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lunes, 25 de marzo de 2013

Cuando la verdad no sólo no importa sino que molesta

Iglesia y Dictadura 

Por:  Alejandro Horowicz

“El Estado no tiene el deber de eliminar el miedo sino de hacerlo seguro.”
Roberto Esposito, Communitas.

La polémica como género discursivo supone la buena fe. Ambas partes confían en sus argumentos, y por tanto presumen que la verdad, en proporción decisiva, milita en su campo. Desde esa perspectiva intentan que la otra termine por admitir su inadecuada versión, para que dicha verdad termine por brillar en un cielo sereno y común. De modo que el objetivo de la polémica es restablecer el cielo común, dejando atrás los errores iniciales. 

Esto sucede en rara oportunidad, incluso entre contendientes del mismo signo, y esta extraña criatura litigante hace décadas que abandonó el escenario político argentino. Podríamos decir que se trata de un animal fantástico, y que llevando la liberada hasta su extremo límite, sólo el intercambio entre Vicente Fidel López y Bartolomé Mitre sobre el origen de la historia nacional, en los finales del siglo XIX, cumple tan exigente protocolo y que nunca más nadie, a lo largo de tres volúmenes, sostuvo este ideal pedagógico.

No comparto aproximación tan pesimista. Eso si, reconozco el carácter excepcional de tan alta calidad de debate, y esta excepcionalidad me permite otra inferencia: la calidad remite tanto a sus sostenedores como a la naturaleza del diferendo. Casi nadie ignora que cuando "la verdad" enfrenta el interés de los poderosos de la tierra difícilmente pase de "opinión", en la mejor relación de fuerzas en pugna, y termine siendo una "argumentación tendenciosa" en todas las demás.
Ese es un extremo, pero existe otro.

Dicho in media res: imposible debatir con Jorge Rafael Videla, la verdad no lo obliga a nada, sólo se trata de "justificar" lo que de antemano está más que justificado, exterminar a la "subversión". Entonces, todo aquel que no comparte esa presuposición es un "subversivo" y con los subversivos no hay que discutir nada sino exterminarlos. Pues bien, responden desde la otra tronera, usted acaba de reconocer que los exterminaron. De ningún modo, replica Videla, se trataba de una guerra sucia y las órdenes impartidas, un gobierno legal las impartió, imponían a las FF AA "aniquilar" al enemigo (ad nihilum, reducirlo a nada). Curioso argumento, el gobierno debía ser obedecido sin rechistar (lo que no es cierto, ninguna institución armada está obligada a cumplir órdenes ilegales) y al mismo tiempo el cumplimiento de las "órdenes" no obligaba a la conservación del gobierno que las imparte. Las órdenes de María Estela Martínez de Perón sí, el gobierno "del festín de los corruptos" no. Videla, apurado, llega a admitir que el golpe del '76 resultó un "error", pero no registra que en ese punto todo el edificio argumentativo se derrumbó. Y como si nada hubiera sucedido, repone el cassette en su punto inicial, y cree que prosigue la "polémica".
La mala fe es manifiesta, sólo se trata de reacomodamientos discursivos. Aislado, sin capacidad de incidencia política, inepto para aterrar, ahora encabeza el club de los impresentables, y sólo puede exhibir su foto recibiendo la hostia. Exhibe que forma parte del populus de la Iglesia, que no ha sido expulsado, que sus "pecados" no alcanzan para la excomunión. Ser el responsable de la ejecución de una política terrorista sistemática, que incluye el asesinato aleve de obispos y sacerdotes, de monjas y miles y miles de militantes católicos, puede ser perdonado. Pero tanta misericordia no alcanzó en 1955, y el entonces presidente Perón fue excomulgado. ¿El motivo? El ataque de sus activistas a las Iglesias en junio, tras la marcha antigubernamental de Corpus Christi y el bombardeo de Plaza de Mayo con cientos de víctimas civiles.
Una Iglesia que hizo posible el derrocamiento de un gobierno legal, y mayoritario, que ocultó en terreno santo, eso es un cementerio, el cadáver violentado de Eva Perón durante 17 años, que organizó miles de comandos civiles armados, que no vaciló en utilizar contra ese gobierno todos los instrumentos que le provee la teología paulina, y que ni siquiera hoy lo admite autocríticamente, sigue siendo una fuente de "verdad evangélica" para nuestros jóvenes. Una Iglesia que mantuvo y mantiene 250 capellanes militares, capellanes que justificaron, con el argumento de muerte cristiana, arrojar hombres y mujeres vivos al río, capellanes que todavía hoy siguen siendo cómplices activos de la dictadura burguesa terrorista al ocultar la información sistemática que poseen sobre los operativos de los grupos de tareas, que saben de hijos apropiados y de identidades sustituidas, que siguen dañando la subjetividad de una sociedad suficientemente dañada, que facilitó terrenos y edificios para el funcionamiento de campos de concentración, sostiene por boca de su jefe de prensa en Roma que las acusaciones contra Jorge Bergoglio son obra de izquierdistas anticlericales.

