Por Eduardo Anguita
10 de diciembre de 1982. Recibe en Estocolmo el premio nobel de literatura.
Una crónica por el recorrido del genial autor de Cien años de soledad –con sus
palabras, su compromiso y su lucha– que sirve para desentrañar cuál es el
verdadero rol del periodismo en un mundo dominado por el capital.
Entre 1980 y 1984, El Espectador, de Bogotá, publicó domingo a domingo 173
impresionantes artículos de prensa de Gabriel García Márquez. Vale la pena
volver a algunas de aquellas notas en estos días en los cuales se habla tanto de
medios y de titulares de medios. Titulares en el sentido de empresarios y de
títulos, como si el periodismo tuviera que girar en torno a ambas notoriedades y
no al fango que le da sentido. Y lo de medios también es bueno resignificarlo
cuando se puede buscar enteros, como es el caso del gran escritor colombiano.
La semana pasada, Gabo, periodista conoció la luz en la Feria del Libro de
Guadalajara, México. Se trata de una serie de textos del autor seleccionados por
unos periodistas destacados, a las que se suman una larga entrevista a su esposa
Mercedes y un perfil hecho por Gerald Martin, autor de una excelente biografía
sobre García Márquez. El libro es una edición gratuita y limitada que llegará a
Colombia recién la semana próxima y será un acontecimiento: Gabo periodista, el
de carne y hueso, celebrará los treinta años del día en que le dieron el Nobel
de Literatura.
En aquel oscuro 1982, el maestro del realismo mágico disparó muchas verdades. Un
párrafo de lo dicho en la Academia sueca alcanza para reconocer la valentía y la
elocuencia de García Márquez:
“Hace once años, uno de los poetas insignes de
nuestro tiempo, el chileno Pablo Neruda, iluminó este ámbito con su palabra. En
las buenas conciencias de Europa, y a veces también en las malas, han irrumpido
desde entonces con más ímpetus que nunca las noticias fantasmales de la América
latina, esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya
terquedad sin fin se confunde con la leyenda. No hemos tenido un instante de
sosiego.
Un presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas murió
peleando solo contra todo un ejército, y dos desastres aéreos sospechosos y
nunca esclarecidos segaron la vida de otro de corazón generoso, y la de un
militar demócrata que había restaurado la dignidad de su pueblo. En este lapso
ha habido cinco guerras y 17 golpes de Estado, y surgió un dictador luciferino
que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América latina en
nuestro tiempo.
Mientras tanto 20 millones de niños latinoamericanos morían
antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa
occidental desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión son casi
los 120 mil, que es como si hoy no se supiera dónde están todos los habitantes
de la ciudad de Upsala.
Numerosas mujeres arrestadas encintas dieron a luz en
cárceles argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos,
que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las
autoridades militares”.
Los argentinos tendremos que esperar un tiempo para honrarnos con este libro. Su
sola parición ya es una invitación –ahora que se habla tanto de medios– a
comentar y recordar la tarea periodística de los últimos ¡sesenta y cuatro años!
del colombiano. Aunque 64 parezca casi un tercio de 100 años ¿de soledad?, esta
vez, es cronología pura. Gabriel José de la Concordia García Márquez se presentó
a mediados de 1948 en las oficinas de El Universal, de Cartagena, ciudad muy
cercana de su natal Aracataca. El joven no aterrizaba allí por los 250
kilómetros que lo separaban de su pueblo natal. A sus 21 años ya había probado
la medicina del realismo oligárquico colombiano. Un año antes había ido, becado,
a Bogotá a estudiar Derecho. Sin embargo, el asesinato del líder popular Jorge
Eliécer Gaitán lo dejaba sin beca y con las aulas clausuradas. Al Bogotazo,
expresión masiva de repudio al magnicidio, lo sucedió una violencia inusitada en
Colombia. Los cuerpos de los campesinos, como relatara años después García
Márquez, teñían de rojo el río Magdalena. Los hechos quizá nublaron la vista de
quien quería ser abogado, sin saber quizás que Gaitán era abogado o que ese
fatal 9 de abril de 1948 Gaitán tenía previsto ver a un joven estudiante de
Derecho llamado Fidel Castro.
