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martes, 22 de enero de 2013

Psicópatas, crisis y poder

Las Conductas frente a las Situaciones Críticas
Quizá el psicópata sea la punta para entender las perversiones sociales y de quienes tienen el poder.

Por: Eduardo Anguita

El tema es apasionante. Atrae como la miel a las abejas y no estaría mal que cada quien se pregunte a sí mismo cuánto de conductas psicopáticas tiene, cuánto de ansias de poder personal tiene y, al final, si las respuestas sinceras indican que uno es bastante psicópata y le apasiona tener un poquito –o mucho– de poder, también se pregunte si no está un poquito en crisis. Esto viene a cuento de que las conductas psicopáticas inhiben bastante la capacidad real de amar, exacerban la habilidad para simular, hacen a las personas muy capaces de valerse de armas de seducción para obtener, de modo frío y calculado, el objetivo que se propone. Del mismo modo, sería muy provechoso conocer los mecanismos por los cuales los directorios de los bancos o los servicios secretos de los Estados toman tal o cual decisión. Porque, muchas veces, quizá el psicópata de turno sea sólo la punta del iceberg para entender las perversiones de la sociedad y particularmente de quienes tienen el poder en la sociedad.

Las situaciones críticas suelen mostrar conductas que éticamente son muy distintas. Contrapuestas, casi en extremo. Los matices, los atajos son más difíciles. Días pasados, el lunes 14 de enero, una colega que trabajaba hasta hace pocos días en Telemadrid –el canal público de la Comunidad Autónoma de Madrid– llegó a su trabajo, como desde hace una década, y los encargados de seguridad le impidieron el paso. De más de 1000 empleados, solo quedaron 200. Muchos de sus compañeros habían recibido telegramas el sábado 12, de modo que supo que lo suyo estaba en la misma dirección. Bernardo Neustadt, el hombre auspiciado por neoliberales y reaccionarios salidos de los mejores laboratorios empresariales, el que hacía gala de dormir cuatro horas por día por su adicción al trabajo, soltó una vez, en pleno menemismo, una frase que debería estudiarse en toda su profundidad. "Estados Unidos –dijo– se edificó en base a dos palabras: está despedido." Como tenía una relación de cercanía con el director del canal, le mandó un mensaje de texto, furiosa. Quedaba en la puta calle, como otros 800 trabajadores. Y con unas indemnizaciones paupérrimas, hechas a medida de las leyes que el gobierno de Mariano Rajoy hizo a medida para disminuir los cupos y los montos de los seguros de desempleo y para adelgazar al máximo lo que el trabajador cobre por ser echado para reducir presupuestos públicos y privados a la medida de las exigencias del FMI, el Banco Central de Europa y la Comisión Europea, un organismo donde están representantes de las 27 naciones de la Unión Europea y que tiene al frente al ex ministro portugués José Manuel Barroso, un hombre que en la Revolución de los Claveles de 1974, que terminaba con décadas de dictadura y explotación, militaba en las filas de una organización maoísta. Barroso es el que se ocupa de diseñar, junto al resto, los planes de expulsión laboral y de traslación de ingresos de los sectores pobres y medios hacia los sectores de mayores ingresos.

