín: el gobierno dispone de 90 días
para actuar en consecuencia. Por tanto, es muy probable que lo haga.
Una lectura en otra dirección corre el riesgo de ignorar el principio de
realidad. Y no ha sido ignorando qué pasa como el oficialismo vino
manejándose a lo largo de casi una década.
LA LECTURA DE LA UOM.
El fastidio de la dirección de la Unión
Obrera Metalúrgica por los decires del senador Fernández no fue
disimulado ni un instante. En el sitio oficial que la UOM dispone en
Internet se puede leer íntegro el rajante comunicado de los hombres de
Antonio Caló. El senador pensó, equivocadamente por cierto, que su
juicio sobre Augusto Timoteo Vandor era una chicana contra Moyano. El
error es doble, no sólo ignoraba la ambigua relación entre los que
pararon y los que no lo hicieron, sino, y lo que es mucho más grave,
hacía propia una valoración "moral" que compartiera la tendencia
revolucionaria del peronismo en la década del '70, sin la menor
relectura crítica.
Es cierto que Vandor no dejo de recurrir a triquiñuelas deleznables
para conservar la dirección de la UOM durante el gobierno del general
Juan Carlos Onganía, y que respaldó a ese general al punto que se puso
saco y corbata para el día de la asunción del jefe de la caballería
azul, en junio de 1966. Tan cierto como que en enero del '69, la UOM en
su congreso nacional de Mar del Plata, cambió violentamente de rumbo.
Por eso, cuando en mayo del '69 se produjo el Cordobazo, Vandor fue su
artífice político. Recordemos, el movimiento obrero estaba dividido. De
un lado la CGT de los Argentinos y del otro la oficial. En Córdoba, el
principal sindicato de la provincia, SMATA, los mecánicos, militaba en
las huestes de Vandor. Y el principal sindicato de la CGTA, Luz y Fuerza
del "Gringo" Tosco, confluyeron junto con la UTA, de Atilio López, en
el paro activo del 29 de mayo. Fue Vandor el que determinó ese
comportamiento, paro activo en Córdoba, y paro nacional dominguero en el
resto del país. Golpear duro y negociar, esa era la estrategia
vandorista. En la actual dirección del movimiento obrero, más allá de
las tendencias sindicales y de las adhesiones políticas personales de
los dirigentes, ninguno tiene ni la afinada lectura del extinto
dirigente de la UOM, ni su afilada capacidad de réplica política. Esas
capacidades entre los actuales dirigentes de los trabajadores se
extrañan.
No se trata de una deficiencia tan sólo personal. La derrota del
'76 constituye hasta hoy el límite. Una nueva camada de dirigentes
saldrá de una nueva serie de luchas, la idea de que todo siga tal como
es hoy no sólo resulta conservadora sino además ingenua. Así como toda
la sociedad argentina ha sido sacudida una y otra vez por el proceso de
democratización que la recorre desde la anulación de las leyes de
Obediencia Debida y Punto Final, por la Suprema Corte de Justicia, el
movimiento obrero aun espera que el impacto del juicio a Pedraza y los
demás cómplices del asesinato de Mariano Ferreyra tenga su retraducción
política. Y como está en la naturaleza de las cosas, más tarde o más
temprano terminará sucediendo.Fuente : Tiempo Argentino
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