García Márquez se convertiría en Gabo una vez que volvía a Bogotá. Así
bautizaron en la redacción de El Espectador a ese muchacho de rulos negros y
bigote joven que combinaba literatura y periodismo con la misma facilidad con la
que podía comerse un ajiaco bogotano (sopa con pollo y papas) o engullir un mero
del mar Caribe. Sus habilidades tomaron vuelo en base al infortunio de un
marinero que sobrevivió diez días tras haber caído al mar sin llevar consigo ni
agua ni galletas ni sombrilla y aferrarse a la esperanza de que los tiburones no
pudieran servirse de su carne. El náufrago en cuestión, Luis Alejandro Velasco,
había regresado a Colombia y cuando esa historia llegó a oídos de uno de los
editores del diario, José Salgar, de inmediato pensó en el muchacho de Aracataca
al que habían bautizado Gabo en esa redacción. Según contó Salgar a Associated
Press unos años después, “la noticia era demasiado fría y ya había pasado mucho
tiempo”. Lo llamó a Gabo y le dijo: “Póngale usted cosas, sin desvirtuar la
verdad, un poco de las arandelas literarias que usted aprendió y agregue el
color caribe que quiere meterle al periodismo bogotano”. Para cualquiera que
haya vivido alguna jornada en un diario, esa frase es casi un paradigma de las
orientaciones de los veteranos a los más jóvenes. El muchacho de bigotes y pluma
desplegada logró una historia que se prolongó por veinte entregas. El doble de
los desgraciados días del marinero. El éxito no se debió –solo– a la imaginación
de Gabo. Rodolfo Walsh dijo: “Hay un fusilado que vive” cuando pudo hablar con
Juan Carlos Livraga en el fatídico junio de 1956. De esos testimonios surgieron
los relatos por entrega que se convirtieron en Operación Masacre, un texto
imprescindible de la literatura y el periodismo. Un año antes, Gabo convertía al
marinero Velazco en el sobreviviente que habla y tiempo después se conocía este
otro texto notable, Relato de un náufrago.
Notas de prensa. Un año antes de que la Academia premiara a Gabo, en diciembre
de 1981, con América latina intoxicada de patrullas militares y paramilitares,
agentes norteamericanos y medios que silenciaban las masacres, El Espectador
publicaba el artículo “Recuerdos de periodista” como si se tratara de un relato
costumbrista y no de una bomba molotov, tal como la tomaban los dictadores y los
dueños de los medios. Gabo empezaba su artículo con toda naturalidad: “Uno de
mis mejores recuerdos de periodista es la forma en que el gobierno
revolucionario de Cuba se enteró, con varios meses de anticipación, de cómo y
dónde se estaban adiestrando las tropas que habían de desembarcar en la bahía de
Cochinos. La primera noticia se conoció en la oficina central de Prensa Latina,
en La Habana, donde yo trabajaba en diciembre de 1960 y se debió a una
casualidad casi inverosímil. Jorge Masetti, el director, cuya obsesión dominante
era hacer de Prensa Latina una agencia mejor que todas las demás, tanto
capitalistas como comunistas, había instalado una sala especial de teletipos
solo para captar y luego analizar en junta de redacción el material diario de
los servicios de prensa del mundo”. De inmediato, agrega: “Una noche, nunca se
supo cómo, se encontró con un rollo que no era de noticias sino del tráfico
comercial de la Tropical Cable, filial de la All American Cable en Guatemala. En
medio de los mensajes personales había uno muy largo y denso, y escrito en una
clave intrincada. Rodolfo Walsh, quien además de ser muy buen periodista había
publicado varios libros de cuentos policíacos excelentes, se empeñó en descifrar
aquel cable con la ayuda de unos manuales de criptografía que compró en alguna
librería de viejo de La Habana. Lo consiguió al cabo de muchas noches insomnes y
lo que encontró adentro no fue solo emocionante como noticia sino un informe
providencial para el gobierno revolucionario. El cable estaba dirigido a
Washington por un funcionario de la CIA adscrito al personal de la Embajada de
Estados Unidos en Guatemala y era un informe minucioso de los preparativos de un
desembarco armado en Cuba por cuenta del gobierno norteamericano. Se revelaba,
inclusive, donde iban a prepararse los reclutas: la hacienda de Retalhueleu, un
antiguo cafetal en el norte de Guatemala”.