Entre otros mecanismos, destruyendo el Estado de Bienestar y reduciendo al máximo al sector público. En el caso de Telemadrid, los trabajadores saben que una vez terminado el trabajo sucio, con una planta profesional reducida al 20%, la próxima etapa consiste en la privatización periférica, de modo que una productora se ocupe de mandar enlatados o emitir programas en vivo desde otros estudios. Una aclaración: la productora está ligada al Partido Popular. Otra aclaración: casi todos los trabajadores expulsados fueron fichados por administraciones del Partido Popular. No es una guerra de nacionales contra rojos. Es un exterminio en masa. Volviendo a la empleada jerárquica que le mandaba el mail al ejecutivo a cargo de la carnicería, el hombre de inmediato la llamó y sus palabras fueron así: "Tú tienes que entenderme." Y lo que salva a las sociedades no es elegir a una persona como un número en el bingo sino vivir en sociedades donde no se le estropee la vida a los demás, con total impunidad y con el permiso de decirle al que está al pie del cadalso: Tú tienes que entenderme.
Hace pocos meses, un psicólogo inglés, Kevin Dutton, publicó un libro que tiene en la tapa la imagen de un hombre que tiene puesta la misma máscara que hace ya dos décadas hizo temblar a millones de espectadores en los cines de todo el planeta y que la llevaba el genial actor británico Anthony Hopkins en El lamento de los corderos. El libro tiene un título largo y que de entrada plantea una situación de desorden. Se llama La sabiduría de los psicópatas: lo que los santos, espías y asesinos seriales pueden enseñarnos sobre el éxito. En la Argentina de 2002, el año donde la crisis fue furibunda, bajó el consumo de prácticamente todo, salvo de bebidas alcohólicas y psicofármacos. El libro hace un recorrido por las actividades donde suelen anidar los psicópatas: no se salva nadie, porque empieza por los ejecutivos de empresas, siguiendo por los abogados y los presentadores de radio y televisión hasta llegar a los empleados públicos.
Para poder avanzar un poco más, y sin ser experto en Psicología, parece imprescindible delimitar no solo qué es un psicópata sino más bien qué tipo de sociedad estimula determinadas conductas que pueden ser llamadas psicopáticas. El señor Barroso, que pasó de maoísta a socialdemócrata y luego a destructor serial de puestos de trabajo calificados, debe pasear su perro doberman por su barrio de Lisboa y, al regreso, además de saludar a sus hijos, debe mirar algunos de los libros de poemas de Fernando Pessoa y más aun las novelas de José Saramago.

¿EN MANOS DE QUIÉN ESTAMOS? 

Esa debería ser una buena pregunta para asustar un poco a los lectores. Para psicopatearlos un poco, como se dice en la Argentina, donde todos somos especialistas en Sigmund Freud. Uno podría reproducir alguna definición clásica de psicópata, para que luego cualquiera de nosotros, sin forceps, pueda decir: ¡Viste, lo que te dije, fulano es un psicópata, yo lo tengo claro desde siempre! Claro, si lo que diferencia a los psicólogos y psiquiatras en serio es que tratan personas y no enfermos. Y, concediendo un poco, se topan con enfermos y no con enfermedades. De todos modos, claro está, sin hacer un diagnóstico clínico, desde muchas otras disciplinas y desde la vida cotidiana misma es conveniente saber cuáles son las características psicopáticas. A vuelo rasante, Hannibal Lecter (Anthony Hopkins en El silencio de los corderos) es un personaje con todas las exageraciones de lo que uno podría describir como psicópata. Busca hacer daño pero con una inteligencia y una seducción capaces de subyugar hasta a la más brillante detective (Jodie Foster). Lector disfruta de sus perversiones y no tiene la más mínima culpa. Sus conductas antisociales no parecen responder a motivos comprensibles y las repite en forma compulsiva. Su único placer resulta de exterminar personas y valerse de técnicas horrendas y fríamente calculadas. Cualquiera que piense no en personajes de ficción sino en psicópatas con mucho poder, los primeros que le pueden venir a la mente serán Adolf Hitler y José Stalin. Aun para quienes tengan pruritos respecto de quien manejó el Kremlin y los destinos de la ex Unión Soviética durante tres décadas no precisa leer a León Trotsky o a Alexander Solyenitsen, porque quizá desconfíe de su excesivo izquierdismo o su liberalismo procapitalista respectivamente. Este cronista sugiere la lectura de El gran juego, un libro autobiográfico de Leopold Trepper, un judío polaco que dirigió la famosa Orquesta Roja, la red de espionaje prosoviética que más daño causó al Tercer Reich. Trepper, apodado el Gran Jefe, cayó en manos de los nazis y salvó su vida gracias a un manejo de la información secreta que le habría permitido resultarle imprescindible a sus captores para conocer asuntos del propio régimen nazi y también del Kremlin sin brindar secretos de la Orquesta Roja. Es evidente que si Trepper fue uno de los grandes espías del siglo XX, debe haber contado las historias que le permitieron sobrevivir con un caudal de secretos o de versiones tan inteligentes como lo fueron sus argucias para sobrevivir en manos de la Gestapo. Podría decirse, hablando de psicopatías, cuánto de ese manejo especulativo que supuestamente le permitió no morir como muchos de sus camaradas, no resulta un relato perverso para que no lo culpen los soviéticos al fin de la guerra y lo fusilen. La realidad es que Trepper fue juzgado por tribunales soviéticos y ni la KGB ni el Ejército Rojo lo encontraron culpable de graves delitos. Sin embargo, como muchos sobrevivientes sospechosos, fue mandado a Siberia por una década, castigo que fue atenuado con el permiso para volver a su Polonia natal pero sin poder salir del país. Lo hizo recién en los años setenta y murió en Jerusalén en 1980, curiosamente el primer destino de militante comunista que había tenido a principios de los años veintes. Tanto su libro como La orquesta roja –escrito por el belga Giles Perrault–desnudan técnicas de espionaje que ponen al descubierto las habilidades psicopáticas desplegadas por agentes que frecuentaban ambientes de las altas jerarquías nazis y debían llevar una vida de simulación que requieren una sangre fría tan brutal como la certeza de que si el enemigo los descubre les espera el peor de los destinos. ¿Se trata de psicópatas o de militantes con altísimo valor y tremendas convicciones? ¿Es legítimo creer que el psicópata termina comiéndose al revolucionario? ¿Quién está capacitado para hacer un juicio de valor al respecto?

