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lunes, 10 de diciembre de 2012

García Márquez periodista

Por Eduardo Anguita

10 de diciembre de 1982. Recibe en Estocolmo el premio nobel de literatura.

Una crónica por el recorrido del genial autor de Cien años de soledad –con sus palabras, su compromiso y su lucha– que sirve para desentrañar cuál es el verdadero rol del periodismo en un mundo dominado por el capital.

Entre 1980 y 1984, El Espectador, de Bogotá, publicó domingo a domingo 173 impresionantes artículos de prensa de Gabriel García Márquez. Vale la pena volver a algunas de aquellas notas en estos días en los cuales se habla tanto de medios y de titulares de medios. Titulares en el sentido de empresarios y de títulos, como si el periodismo tuviera que girar en torno a ambas notoriedades y no al fango que le da sentido. Y lo de medios también es bueno resignificarlo cuando se puede buscar enteros, como es el caso del gran escritor colombiano.

La semana pasada, Gabo, periodista conoció la luz en la Feria del Libro de Guadalajara, México. Se trata de una serie de textos del autor seleccionados por unos periodistas destacados, a las que se suman una larga entrevista a su esposa Mercedes y un perfil hecho por Gerald Martin, autor de una excelente biografía sobre García Márquez. El libro es una edición gratuita y limitada que llegará a Colombia recién la semana próxima y será un acontecimiento: Gabo periodista, el de carne y hueso, celebrará los treinta años del día en que le dieron el Nobel de Literatura.

En aquel oscuro 1982, el maestro del realismo mágico disparó muchas verdades. Un párrafo de lo dicho en la Academia sueca alcanza para reconocer la valentía y la elocuencia de García Márquez:  
“Hace once años, uno de los poetas insignes de nuestro tiempo, el chileno Pablo Neruda, iluminó este ámbito con su palabra. En las buenas conciencias de Europa, y a veces también en las malas, han irrumpido desde entonces con más ímpetus que nunca las noticias fantasmales de la América latina, esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda. No hemos tenido un instante de sosiego. 

Un presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas murió peleando solo contra todo un ejército, y dos desastres aéreos sospechosos y nunca esclarecidos segaron la vida de otro de corazón generoso, y la de un militar demócrata que había restaurado la dignidad de su pueblo. En este lapso ha habido cinco guerras y 17 golpes de Estado, y surgió un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América latina en nuestro tiempo.

Mientras tanto 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa occidental desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión son casi los 120 mil, que es como si hoy no se supiera dónde están todos los habitantes de la ciudad de Upsala. 

Numerosas mujeres arrestadas encintas dieron a luz en cárceles argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares”.


Los argentinos tendremos que esperar un tiempo para honrarnos con este libro. Su sola parición ya es una invitación –ahora que se habla tanto de medios– a comentar y recordar la tarea periodística de los últimos ¡sesenta y cuatro años! del colombiano. Aunque 64 parezca casi un tercio de 100 años ¿de soledad?, esta vez, es cronología pura. Gabriel José de la Concordia García Márquez se presentó a mediados de 1948 en las oficinas de El Universal, de Cartagena, ciudad muy cercana de su natal Aracataca. El joven no aterrizaba allí por los 250 kilómetros que lo separaban de su pueblo natal. A sus 21 años ya había probado la medicina del realismo oligárquico colombiano. Un año antes había ido, becado, a Bogotá a estudiar Derecho. Sin embargo, el asesinato del líder popular Jorge Eliécer Gaitán lo dejaba sin beca y con las aulas clausuradas. Al Bogotazo, expresión masiva de repudio al magnicidio, lo sucedió una violencia inusitada en Colombia. Los cuerpos de los campesinos, como relatara años después García Márquez, teñían de rojo el río Magdalena. Los hechos quizá nublaron la vista de quien quería ser abogado, sin saber quizás que Gaitán era abogado o que ese fatal 9 de abril de 1948 Gaitán tenía previsto ver a un joven estudiante de Derecho llamado Fidel Castro.