Solo para quienes no conocen cómo siguió aquella historia: Walsh, fingiendo ser
un pastor religioso, acudió con una Biblia al cafetal en cuestión para husmear
en los detalles de la operación. En abril de 1961, se produjo la invasión y fue
conjurada con Fidel Castro al frente de las operaciones. Como detalle adicional,
tanto García Márquez como Walsh como el mismo Castro tenían, por entonces, unos
jóvenes 35 años.
Los fantasmas y Borges. Quisieron los senderos que se bifurcan que la primera de
las 173 notas de prensa publicadas en El Espectador fuera “El fantasma del
Premio Nobel” y estuviera centrada en Borges y la Academia sueca. A esa altura,
el reconocimiento hacia el colombiano era tal, que Gabo podría haber sido más
diplomático con los herederos del inventor de la dinamita, cuyo deceso fue un 10
de diciembre. Es curioso, como dato adicional, que el premio a las letras y no a
los fabricantes de bombas se entregue como ritual onomástico en memoria de
Alfred Nobel.
“Todos los años –comienza Gabo–, por estos días, un fantasma inquieta a los
escritores grandes: el Premio Nobel de Literatura. Jorge Luis Borges, que es uno
de los más grandes y también de los candidatos más asiduos, protestó alguna vez
en una entrevista de prensa por los dos meses de ansiedad que lo someten los
augures. Es inevitable: Borges es el escritor de más altos méritos artísticos en
lengua castellana, y no pueden pretender que le excluyan, solo por piedad, de
los pronósticos anuales.” Gabo consigna la desdichada visita de Borges a
Pinochet y su frase rastrera cuando le extendió la mano al dictador: “Es un
honor inmerecido ser recibido por usted, señor presidente. En la Argentina,
Chile y Uruguay se está salvando la ley y el orden”. Lo interesante es que
García Márquez consigna que se trataba de “algo que no tenía nada que ver con su
literatura magistral”.
Más adelante, el texto repara en la Academia sin cálculos ni miramientos.
Resulta una mueca del destino que justo dos años después esos académicos a los
que Gabo sacude lo invitaran a Estocolmo para premiarlo. Se interroga sobre
ellos: “Cómo proceden, cómo se ponen de acuerdo, cuáles son sus compromisos
reales, es uno de los secretos mejor guardados de nuestro tiempo”. Luego,
agrega: “Otro secreto bien guardado es dónde está invertido un capital que
produce tan abundantes dividendos (…) Dicen las malas lenguas que el capital
está invertido en las minas de oro de África del Sur y que, por consiguiente, el
Premio Nobel vive de la sangre de los esclavos negros. La Academia Sueca, que
nunca ha hecho una aclaración pública ni respondido a ningún agravio, podría
defenderse con el argumento de que no es ella, sino el Banco de Suecia, quien
administra la plata. Y los bancos, como su nombre lo indica, no tienen corazón”.
Las fuentes. Es una pena, pero la mayoría de los redactores utiliza la palabra
fuente para referirse a una persona o entidad determinada a la que considera más
o menos creíble. Es más, se hace un culto de las fuentes como si la calidad de
un relato estuviera definitivamente marcada por la historia que quiere hacer
destapar alguien que se vale de un periódico para que se conozca algo. Puede
resultar un poco atravesado este asunto para el lector pero vale la pena reparar
un poco en ello antes de hurgar algunos textos periodísticos de García Márquez.
En los últimos años –incluso algunos periodistas que van a dar clases a la
Fundación del Nuevo Periodismo Iberoamericano– quieren convencer a los
estudiantes y a los jóvenes periodistas que “lo más importante son las fuentes”,
generalmente entendidas como las “gargantas profundas” o informantes de
identidad reservada. Se refieren a agentes de desinformación o ejecutivos que
pierden negocios o gente de esa clase, que hay mucha más de la que uno cree. Una
interpretación mucho menos detectivesca permite valorar las historias por sí
mismas y por la autoría. Lo interesante de García Márquez es que su singularidad
siempre estuvo asociada al trabajo colectivo. Gabo es fuente de sabiduría para
los que intentan (incluyendo a este cronista) honrar la prensa como un
territorio imprescindible para una sociedad plural. Y también es una fuente para
entender al periodismo como un lugar de responsabilidad y de provocación al
mismo tiempo.
Fuente : Miradas al Sur
lunes, 10 de diciembre de 2012
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