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martes, 19 de marzo de 2013

Ante la reedición de La Voluntad


Por Miguel Russo

Dice el escritor y empedernido lector (y la confluencia de ambos términos no es ociosa) Alberto Manguel en su La biblioteca de la noche que “siempre hemos querido recordar más, y continuaremos, creo, tejiendo redes para atrapar palabras con la esperanza de que de algún modo, en la enorme cantidad de sílabas acumuladas en un libro, haya un sonido, una frase, la expresión de un pensamiento que tenga el peso de una respuesta”. Y es ese asunto de tejer redes para atrapar palabras –viejo y siempre nuevo asunto– lo que refleja y representa esta reedición de La Voluntad. O, mejor dicho, la lectura de esta nueva edición de La Voluntad.
Ocurre que esos términos unidos –escritor/lector– condicionan de manera irremediable tanto la escritura como la lectura de estos nuevos viejos tres tomos. Ni Eduardo Anguita ni Martín Caparrós son las mismas personas en este marzo de 2013 que en aquel marzo de 1997, cuando publicaron por primera vez el tomo inicial de su monumental trabajo. De allí, la necesidad de incluir dos prólogos 16 años después, en los que cada uno vuelca sus cambios, sus perspectivas, sus recorridos, en definitiva, los logros de sus sueños o los condicionantes de sus pesadillas. Ilusiones y fracasos, para decirlo todo. De la misma manera (en esa red intrincada de cambios, perspectivas, recorridos, sueños y pesadillas), no es el mismo lector, nunca, bajo ningún aspecto, aquel de fines del siglo XX que este de comienzos del XXI. Y mucho menos lo es al entrar en la relectura de los tres tomos por los prólogos que ambos escritores realizaron y que se reproducen en estas páginas.
Como una suerte de Pierre Menard (aquel endiablado personaje de Borges que escribía El Quijote copiando letra por letra al de Cervantes para concluir un libro totalmente distinto a los ojos y el recuerdo del que lee) multiplicado por dos, Anguita y Caparrós invitan al lector a leer las mismas palabras contando las mismas historias reproducidas con el paso del tiempo. Es decir, leer los ’70 bajo la oscuridad de los ’90 con la iluminación de 2013. Y en ese juego de lecturas y relecturas, La Voluntad es la misma batalla y, a la vez, una totalmente distinta: de la lectura de la derrota de los ’70 a una derrota, en los ’90, con Punto Final y Obediencia Debida, guardada solo en la palabra “memoria” (palabra dura, pétrea, combativa, pero solitaria), se pasa ahora a la lectura de la derrota que quiso ser nuevamente derrotada pero que fracasó en el intento y conlleva esperanza mientras agrupa a “memoria” la palabra “verdad” y la palabra “justicia”.
No, de ninguna manera es lo mismo leer La Voluntad, las historias que atraviesan La Voluntad, formando parte de una sociedad diezmada, reducida al silencio bajo el entronamiento del pensamiento único y la miseria mientras un grupo de “elegidos” rifaban los destinos del país, que leerla ahora, cuando las condiciones son totalmente diferentes. No es lo mismo leer La Voluntad con los responsables de la dictadura libres o, en el peor de los casos, recluidos en casinos de oficiales cuasi suites de lujo, que leerlo ahora con los genocidas en cárceles comunes. No es lo mismo La Voluntad en el menemato queLa Voluntad de estos días.
Decía (y dice) aquel primer prólogo de marzo de 1997 que “La Voluntad es un intento de reconstrucción histórica”. Pero todo lector sabe que una reconstrucción histórica no termina donde el autor decidió terminar el libro, sino que está en esa lectura el devenir constante, lo lleve donde lo lleve esa tarea de reconstruir. Y todo lector sabe, como también lo sabe todo autor, que cada vez que se abre un libro –tiempos, condiciones, realidades, objetividades y subjetividades cambiantes– hay una lectura nueva esperando ser descubierta.
Anguita y Caparrós terminaban aquel prólogo primigenio (y todo prólogo es una puerta de acceso a lo que vendrá) diciendo: “Todo lo que se relata aquí es, hasta donde sabemos, cierto, y ha sido chequeado cuidadosamente. Sólo fueron cambiados unos pocos nombres, en situaciones que no se alteran por eso. El resto es Historia”. Lo vuelven a decir en esta reedición, pero el significado de el resto es Historia” no es el mismo.

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Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

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