García Márquez se convertiría en Gabo una vez que volvía a Bogotá. Así bautizaron en la redacción de El Espectador a ese muchacho de rulos negros y bigote joven que combinaba literatura y periodismo con la misma facilidad con la que podía comerse un ajiaco bogotano (sopa con pollo y papas) o engullir un mero del mar Caribe. Sus habilidades tomaron vuelo en base al infortunio de un marinero que sobrevivió diez días tras haber caído al mar sin llevar consigo ni agua ni galletas ni sombrilla y aferrarse a la esperanza de que los tiburones no pudieran servirse de su carne. El náufrago en cuestión, Luis Alejandro Velasco, había regresado a Colombia y cuando esa historia llegó a oídos de uno de los editores del diario, José Salgar, de inmediato pensó en el muchacho de Aracataca al que habían bautizado Gabo en esa redacción. Según contó Salgar a Associated Press unos años después, “la noticia era demasiado fría y ya había pasado mucho tiempo”. Lo llamó a Gabo y le dijo: “Póngale usted cosas, sin desvirtuar la verdad, un poco de las arandelas literarias que usted aprendió y agregue el color caribe que quiere meterle al periodismo bogotano”. Para cualquiera que haya vivido alguna jornada en un diario, esa frase es casi un paradigma de las orientaciones de los veteranos a los más jóvenes. El muchacho de bigotes y pluma desplegada logró una historia que se prolongó por veinte entregas. El doble de los desgraciados días del marinero. El éxito no se debió –solo– a la imaginación de Gabo. Rodolfo Walsh dijo: “Hay un fusilado que vive” cuando pudo hablar con Juan Carlos Livraga en el fatídico junio de 1956. De esos testimonios surgieron los relatos por entrega que se convirtieron en Operación Masacre, un texto imprescindible de la literatura y el periodismo. Un año antes, Gabo convertía al marinero Velazco en el sobreviviente que habla y tiempo después se conocía este otro texto notable, Relato de un náufrago.

Notas de prensa. Un año antes de que la Academia premiara a Gabo, en diciembre de 1981, con América latina intoxicada de patrullas militares y paramilitares, agentes norteamericanos y medios que silenciaban las masacres, El Espectador publicaba el artículo “Recuerdos de periodista” como si se tratara de un relato costumbrista y no de una bomba molotov, tal como la tomaban los dictadores y los dueños de los medios. Gabo empezaba su artículo con toda naturalidad: “Uno de mis mejores recuerdos de periodista es la forma en que el gobierno revolucionario de Cuba se enteró, con varios meses de anticipación, de cómo y dónde se estaban adiestrando las tropas que habían de desembarcar en la bahía de Cochinos. La primera noticia se conoció en la oficina central de Prensa Latina, en La Habana, donde yo trabajaba en diciembre de 1960 y se debió a una casualidad casi inverosímil. Jorge Masetti, el director, cuya obsesión dominante era hacer de Prensa Latina una agencia mejor que todas las demás, tanto capitalistas como comunistas, había instalado una sala especial de teletipos solo para captar y luego analizar en junta de redacción el material diario de los servicios de prensa del mundo”. De inmediato, agrega: “Una noche, nunca se supo cómo, se encontró con un rollo que no era de noticias sino del tráfico comercial de la Tropical Cable, filial de la All American Cable en Guatemala. En medio de los mensajes personales había uno muy largo y denso, y escrito en una clave intrincada. Rodolfo Walsh, quien además de ser muy buen periodista había publicado varios libros de cuentos policíacos excelentes, se empeñó en descifrar aquel cable con la ayuda de unos manuales de criptografía que compró en alguna librería de viejo de La Habana. Lo consiguió al cabo de muchas noches insomnes y lo que encontró adentro no fue solo emocionante como noticia sino un informe providencial para el gobierno revolucionario. El cable estaba dirigido a Washington por un funcionario de la CIA adscrito al personal de la Embajada de Estados Unidos en Guatemala y era un informe minucioso de los preparativos de un desembarco armado en Cuba por cuenta del gobierno norteamericano. Se revelaba, inclusive, donde iban a prepararse los reclutas: la hacienda de Retalhueleu, un antiguo cafetal en el norte de Guatemala”.