La discusión sobre la responsabilidad de la Iglesia Católica en la ejecución del programa terrorista del '76 supone la peor versión de la mala fe: el cinismo desenfrenado. El jesuítico argumento de si entonces se debía presionar a media voz queda desenmascarado al proteger hoy al curita Von Wernich, y a tantos más que ni siquiera sabemos. No se trata tan sólo de la responsabilidad personal de Bergoglio, se trata de la responsabilidad institucional de la Iglesia argentina de la que formó parte hasta ayer. No se trata tan sólo de la responsabilidad pasada de la Iglesia Católica, se trata de su responsabilidad institucional actual. Este no es tan sólo un asunto histórico, o en todo caso su carácter histórico no hace más que incrementar su significación, capacidad de infligir daño a futuro, de una institución que "educa" con dineros públicos a miles de menores. Puede el Estado mirar impertérrito los "disvalores" de una Iglesia que proclama el "amor universal" y practica la "vendetta cerril" a perpetuidad.

Nadie que no decida ignorarlo lo ignora. La data es de dominio público, Iglesia y dictadura de Emilio Mignone, fundador del CELS, puede ser leído en la biblioteca pública, adquirido en la librería o consultado en Internet. La banalización de la política no debería llegar a tanto. Es obvio que no se trata tan sólo de los testimonios de dos integrantes de la Compañía de Jesús. Si esa fuera toda la responsabilidad de la Iglesia argentina frente a la dictadura terrorista estaríamos en presencia de santos varones, y yo sería el primero en callarme por evidente falta del sentido de las proporciones históricas. No se trata de una agachada, sino de una política sistemática, no se trata de una falta de coherencia apostólica, sino de una praxis enhebrada volitivamente en esa dirección.

Para la política nacional este no es un problemita menor, un asuntillo sobre la "ética de los principios", sino de un giro decisivo en la organización del relato colectivo sobre la política del terror sin límite, un cambio de balance sobre la única polémica sustantiva posterior a 2001: la verdad sobre los responsables de una política antiobrera y terrorista, antipopular mediante el uso del estado de excepción, y antinacional, frenéticamente antinacional, la verdad sobre un bloque histórico que operó sin fisuras entre 1976 y 2001 mediante el terror explícito. En esa polémica Videla y sus aliados estratégicos fueron vencidos discursivamente, y tuvieron que someterse a la ley, y por tanto era posible que el poder se rehiciera fácticamente, y el terror perdiera la vaporosa aptitud de envolverlo todo, se volvía relativamente "seguro", ya que la ley sería su límite. Ahora bien, si a caballo del triunfalismo futbolero, del Papa argentino y peronista, ese balance queda en entredicho, si la compacta mayoría decidiera repentinamente desandar lo andado, la posibilidad de clausurar el 2001, de dejarlo definitivamente atrás, se pierde; y queda reabierto el intento de perpetuar la democracia de la derrota.


Fuente: Tiempo Argentino

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Coordinadora Sindical Clasista - Partido Obrero

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