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lunes, 14 de enero de 2013

El Trasvasamiento Generacional

Por Enrique Mario Martinez

En los últimos 70 años los argentinos hemos elegido solo 9 personas distintas para ocupar la Presidencia de la Nación, incluyendo dos (Arturo Frondizi y Umberto Illía) en contextos de proscripción parcial. Solo dos de los elegidos completaron sus ciclos políticos sin rupturas institucionales (Carlos Menem y Néstor Kirchner) y Cristina Kirchner se encamina a ser la tercera.

 Inmersos en tal cultura de tensión y de ansiedad por controlar el futuro cercano, no es de extrañar que poco y nada se haya pensado y actuado en relación a la participación en la política de las generaciones que siguen a la que estuviera gobernando. Solo Juan Domingo Perón instaló el tema, a consecuencia de su vigencia decisoria en la historia argentina durante casi 30 años, gobernara o no. Para Perón el trasvasamiento generacional, que finalmente no se concretó en los términos imaginados, ni siquiera con un orden mínimo, marcaba la necesidad de incorporar a una ideología y una práctica transformadoras a las generaciones siguientes.

Por la dinámica de la acción política que el propio Perón debió desarrollar, lo que se necesitaba en ese momento era trasladar conceptos que involucraban en buena parte la resistencia a los sectores conservadores y el diseño de estrategias para vencerlos. La gestión de un gobierno era un hecho que aparecía en los capítulos finales de la película, en la medida que el problema central era acceder a ese gobierno. En 2013 el trasvasamiento generacional es un tema relevante, a incorporar en los análisis políticos con toda profundidad, pero es necesario comenzar advirtiendo que poco tiene que ver con los dilemas de Perón en los ´70.

Quien tiene la necesidad de encarar el tema es un espacio político heredero de aquél, pero que gobierna el país desde 2003, lo hará hasta el 2015 y aspira a ser determinante en los caminos de gestión pública después de esa fecha. La incorporación de las generaciones siguientes, en consecuencia, debe hacerse en dos planos:

a) Diseminando conciencia de los desafíos presentes y pendientes de la justicia social.
b) Gestionando el proceso de transformación que nos acerque a mejores condiciones en el seno de la comunidad.

 EL NÚCLEO DEL PROBLEMA 

 A mi criterio, el problema de sumar lo que se llama “militancia” a un espacio político que ejerce el gobierno desde hace más años que ningún antecesor en toda nuestra historia moderna, es la forma de gestión gubernamental de nuestra vida democrática. Paso a explicarme. En 70 años el país ha evolucionado desde una democracia con algún grado de participación asamblearia o a través de comités o unidades básicas, a una democracia delegativa, donde los elegidos por el voto reciben un mandato y rinden poca o ninguna cuenta sistemática de él, hasta que vuelven a someterse a las urnas. 

Las ramas del Movimiento Justicialista y sus congresos; el movimiento obrero como columna vertebral y las reuniones en la CGT; los diálogos desde la Plaza o los discursos doctrinarios, son hoy parte de la historia y no solo para el justicialismo sino también en el caso de sus equivalentes de otros espacios políticos. En lugar de ellos se instaló la comunicación televisiva. 

En la gestión, a su vez, la concentración de decisiones ha sido sistemática desde 1983. Un gobierno como el actual, que no hace reuniones de gabinete en 10 años, no construye con eso una metodología de gestión, sino una ideología, que limita hasta el extremo la participación. ¿Cómo hacer el trasvasamiento en ese contexto? Lo inercial es sumar jóvenes a cargos intermedios y superiores de gestión, acotando la responsabilidad del resto a apoyar las decisiones del gobierno. Es casi inmediato concluir que esa “militancia” tendrá una baja capacidad para caracterizar los pendientes, para aumentar la participación, para ser interlocutora efectiva de los más necesitados, para entender qué es necesario hacer. El posibilismo, como enfermedad de la militancia, entendiendo por tal a considerar que solo se puede hacer lo que ya se está haciendo, queda a la vuelta de la esquina y de tal modo, pasa a ser un freno objetivo y una frustración subjetiva para el espacio político.

Muchos de los nuevos cuadros, en tal contexto, especialmente los de origen universitario y formación económica o similar, asumen la responsabilidad del debate con el liberalismo sobre la gestión del Estado. Pero el posibilismo los lleva a discutir la coyuntura y no la estructura. Mucha otra militancia juvenil busca tomar contacto con los sectores más humildes. Pero allí se enfrentan casi inexorablemente a la necesidad de ser parte de aparatos asistenciales o que intentan sumar a los hoy marginados a la economía de mercado, en anticipables condiciones de debilidad. En uno y otro plano, se debe llevar en la mochila el pecado original de la baja autocrítica, que lleva a contar con pocos instrumentos de análisis y ser más funcionales a la sustentabilidad de un gobierno que de un proyecto, como si fueran lo mismo. Y no lo son.

Lo antedicho no busca cuestionar el intento de llevar el trasvasamiento a un plano de alta visibilidad. Busca, en cambio, señalar que eso es más fácil de plantear y casi automático de ejecutar cuando se está fuera del gobierno, luchando contra sistemas notoriamente injustos. Organizar la militancia juvenil desde el gobierno no es algo que haya sido simple en momento alguno de la historia. Exige humildad, amplia participación, discusiones doctrinarias. Por el contrario, pasar a gestionar sin experiencia; defender en bloque y sin suficientes fundamentos; descalificar las críticas por ser críticas, son las evidencias de un trasvasamiento hacia el vacío. 

Emm/ 14.1.13

http://www.propuestasviables.com.ar/index.php/2013/01/14/el-trasvasamiento-generacional/

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Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

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