SIGLO XXI CAMBALACHE. 

Estas preguntas retóricas, y muchas otras seguramente mejor formuladas, no son sólo para hurgar en el arcón de los recuerdos del siglo pasado. Estos primeros años del nuevo siglo dejan muestras de que muchas de las personas que toman las grandes decisiones tienen un desprecio completo por las vidas humanas y hacen gala de su mejor capacidad de seducción cuando mandan ejércitos a invadir otras naciones o toman medidas para transferir ingresos de los sectores populares en beneficio directo de las minorías privilegiadas. Limitar las conductas psicopáticas al plano clínico es muy peligroso. Es cierto que Hitler o Mussolini se valían de las grandes movilizaciones de masas y de discursos encendidos reproducidos por altoparlantes o radios hogareñas. Tan cierto como que en estos años George Bush tuvo los mejores gabinetes de comunicadores para hacer eficaces sus apariciones televisivas. La culpa no es de la radio o la televisión. En todo caso, son dispositivos poderosos en manos de empresarios y políticos que saben manipular. No es poco. Y por eso se necesitan debates como el que se dio –y se da– en la Argentina sobre la Ley de Medios y los monopolios informativos. Pero es preciso avanzar en muchos otros planos para no conformarnos, un día, tomando a un psicópata como el chivo expiatorio de situaciones complejas.
El psicólogo polaco Andrew M. Lobaczewski vivió, al igual que Trepper, el terror del nazismo y la represión del stalinismo. Vivía de la apicultura con su familia, y a los 18 años luchó en la resistencia a la invasión nazi. Luego, cuando Polonia quedó en la órbita de naciones del este europeo que orbitaban en Moscú, estudió Psicología y trabajó en un hospital para enfermos mentales. Con los años escribió un libro que conjuga su vida, sus convicciones y sus conocimientos clínicos. El texto se llama Ponerología política: una ciencia sobre la naturaleza del mal, adaptada a propósitos políticos. Poneros, en griego, es el mal. El autor sostiene que la Moral estudia las conductas correctas y sostiene la necesidad de estudiar de modo sistemático lo opuesto. Un dato significativo es que "los Psicópatas no son perturbados emocionalmente ni pierden contacto con la realidad. Ellos son completamente racionales y conscientes de lo que están haciendo. Como tales, son juzgados como sanos por los estándares actuales judiciales y psiquiátricos".

Fuente : Tiempo Argentino

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Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

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