Solo para quienes no conocen cómo siguió aquella historia: Walsh, fingiendo ser un pastor religioso, acudió con una Biblia al cafetal en cuestión para husmear en los detalles de la operación. En abril de 1961, se produjo la invasión y fue conjurada con Fidel Castro al frente de las operaciones. Como detalle adicional, tanto García Márquez como Walsh como el mismo Castro tenían, por entonces, unos jóvenes 35 años.

Los fantasmas y Borges. Quisieron los senderos que se bifurcan que la primera de las 173 notas de prensa publicadas en El Espectador fuera “El fantasma del Premio Nobel” y estuviera centrada en Borges y la Academia sueca. A esa altura, el reconocimiento hacia el colombiano era tal, que Gabo podría haber sido más diplomático con los herederos del inventor de la dinamita, cuyo deceso fue un 10 de diciembre. Es curioso, como dato adicional, que el premio a las letras y no a los fabricantes de bombas se entregue como ritual onomástico en memoria de Alfred Nobel.

“Todos los años –comienza Gabo–, por estos días, un fantasma inquieta a los escritores grandes: el Premio Nobel de Literatura. Jorge Luis Borges, que es uno de los más grandes y también de los candidatos más asiduos, protestó alguna vez en una entrevista de prensa por los dos meses de ansiedad que lo someten los augures. Es inevitable: Borges es el escritor de más altos méritos artísticos en lengua castellana, y no pueden pretender que le excluyan, solo por piedad, de los pronósticos anuales.” Gabo consigna la desdichada visita de Borges a Pinochet y su frase rastrera cuando le extendió la mano al dictador: “Es un honor inmerecido ser recibido por usted, señor presidente. En la Argentina, Chile y Uruguay se está salvando la ley y el orden”. Lo interesante es que García Márquez consigna que se trataba de “algo que no tenía nada que ver con su literatura magistral”.

Más adelante, el texto repara en la Academia sin cálculos ni miramientos. Resulta una mueca del destino que justo dos años después esos académicos a los que Gabo sacude lo invitaran a Estocolmo para premiarlo. Se interroga sobre ellos: “Cómo proceden, cómo se ponen de acuerdo, cuáles son sus compromisos reales, es uno de los secretos mejor guardados de nuestro tiempo”. Luego, agrega: “Otro secreto bien guardado es dónde está invertido un capital que produce tan abundantes dividendos (…) Dicen las malas lenguas que el capital está invertido en las minas de oro de África del Sur y que, por consiguiente, el Premio Nobel vive de la sangre de los esclavos negros. La Academia Sueca, que nunca ha hecho una aclaración pública ni respondido a ningún agravio, podría defenderse con el argumento de que no es ella, sino el Banco de Suecia, quien administra la plata. Y los bancos, como su nombre lo indica, no tienen corazón”.

Las fuentes. Es una pena, pero la mayoría de los redactores utiliza la palabra fuente para referirse a una persona o entidad determinada a la que considera más o menos creíble. Es más, se hace un culto de las fuentes como si la calidad de un relato estuviera definitivamente marcada por la historia que quiere hacer destapar alguien que se vale de un periódico para que se conozca algo. Puede resultar un poco atravesado este asunto para el lector pero vale la pena reparar un poco en ello antes de hurgar algunos textos periodísticos de García Márquez. En los últimos años –incluso algunos periodistas que van a dar clases a la Fundación del Nuevo Periodismo Iberoamericano– quieren convencer a los estudiantes y a los jóvenes periodistas que “lo más importante son las fuentes”, generalmente entendidas como las “gargantas profundas” o informantes de identidad reservada. Se refieren a agentes de desinformación o ejecutivos que pierden negocios o gente de esa clase, que hay mucha más de la que uno cree. Una interpretación mucho menos detectivesca permite valorar las historias por sí mismas y por la autoría. Lo interesante de García Márquez es que su singularidad siempre estuvo asociada al trabajo colectivo. Gabo es fuente de sabiduría para los que intentan (incluyendo a este cronista) honrar la prensa como un territorio imprescindible para una sociedad plural. Y también es una fuente para entender al periodismo como un lugar de responsabilidad y de provocación al mismo tiempo.

Fuente : Miradas al Sur 

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Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

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